29 mayo 2007

El triunfo del kinetoscopio

Liliana Sáez


El 11 de mayo apareció el primer número de Cahiers du Cinéma España. En sus primeras páginas, Ángel Quintana sienta las bases de lo que será la crítica de cine para esa revista, y lo hace desde una mirada conciliadora con los profundos cambios que está sufriendo el cine, no tanto en su manera de hacerse, sino en su manera de consumirse.

Es cierto que los modos de ver una película han cambiado, y aunque también Quintana se refiere a que el cine mismo ha cambiado: la incursión del video, la revalorización de las imágenes defectuosas como factor estético o el manejo del tiempo no convencional..., yo creo que no es aquí donde radica la novedad. En cambio, sí existe en los aparatos técnicos utilizados por el cineasta, que obviamente inciden en el resultado de una película (la falta de grano en la fotografía, la movilidad de la cámara de video que es mucho más ligera que la cinematográfica, etc.), pero en esencia, creo que el cine sigue siendo cine.

Lo que sí comparto es que el cine, más que nunca, se está convirtiendo en una mercancía, en un objeto coleccionable, como dice Quintana en algún sitio, sin la intención de objetivarlo como cosa, aunque lo hace, yo creo que inconscientemente. Y también me parece que la cinefilia no echa de menos a Boggie, sino que aplaude y recibe con más que agrado esas obras que vienen de países remotos, desconocidos, y que plantean ritmos, historias y tiempos diferentes a los que estamos acostumbrados.

Acompaño a Quintana en la creencia de que la crítica debe seguir al cine, rescatando aquellas películas olvidadas, perdidas en la cantidad de cine chatarra que invade las multisalas o los hogares, para seguir haciendo lo que viene haciendo desde siempre: descubriendo obras, resistiendo (sí) y planteando discursos sobre el cine que permitan resguardar aquellos filmes que merecen perdurar.

Hay mucho para debatir, mucho para disentir y mucho para compartir... No puedo dejar de sentir nostalgia por el cinematógrafo, aquella experiencia de ver el cine en soledad, acompañada de otras soledades en la oscuridad de la sala, y cierta reticencia a adaptarme a visionar egoístamente, individualmente, a la manera del kinetoscopio, una obra en una pantalla que no ocupe toda mi atención.

A continuación, el texto, tal como apareció en Cahiers...



No sólo el cine cambia, la crítica también
Ángel Quintana

Los tiempos están cambiando. Constatarlo no implica nada nuevo, pero para cierta cinefilia dicha afirmación resulta terrorífica. Los cambios implican el fin de una cierta Arcadia a la que es imposible volver; y esta Arcadia ha sido el sustrato sentimental de toda una generación. Para algunos, la solución pasó por el laconismo, y entonces institucionalizaron los discursos sobre la muerte del cine. Llegaron a decidir incluso que en 1995, coincidiendo con su centenaria, debía celebrarse entierro. Sin embargo, el cadáver no apareció. En lugar de morir, el cine cambió de aspecto.

Desde entonces, la carrera ha sido acelerada. Las salas se han convertido en anexos de los supermercados. Las palomitas han pasado a ser más rentables que las entradas vendidas en taquilla. Los DVD han hecho de la película un objeto. La obsesión por verlo todo ha sido sustituida por la de tenerlo todo. El ámbito doméstico es un espacio de exhibición de alta fidelidad. Los ordenadores son la puerta de acceso a la nueva filmoteca ideal. Y el viejo kinetoscopio de Thomas A. Edison, que perdió la batalla frente al cinematógrafo de los Lumiѐre, ha acabado ganando la partida. Todos estamos más conectados a los kinetoscopios domésticos –ordenadores portátiles o home movies– que a los cinematógrafos, los cuales son incapaces de singularizarse entre las múltiples ofertas de los supermercados.

No sólo han cambiado los sistemas y las formas de ver cine, también lo han hecho ciertas formas de hacer cine, cuestionando algunas profecías anunciadas. El cine digital no ha servido únicamente para crear los mundos en los que Lara Croft acabará ganando el Oscar a la mejor actriz, sino también para aumentar el deseo de filmar las ruinas de nuestra civilización. La captura de las ruinas ha servido para constatar que el fin de la historia está lejano. El autor cinematográfico ya no es sólo el autor-simulacro que cotiza en el mercado de valores de la posmodernidad, gracias a su capacidad para crear brillantes envoltorios. Ahora se ha convertido en un artista multimediático, para quien hacer imágenes no sólo significa pensar en las salas, sino también en los espacios propios del arte como las galerías o los centros culturales. Por otra parte, la disolución de las fronteras entre los géneros ha acabado revalorizando la cuestión de la frontera que separa la ficción del documental y de la vanguardia. En el cine espectáculo, la narración clásica ha sido bombardeada por el retorno al cine de atracciones y, en el cine de autor, por la aparición de fórmulas conceptuales heredadas de la literatura y del teatro. El concepto de drama, perfectamente engarzado en las tradiciones procedentes del Actor’s Studio, ha empezado a ser socavado por unos personajes sin psicología que se han convertido en cuerpos que circulan o, simplemente, en rostros atónitos ante la caótica complejidad del presente.

Los cambios que atraviesa el cine son más que evidentes, pero todavía importantes sectores de la crítica parecen minimizarlos. Cada año, cuando los críticos de muchos grandes periódicos de todos los países se desplazan a los festivales, aspiran a encontrar esa película clásica inexistente y maldicen lo que ellos entienden como la lentitud o la extrañeza de muchas películas contemporáneas. ¿Por qué la crítica no quiere ser consciente de la mutación del cine? Sencillamente, porque prefiere soñar que cualquier tiempo pasado fue mejor, sin darse cuenta de que esa actitud les lleva a convertirse en especialistas en la pintura del renacimiento desterrados en una feria de arte contemporáneo. Del mismo modo que el crítico de arte no puede aplicar los criterios de centralidad y de orden en las obras actuales, el crítico de cine no puede buscar el relato cerrado, ni el drama tenso, en un cine que ha abierto el relato hacia la estética de la digresión y ha minimizado la dramaturgia.

En la mayoría de los debates sobre la función de la crítica llega un momento en el que, inevitablemente surge la cuestión del gusto. El crítico obligado a ver películas tailandesas e iraníes e las secciones oficiales de los festivales proclama su derecho a poder reivindicar su apego al humo de los cigarrillos de Humphrey Bogart. Cuando el gusto se convierte en el único criterio crítico, se debe tener en cuenta que el gusto también se educa.

Oscar Wilde escribió en un maravilloso texto titulado El crítico como artista que la función de la crítica consiste en actuar como conciencia del arte, porque sin crítica no habría arte. Siguiendo las líneas de su pensamiento, resulta evidente que al preguntarnos qué significa hoy hacer crítica de cine debemos ir más allá de una cierta idea de la crítica que ha quedado obsoleta. Si el cine cambia, sería absurdo pensar que la crítica no debe cambiar. Los instrumentos utilizados por cierta crítica han empezado a resultar inoperantes. Para comprender las transformaciones estéticas de algunas películas debemos ir más allá del propio territorio clásico de la cinefilia para dialogar con el mundo del arte, de la filosofía, de la literatura o del teatro contemporáneo. Lo que para la crítica de los años sesenta era una buena película quizás ya no lo es para la crítica actual, porque las condiciones de recepción se han transformado. Para llegar a ser la conciencia del cine de su presente, la crítica debe poner el cine de hoy en perspectiva con la estética de su presente.

¿Con qué instrumentos podemos valorar la importancia de una película como Inland Empire, de David Lynch? Si nos ponemos a pensarla a partir de los parámetros clásicos de que una buena película es una obra bien realizada, bien interpretada y bien narrada, haremos el ridículo. Inland Empire requiere ser pensada en función del arte contemporáneo, de las derivas de la imagen digital o de las nuevas formas de percepción del tiempo. Si no pensamos la película desde la radicalidad corremos el riesgo de rechazarla o de conformarnos, simplemente, en indicar que es fascinante y extraña, sin ir más allá de los objetivos más tópicos. Frente a un objeto como Inland Empire es preciso establecer un discurso, proponer un análisis y buscar una interpretación estética. Si no somos capaces de hacerlo, habremos fracasado.

Para las personas que nos hemos lanzado a la empresa de dar forma a la edición española de Cahiers du cinéma, la idea de que la crítica debe establecer una estrecha relación con los cambios del cine es fundamental. Queremos mirar el cine como un espacio de creación abierto a múltiples tendencias y a múltiples formas de circulación. No nos hallamos ante el final de una época, sino al inicio de un período extraordinario en el que escribir sobre cine es un modo de levantar acta de una de las más profundas y fascinantes mutaciones de la cultura contemporánea.

Escribir sobre cine implica partir de una consideración esencial: el cine ya no ocupa la centralidad del audiovisual contemporáneo. El desplazamiento que ha sufrido respecto a Internet o a la televisión le ha conferido una extraña posición de resistencia y experimentación. Este hecho le otorga más libertad para reformularse a sí mismo y para provocar un pensamiento fuerte sobre el mundo. El cine puede ser un instrumento de resistencia contra la globalización de las imágenes, contra su mercantilización y contra lo políticamente correcto. Para afianzarse como alteridad a los discursos oficiales, necesita el apoyo de una crítica radical, que esté dispuesta, si es necesario, a navegar contracorriente.

La tarea crítica no debe convertirnos ni en publicistas de los estrenos de la cartelera, ni en apóstoles de lo exótico. Muchas de las mejores películas no circulan por las salas, algunas se estrenan directamente en DVD y otras pasan por las galerías o centros culturales. La curiosidad nos debe llevar a buscar más allá de los circuitos establecidos. Pero no debemos actuar como simples buscadores de figuras extremas, prisioneros del afán de novedad. El cine no se reinventa a sí mismo desde la nada, sino que se transforma desde la seguridad que le infunden ciento doce años de historia. Walter Benjamin describió de forma alegórica su idea de historia tomando como pretexto el Angelus Novus, de Paul Klee. Cuando el ángel mira al pasado sólo ve ruinas de la barbarie, pero una fuerza lo impulsa hacia el futuro. Como el Angelus Novus, el crítico de cine debe saber observar los restos de su pasado mientras es lanzado al futuro por un fuerte viento huracanado llamado presente.

Cahiers du Cinéma España, número 1, mayo 2007, pp. 6-7.

7 comentarios:

Raúl dijo...

Un dato que, tal vez, representa el espíritu del post: en Buenos Aires, el estreno de la peli de Lynch fue pospuesto para setiembre (tal vez), siendo que originalmente estaba programado para junio, debido a la proliferación desmedida de arácnidos, piratas y ogros verdes.
Excelente post, Lili... para leer más de una vez!!

Anónimo dijo...

muy buen articulo.

Anónimo dijo...

liliana: gracias desde la distancia...aunque parezca mentira me entero de la revista por tu post y mañana trataré de comprarla, si es que aún se consigue en este lugar que no quiere ser españa...hace unos días, teniendo en mis manos el padrino uno y dos, la extraña pasajera, napoleón de gance, ludwig y elephant a precios de saldo, me preguntaba por qué no estaba saltando de contento: es que me gustaba mucho el cine antiguo, con sus macrosalas y sus ritos; ahora vuelvo de ver zodiac en el gran cine teatro Coliseo y no puedo creer que aún exista...que luchino, louis, hitch y billy lo protejan.
Y hoy ha desaparecido de forma definitiva el que alguna vez fuera jean claude brialy...

Liliana dijo...

Gracias a los tres. Es una buena noticia que Cahiers se edite en español. Ahora habrá que esperar que llegue a este sur lejano y que no deje de reseñar el cine que se hace en América Latina.
Un adiós a Jean Claude Brialy... aunque no coincido contigo, Cachito, sobre que haya desaparecido de forma definitiva; sobrevivirá en los filmes de la Nouvelle Vague, y nunca dejará de ser El bello Sergio.

Faro Rojo dijo...

Lo tengo
no está mal.
Ahora mismo voy a ver a la filmoteca (murcia)
el documental sobre daniel johnston.
Saludos.

Dante Bertini dijo...

si, mi querida Liliana, pero mi bello, y siempre irónico, sergio ya no se tomará un café en la Place Vendôme o paseará por la rue de Rivoli nunca más...
c'est la vie!

Liliana dijo...

c'est la mort... (¿se dirá así?)