05 octubre 2006

Soñar no cuesta nada

Andrés David Aparicio Alonso


Más que de la película, que me gustó por razones que expondré brevemente, quiero referirme al contrapunto ofrecido por el público que me acompañaba en la sala de cine. No me refiero a la típica charla mientras se exhibe el corto colombiano de rigor, a que mastiquen con la boca abierta, a que suene el inevitable celular ni a escuchar comentarios anodinos en tono de sapiencia. A estas alturas ya estoy acostumbrado a todo eso y no me causa mayor molestia ya que mi neurosis ha disminuido notablemente. Es otra cosa, que me parece triste, de la que apenas fui conciente gracias a lo que ocurría en la pantalla y la reacción del respetable en sus butacas. Pero primero la película. Se llama Soñar no cuesta nada, está dirigida por Rodrigo Triana y los actores son en su mayoría jóvenes que se han ido estableciendo a través de la televisión. Están acompañados por actores de más trayectoria entre los que destacan Marlon Moreno y Juan Sebastián Aragón, quienes ya habían trabajado juntos en El Rey. La producción estuvo a cargo de Clara María Ochoa y el guión es de Jorg Hiller.

Un vallenato acompaña los títulos. Estamos en el campo colombiano, acompañando un bus intermunicipal que transporta a una madre joven con su hija pequeña. Se nota su inquietud. Conociendo de antemano la situación del país y los hechos reales en los que se basa la película, es fácil imaginar que el bus será detenido por un retén guerrillero y que sus pasajeros terminarán en el olvido. Sin embargo, el vallenato termina, el bus llega a su destino —un pueblo anónimo y colombiano que es todos los pueblos— y la madre nerviosa consigue transporte para una vereda perdida donde es mejor no ir porque allá está lleno de "guerrilleros y paramilitares, como para escoger". Ella no ofrece explicación alguna y entrega el poco dinero que le queda para que la dejen a veinte kilómetros del lugar. En el trayecto, lee una carta de su esposo, soldado combatiente en el monte, quien entregó todos sus ahorros a cambio de un pedazo de tierra inexistente.

Aquí la escena cambia y un grupo de hombres con la cabeza rapada juntan el poco dinero que tienen para comprar cerveza y lamentarse porque no tiene ni para "oler una teta". Así, en menos de diez minutos, los temas de la historia son puestos frente al espectador. Sacrificio, pobreza, violencia, honradez y dinero se juntarán, bailarán y crecerán durante el resto de la proyección. Los hombres son soldados que están de permiso, en una whiskería —término bogotano para burdel— donde trabaja el amor platónico de Perlaza, uno de ellos. Los demás se burlan pero igual lo apoyan cuando se arma la pelea porque es uno de ellos, un hermano de armas, un lanza. A partir de este momento la historia fluye bien y está contada de forma sencilla, sin adornos, ni moralejas obvias, mezclando toques de humor con el drama. Mérito del guión es que a través de los personajes se muestran las diferentes posiciones frente al suceso en el que se basa todo: la apropiación, en el 2003, de millones de dólares de la guerrilla por un batallón que trajinaba en la selva.

La producción es muy buena. No sufre de los típicos problemas de calidad en imagen y sonido; se nota el esmero que se puso en los detalles, en el entrenamiento de los actores como soldados; tiene una fotografía luminosa y una banda sonora que acompaña sin interferir. Las tomas en la selva son hermosas por el verde que invade la pantalla pero mi preferida es roja: Perlaza, después de una noche con su puta, duerme en la cama de sábanas rojas, con sus calzoncillos rojos, en el cuarto de paredes rojas reflejado en un espejo que ostenta un letrero escrito con lápiz labial, obviamente, rojo. En ese entorno el soldado duerme plácidamente, una sonrisa en su rostro, ignorante —por decisión o por estupidez— de que está en un altar de violencia. Él, acostumbrado a las balas, parece haber olvidado que hay otras formas de morir y seguir vivo.

Hoy muchos están en prisión, huyendo o muertos. La sociedad colombiana se dividió frente a la decisión de la justicia militar. Unos abogaban por el perdón, otros el respeto a la institución, pero la mayoría concordaba en que los soldados no estaban preparados para la situación a la que se enfrentaron. Por educación, por pobreza, por ambición, por el facilismo que nos aqueja. La película hace patente la locura que se apodera de todos gracias al humor que corre a través del guión. Pero un sabor amargo matiza todo y le da la posibilidad de poner en perspectiva todo el asunto. Aquí entra el contrapunto que mencioné, contrapunto entre las situaciones de la película y la risa del público. Suave en los momentos que plenamente humorísticos, aumentaba y se contagiaba en aquellos donde la gracia del chiste servía de contraste para el conflicto. Por ejemplo: un soldado que ha cambiado dólares por pesos a una tasa exagerada —con el propósito de aprovecharse de sus compañeros— cae extenuado por la larga marcha y por el peso exagerado de su mochila. Allí la sala estalla en carcajadas, las personas comentan lo gracioso que es pero pasa inadvertido que el soldado ya empezó a pagar por su actitud, que esa caída no es un chiste más sino un símbolo de la caída que pronto sería comunal y descomunal.

Lo que me entristece es que esa caída también es símbolo de la caída de nuestra sensibilidad. Temo que a fuerza de tomar las cosas con humor —actitud que me parece bastante sana— hayamos cruzado un límite y ahora no podamos sentir ni percibir la realidad que se esconde detrás. La pantalla termina siendo espejo fiel de las personas que estamos sentadas contemplándola. Nosotros, allí absortos, no nos percatamos de ello. Al fin y al cabo, pensará la mayoría, sólo es una película.

12 comentarios:

Liliana dijo...

El público cinematográfico está pasando a ser público televisivo, y esa es una de las cosas que más lamento. Porque el ritual de ir al cine, la soledad aunque estés rodeado de gente, el estado de hipnosis en que caes, es parte de la magia que te vuelve adicto a su consumo.

Tengo entendido que en "Soñar no cuesta nada" hay alguna participación argentina, por lo cual, seguramente estrenarán la película en las salas porteñas. Ahí estaré, para verla y para conocer más de ese país que se me hace querible y complejo de una manera cada vez más intensa.

Sigo pensando que al cine latinoamericano le hace falta una buena base de datos con fotografías y afiches incluidos, pues me ha costado conseguir una foto buena que estuviera a la altura de tu texto (lamentablemente, no conseguí la imagen que quería... la de la escena en rojo que describes).

Anónimo dijo...

Creo que nunca es una película y nada más. Siempre está presente la película que no se ve, como el título del libro de Jean Claude Carrière, porque el público niega realidades, esquiva el ejercicio mental de re pensar lo que vieron y lo que quiso decir, o se quedan con la parte que les conviene. Tratar de ver más allá de las imágenes que pasaron es un ejercicio más enriquecedor, al que se le deberá sumar también la risa.

Andrea Estrada Gutiérrez dijo...

Esa escena a mi también me gustó mucho... la del ambiente rojo y el espejo, sobretodo el espejo que finalmente refleja esa muerte del espíritu después del placer. No quiero decir que siempre pase, pero simbólicamente es muy fuerte.

Creo que basarse en una histora real ya es una ventaja, la gente la va a ver por el deseo de que le cuenten la historia sin tener que ver el noticiero (tal vez esos fueron tus acompañantes en la sala y por eso las reacciones un poco diferentes a la tuya).

Pero otros sí fuimos a disfrutar de las nuevas cosas que trae el cine colombiano (en el veo en los créditos)y a cumplir la promesa de apoyar lo propio, sobre todo si es de la calidad que uno espera, como la de esta película.

Andrés Correa dijo...

Me parece que si habia un tema en nuestra historia reciente que mereciera ser llevado al cine era este. Ese es el principal acierto de "Soñar no cuesta nada". Otra cosa que me gusta de la pelicula es que no toma partido, pues en estos casos es facil caer en moralismos (ver karma)... Soñar no cuesta nada es una fabula sin moraleja... como Colombia

azulquitapenas dijo...

Yo creo Andrés que todas maneras y aunque las carcajadas en la sala sean evidentes escapes al miedo nauseabundo que nos acompaña tan a diario, la gente allá en su casa o a unas pocas cuadras del cine cuando ha dejado de hablar sobre si se apropiaría o no de esa plata que llueve del cielo, se han puesto a masticar más despacito. Sí, nos reímos, pero también reflexionamos ante esa realidad que no sólo nos atañe si no que nos pertenece por completo. Algunos la piensan un rato, otros se manifiestan como vos, y otros seguramente llegan con sus frases o con sus hechos a sentar precedentes ante los inconmovibles y acomodados.

Tatiana dijo...

Colombia en sí, se transformó en una metafora de lo que todos los paises latinoamericanos somos. Lamentablemente se hizo popular la frase "colombianizacion" como si ah! los demas paises que no somos Colombia estuviesemos preservados de las contradicciones. Ergo la anecdota sobre la que gira la pelicula se aplica a cada uno de nosotros.

Andrea Estrada Gutiérrez dijo...

Aprovechando el comentario sobre los billetes que llueven, una pequeña annécdota: a un amigo le hicieron el paseo millonario (robo en taxi donde le dan vueltas por la ciudad y lo llevan a los cajeros con las tarjetas a retirar la plata)después de verse la premier de la película y los ladrones se emocionaron tanto con los billetes de utilería que habían llovido en la sala, que se los robaron también porque creyenron que eran dólares, cuando se enteraron que eran de mentiras, igual se los llevaron por si les daban entradas a cine con eso.

Una vez más se ve cómo "soñanr no cueta nada".

Liliana dijo...

Muchas gracias Adriana y Andrés por el aporte de la nueva fotografía.

Andrés David dijo...

Gracias por sus comentarios.

Estoy de acuerdo con que se está pasando a ser público televiso y me atrevo a decir que ni siquiera será un buen público porque la pereza del espectador unida con la necesidad de los canales de embrutecer hacen que los programas que valen la pena sean cada vez más escasos. Es razonable desde un punto de vista de negocio, porque al fin y al cabo su propósito es vender otras cosas y no contenido, que termina siendo secundario.

Es cierto que una película nunca es solamente eso y ya. La red emocional, conceptual, histórica, económica, personal y comunal sobre la que se sustenta, y que a su vez teje alrededor es —para mí, obseso con los patrones ocultos— lo más enriquecedor de la experiencia. Salir de la sala y tener que llevar una película a cuestas es lo mejor que me puede pasar.

Colombia como metáfora de la realidad latinoamericana es una idea que no recuerdo haber escuchado o pensado. Es extraño porque por un lado suena interesante y lleno de posibilidades creativas, mientras que del otro lado me asusta pensar que somos (o nos han convertido en) el espejo de circo que deforma y nos muestra nuestra verdadera figura.

Caramba.

Cristhian Carvajal dijo...

Caramba, sí Apa...tampoco lo había pensado.

De esta película ya tuve la oportunidad de comentar para el Diario Occidente y en ese entonces dejé claro que (al igual que Andrés Correa) el gran acierto de la producción fue haberla hecho sobre ese tema real. Sencillamente daba para una, o quizá dos películas.

La verdad “Soñar…” como producto demuestra el interés de mejorar en la calidad del cine hecho en nuestro país, sin embargo sigue siendo un pequeño destello que encandila y al momento no se vuelve a ver (ver Karmma).

De verdad espero que el cine Latinoamérica siga el camino hacia una identidad que fortalezca la creación y al espectador, ese que está mutando a tele-espectador.

Anónimo dijo...

No fui a ver la película, pues temí encontarme con los lugares comunes del cine colombiano y creo que seguirán apareciendo; además, porque el final...ya lo sabemos. ¿Quedará la opción de reinventarse esta historia de otra manera?

Ricardo

Anónimo dijo...

Me dejó con una sonrisa en los labios que dura desde anoche. Es una película muy simpática, los personajes están presentados con gran cariño y además tiene algo del "realismo mágico" propio de Colombia y de su gran escritor.
Qué siga el cine Colombiano regalándonos este tipo de películas!