23 abril 2014

Aniceto, Leonardo Favio. Argentina, 2008.

Liliana Sáez


Hablar de la película de mi vida para celebrar el quinto aniversario de EL ESPECTADOR IMAGINARIO me permitiría construir otra donde estuvieran escenas inolvidables de todo el cine que he visto. Podría detenerme en Greed (Erich von Stroheim) o en muchas de Stanley Kubrick, que con Martin Scorsese forman una dupla entre mis debilidades, así como Andrei Tarkovsky e Ingmar Bergman; Andrzej Wajda y Roman Polanski o Luchino Visconti y Bernardo Bertolucci. Pero mi vuelo por ese cine requiere de unas alas que hoy no quiero ponerme, porque prefiero quedarme al ras del suelo, donde un actor en sus comienzos y un director con todas las letras al final de su carrera me seduce para que le preste atención.

Leonardo Favio es un autor consumado, con una obra completa y finita, ya que dejó este mundo hace dos años. Nació en mi tierra, Mendoza, una provincia argentina que descansa a los pies del Aconcagua y que requiere del deshielo estival para mantener sus áreas verdes irrigadas. Con  unos pobladores que disfrutan de la siesta cada tarde y ven pasar las horas sin prisas para otear la tranquilidad del atardecer a través de los álamos.

Si bien Favio comenzó como actor bajo la batuta de Leopoldo Torre Nilsson y se convirtió en director para seducir a la entonces joven actriz María Vaner, compuso con sus tres primeras obras en blanco y negro una trilogía que lo define y que, según mi modo de ver, es lo mejor de su filmografía y, me atrevería a decir, del cine argentino. Crónica de un niño solo (1964) es la historia de Piolín, un chico de reformatorio al que la libertad se le vuelve esquiva; Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más… (1966) resume en su título la historia de su segunda obra y antecedente de la que nos convoca hoy, y El dependiente (1969),  relato provinciano de soledades encontradas.

Lo que filmó después es una larga elipsis, casi comparable, si me permiten el exabrupto, a la que más fama le ha dado a 2001 (2001 A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968), hasta llegar a Aniceto (2008), que cierra su filmografía.

La cinematografía de Favio podría enmarcarse dentro del género costumbrista con grandes dosis de humanismo. Sus personajes sudan realismo y viven situaciones cotidianas, abúlicas, bajo un ritmo cansino y demorado, que permite el regodeo por imágenes bellamente compuestas en blanco y negro, a través de la obsesiva búsqueda formal que le imprimía a cada una de sus obras. Así logra la acompasada simetría de Crónica…, el escenario despojado de Este es el romance… o los largos y significativos silencios que se instalan en los encuentros de la pareja de El dependiente.

Aniceto llega cuarenta años después y derrocha movimiento y color. Una nueva versión del cuento de su hermano Zuhair Jury, El cenizo, cobra vida en la pantalla. Como en Este es el romance… está retratado el cuento de amor y desamor que transcurre en la Mendoza de las acequias y de las alamedas. Aniceto conoce y se enamora de Francisca. La inclusión de la joven en su vida cambiará la geometría de su pieza, donde antes pasaba largas horas tomando mate y compartiendo el silencio con Blanquito, su gallo de riña. Ahora es un nido limpio y cálido que cobija a la pareja, hasta que aparece Lucía. Francisca, entonces, se aleja para siempre con lágrimas en los ojos y un peso que le oprime el corazón.

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04 abril 2014

Lo que queda de la guerra

Liliana Sáez


Las noticias del último mes remiten al posible enfrentamiento en dos lugares del mundo occidental. Por un lado, en Venezuela la Oposición y el Gobierno se enfrentan diariamente en una lucha que va teniendo visos de guerra civil. En el otro extremo, Rusia se anexa Crimea y pone a punto de hervor sus relaciones frente a Europa, en una movida de piezas que bien podría desatar una guerra de grandes proporciones.

El frágil equilibrio occidental nos inquieta sobremanera. Porque hay memoria. Y porque aún sufrimos las consecuencias de guerras tan inoportunas e injustas como las que trataré en este espacio, que no pretende ser un tratado bélico, sino apenas una pequeña reflexión sobre cómo el cine, a través de unas pocas películas, elegidas con la carga de subjetividad que eso trae consigo, muestra sobre los efectos de la guerra. Son pequeñas obras cuyas historias me han conmovido en el momento en que las he visto, de tal manera, que para escribir este texto han aparecido en mi memoria al instante. Sin pretender buscar ni ahondar más allá de una filmografía extensísima sobre el tema, he preferido quedarme con estas resonancias para expresarme sobre lo que para mí es la guerra. No es el enfrentamiento en sí, con su armamento y vidas perdidas… sino lo residual que queda de ella, las cicatrices profundas que no cierran jamás.

El único rigor que me permitiré será el cronológico, porque creo que cada una de estas guerras no es inocente con respecto a la que le sigue. Todas obedecen a la ambición de grandes potencias por dominar el mundo, con sus respectivas ideologías, y en eso estamos desde los inicios de la Humanidad. Como es imposible cubrir el trayecto histórico de los múltiples enfrentamientos, elegiré para iniciar mi ruta un punto a medio camino entre las dos grandes conflagraciones mundiales y más cercano a nuestras vivencias.

Entre 1936 y 1939, España se desangró en una guerra civil que dividía la contienda entre falangistas y republicanos, desencadenando conflictos ideológicos, sociales y políticos, y que dio fin al gobierno de la Segunda República española, con la victoria de los fascistas, a la orden de Francisco Franco. Si bien la contienda duró tres años, sus efectos se hicieron sentir hasta 1975, año en que murió el Generalísimo, que sostuvo al país bajo una dictadura que lo sumió en el atraso con respecto al resto de Europa e instaló el reino del terror entre quienes permanecieron en el país y el ostracismo para quienes pudieron huir. Aún hoy se debate en España la necesidad de investigar las desapariciones cometidas entonces, que involucran fosas colectivas y apropiación de menores. Unos quieren instalar un manto de olvido sobre aquella época, mientras que otros claman por la verdad.

De la etapa final del franquismo datan dos de las películas más hermosas y conmovedoras. Ambas tratan sobre la vida en pueblos españoles, donde sus personajes sufren o han sufrido las consecuencias de la guerra, pero no directamente, sino que en sus cotidianidades la guerra, o lo que ha quedado de ella, sobrevuela sus existencias con un halo de misteriosa y espantosa presencia. En El espíritu de la colmena (1973), Víctor Erice nos narra la infancia Ana e Isabel. La acción transcurre en la meseta castellana, a poco de finalizar la Guerra Civil, donde la vida se desarrolla bajo la presencia de los fantasmas que ha dejado la Falange. El monstruo del cine (Frankenstein) se corporiza cual metáfora de la situación política de España. Bajo una apariencia amigable, la brutalidad de su esencia pone en peligro la fragilidad de la vida humana. En cambio, en La prima Angélica (1973), Carlos Saura es más literal, pero logra pasar el veto de la censura, y nos cuenta la historia de Luis, que trae a su memoria escenas de su adolescencia, en una vuelta al pasado para tratar de comprender aquellas situaciones que para él eran entonces una incógnita. Luis ha quedado marcado por aquellos años en que vivía en la casa de la familia materna, de claro corte patriarcal, donde sus integrantes se repartían los roles de la religión (una tía monja que se nos aparece como una pesadilla con la boca cerrada con candado), el ejército (su tío falangista), la educación impartida a través del rigor, y el amor, con una fuerte carga de represión. Represión que viene dada por su situación y la de Angélica (sus padres pertenecen a dos ideologías encontradas) y por la religión, que impone ese manto hipócrita de puritanismo a una relación amorosa. Una cadena de situaciones que ha dejado a Luis adulto viviendo una existencia vacía de contenido y a Angélica, una vida anodina. Tanto Saura como Erice componen dos obras de alto contenido poético, donde es necesario leer entrelíneas para tratar de encontrar la sustancia antifascista de sus filmes. Es que era un buen recurso para burlar a la censura y poder hablar de las preocupaciones que vivía gran parte de los españoles como producto de una guerra fratricida que los había dividido de una manera infame y cruel.

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01 abril 2014

Bafici 2014

Liliana Sáez


Del 2 al 13 de abril se llevará a cabo una nueva edición del Festival de Cine Independiente  de Buenos Aires, con alrededor de 400 películas que imprimirán, una vez más, esa sensación de vértigo en que nos sumergimos los espectadores ante tanta oferta cinematográfica. Desde EL ESPECTADOR IMAGINARIO realizaremos una amplia cobertura que ofreceremos a nuestros lectores en el próximo número.

El 16º Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente abrirá con una función al aire libre, en el anfiteatro del Parque Centenario, donde se proyectará The Congress, del realizador israelí Ari Folm, donde Robin Wright, Paul Giamatti y Harvey Keitel componen una trama, en la que la animación juega un importante papel para llevar a la pantalla la pequeña novela de Stanislaw Lem, Congreso de Futurología.

En la Competencia Internacional disputaran el premio tres películas argentinas (Algunas chicas, de Santiago Palavecino; La Salada, de Juan Martín Hsu; y Mauro, de Hernán Rosselli), la ecuatoriana Carlitos, de Antonio Guayasamín; las chilenas Volantín cortao, ópera prima de Diego Ayala y Aníbal Yofré y Naomí Campbel: no es fácil convertirse en otra persona, el documental de Nicolás Videla y Camila Donoso; la peruana El mudo, de Daniel y Diego Vega; y la recomendada brasilera Castanha, de Davi Pretto. También veremos El futuro, notable ópera prima del español Luis López Carrasco; el thriller asiático Ice Poison, de Midi Z (Birmania-Taiwán); la canadiense Sarah prefere la course, de Chloé Robichaud; las norteamericanas Fifi Howls from Happiness, de Mitra Farahani y The Wait, de M. Blash; y las francesas Grand Central, de Rebecca Zlotowski; Iranian, de Mehran Tamadon, y Un Chateau en Italie, de Valeria Bruni Tedeschi; la británica 20000 Days on Earth, de Ian Forsyt y Jane Pollard; y la tailandesa Mary is Happy, Mary is Happy, de Nawapol Thamrongrattanarit, realizada a partir de 410 tuits de una adolescente.

Como siempre, además de la Competencia Internacional, disputarán el reconocimiento otras  secciones competitivas como las Argentina, de Cortos, Vanguardia y Géneros, Baficito y Derechos Humanos. Tendremos dos realizaciones del rumano Corneliu Porumboiu, cuyas Bucarest 12:08 y Policía, adjetivo tuvieron sendos reconocimientos en ediciones anteriores; esta vez podremos ver sus últimas realizaciones, The Second Game, con la que cerrará el Festival, y Cae la noche en Bucarest. Dos realizaciones del taiwanés Tsai Ming-liang también estarán presentes en esta edición: la premiada por el jurado de Venecia Stray Dogs y Journey to the West.

Como siempre, habrá una sección dedicada a la Música, en donde sobresalen la ya mencionada 20000 Days on Earth, extraordinario retrato de Nick Cave, y Mistaken for Strangers (Tom Berninger) sobre el indisciplinado integrante de The National. Por ser el año del Mundial de Fútbol, el Deporte estará presente con una programación que incluye, entre otras, Ciudad Dorada, de John Huston, y la entrevista que Roman Polanski le realizó a Jackie Stewart, Weekend of a Champion. Entre las secciones Panorama y Vanguardia y Género, además de las mencionadas, hay varias destacables: la valiente Afternoon Delight (Jill Soloway), la cruda Big Bad Wolves (Navot Paushado y Aharon Keshales), la contundente Upstream Color (Shane Carruth), el homenaje a Guimarães de 3x3D (Edgar Pêra, Peter Greenaway y Jean-Luc Godard) y Verónica Mars (Rob Thomas) que va Fuera de Competencia.

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