19 mayo 2019

The Unicorn (Isabelle Dupuis, Tim Geraghty. EUA, 2018)

Liliana Sáez


The Unicorn es el nombre de un LP de 1974 con catorce canciones de Peter Grudzien, considerado el primer compositor country gay. El documental de Isabelle Dupuis y Tim Geraghty nos acerca a este personaje que en su adolescencia cantaba en la iglesia y más tarde se hizo fan de John Cash y la música country. Peter vive con su padre centenario y su hermana gemela en la casa familiar de Queens, que alguna vez tuvo calor de hogar. Dos primos lo visitan porque están preocupados dónde quedará el legado del tío una vez que muera, instándolo a mudarse a un hogar de ancianos. Furioso, Peter los expulsa de su casa.
Es un hombre alto, viste de negro y luce despeinado, usa gafas y el cabello largo. De joven se encuentra parecido a Mick Jagger, ahora parece más bien un personaje sacado de la Familia Addams. Dupuis y Geraghty se instalan en la casa y con calma van indagando en su pasado, toman contacto con Terry, su hermana, y con el padre. La triste historia se devela entonces. Ya no importa si es un pionero, tampoco si le canta al colectivo gay, acompaña a su padre, tiene el amor incondicional de su hermana y está solo. Por las tardes se acerca a algún bar mugriento y canturrea desafinadamente algunas letras que antes le salían mejor. En una tienda de discos encuentra una casete con su música. Vive de una gloria pasada, aunque con sombras. Las sombras que acecharon a los hermanos en Creadmore, la institución para enfermos mentales donde sufrieron la aplicación de electroshocks, la terapia legal hasta 1973 para los gays.
En ambientes oscuros se mueve el padre, la hermana cambia de aspecto en la eterna búsqueda de un amor imposible. Peter tiene un cuarto pequeño, abarrotado de sus cosas. Todo luce con un barroquismo insólito, donde predominan el marrón y el rojo, contrastados con el negro de su vestimenta. Asistimos a la muerte de la dulce Terry y del patriarca. Peter tiene un solo día para festejar, el del Orgullo Gay. Ni el country ni la militancia gay ocupan el centro de nuestra atención. Estamos esperando más de a lo que nos convoca el filme. Pero no, se constituye en un alegato de la soledad en la vejez, de la espera de algo grandioso que nunca llega, del peligro de la invasión del espacio íntimo, de la inseguridad en el propio hogar.

18 mayo 2019

Ray & Liz (Richard Billingham. Reino Unido, 2018)

Liliana Sáez


Richard Billingham no es un desconocido en el campo artístico. Las fotografías y películas caseras de su infancia en una vivienda social de Cradley Heath, ciudad minera de West Midlands (UK), atrajeron la atención de uno de sus profesores que lo instó a exhibirlas. De allí en más participó de una serie de importantes exposiciones, con lo cual algunas de sus obras pasaron a formar parte de la colección de museos prestigiosos como el de Arte Moderno de San Francisco, el Metropolitano de Nueva York, el Tate y el Victoria & Albert en Londres, entre otros.
Nacido en una familia singular, sus padres, Ray y Liz, le permitieron que los registrara con su cámara, siendo ellos, especialmente su padre, el motivo recurrente de sus instantáneas. Con el éxito de sus exposiciones, llegó la oportunidad de publicarlas en un libro que tituló Ray’s a laught, convirtiéndose en un pionero del squalid realism. Pasados los años, con una familia propia y mirando con cierta distancia su pasado, Billingham se propuso recrear el apartamento de su infancia, para lo cual alquiló uno en el mismo edificio de bloques donde vivió durante su adolescencia junto a los padres y su hermano Jay. Envejeció las paredes con un empapelado descolorido y manchado, ubicó muebles que en los 90 eran viejos, semejantes a los que aparecen en sus fotografías, y encontró a dos actores (Justin Sallinger y Ella Smith) que recrean con gran fidelidad a Ray, desempleado y en constante estado de ebriedad, y a Liz, una madre obesa, con grandes brazos tatuados y fumadora compulsiva.
El grupo lleva una vida familiar no convencional. El hombre fuma y bebe consumiendo sus días de desempleado, mientras la madre se dedica a armar inmensos rompecabezas, el más pequeño de los hijos juega y el más grande obtiene imágenes con su polaroid o con su filmadora, artefactos provenientes de tiempos mejores. El deterioro de la casa va paralelo al de los personajes de esta familia. Los chicos crecen a la buena de Dios, mientras los padres se ocupan, a veces dejándolos a cargo de alguien más irresponsable que ellos. Si la colección fotográfica fue para Billingham un medio de obtener imágenes que le sirvieran de modelo a su deseo de ser pintor, Ray & Lizdebe ser una manera de exorcizar un pasado que entonces le parecía corriente y nada particular y, hoy, con su propia familia constituida, lo encuentra disfuncional. Las fotos y la película forman parte de un discurso contemplativo sobre la condición social menos privilegiada del Reino Unido y quien lo cuenta ha sido testigo.

15 mayo 2019

L’Homme fidèle, Louis Garrel (Francia, 2018)

Liliana Sáez


Historia de amor, infidelidades, terceros en discordia y un niño que acusa a su madre de haber matado al padre. Abel y Marianne se aman. Paul se interpone y muere. Abel y Marianne se aman. Eve, la hermana de Paul, se enamora de Abel… Abel y Marianne se aman. Entre idas y venidas, a Paul se le derrumba su mundo y vuelve a reconstruirlo. El paisaje invernal colabora en la descripción de los sentimientos de los protagonistas.
Louis Garrel compone un Abel tierno, comprensivo, casi ingenuo, salido de la pluma de su coguionista, el talentoso Jean-Claude Carrière, que trae consigo el espíritu nuevaolero del filme, donde las rupturas no son catastróficas, donde civilizadamente se continúa con la vida una vez rota la convivencia, donde la fidelidad no es algo que se cuestiona, se toma como algo natural y el regreso es posible para dos seres que se aman plácidamente.
De sentimientos va la película, los de sus personajes, que aman como niños y se recomponen de los tragos amargos con facilidad. Al mejor estilo de las películas de Truffaut o las más serias de Woody Allen, L’Homme fidele nos pasea por París, mansamente, de la mano de sus personajes. Así lo consideró el jurado, que le otorgó el premio a Mejor Director.

14 mayo 2019

MS Slavic 7 (Sofia Bohdanowicz & Deragh Campbell, Canadá, 2019)

Liliana Sáez


Con escasos escenarios despojados y encuadre frontal, con largos monólogos de la protagonista recitando las líneas amorosas de una carta, conocemos la historia del alter ego de la directora, Sofia Bohdanowicz, en un recorrido que desanda para entender el cruce de cartas que mantenía su bisabuela escritora, Zofia Bohdanowiczowa con el nominado al premio Nobel Jozef Wittlin. Establecidos una en Canadá y el otro en Estados Unidos, mantuvieron una correspondencia que habla de un pasado en la Polonia de la Segunda Guerra Mundial, de la nostalgia del país natal, de la posibilidad de un encuentro real…
La visita a la Biblioteca de Harvard, la conversación con la tía por una herencia epistolar que es significativa para ambas y descansa en una institucional oficial y el encuentro con el traductor en el cuarto de hotel son algunas de las escenas donde se dirimen cuestiones ajenas al contenido de la correspondencia y que tienen que ver más con el conflicto entre lo público y lo privado. El cuidado con que la chica manipula las cartas debidamente archivadas y la letanía con que suenan sus palabras manuscritas, mientras la bisnieta las lee, dan idea del amoroso reencuentro con un pasado que la supera. Una obra pequeña en su formulación, pero plena de melancólica nostalgia. 

Koko-di koko-da (Johannes Nyholm, Suecia, Dinamarca, 2019)

Liliana Sáez


Una familia, integrada por una pareja y su hija pequeña, está de vacaciones. Repentinamente, la menor enferma y muere el día de su cumpleaños, cuando sus padres pensaban regalarle una caja musical con dibujos infantiles. La pareja, conmocionada, deja el hospital y emprende el regreso, pero en la ruta deben acampar durante la noche. Una misma escena (en un camino sinuoso del bosque, mientras se refugian en una pequeña carpa ubicada junto al automóvil y donde tres personajes los atacan) será repetida cuatro o cinco veces con diferente desenlace pero con igual violencia. 

Terror psicológico que, en su iteración, plasma las distintas actitudes que toma cada uno con respecto al otro ante una situación límite. Pareciera el juego del gato y el ratón, en el que un grupo de personajes infantiles pesadillescos acorralan a la pareja, que en cada escena intenta un nuevo camino para escapar de sus garras. El amor, el dolor, la consolación… temas que tendrán su prioridad en cada una de las situaciones vertidas con insistencia, tanto, que le quita impacto a su resolución. Una obra menor, que intenta provocar miedo y lo que logra es exasperación.


13 mayo 2019

God of the Piano (Itay Tal, Israel, 2019)

Liliana Sáez


Itay Tal asegura que la idea que impulsó la realización de esta película fue la maternidad y el ideal de perfección. Luego apareció la música para validar los hechos del personaje principal. Justamente, la idea principal es lo más inverosímil del filme. Y partiendo de esa premisa débil, la narración va a anclarse sobre una base falsa que, sorprendentemente, atrapará al espectador.
En una familia de músicos, no puede haber un sordo. Y mucho menos si es hijo de una pianista, aunque no llegue a descollar en los escenarios. Por eso, su reto será ofrecer a la familia un genio. El genio que supere al padre y al hermano prestigioso, incluso, a ella misma. El plan le saldrá mal, pero encontrará un sustituto.

Anat se convierte en una típica idishe mame, sobreprotectora y posesiva. El niño tiene todas las comodidades en el hogar y en el colegio, pero nunca contará con tiempo ni lugar para su infancia. El piano será su compañero omnipresente. La narración se apoya con gran peso en los roles de madre e hijo, pero adquiere gran importancia la figura patriarcal, ubicada muy por encima de los demás integrantes de la familia y con un distanciamiento que da la idea de superioridad. En los ambientes claros, limpios, oclusivos, apenas la música aparece como un soplo de aire fresco, pero la tensión se siente en la escena. El conflicto es subyacente, anida en Anat, que lucha inútilmente por cumplir con el mandato familiar, ocultando un hecho vergonzoso.

Itay Tal logra un relato conmovedor, que atrapa, porque desde el comienzo queremos conocer el desenlace. Y esperamos que sea el que ha elegido para finalizar esta historia, triste historia, de una familia unida por la música, que depreda a sus integrantes.


12 mayo 2019

Cronofobia (Francesco Rizzi, Suiza, 2018)

Liliana Sáez



Un hombre vigila desde la calle los movimientos de una mujer en su apartamento con amplios ventanales. Ella rumia un recuerdo que la hunde en la depresión, él trabaja como vigilador anónimo de la calidad de hoteles y estaciones de servicio. Dos solitarios en busca de un imposible. No sabemos cómo llegó él hasta ella, pero logrará insertarse en su vida. Una relación con visos enfermizos de dos desesperados ante la soledad. La narración avanza sin prisas, con más incógnitas que certezas, en los espacios cerrados de la camioneta, del apartamento o de la casa rodante. La cotidiana vuelta en auto para que ella logre dormir da una pista de la fragilidad de la mujer. La perspectiva para del espectador siempre es desde el punto de vista del hombre. Enigmático, no logramos asirlo… mucho menos a ella, que oculta el motivo de su sufrimiento. 

La atmósfera de misterio y melancolía es la propuesta para narrar una historia de dependencia y soledad que une a dos desconocidos bajo una especial intimidad, como si, sin conocer nada del otro, lo supieran todo. La película desbarranca en los momentos en que los personajes salen de su hábitat. Como extraños en un ambiente oscuro y promiscuo, no dan lo mejor de sí, y la tensión alcanzada hasta entonces, decae. Lo más logrado: la definición de los personajes y su entorno, tal como dice su director: “Los dos protagonistas son prisioneros a su manera, han construido jaulas mentales muy reales en las que encerrarse: uno para escapar de sí mismo, el otro para tratar de soportar un dolor insufrible”. En ese sentido, la casa de ella y la camioneta de él funcionan como verdaderas prisiones.


We Are Little Zombies (Makoto Nagahisa, Japón, 2019)

Liliana Sáez


La más inventiva de las películas de esta Competencia, también tiene como protagonista a un grupo de chicos que han quedado huérfanos y se conocen en el crematorio donde los cuerpos de sus padres han sido reducidos a cenizas, coincidiendo en un sentimiento que no es especialmente de tristeza. A través de la narración de Hikaro (interpretado por Keita Ninomiya, quien obtuvo en esta edición el premio a Mejor Actor), vamos conociendo la historia de los chicos. Apelando a la hiperactividad virtual de los adolescentes, la puesta en escena, representada como un juego de Nintendo, adquiere una dimensión vertiginosa de gran colorido e imaginación. 

 Podría haber sido una de las favoritas si no se hubiera extendido tanto en su metraje. Compuesta como un collage de imágenes multimedia, relata la vida triste de cada uno de los chicos cuando sus padres vivían. Y justifica, con cierta acidez humorística, la libertad que han alcanzado los cuatro huérfanos que, entre divertimento y divertimento, se les ha ocurrido crear una banda de rock que, inesperadamente, adquiere gran popularidad. Una comedia agridulce, narrada a través del ordenador, del smartphone o del metálico sonido computarizado. Nagahisa logra un relato conmovedor sobre la niñez, apelando a un registro altamente desopilante que lo inhabilita de drama y sensiblería.


11 mayo 2019

Monos (Alejandro Landes, Argentina, Colombia, Holanda, Alemania, Uruguay, Dinamarca, Suecia, Suiza, Estados Unidos, 2019)

Liliana Sáez


En esta multiproducción, el protagonismo es colectivo. Un grupo de adolescentes, dirigidos por un enano adulto, forman parte de un grupo paramilitar en medio de la montaña. Con un despliegue visual espectacular, tanto por la geografía colombiana como por el registro de la cámara, nos sentimos inmersos en una montaña entre las nubes, donde este grupo de mercenarios es entrenado, quedando a cargo de la custodia de una vaca, que servirá de manutención, y de un rehén. La vida de la vaca no dura nada en ese entorno, por lo que deberán huir para evitar el castigo prometido. Pretexto de sobra para explotar otro paisaje tropical, la selva. Los personajes presentados al comienzo con nombres rudos, no son honrados por estos actores que no calzan la violencia para la que han sido diseñados. Al fin y al cabo, estamos ante una historia de chicos, irresponsables como toda juventud rebelde, que lleva a cabo acciones incomprensibles, en una especie de metáfora de los hechos sucedidos en Colombia en tiempos recientes. 

En el aspecto formal, aplaudimos la libertad de la cámara, la función sobrecogedora y por momentos festiva de la música de Mica Levi -quien obtuvo el premio a Mejor Música Original-, pero quedamos inconformes con los actores que no alcanzan verosimilitud en sus actos, con excepción de la rehén, que carga a cabalidad sobre sus espaldas la responsabilidad de su representación. Pero no nos vamos muy tristes de la sala, hemos viajado por uno de los paisajes más espectaculares de nuestro planeta, de la mano de un director de fotografía que se convierte en el protagonista más artero del filme, Jasper Wolf. 

Los tiburones (Lucía Garibaldi, Uruguay, 2019)

Liliana Sáez


En un balneario uruguayo, Rosina cree haber visto un tiburón. En la paz del lugar se pasa el verano y la necesidad de que los turistas no se enteren de lo que ella afirma. La vida del pueblo, de su familia y del trabajo que realiza un grupo de hombres (entre los que se encuentra el padre de la chica y el joven que la atrae) pasan por detrás, como telón de fondo de la curiosidad de la joven, animada por el más chico del grupo. Las escenas transcurren en espacios abiertos, como la playa o las calles y el interior de la camioneta del padre, donde se trasladan los trabajadores. 

De toda la propuesta, rescatamos la energía de Romina Betancurt, con su mirada lánguida por momentos y acuciante en otros, con su voz gruesa y sus movimientos seguros. Es la más convincente del grupo actoral y la que lleva la batuta de la historia. Una pena que en el encuentro con la directora, esta haya dudado al responder las preguntas que se le hacían, hubiera necesitado que Romina la secundara, seguro hubiera defendido mejor el filme que su autora, que se llevó el Premio Especial del Jurado.