27 diciembre 2007

Fanny y Alexander

Marcela Barbaro



Alexander se hamaca sobre el umbral
entre la realidad y la fantasía
se descubre ante la rebeldía inocente de sus ojos,
también se recuerda.

La infancia vista como una obra de teatro
los personajes como vínculos simbólicos
la muerte un espía intranquilo y fisgón que participa
el dolor silencioso del crecimiento.
Las pasiones se liberan entre lágrimas y risas,
la familia forma raíces en la memoria
el amor posee una violencia invisible
y una tolerancia fiel que espera su turno.

La vida se desnuda frente a la incomprensión de un espejo
y pregunta quién es.

Fanny de la mano de Alexander
El rincón de un cuarto sin colores,
la libertad choca contra las ventanas
el desconsuelo se aferra a la armonía de la luz.
Los niños observan los Actos de esa obra inconclusa
armónica, disonante
dulce y perversa,
el comienzo imborrable de su identidad.

22 diciembre 2007

Felicidades

En Diversidad diacrítica, Raquel despide el año con la definición de la palabra PAZ. Eva se suma, agregando unos versos de Miquel Martí i Pol. Y yo quiero compartir con todos los que nos leen este poema que descubrí, gracias a las diacríticas mencionadas, que habla de las vueltas del camino, de los finales y los comienzos, es decir, de la vida...
Espero que les guste tanto como a mí.

Para la humanidad, el deseo es que aprendamos que juntos podemos hacer más, y que no iremos muy lejos si somos injustos, intolerantes, discriminadores y un largo etcétera.
Para ustedes, que el balance del año no sea tan terrible y que el reto del 2008 sea posible de afrontar y exitoso.
¡Felicidades!

LS


VUELTA DE AZARES
Miquel Martí i Pol - Lluís Llach

Por la vieja carretera, entre estallidos
de luz y miel, dos hombres
van caminando
con la oscuridad dentro de sí,

ni se saben ni se conocen,
cada uno con su tormento,
avanzan uno hacia otro
desde angustias diferentes.

La mañana les enciende el rostro
enteramente surcado de soledades
y nada dentro de ellos les ayuda
a enderezar el futuro,

son dos hombres que caminan
esperando que un azar
convierta su silencio
en un gesto de libertad,

ah, si aprendiesen a mirarse,
ah, si los empujase el coraje,
ah, si encontraran la sonrisa,
ah, si el recelo no los separase.

Y los hombres que caminan
no se ven hasta que una curva
los encara el uno al otro
acusándoles de ir solos,

y será quizá entonces
cuando aprendan en secreto
que una pena compartida
no causa tanto tormento.

Los pájaros del cementerio
han dejado de cantar,
el río entre las piedras
modera también su paso,

no hay vados ni hay márgenes
que no los espíen todo el rato,
todos los árboles los contemplan
y ni el viento mueve el follaje;

ah, si se pararan y hablasen,
ah, si el paisaje los hiciese compañeros,
ah, si la luz de las miradas
enlazase sus manos.

Qué maravilla
si una sonrisa dibujase sus labios
y aprendiesen a ir juntos
quizá para siempre,
qué maravilla
si un latido les tornase más suave el ánimo
qué maravilla
el coraje de amar

qué maravilla
si el azar que cruzó sus vidas
fuera como la promesa
de un nuevo tiempo luminoso y vibrante,
qué maravilla
aceptar el gran juego de descubrirse
qué maravilla
conjurar miedo y recelos.

En la vieja carretera
nada acaba, todo renace
y la vida muestra un ritmo
siempre igual y diferente,

y los dos hombres que la viven
a lo mejor habrán aprendido
que sólo ellos tienen la fuerza
de mudarla en sí mismos

ah, qué descubrirán al verse
ah, con qué gesto se acogerán
ah, ojalá la ternura
cambie sus miradas,

qué maravilla
si el eco del alba en las montañas
desvelase las notas
de algún canto de amor tal vez imprevisto
qué maravilla
si la fuerza siempre deseada
qué maravilla
dibujase sus destinos

qué maravilla
si del gozo incierto de una tonada
supiesen extraer el crecimiento
que los puede hacer mejores
qué maravilla
si el sendero que el corazón nos señala
qué maravilla
fuese siempre vía de amor

qué maravilla
si de tanto sentirnos solidarios
todos juntos pensásemos en ganar
el futuro juntando las manos
qué maravilla
si la paz fuera la única herramienta fácil
qué maravilla
para aprender a caminar.

12 diciembre 2007

¿El cuento de su vida?

Liliana Sáez



Aunque los pormenores de su historia privada –las posibles causas de su suicidio– abonen el terreno de la especulación y del mito, Andrés Caicedo brilla con luz propia por su obra, que va más allá de la novela que viera publicada en vida:
¡Que viva la música!
“(…) ninguna Salsa le llega a usted entera, al final azota el llanto, quiebra el miedo, afloran las tristezas inexplicables. Conocí, traspasé la marea, las negras arenas, las difíciles armonías de uno con las melodías de la madrugada”.
Sus amigos y compañeros, Luis Ospina y Sandro Romero Rey, han realizado una selección minuciosa de una cantidad impresionante de manuscritos de Andrés Caicedo para darlos a conocer, cuidando la intimidad de su autor y dejando traslucir, en ese celoso cuidado, los lazos que los unían al joven escritor. Así publicaron:

Destinitos fatales

“(…) Lo que pasa es que desde hace un tiempo para acá me di cuenta que yo vivo mi vida montado en un globo, y el libro de Edgar (Allan Poe) me sirve de lastre. Lastre para no elevarme tanto, para no ir a parar a una región desconocida, habitada por gente que a lo mejor no me gusta, que no conozco. Además la persona que más supo de globos en el mundo fue mi amigo Edgar”.
Angelitos empantanados

“(…) Tuve que cerrar los ojos hasta que contara 3.
Luego los abrí y oí mejor el río. Un mango maduro que cayó a mis pies, alegre de mi presencia en el mundo. Lo recogí y me lo fui mordiendo, sintiendo las hebras que se quedaban prendidas en mis dientes de conejo, buitre anaranjado, corazón lleno de gracia, ave nocturna de corto vuelo, amor loco, amor profano, nunca en domingo, la escuela del odio, esplendor en la hierba, mis zapatos que avanzaban en la hierba sin cortarla ni doblarla, chicharras locas reventadas en la mitad del canto, matachicharras, dos policías que descansaban tirados debajo del ciruelo y se pusieron firmes al verme. Patroncito. Y yo en aquella mañana trataba de caminar despacio, de que el alejarse de mis pasos no me hiciera perder el sonido del río, la crecida que se pegó anoche. Yo levantaba la cabeza y miraba al cielo y al sol hasta contar 7 sin cerrar los ojos. Pedacito de principio (…)”.
Ojo al cine

“(…) Mi porción, mi pedacito de terror, irá cobrando expresión, no se preocupen. Hasta que llegue el día en que sirvan a la comunidad. En el que hagan un bien. Seguro. Por ahora mis cuentos, mis cosas, no los leen sino mis amigos. Yo soy feliz cuando ellos se ponen felices con lo que yo escribo. Y así la vida se lleva mejor, porque tampoco podemos ponernos a pensar todo el tiempo en el pasado. Aunque hay recuerdos que nos pasan por la cabeza y tenemos que quitárnoslos de encima como si fueran alacranes en la cara (…)”.
Y luego, en ediciones individuales:

El atravesado

“(…) María del Mar tenía tacones. Yo oí en el piso de arriba una puerta que se cerraba, tas, los tacones en el piso de granito pulido, claro: zapatos dorados de tacones en caso de que fuera bajita la niña, medias oscuras, rodillas redonditas, ¿la puedo seguir mirando sin quemi tía la pille? Tenía calzoncitos tan blancos, vestido traído de Miami, un par de senitos, unos hombros de descenso suave, bajó dos escalones más y le vi la cara: pequitas y nariz respingada, ojalá que tenga el pelo suelto. Pero no: otro escalón más y lo tenía peinado, empegotado, acabó de bajar las gradas y la vi mucho más bajita de lo que parecía estando arriba, pero qué importaba, voltió su cara y me miró, sus dientes: los de adelante grandes, de conejo, la frente abultadita, seguro cuando sonrió un poquito más fue que le vi la lengua, caminó derechito a mí, dos pasos más y estiró la mano, yo también tenía que… Chas. Lo primero que toqué fue la punta de sus dedos, y después la mano completísima, tan fría, entonces seguro abrí la boca, porque se me entró una mariposa amarilla que me bajaba por la garganta y el intestino grueso, lo más rico era cuando me revolotiaba en los riñones. María del Mar se ha debido dar cuenta porque me soltó la mano, creyendo que no aleteraría más, pero se equivocó: la mariposa no se me salió ni nada, y todavía, cuando hacen vientos buenos, cuando la noche no está nada de cansada pues la ambición descansa, yo la oigo revolotear de un lado a otro, chocar, juguetona, contra mis paredes, susurrarme cánticos de cuna tan antiguos como la primera cuna, arrumacarse en mi garganta y regalarme con su olor, dar perfume a mi nariz, emborrachar mi aliento”.
Y Noche sin fortuna

“(…) Fue sólo un escalofrío. No digo que haya sido la luna, no, ¿pero qué fue? Hubiera entrado corriendo a mi casa, sino fuera porque me gustó sentir el escalofrío: que estaba bien quieto y me movió todo, de arriba para abajo, con este calor que hace, que no se movía una sola hoja. Me hubiera gustado ir a contárselo a mi mamá,¿o dejarlo para más tardecito? Entrar a su cuarto a decirle que me hiciera el nudo de la corbata. Que me lo desanudé de una, sin ir al espejo ni nada, y con la corbata en la mano fui y le toqué su puerta. Si no me abres me corto las venas”.
Este año apareció un librito con una de las imágenes menos conocidas de Andrés, tomada por Eduardo Carvajal, el autor de casi todas sus fotografías divulgadas, que se titula El cuento de mi vida, y que reúne, heterogéneamente, en cinco capítulos algunas páginas inéditas de su diario personal y un par de cartas íntimas. Es una edición a cargo de una de sus hermanas, sin la participación de aquellos "buenos amigos”.

En el libro hay un texto bellísimo…, atormentadoramente bello, titulado “Silvia”, que conjuga la mirada bucólica de la región del Cauca, donde Caicedo solía pasar algunas temporadas, con los demonios internos del escritor.

La descripción del paisaje se desgrana en las primeras páginas del relato, y una vez que el lector se siente ubicado en un ambiente agradable, donde sopla la brisa, el aroma lo envuelve y se siente acompañado por el rumor del río y el canto de los pájaros, nota que el aire se enrarece, infectado por el tormento interior de quien hace unos minutos disfrutaba del entorno. Esa sensación de profanación del ambiente puro con el de sentimientos tan encontrados, nos ubica frente al Andrés Caicedo que ya conocemos.

El texto, técnicamente impecable, se va contaminando, poco a poco, por los signos de frustración, de malestar, de inconformismo... de un muchacho urbano que no encuentra su lugar en ese espacio perfecto, porque quizá esa perfección es obscena para un joven que se siente viejo, para un chico que ya ha agotado la posibilidad de la sorpresa, para un niño que ha crecido de golpe, para alguien que piensa que “vivir más de los veinticuatro años es una insensatez”…

“(…) Fui recobrando ánimos para la capacidad de emoción, mientras frente a mí, ante el crepúsculo, el aire se iba pintando de colores aguerridos y las nubes borboteaban con sus más bellos tonos, en esa alocada carrera hacia la noche en la que los elementos se visten de fiesta para celebrar toda la buena actividad del día, y prepararse al justo repliegue de sus funciones en nombre de la oscuridad pretérita. Maravillado, dejando correr mi vista por esa conmoción, descubrí la uña de la luna nueva sobre la porción más azul del cielo. Señal, tal vez, de que mis juegos se avivan de nuevo”.
El texto es un nuevo descubrimiento en la obra de Caicedo y, nada más que por eso, ha valido la pena la publicación de El cuento de mi vida. El resto del contenido nos habla de un Andrés demasiado íntimo para ser público. Demasiado sincero para darlo a conocer a quienes seguimos su obra. Realmente, da pudor leer esas frases donde habla de la relación con su madre, o donde, entrelíneas, surgen posibles “culpables”, aún vivos, no sólo de su tormento interior, sino de su coqueteo y conquista de la muerte.

El cuento de mi vida es un libro inoportuno, que viene a abonar aún más el mito de Andrés Caicedo, cuando se lo está descubriendo, fuera de las fronteras de su Colombia natal, como el talentoso autor que es. Su obra es prolífica y rica, válida en sí misma. No necesita de los entresijos íntimos que hacen más vulnerable la solidez que viene cobrando su obra, gracias a los oficios de “aquellos buenos amigos”, que no sólo lo conocían en su interioridad, sino que cuidaron amorosamente al ser que hoy no puede defenderse.