30 marzo 2006

Acerca del 24 de marzo...


Recibí este comentario a la nota 24 de marzo, día aciago de alguien de mi generación, de alguien con quien he compartido este año la angustia y el dolor que sobrevoló la fecha. Creo que su comentario tiene el valor de una explicación, al menos para mí, de por qué creo que no se ha escrito aún el libro que hable de los 70, ni se ha filmado la película que retrate fielmente esa época; por qué el daño es irreversible y la herida tan profunda; por qué hablar hoy de los 70 aún no es anacrónico... Ella tiene una manera de decir las cosas, de verlas, de explicarlas... que admiro. Espero que a ustedes les sirva, como me ha servido a mí, y también espero que vuelva a publicar aquí, con un motivo menos doloroso.
Gracias a vos, Elena, por escribir lo que sigue.
LS


PARA LILIANA:

Leí tu nota sobre el aniversario del golpe… los 30 años…. Pasé la semana sin palabras o casi sin palabras. Sé que tomaste Montoneros, una historia y Garage Olimpo porque son las que te quedaron en la cabeza. En realidad, las dos hacen un aporte, sólo un aporte, a la construcción de la memoria colectiva. Digo a propósito “un aporte”, porque con un poquito de cada uno toma forma la historia total, se arma el rompecabezas. Como, lamentablemente, somos protagonistas de esa historia, ya sea desde la cárcel, desde la búsqueda de parientes o amigos, desde la vida en un país ocupado, desde el exilio y hasta desde la indiferencia; como somos parte de ese tiempo, todos aportamos nuestra memoria subjetiva.

El cine nos completa, nos molesta, nos duele, nos indigna, pero creo que la literatura y el cine son los que recrean (fea palabra para este tema) esa realidad de hace treinta años ya, tan llena de secretos, de lagunas y de silencios.

Frente al horror, la respuesta es el sin palabras. “Me quedé muda de espanto”.

Vivimos varios golpes de Estado, distintas dictaduras militares y conocimos gobiernos parecidos de países hermanos, con el mismo sello de tortura y desaparición.

En nuestro país, quizás lo que marca la diferencia entre el golpe del 76 y las anteriores dictaduras es el robo de chicos.

A tanto nunca se había llegado. Hay límites que hasta en las guerras más cruentas se han respetado pero aquí no, aquí se robaron los chicos.

Es doloroso asomarse a Historias Cotidianas, de Habegger o a Hijos del alma, la peli de Carmen Guarini y Marcelo Céspedes, o a Nietos, o a Cautiva. Quedamos como suspendidos en el aire, sin palabras ante el testimonio de lo ominoso, la máxima perversión, las peores pesadillas de los hijos –que desaparezcan los padres– y las peores de los padres –perder los hijos– y aparecen rostros alegres, de jóvenes sonrientes que muestran las fotos de los padres que también son jóvenes sonrientes, eternamente jóvenes, con miradas brillantes, pieles suaves, cabellos al viento y los hijos sobrevivientes hablan mientras las cámaras registran cada palabra y cada gesto imperceptible. Algunos, heridos de muerte sin haber muerto, pajaritos con un ala quebrada, cuentan sus vidas como protagonistas de una historia involuntaria, con años de mentiras de las que tratan de salir; otros, orgullosos de las luchas de sus padres, parecen militantes de una causa antigua, anterior a la caída de la cortina de hierro, una causa que hoy no existe, salvo en los ideales generales básicos de cualquier religión, como lo son la justicia, el amor al prójimo, la honestidad, el bien.

Estos chicos, víctimas del abuso militar, a los que les robaron sus familias completas para compartir sus días de infancia y a los que ahora les devuelven pedazos, aparecen en la pantalla y le dan estatuto real al silencio, al ocultamiento, a la mentira; se imponen con la verdad de lo que son y de lo que pasaron, legitiman muchos años de nuestra historia afirmándola como historia de dolor, de sufrimiento, de algo oscuro y tenebroso a lo que nunca más debemos volver.

Papá Iván, Encontrando a Víctor, Historias Cotidianas, Hijos-el alma en dos, Nietos-Identidad y Memoria, Cautiva, y las que vendrán, porque todavía es pronto y recién se empieza a poner en palabras lo que pasó, como retazos de una bandera gigante, nos cuentan nuestra propia historia y por eso cumplen, como siempre lo hizo el cine, con retratar lo que somos.

Yo, personalmente, soy la Yoli y de ahí no me muevo.

1 comentario:

Andrés David dijo...

Ese 24 de marzo estaba a tres días de cumplir tres meses de edad. Hoy, tres décadas después, solo puedo imaginar el dolor y el horror. Una sensación que he sentido pocas veces de manera tan fuerte se apodera de mi pecho y, por un instante, siento que puedo entrever todo.

La distancia espacio-temporal entre ustedes y yo no es tan grande como parece. La violencia colombiana es insidiosa y oculta. Aquí también se "roban chichos" como dice Elena. Lo más triste es que se habla poco y se actúa menos.

Estoy de acuerdo con que treinta años son pocos para analizar con cabeza fría semejante horror. No se cuántos se necesiten. No se si sea posible hacerlo desapasionadamente.

Desde acá y desde mi corazón, les agradezco a ambas el haberme regalado un poco de su dolor.