12 mayo 2019

Cronofobia (Francesco Rizzi, Suiza, 2018)

Liliana Sáez



Un hombre vigila desde la calle los movimientos de una mujer en su apartamento con amplios ventanales. Ella rumia un recuerdo que la hunde en la depresión, él trabaja como vigilador anónimo de la calidad de hoteles y estaciones de servicio. Dos solitarios en busca de un imposible. No sabemos cómo llegó él hasta ella, pero logrará insertarse en su vida. Una relación con visos enfermizos de dos desesperados ante la soledad. La narración avanza sin prisas, con más incógnitas que certezas, en los espacios cerrados de la camioneta, del apartamento o de la casa rodante. La cotidiana vuelta en auto para que ella logre dormir da una pista de la fragilidad de la mujer. La perspectiva para del espectador siempre es desde el punto de vista del hombre. Enigmático, no logramos asirlo… mucho menos a ella, que oculta el motivo de su sufrimiento. 

La atmósfera de misterio y melancolía es la propuesta para narrar una historia de dependencia y soledad que une a dos desconocidos bajo una especial intimidad, como si, sin conocer nada del otro, lo supieran todo. La película desbarranca en los momentos en que los personajes salen de su hábitat. Como extraños en un ambiente oscuro y promiscuo, no dan lo mejor de sí, y la tensión alcanzada hasta entonces, decae. Lo más logrado: la definición de los personajes y su entorno, tal como dice su director: “Los dos protagonistas son prisioneros a su manera, han construido jaulas mentales muy reales en las que encerrarse: uno para escapar de sí mismo, el otro para tratar de soportar un dolor insufrible”. En ese sentido, la casa de ella y la camioneta de él funcionan como verdaderas prisiones.


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