31 enero 2006

Sobredosis de Caicedo


Mi obsesión por Andrés Caicedo surgió cuando vi un documental filmado por Luis Ospina, un entrañable homenaje a ese amigo que sintió que ya lo había vivido todo a los 25 años.
Desde entonces, atesoro "¡Que viva la música!", su único libro publicado en vida. Sus amigos han seguido editando sus escritos, sus cuentos, sus artículos. Andrés no sólo fue escritor (de guión para cine, de literatura, de críticas cinematográficas), sino que fue un CINÉFILO con mayúsculas. Era amante de los vampiros y mantenía una relación de amor-odio con su ciudad natal, Cali, a quien le dio su primer cineclub y su primera revista de cine.

Aquí, la crítica que escribí luego de ver la película que me presentó a un Andrés fascinante.

Andrés Caicedo. Unos pocos buenos amigos

Si Andrés Caicedo viviera llevaría sus cuarenta años con la dignidad que confieren un puñado de canas y la tranquilidad de tener tras de sí una eficiente tarea realizada. Pero este caleño, nacido en 1951, puso fin a sus días en 1975, llevándose su sonrisa angelical, sus pequeños ojos escondidos tras las gafas y su tímido tartamudeo. Sin embargo, nos dejó un sin fin de escritos talentosos, sensibles, subversivos.

En Cali sólo conocen a Andrés Caicedo sus amigos, entre los que se cuenta Luis Ospina, realizador de "Andrés Caicedo: Unos pocos buenos amigos", título inspirado en un fragmento de la novela de Andrés "¡Que viva la música!".

Que nadie sepa tu nombre
y que nadie amparo te dé.
Si dejas obra,
muere tranquilo,
confiando en unos pocos
buenos amigos.

Ospina enfrenta este docudrama, como él mismo lo define, a través de doce capítulos que recogen testimonios de sus amigos, fotografías y una cantidad de material audiovisual que enriquece la obra hasta el punto de no saber a qué se debe el éxito logrado en la transformación del espectador, si a la efectividad de la película o a la avasalladora personalidad del homenajeado.
De cualquier manera, quien vea "Andrés Caicedo: Unos pocos buenos amigos" accede a este increíble escritor, crítico y realizador cinematográfico, a través del cariño añejado de Luis Ospina, quien compartió con Andrés buenos momentos de juventud.

Una entrevista inicial nos hace sentir culpables de no conocer la figura de Andrés Caicedo. En Cali, nadie sabe quién es. Sin embargo, I. FELICES AMISTADES, nos presenta a sus pocos-pero-buenos-amigos: Alfonso Echeverri, Carlos Pineda, José A. Moreno, quienes, junto al testimonio de Carlos Caicedo (el padre de Andrés) nos narran sus recuerdos que llevan prendida la niñez de Andrés. Amaba jugar fútbol, odiaba las fiestas, era torpe...

II. RECIBIENDO AL NUEVO ALUMNO nos presenta a Germán Cuervo, Miguel González, Jaime Acosta, Enrique Buenaventura, quienes recuerdan a Caicedo como el primero que les hablara del "boom latinoamericano", allá, por 1964. Su descubrimiento del teatro y su ingreso al Teatro Experimental de Cali, como actor y, luego, ocupando un espacio para lanzarse a un sueño que vivirá con los ojos abiertos durante sus últimos años: la dirección de un cineclub (el primero de Cali).

III. ANGELITA Y MIGUEL ANGEL es el título del guión de Andrés que comenzó a rodar junto a Carlos Mayolo en 1971. Ospina lleva a cabo, junto a Jaime Acosta, Pilar Villamizar y Fabián Ramírez la reconstrucción de este film "perdido". Los testimonios señalan que las discusiones sobre el final, que surgieron entre Caicedo y Mayolo, fueron la principal causa de su aborto.

Ospina ofrece un doble juego: imágenes recuperadas del film y diálogos leídos desde el libreto, por los personajes, nueve años después. Seres que viven en un encierro, en la oscuridad, son enfrentados a un conflicto exterior. Se trata de la primera película de ficción que llevan a cabo los jóvenes de esa generación, quienes, cansados del documental, buscan vías nuevas para la creación.

IV. CALICALABOZO. Imágenes de Cali, música tropical y palabras de Caicedo:

Maldita sea, Cali es una
ciudad que espera,
pero no le abre las puertas a
los desesperados.

La letra de una vieja máquina sigue definiendo al calabozo: "Odio a Cali, una ciudad con unos habitantes que caminan y caminan... y piensan en todo, y no saben si son felices...", dibujando a la ciudad que cobijó a este querido hijo desconocido.

Andrés vivía con el horror por dentro, sentía pasión por el miedo, sufría, era vulnerable... Testimonios que Ospina sólo puede reflejar a través de sus conocidos, de sus escritos, de la música, de la imagen. La violencia vivida en el valle del Cauca permite esa fascinación por el horror que tan bien interpretó Caicedo y que es común a toda su generación.

V. MEMORIAS DE UNA CINESÍFILIS: Ciudad Solar fue el bastión de este grupo de jóvenes que compartía con Andrés el amor por el cine y la fotografía. Especie de comuna, cedida a Hernando Guerrero, la casona se mantenía con el producto de las entradas del cineclub que Andrés, gentilmente, cedía. Allí iniciaron sus carreras Miguel Gonzáles, Oscar Muñoz, Fernel Franco, Carlos Mayolo...

VI. OJO AL CINE: Clarisol, Guillermo Lemos y Carlos Tifiño, entre 12 y 15 años. Jóvenes que concurrieron por curiosidad al Cineclub de Cali y se prendaron del amor al cine que sentía Andrés, iniciando el riguroso rito semanal que era adentrarse en el estómago oscuro de la sala para después gastarse las horas hablando de lo que habían visto, absorbiendo las enseñanzas de Andrés, estrechando lazos, a pesar de la diferencia de edades. Así descubrieron la admiración que Caicedo sentía por Jerry Lewis, tan pasado de moda para ellos. Allí hicieron suyas las palabras inteligentes y reflexivas de Andrés:

"En los años 60, Jerry Lewis era la figura que regulaba nuestra impedida adolescencia y cuando malcrecimos, vinimos a comprobar que su torpeza no sólo era la nuestra, sino que la había inventado para que nosotros la copiáramos y nos justificáramos en su genio. La torpeza deviene de la conciencia de ser observado y ésta de concederle una importancia exagerada a las personas y al mundo que habitamos. Nos creemos mucho menos perfectos de lo que somos y esto es lo que nos atemoriza y nos impele a romper el jarrón en la mitad de la visita.
Creemos, entonces, que estamos destinados a la falta de afecto, de reconocimiento y quisiéramos, no que la tierra nos tragara, sino convertirnos en otro, en aquel que sepa aprovechar la mínima parte correcta de nuestra naturaleza"
(tomado de "El genio de Jerry Lewis").

Entre 1974 y 1976 circula en Cali la revista Ojo al cine, que dirige Caicedo:

"...dedicada al cinéfilo desprevenido, de claro aire lewisiano, pero amparado por el cineclub sincero. Y si logra ir en contra de la fofería, de los realistas socialistas y de las momias de la cultura, nuestra conciencia es la cultura en pasta" (Ojo al cine Nro. 3-4, pág. 6), testimonio de la labor reflexiva que en torno al cine llevaba Caicedo. Sus críticas, valientes, desmitificadoras, apasionadas, colman las expectativas del lector.

VII. LOS OSCUROS DESAHOGOS. Andrés es enfrentado por Ospina a los testimonios de sus amigos. ¿Solo, incomprendido, celoso, posesivo? Un apasionado por el cine, por la literatura, sus nervios estaban totalmente expuestos a emociones y sensaciones. Atormentado. Vulnerable. Humano...

VIII. EL ATRAVESADO. Guión de Caicedo. Versión de Julio Ardila. La violencia de los 70, la presencia de la música, de la droga, en fin, una generación que vio crecer y morir a uno de sus máximos representantes.

IX. STREETFIGHTING MAN. La ideología de Andrés. ¿Lo tentó la izquierda? Caicedo quería cambiar al mundo, sin embargo, no se alistó bajo ninguna bandera: "No te detengas ante ningún reto y no pases a formar parte de ningún gremio. Que nunca te puedan definir ni encasillar" ("¡Que viva la música!").

X. EL TIEMPO DE LA CIÉNAGA. Ospina se da cuenta de que los testimonios escritos por la letra nerviosa de Caicedo pesan más que las frases de sus amigos:

"La muerte debe ser la primera consecuencia de la felicidad de la realización. Necesito mi muerte, pero soy demasiado infeliz para morir. Necesito la muerte, necesito la nada".

XI. QUE VIVA LA MÚSICA. Título de la novela que marcó su cita con la muerte. En ella enfrenta al rock, representante de la burguesía, de la penetración cultural norteña con la salsa, símbolo de vida, renovación y autenticidad.

"...escribir, aunque mal, aunque lo que escriba no sirva para nada que sí sirve para salir de este infierno (ja, ja) por el que voy bajando, que sea la razón verdadera por la que he existido..." (Carta de Andrés Caicedo a Carlos Mayolo, 1972).

XII. LA PIEL DEL OTRO HÉROE. Sandro Romero y Luis Ospina encontraron y recopilaron una enorme cantidad de escritos de Andrés y piensan publicarlos ("Destinitos fatales" y "Angelitos empantanados" serán el resultado parcial de ese hallazgo). Su cariño y admiración por el amigo continúa manifestándose día a día y no sólo con palabras.

Mi fascinación por el personaje de Andrés Caicedo, provocada por Luis Ospina, es total, hasta el punto de haber contado casi toda la película. Faltan imágenes, gestos, palabras, sonidos, recuerdos, escritos, que no caben en el papel y que se resumen en no más de setenta minutos de la afectiva obra de Ospina.

A pesar de haber accedido, en parte, a la obra de un ser admirable, inteligente, querible, entrañable, se suspende en la admiración, en esa fascinación a la que me refería, un desconsuelo. Ospina logra, con las frases de los amigos de Andrés, establecer una coincidencia: todos lo admiraban, pero pareciera ser que ninguno se lo hizo saber. Hombres y mujeres recuerdan su juventud con nostalgia, con sonrisas, a veces, pero también con un reconocimiento: nueve años después de la muerte de Andrés Caicedo, logran percibir la dimensión de su amistad. Y el espectador tiene la certeza de que se han quedado con palabras y cariños por expresar.

El film-homenaje de Luis Ospina logra lo que se ha propuesto: enviar un póstumo cariño al amigo ido y dar a conocer una etapa de la vida de este talentoso joven, que a los veintiseis años, cuando publicaba su primera novela, cuando estaba en la cumbre de su desarrollo intelectual, quiso huir de este mundo, quizás, como dice Mayolo, "para morir con las ideas vigentes".

Liliana Sáez

Publicada en Encuadre Nro. 35, Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, marzo-abril 1992.

22 enero 2006

“El cine no es sino problema de tener cojones”, Caicedo dixit

“La crítica es para mí un intento de desarmar, por medio de la razón (no importa cuán disparatada sea), la magia que supone la proyección. Ante la oscuridad de la sala el espectador se halla tan indefenso como en la silla del dentista….Siempre de la crítica me ha gustado lo insólito, lo audaz, lo irreverente, lo maleducado. Para esto sería bueno encontrar un método que universalice lo personal. Cada gusto es una aberración”

ANDRÉS CAICEDO (1951-1977)

Cali parió a Andrés Caicedo. Su obra literaria, fílmica y crítica resume un único universo, una mirada introspectiva que se funde con un paisaje cerrado, el de su ciudad natal. En ese territorio tan pequeño, cobran vida los fantasmas de Andrés, que se desmadejan en mundos complejos y nos contagian la cinesífilis incurable que llevó siempre consigo. Para muestra, un cuento...


CALIBANISMO

Hay varias maneras de comerse a una persona. Empezando porque debe ser diferente comerse a una mujer que comerse a un hombre. Yo he visto comer hombres, pero no mujeres. No sé si me gustaría ver comer a una mujer alguna vez. Debe ser muy diferente. Lo que yo por mi parte conozco, son tres maneras de comerse a un hombre. Se puede partir en seis pedazos a la persona: cabeza, manos y pies. Sé que hay personas que parten a la persona en ocho pedazos, ya que les gusta sacar también las rodillas, el hueco redondo de las rodillas, recubierto con la única porción de carne roja que tiene el ser humano. La otra forma que conozco es comerse a la persona entera, así no más, a mordiscos lentos, comer un día hasta hartarse y meter el cuerpo al refrigerador y sacarlo el otro día para el desayuno, así. Como comerse un mango a mordiscos. Porque yo puedo decir que a mí antes me gustaba muchísimo el mango verde, y después vino esa moda de partir el mango en pedacitos y fue apenas hace como una semana que me vine a dar cuenta que los mangos verdes me habían venido a gustar menos y supe también que era porque me los comía partidos, así que seguí comprándolos enteros, comiéndolos a mordiscos, y me han vuelto a gustar casi tanto como cuando estaba chiquito. Eso mismo debe pasar con los cuerpos. La persona que ya lleva siglos comiéndolos tiene que darse las maneras de variar el plato para no aburrirse, porque si no como hacen.

Yo no sé si ustedes leyeron la otra vez en la prensa que habían encontrado el cuerpo de un coronel retirado, metido en una chuspa de papel y amarrado con cabuya, lo que dijeron fue que lo habían encontrado por el Club Campestre, y que había expectación por el extraño estado en que se había hallado el cuerpo. Era un coronel Rodríguez, un tipo ni flaco ni gordo, de bigotito, y con una chucha que arrasaba. Claro que los periódicos nunca dijeron en qué consistía ese “extraño estado en que se había hallado el cuerpo”, pero como yo estoy al tanto de las cosas yo sé que el cuerpo ese lo que estaba era todo mordido, no se lo acabaron de comer todo porque mi Coronel ya tenía 52, allí fue cuando se dieron cuenta que no había como la carne de gente joven, fresca.

Los ojos, por ejemplo, que dizque son lo más exquisito, dicen que cuando la persona pasa de los
35, se endurecen y se agrian, ya no vale la pena comerlos.

He visto comerse a una persona de muchas maneras, pero lo que no he visto nunca es comerse a una persona viva. A la gente que le gusta comer gente parece que le gusta más comerse a la gente viva, según lo que me han explicado, la carne sabe mucho mejor y eso de que la sangre corra a toda que dizque le da mucho atractivo a la cosa, lo que pasa es que comerse a alguien vivo es naturalmente bastante complicado, de vez en cuando hace que se necesiten cuerdas y clavos y otros elementos, y si los que comen no son más de dos personas, una joven y la otra vieja, hacer tanta violencia se vuelve bastante dificultoso, así que se contentan con comerse a la persona muerta, claro que no hace mucho tiempo, no, recién muerta, y como el alma aunque haya mucha gente que no lo crea siempre le da muchísimo más sabor al cuerpo, pues cuando el alma abandona el cuerpo el cuerpo queda con menos sabor, y la persona que come no se soda tanto como si se estuviera comiendo a una persona viva, pero se contenta, come silenciosamente y se contenta porque de todos modos está llenando la barriga, y puede que hasta piensa en el día que amanezcan de buenas y tenga oportunidad de comerse a alguien vivo, ese día será un gran día y puede que esté cerca, y la persona que come se alegra pensando en eso.

Yo por mi parte hace ya como dos años /¿o más de dos años?/ que estoy viendo comer gente mínimo una vez por semana, y déjenme que les cuente lo que yo siento, bueno, claro que al principio se me descomponía el estómago y ondas así, pero ahora todo eso se me ha endurecido, fíjense, claro que no es que me guste ver como se comen a la gente, sólo que uno ya soporta eso mejor, cuando ya se vuelve cosa de cada sábado uno ya ha clasificado ese hecho entre lo que se hace todas las semanas, entre lo que sería bueno no seguir haciendo pero va a tocar seguir haciendo hasta que se muera uno, hasta que se muera uno Dios sólo sabe cómo, pero ahora ni modo, nos tocó mano, resultó que nosotros salimos escogidos.

Por qué mejor no me dejan que piense en otra cosa. En películas, por ejemplo. No, no me gusta hablar de películas, yo tuve un tiempo en que me la pasaba todo el tiempo hablando de películas, veía a una persona, saludaba un amigo y allí mismo le preguntaba si había visto tal película, que si fue al teatro que si le gustó la onda, y ya la gente me estaba era poniendo apodos, peliculero. Teatrero, cosas así, apodos que no tenían nada que ver conmigo y que la gente también sabía que no tenían nada que ver conmigo, pero me los ponían para distinguirme, para que la gente estuviera avisada que si yo me les acercaba que salieran de mí lo más rápido posible, que me desligaran de una, porque con el Peliculero no se podía hablar, el Teatrero no habla otra cosa sino de cine, y si había una pelada que me gustaba a mí y ella salía corriendo sin siquiera conocerme, porque a la gente de por acá ya no les gusta que uno les hable de cine, yo no sé por qué si se ven mínimo dos películas a la semana, yo no sé, van al cine como locos pero no les gusta que uno les hable de cine. Yo he conocido poquita gente a la que les gusta que uno les hable de cine. La otra vez conocí a Enrique, uno que le dicen El Lobo Feroz, que hasta por cierto estaba medio loco porque una novia que tuvo le salió vampiro o algo así, y Enrique había quedado con la teja corrida de la impresión, y de un momento a otro le dio por hablar de cine, por hablar no, porque le hablaran mejor dicho, hasta se consiguió el teléfono de mi casa y me estaba llamando para que conversáramos de cine, si me invitó como dos veces al Isaacs póngase a ver, pero yo me lo tuve que desligar porque el tipo me cayó bien y a mí no me gusta andar de a mucho con los tipos que me caen bien, no sea que los enrede bien feo con estas amistades peligrosas con las que yo ando. Pero con Enrique me pude echar mis buenas parladas, parlamos del man Corman, de lo que hizo Corman conPoe, de eso que fue como un contrato al que Poe accedió porque no había modo de hacerlo de otra manera. Esas películas que Roger Corman hizo con algunos de los cuentos de Edgar Allan Poe. Esas películas que no tienen nada que ver con Poe, pero que perduran allí y si uno se las repite por quinta vez pues dice por quinta vez que son una belleza, y ahora me cuardo cuando yo estaba chiquito y que vi el corto de “Los destinos fatales”, me acuerdo que lo dieron en el Cervantes cuando todavía no existía el Cervantes y era un corto de colores y de sangre y de pronto aparecía la cara de Vincent Price y en la otra vista una calvera del tamaño de la cara de Vincent Price llenaba la pantalla, y después era lo mismo con la cara de Peter Lorre y Debra Pager (sic) subiendo las escaleras en “Morella”, esa imagen morada y negra, con esa cara que no podía ser otra cosa sino la maldad pura, la maldad pura con forma de mujer subiendo una escaleras mientras la otra Debra Pager la espera arriba, arriba toda pureza toda belleza y toda candor esperando a su madre que es la maldad pura, y yo apuesto que si Poe ve esta película ahora salta de alegría y se retuerce y llora pasito, sin que nadie se dé cuenta, sin que nadie pueda presenciar sus saltos de alegrías ni sus lloradas pasiticas; cómo hubiera escrito Poe si hubiera conocido el cine, eso es lo que me pregunto yo, qué cosas hubiera escrito, digo, después de ha entrada a una sala a la que después de una señal se le apagan las luces y entonces uno entra en ese sueño, en ese viaje colectivo de búsqueda de recuerdos que es el cine, qué es eso de que ya nadie habla, qué es eso de que si alguien habla todo el mundo dicho chito y si la persona no obedece el chito pues todo el mundo se le va encima y si al otro día la policía viene e investiga y el administrador del teatro le explica cómo fue la cosa, el policía entiende y no se puede llevar a nadie a la cárcel, pero por qué si al tipo ese se le fueron encima porque no se quiso callar después de que le dijeron chito, le dijero chito porque la gente quería seguir viendo a Vincent Price convertirse primero en cera, después en cartón y después en vómito. Puro y simple vómito. El Sr. Valdemar se conviritó en vómito después de haber estado años deteniendo a la muerte, a la muerte que al final tiene que triunfar. “Una masa casi líquida de repugnante podredumbre”. Escribió Poe. Pero Corman lo volvió vómito, y fue la primera película en la historia del cine en donde un ser humano se vuelve vómito, vómito que no tiene nada que ver con Poe, ni además ese technicolor, que tampoco tiene nada que ver con Poe, pero Corman lo hizo, puso el nombre de Poe en más de siete películas, y la American International se encargó de pasearlas por debajo de cuerda por todos los cines del mundo y cuando ya Poe no le dé más a Corman pues Corman se olvida de Poe y no ha pasado nada, es bueno volver a leerlo pero nada más, ya mi trabajo con usted quedó concluido y todo el mundo muy contento. Claro que después viene otro hombre y por allí pasa algunas noches en vela después de haber leído ciertos cuentos y entonces empieza a tramitar derechos de adaptación, entonces tendremos el gusto de ver nuevas cosas de Poe en la pantalla, en nuestros sueños, y tendremos el gusto de verlas cuantas veces podamos y ojalá que no cobren $ 8,80 por entrar a verlas, y si por si acaso yo viajo al Asturias y afuera hay como dos hembras que están esperando quien las entre al cine, si hacen todo lo que uno quiera con tal de que las entren al cine, pues entonces yo escojo la más chévere y me la entro, y cuando estemos sentados en las primeras filas y ella me empieza ameter los dedos en la bragueta, si yo puedo le cuento cosas, le hablo un poquito de Edgar para que ella coja más la onda, y así y todo vemos la nueva adaptación que hace Fellini y Robert Wise, eso no se sabe. Cualquier persona. Cualquier persona puede hacerlo. El cine no es sino problema de tener cojones.

Esto fue lo que yo hablé con El Lobo Feroz antes de que no volviera a verlo. La última vez que me lo encontré andaba con un sombrero blanco de tejano, y me vio pero no me saludó ni nada. Yo creo que ya está loco. Mucha gente se está enloqueciendo en estos días aquí en esta ciudad. Lo que pasa es que estamos pasando días difíciles, eso es lo que yo le digo a la gente apenas puedo. Pero que no se pongan muy moscas que las cosas tienen que cambiar, eso es lo que les digo mano, que las cosas cambian.

Ya que estaba hablando de cierta onda de cine y que por allí mencioné el Asturias déjenme que les cuente de María, la pelada esa que yo conocí cuando estaba en cuarto de bachillerato y tenía catorce años y estudiaba en el San Luis pero todavía no conocía a Antífona. María tenía como 13 años, los senos como dos limoncitos y la cara sucia de carbón, de banano, de huevo duro, de barro, de cualquier cosa. Acerca de esto yo conversaba con María después de las películas y le decía ¿María tú te has mirado alguna vez en un espejo cierto? Y ella me decía que sí, que se había mirado en un espejo. Entontes yo le decía María y también has visto que te mantenés con la cara sucia siempre, ¿sí o no María? Y ella me decía sí me he dado cuenta que me mantengo con la cara sucia, ni que uno fuera qué, pero es que entonces cómo hace uno pa que no le peguen, me decía María, si a uno lo ven con la cara sucia ninguno de esos señores le pegan a uno. Entonces ¿qué les hacen? Le preguntaba yo después, y María me contestaba: nos dan una limosna, eso es mejor que pegarle a uno.

Pero después, me decía María, cuando ya uno esté vieja y no le inspire nada a nadie, inclusive cuando ya deje uno de ser niña, las cosas van a cambiar, de eso estoy seguro mano, ya no va a valer de nada andar con cara sucia. Le van a pegar a uno de todos modos. En una época que se nos está viniendo encima.

La primera vez que yo fui al Asturias conocí a María. Miacuerdo que fue una vez que me volé de clase de Anatomía y por allí derecho miacuerdo del viejo Pegaso que daba clase de anatomía, el Pegaso gordo, cabeziblanco, viejo, y esa misma tarde María mirándome al lado de la taquilla del Asturias y cuando compro la boleta la hembra con esos senos como limoncitos se me acerca y me dicen ¿papito entramos? A mí por esa época era primera vez que me decían papito, mano, y claro que oigo eso y miro para todos lados pero sin dejar de mirar esos senos como limoncitos y le digo sí claro cómo no entremos y ella me dice entramos ¿sí? Y yo le digo si claro cómo no entremos y ella me mira a los ojos y me dice bueno y mirándome como bien abajo, como por la barriga o más abajo creo yo, me dice bueno, entremos y yo le digo sí claro cómo no entremos. Bueno, ¿y la boleta? Me dice ella. Ah claro cómo no la boleta.

Y voy y compro otra boleta y entro con María a ver “¡Viva María!” y la segunda de James Bond.

María era una niña de ojos pequeños y cejas muy arriba de los ojos, y la primera película que vio fue “Retaguardia” que la vio cuando tenía dos años. Cuando entró conmigo por primera vez nos hicimos en la segunda fila en el lado izquierdo, con ella fue que yo aprendí que el cine se tiene que ver de bien cerquita y desde el lado izquierdo. Cuando entramos estaban en los cortos, esa tanda de cortos que dan en el Asturias: todas las películas que van a dar en la semana. Dan de a dos películas diarias de lunes a viernes y un solo doble sábados y domingos, y no hay que olvidarse que los domingos hay matinal por la mañana, o sea que si uno va un lunes pues le tiran 12 cortos. Y cómo le gustaban los cortos a María, me dijo papito qué quiere que hagamos cuando estaban dando el corto de “Prófugo de su pasado” y yo le digo no sé mamita usted verá, como por tirar conocimiento y tal, y ella se me recostó en el hombro como con qué delicia y me dijo papito tan lindo y yo le volví a decir mamita pero a lo mejor ella ni me oiría porque estaba bien apretada a mí y bajándome una mano por la barriga y sintiendo bien cómo la barriga se le llenaba de montañitas, qué rico papito, decía ella cuando tocaba mis montañitas, ¿venimos el miércoles a ver “Profugo de su pasado”? Me preguntó, y yo le dije claro mamita venimos, claro que iba a venir, claro que lo del examen de geometría lo arreglaba de cualquier manera, yo no sé, pero el miércoles venía a verme acá con ella, no todo el mundo tiene la suerte de aprender todas las cosas importantes de la vida al lado de una pelada que le explica a uno mientras uno ve cine de lo más fresco, díganme que más se puede pedir. Tener una pelada al lado mientras se ve cine. No
hay nada mejor, eso es lo único.

Con María vi “Profugo de su pasado”, vi “La última carreta”, “El jardín del mal”, “Pistoleros al atardecer”, “Pasto de sangre”, “Motín a bordo”, “Cantando en la lluvia”, “Río Bravo”, “El infierno es para los héroes”, “Obsesión de venganza”, “El gran vals”, “Sangre y arena”, “Demetrio el gladiador”, “El cazador de la frontera”, todas esas cosas que ya no se ven más, y ahora, cuando me despierto, cuando abro los ojos y soy consciente de que otro día empieza con Antífona, yo me quedo como dos horas acordándome de todo lo que vi en esos tiempos, y si se me para por Lee Remick y si esa angustia se me deposita en el esternón desde temprano y no me deja hasta que se acabe el día, esa angustia me jode es por Richard Widmark todo jodido y viejo, y yo viéndolo desde acá, desde la oscuridad eterna al lado de María que agacha la cabeza bastante y me lambe el ombligo y me dice qué siente papito y yo le digo muchas cosas María siento muchas cosas, y cuando la película se acababa ella me apretaba la mano y me hacía prometer que nunca la iba a olvidar, que si algún día yo dejaba de venir ella me iba a esperar a la puerta del Asturias hasta cuando yo viniera y que si dejaba de ir dos días ella me esperaba al otro día, hasta que yo viniera porque tenía que venir, yo tenía que ir y saludarla y comprarle la boleta y si yo no tenía plata ella conseguiría papito, para que los dos entráramos al cine, para que conversáramos sobre Liz Taylor y sobre Ava Gardner, tiene la boca igualitica a la de María ahora que miacuerdo.

María ahora debe tener 15 años. Yo no le he preguntado a nadie de los que van al Asturias, pero sé que todavía debe estar allá. Claro que ya no me espera. Claro que ya se ha dado cuenta que yo no voy a volver, claro. Pero ni más tonta que fuera, ella no deja de ver cine. Hace diez años que va y se para todos los días al lado de la taquilla del Asturias, allí de bien cerca para que uno pueda verla apenas compra la boleta ¿cómo estará ahora tendrá la cara sucia? Yo no sé. Yo sólo sé que todavía está diciendo ¿papito entramos? Y sé también que todavía la entran. Y que es feliz, aunque yo no haya vuelto por ella. Ella es feliz viendo cine y va a durar siglos con esa felicidad mano, quién no.

Ahora cuando yo me despierto y me baño y desayuno y e visto y salgo por allí a andar, a encontrarme con la gente, cuando recorro la Sexta una y otra vez buscando gente y después paso al Colombo, al Conservatorio, al Berchmans, a todos esos sitios, subo al Club Campestre si alguien me invita y me quedo por allá un sábado completo o si es día de semana me voy a las dos y media al San Luis a esperar a que salga la gente y para que me hablen del colegio, de que van perdiendo materias, del último profesor que resultó cacorro, de todo eso, y ahora que mis días han cambiado, han cogido nuevos rumbos, ahora que yo pertenezco únicamente a una persona y para ella es que están mis días, pero aún así hay momentos en los que miacuerdo de todo eso, de lo que hacíamos ¿se acuerdan? De cuando fuimos a la finca de Miguel Angel hace tres años y los tres días que pasamos con Florencia, con Martica, de cuando salíamos bien temprano al Río y si uno ya tenía novia pues llevaba a la novia en ancas y hacía correr el caballo para que ella chillara y se asustara y se prendiera de uno duro, sentir las manos de ella así de suaves en la barriga de uno. Y después la llegada al Río, la desvestida, las mujeres debajo del chiminango, los hombres en el potrero del otro lado. Y no se bañara en el Charco si el Charco estaba vacío y si había gente pues tocaba buscar otro charco porque uno nunca fue como los de San Fernando, Marquetalia y tal, que si no encontraban el Charco vacío se agarraban por el Charco, si les contara que por ondas así hubo varios muertos. Hace como quince días me fui solo una mañana, fui a coger el bus a Santa Rosa y en el bus me encontré con Corredor que no iba para el Charco sino pal Puente, y que venía todo torcido, y me bajé en el Asombro caminé solo hasta el Charco y en la mitad del camino me quité la camisa y hacía tiempos que no me quemaba y era bueno el sol. Pero ya no queda ni el untado de lo que era el Charco. Claro que la gente se sigue bañando y todavía le dicen Charco, pero ya la corriente cogió por otro lado o es que el Pance se está secando, yo creo que es más bien eso. Ya uno no puede clavar del barranco ni bucear por debajo de las rocas. El agua a duras penas le llega al ombligo. Cuando yo fui había unos pelados de por las fincas de por allí, tal vez del Berchmans, que jugaban fútbol y después del primer tiempo se venían y se bañaban en lo que queda del Charco.

Miren yo les mentí cuando les dije que había visto comer gente todas las semanas. Miren, es mentira. Sólo he visto comer a una persona, el 6 de febrero de 1970. Me tocó verla porque la cosa fue de afán. Se la comieron a mordiscos. Era Alberto Ruiz, el muchacho ese que iba tanto a fiestas. Ese que un día se dio bala con unos policías en el Estanco en una borrachera y no lo mataron. Yo sólo he visto comer a ese, a ninguno más. Ahora sí no les estoy mintiendo. Mentir no es bueno.

ANDRÉS CAICEDO
1971

19 enero 2006

Los imprescindibles: B

En estricto orden alfabético:

...de BAUER. Por su homenaje al entrañable Cortázar.

...de BEINEIX. El de Diva y el de la particular historia de amor que es Betty Blue.

...de BENACERRAF. Por sus únicas pero valiosas películas: el largometraje, Araya, y por su corto, Reverón.

...de BERGMAN. Todo lo que he visto, al menos: Sonrisas de una noche de verano; la filosofía de El séptimo sello; la nostálgica Fresas salvajes; la poesía de La fuente de la doncella; la para mí cómica El ojo del diablo; las intimistas y profundas El silencio y Persona; la atormentada Gritos y susurros; la conflictiva Secretos de un matrimonio; el patetismo de Cara a cara; lo diabólico de El huevo de la serpiente; la autobiográfica Fanny y Alexander. Hay muchas pendientes..., pero con estas bastan para regodearse hasta el no-hartazgo.

...de BERTOLUCCI. Todo, aunque me caigan a palos. Me gusta todo lo que él filma. Me gusta cómo filma. Me gusta su preocupación por la estética de cada una de sus películas, por el detalle, por la iluminación. Me gustan los temas que elige porque hablan de mi generación. Me gusta, simplemente.

...de BIRRI, por Tire dié, y por ser el iniciador de la escuela documentalista en la Argentina. Sus películas de ficción no me atraen para nada. Pero es un hito, guste o no.

...de BORAU. Sólo por Furtivos, sólo por eso.

...de BRESSON. Su cine en blanco y negro. El de Diario de un cura de campaña, El carterista, Un condenado a muerte se escapa. Es sobrio y profundo. Tiene un timming especial, un ritmo que se deja disfrutar.

...de BROOK. Peter, el de Marat-Sade. Ya sé, es teatro filmado. Pero ¡qué teatro!

...de BROWNING, por ser papá del cine de terror, y ¿por qué no decir bizarro? Para muestra, su Drácula y Freaks.

...de BUÑUEL. Es un genio, así, en presente... Pero ¿por qué no lo quiero? De, creo, 41 películas, he visto 38. Son increíbles. No se puede negar su talento, su creatividad, su originalidad. Le gustan a mi intelecto, pero no me tocan el corazón. No obstante, Viridiana, El ángel exterminador, Los olvidados, Él, La ilusión viaja en tranvía y La vía láctea son las que prefiero.

...de BURTON. Unas pocas, El joven manos de tijeras, Ed Wood y Big fish (con reservas).

Deben faltar unos cuantos...

Liliana Sáez

16 enero 2006

Los imprescindibles: A

En estricto orden alfabético:

...de ALMODÓVAR. No todo, claro, sino el más honesto de La ley del deseo, o el más melo de Matador. El más maduro de Hable con ella, pero no, no... ni un poquito del misógino de Mujeres al borde de un ataque de nervios.

...de ALTMAN. Casi todo desde Countdown para aquí (digamos, MASH, McCabe & Mrs Miller, Nashville, A Wedding, Streamers –¡por favor!–, porque lo anterior no lo he visto, lo siento). Aunque sea setentoso. Sin embargo, prefiero al de Fool for Love, The Player, Short Cuts, y la deliciosa Gosford Park.

...de ALVAREZ. El gran cubano Santiago Alvarez de Now. Ese corto resume toda su filmografía. Documental y poesía.

...de ALLEN. Digo el Woody que detestan los woodyallenses: Interiores, Días de radio, Hanna y sus hermanas, La otra mujer, Sombras y niebla, Dulce y melancólico... ¿qué se le va a hacer?

...de ANDERSON. El de If... y el de Un hombre de suerte. El mismo del Free Cinema inglés. Ese.

...de ANGELOPOULOS. De su amplísima filmografía sólo he visto O Thiassos y nada más que por eso está aquí. Tengo tarea por delante...

...de ANTONIONI. El más europeo de los directores de cine. No las he visto todas. Tengo lagunas imposibles, pero guardo como un tesoro haber visionado La aventura, El desierto rojo, La noche (¡por dios!), El eclipse, Blow up, Zabriskie Point y El pasajero (hasta ahí...)

Liliana Sáez

13 enero 2006

El chador y el hiyab


La voz de las mujeres iraníes pareciera acallada, pero no... Shadi Ghadirian (Teheran, 1974) es fotógrafa y posee una galería con imágenes imperdibles, donde el chador y el hiyab son protagonistas.




A Shadi le gusta vivir en su país y pretende mostrar a la mujer iraní actual, conviviendo con las tradiciones y la funcionalidad de la vida moderna. Esta joven es activista cultural y la pretensión de su galería es justamente, lo que yo buscaba... mostrar el lugar que ocupan las mujeres iraníes en el mundo, porque intuye que no sabemos mucho de ellas.

Tiene razón...

LS

12 enero 2006

¿Dónde está la salida?



Oliver Twist

¡De qué manera aterradora Hollywood nos engulle! Algo así como la escuela de The Wall, donde los niños son procesados por una espantosa maquinaria que arroja como resultado seres clonados física e intelectualmente. Ver Oliver Twist hoy en Buenos Aires implica escuchar comentarios sobre el aburrimiento que ha producido en muchos de sus espectadores. Claro, no hay efectos especiales abrumadores ni un montaje que bombardee los sentidos.

Aparentemente, la crítica es que Polanski ha envejecido; que esa historia no cuenta nada nuevo hoy en este rincón del tercer mundo, donde la pobreza es moneda corriente; que ha dejado de lado sus personajes torturados y sus atmósferas agobiantes.

¿Quién dijo? Polanski sigue siendo el mismo de siempre. El joven que con dos amigos y un ropero compuso un cortometraje que le permitió realizar su primer largo; el mismo que era festejado por su extraño humor en El baile de los vampiros y ¿Qué?; el mismo que sumaba personajes atormentados como el de Repulsión o el de El inquilino; el mismo que con tres personajes componía un drama en alta mar... siempre el mismo.

Hoy Polanski presenta Oliver Twist, una historia de Dickens (quizá la Joanne Rowling de su infancia). ¿En qué los ha traicionado el bueno de Roman? En nada... El tipo creció en un ghetto, es una herida que lleva consigo allá donde vaya, así sea en Cuchillo en el agua como en Cul-de-sac; así sea en Repulsión como en Luna de hiel. En todas está presente la claustrofobia. En todas, el/los personajes no pueden salir de un espacio, de una situación, de una relación... ¿Algo más gráfico que La joven y la muerte?

Polanski es más coherente que nunca con este Oliver Twist. Por un lado, porque revisa su pasado; por el otro, porque sigue hablándonos de sus mismos fantasmas de siempre; por otro, porque lo hace con maestría, como el auteur que es.

¿Que ya no utiliza los planos inclinados, las atmósferas agobiantes, los personajes que sufren sin que sepamos por qué? Las atmósferas de Oliver Twist no nos dan descanso sino por algunos segundos (los escasos en que Oliver habita la casa de su benefactor). La riqueza (obviamente no material) de los personajes se apoya en incomprensibles dicotomías (el hombre que cura a Oliver es quien lo entregará para que sea asesinado; el ladronzuelo que condena al amigo por delator, a su vez delata a su amiga; el bruto que ama a su perro no duda en hundirlo en el río mugriento).

Si has visto las películas de Polanski te vas a dar cuenta que sigue siendo el mismo. Le encantan los efectos encontrados. En Cuchillo en el agua, tres personajes están al aire libre, pero rodeados de un mar tan inmenso, que se encuentran encerrados en una situación que pareciera no tener salida. En Repulsión, la joven Carol no logra salir de su casa, donde las paredes cobran vida, donde los espejos le muestran otra realidad. En El bebé de Rosemary, en pleno Manhattan, una joven está sola, presa de una situación endemoniada. En El baile de los vampiros, es todo un pueblo el que vive aterrado por la presencia de esos seres. El propio Macbeth vive atrapado por una situación que lo atormenta. ¿Más ejemplos? ¿Acaso en Tess la joven no está encerrada en una situación social aparentemente sin salida? ¿En Frenético el personaje puede salir de ese país donde desconoce todo y le impide moverse para buscar a su mujer secuestrada? ¿Acaso Oliver Twist puede escaparle a su destino?

Esa última es LA pregunta... Siempre Polanski ofrece una solución. Siempre hay una salida. Pero hasta que llegamos allí, te hace parir junto con el personaje. Yo no creo que Polanski esté viejo y recurra a sus lecturas infantiles (podría decirse eso de Piratas y del caso que nos ocupa), no creo que Polanski haya dejado a sus personajes torturados, acomplejados y retorcidos. ¿Acaso su Fagin (Ben Kingsley) no es la nueva adquisición de su galería de personajes? Seguro le dan la bienvenida Carol, Rosemary, Macbeth, Trelkovsky (El inquilino), Tess, Evelyn (Chinatown), Richard Walker (Frantic), Oscar (Luna de hiel), Paulina (La joven y la muerte), Dean (La novena puerta) y Wladyslaw Szpilman (El pianista).

Polanski no está viejo. Sólo es que no se acompleja por poner en la pantalla sus fantasmas ni sus sueños. Y yo lo aplaudo.

Liliana Sáez

Una realidad marrón

Un artículo de Marc Jardí me recordó una nota que escribí hace bastante tiempo en Venezuela. Algunos gobiernos deberían tener en cuenta la política cinematográfica que se llevaba a cabo en Irán en ese entonces (agosto de 1995) para proteger la cultura de su país. 

Aunque han pasado muchos años, lo que allí digo sigue vigente, por eso la transcribo tal cual salió publicada. Por supuesto, deberán obviar que la muestra fue llevada a cabo en Caracas y la desactualización de los estrenos del momento, que no distan mucho de los actuales en Buenos Aires.

Por eso, ahí va, sin remozar... 

Cine iraní 

En agosto de 1995 se presentó en la Cinemateca Nacional una muestra de películas iraníes, representativas de un cine que, por primera vez se daba a conocer en Venezuela. Se trata de un cine totalmente distinto al que se nos tiene acostumbrados a ver. Guarda una cierta distancia con el cine europeo y brutalmente abismal con el norteamericano. Posee características propias de las cinematografías del tercer mundo, sobre todo en lo que se refiere a disponibilidad de recursos, pero superiores en identidad, calidad y hábil manejo de los recursos del lenguaje cinematográfico, hecho que lo diferencia de todo lo que llega a nuestras pantallas, ya sea de origen occidental u oriental. 

La gran sorpresa la albergan los guiones. Sus historias son sencillas y demasiado sobrias. No incluyen sobresaltos ni lacrimógenos golpes bajos. Sus temas son los propios del país y su gente: la sequía, el analfabetismo, la guerra, la orfandad, la vejez, las ilusiones y los sueños. Generalmente, se centran en un personaje que será el eje del relato y en su compañía sufriremos, gozaremos, en fin viviremos una realidad que les es propia a los iraníes. Para la puesta en escena se recurre a elementos ya existentes, locaciones reales, actores no profesionales, luz natural y muy, muy escasa música que, aunque no esté presente durante todo el film, a veces irrumpe de manera violenta para subrayar ciertas imágenes, sobre todo al finalizar la película. La composición de los encuadres, la elección de ciertos colores para romper la monotonía del marrón –que está presente en casi la totalidad de la pantalla– son cuidadosamente estudiados de manera tal que se convierten en sutiles distanciamientos que permiten percatarse de la presencia del autor. 

Los prejuicios que la mentalidad occidental pueda presentar frente al fundamentalismo, su religión, sus creencias acerca del papel que juega la mujer en la sociedad, en fin, de los amarres que puedan atajar la evolución de una sociedad moderna, esa predisposición prejuiciosa, decía, sufre una estrepitosa derrota cuando el espectador se acerca a la problemática iraní que, aunque sin duda siga su riguroso camino bajo las leyes de El Corán, no olvida sus problemas, sus realidades y, sobre todo, su destino como nación. Si en algo hay un fuerte énfasis es en su identidad. La problemática recreada es la del pueblo iraní. Sus personajes son iraníes, de diferentes zonas, con sus propias contradicciones y con sus distintas necesidades. 

En 1983 se creó la Fundación Cinematográfica Farabi, que canaliza la preocupación del gobierno revolucionario para que el cine se convierta en un medio creativo que sea capaz de difundir el nuevo modelo cultural islámico. Para ello, se privilegia el cine nacional en desmedro del cine extranjero que, hasta entonces, ocupaba grandes cuotas de pantalla. El grupo de directores, productores, guionistas y demás artistas que tenían una trayectoria ya realizada en el país, vio obstaculizado su trabajo ante los nuevos requerimientos. Para la Fundación Farabi fue más viable convocar a nuevos profesionales comprometidos con la revolución. Se desterró de las pantallas todo lo que oliera a frivolidad e, incluso, a política. Para lograr la recuperación de la industria cinematográfica, Farabi se impuso como meta producir 45 filmes anuales. Además de contener un discurso que reflejara situaciones y realidades propias del país, las películas financiadas debían llenar exigentes requisitos de calidad, para lo cual se creó una tabla de clasificación que determinaba si una película debía catalogarse como A-B o C-D. Las primeras eran exhibidas en las mejores pantallas del país y a un precio más alto, además de encontrar espacio en la difusión televisiva. Las segundas sólo podrían proyectarse en salas marginales y muy pocas veces conseguían ser mostradas en el exterior del país. Un director que lograba filmar una película A-B tenía la seguridad de su continuidad profesional. 

Con tales exigencias, no asombra que la muestra presentada en Caracas sea de una calidad óptima. Asomarse a este cine produce un goce intelectual y estético. En las películas iraníes hay reflexión y hay condena, así como se vislumbran soluciones. Quizás los creadores más escépticos sean Amir Naderi y Mohsen Makhmalbaf, quienes condenan a sus personajes a claudicar frente a la naturaleza o al egoísmo social. Bahram Bayzai, por su parte, es más optimista y Said Ebrahimifar se apoya más en las imágenes nostálgicas para ofrecer una reflexión sobre la vejez, dejando un sutil sabor grato al finalizar su discurso. 

Mohsen Makhmalbaf (Teheran, 1957) fue, durante cinco años, preso político en las cárceles del sha persa. Durante la revolución islamita se incorpora a la sociedad dirigiendo el Ministerio de las Artes y el Pensamiento Islámicos. Con Volando desde el demonio hacia Dios, Boicot y Pedler: buhonero se dio a conocer en las audiencias internacionales. En los últimos años, y luego de un período de meditación, Makhmalbaf dirigió Tiempo de amar y Noches en Zayandeh Rud, dos películas que no fueron toleradas por la censura. Su más reciente film es Hubo una vez... el cine, un recorrido por la historia del cine iraní. El ciclista (1989) es, quizás, la más crítica de las propuestas integrantes de la muestra que nos ocupa. La mirada de Makhmalbaf se posa en las peripecias que debe sufrir un refugiado afgano para pagar la hospitalización de su mujer. Sin contemplaciones, el autor abre un abanico de miserias humanas reflejadas en los distintos grupos de la sociedad que, como salvajes, se alimentan de la desesperación ajena. Su estilo, como afirmó en una entrevista, se inspira en El Corán, donde lo humano y lo divino coexisten. Por eso, en su cine, Makhmalbaf se mueve desde el realismo hacia el surrealismo, permitiendo que estas dos corrientes logren fundirse. El hombre que pedalea incansablemente alrededor de una pequeña plaza, el hijo que lo asiste, los médicos que le inyectan excitadores e inhibidores de energía, de acuerdo al patrón que obedezcan, el guía de estudiantes, ciegos, viejos, turistas, los apostadores, los curiosos... integran una fauna grotesca que sigue vuelta a vuelta el recorrido de un desgraciado que satisface su morbo para poder salvar a una moribunda. 

Un niño que vive en un barco abandonado y que, de cara al Golfo Pérsico, despierta cada día con el sueño de conocer otras tierras, es la historia de uno de los filmes de Amir Naderi, El corredor. La supervivencia del joven depende de la recolección de botellas vacías arrojadas al mar por los barcos, de la venta de panelas de hielo y de la limpieza de zapatos de turistas extranjeros. Su familia no existe y su mundo parece reducirse al universo masculino, sobre todo infantil, donde el liderazgo lo lleva quien alcance al tren que realiza rutinariamente su habitual recorrido. Carreras y gritos son el leit motiv del filme. Carreras y gritos que llegan a hacerse insoportables para arrojarle al espectador un discurso sobre la infancia desasistida e imbuida de ganas de crecer, de una energía feroz que busca elevarse a toda costa a la categoría humana y dejar atrás la condición animal del hombre. 

En Agua, viento y polvo, Naderi retoma el tema de la soledad de un adolescente que, habiéndose alejado del hogar en busca de trabajo, regresa para enterarse que su familia ha emigrado, porque la sequía ha agotado el agua del lago que le era vital. El recorrido del joven por el desierto ocupa el tema central de la película, de principio a fin, con los únicos sobresaltos de la aparición de un pozo con escasa agua, o el desperdicio del líquido por parte de un grupo de irresponsables, o el salvamento de un hombre tragado por la arena, o simplemente la presencia de un bebé abandonado. El espectador desarrolla en determinado momento un sentimiento de indignación que es equivalente al asco, provocado al final del film, cuando un grupo de perros encuentra en el cadáver de una res alimento. La imagen ofrecida por Naderi es marrón, color tierra seca y siempre velada por el eterno viento que sopla en el desierto y que nos permite ver sólo siluetas. Nunca vemos perfectamente al adolescente, tampoco al niño abandonado, ni al hombre rescatado. Una sola nota de color irrumpe entre tanto color marrón. Se trata de un par de peces que el joven logra salvar de un pozo con escasa agua. Una nota anaranjada logra captar la atención del espectador como un respiro después de tanto polvo y tanto viento, para terminar provocando un sentimiento de desolación, al romperse el recipiente donde los peces sobrevivían. Un par de coletazos anaranjados ven su última luz sobre la tierra resquebrajada del país. La escena final ya descrita, se convierte en un contrapunto salvaje donde, por un lado el joven cava una y otra vez una seguidilla de pozos para encontrar agua, apoyado por el ruido del pico y los gritos del muchacho enfebrecido y los planos en cámara lenta de los perros extrayendo vísceras rojísimas del cadáver del animal. Naderi cierra su film, luego de la interminable secuenciación de planos de uno y otros con la interrupción de un mar voraz que se convierte en metáfora cruel de la muerte del joven, sumiéndonos a nosotros, espectadores, en inconsolable desazón. 

 Said Ebrahimifar, por su parte, compuso en Granada y caña la historia de un hombre, escrita en un cuaderno que ha quedado olvidado en la calle. Con un torpe comienzo, las imágenes nos presentan a un fotógrafo que busca perfeccionar la gráfica de la explosión de la bomba atómica para utilizarla como decorado de una obra teatral donde se pone en tela de juicio la creación de tan vil arma. El fotógrafo descubre el cuaderno del anciano e inicia su lectura. Esta lectura nos interna en una atmósfera diferente, en la cual las imágenes, compuestas con un preciosismo desmesurado, nos ofrecen un regalo a los ojos. Veremos, en la pantalla, el transcurrir de la vida de ese viejo que ha dejado en páginas hermosamente caligrafiadas sabores, olores, sentimientos, pesares y amores de toda una existencia. Este poema, visualmente hermoso y técnicamente complejo, centrado en los ritos tradicionales y en la arquitectura del viejo Irán, está compuesto por una serie de imágenes, colores y sonidos que sugieren los sentimientos que tiene el hombre por sus seres y objetos queridos. Hay en Granada y caña cariño por la vida, por las cosas pequeñas que la componen, por los momentos cotidianos y rutinarios que se convierten en nostalgia cuando se pierden, por los seres que pasan por nuestras vidas como el reflejo de un espejo, dejándonos sentimientos aflorados y vacíos imperturbables. 

 De las películas integrantes de la muestra, Bashu, el pequeño extranjero es quizás la más accesible para el espectador occidental. Considerado en Irán como uno de los mejores guionistas, Bahran Bayzai es un maestro de la narrativa y un sensible observador del papel ocupado por la mujer en la sociedad. Sus primeros dos filmes, realizados después de la revolución, La balada de Tara (1978) y La muerte de Yazdgerd (1980), aún encuentran reparos por parte de la censura iraní. Bashu..., rodada para el Instituto del Desarrollo Intelectual de la Infancia y la Adolescencia, cuenta la historia de un huérfano que huye de la guerra para refugiarse en el seno de una familia cuyo liderazgo reposa en una campesina. La fuerza de la historia reside en este personaje (protagonizado por la actriz predilecta de Bayzai, Susan Taslimi), quien lucha para sobrevivir mientras su compañero busca trabajo en la ciudad. El campo es el ambiente donde se desarrollará el encuentro entre dos culturas diferentes, entre dos soledades y entre dos fortalezas. La orfandad, el duro trabajo del campo, la necesidad de una familia, los esfuerzos por sobrevivir, las relaciones con un entorno social egoísta y la maternidad son algunos de los temas presentes en esta historia que desarrolla un discurso alejado de la cursilería y del melodramatismo, para incursionar, a través del estudio de los sentimientos, en una tesis humana y realista. 

La altísima calidad de la muestra, aunque no venga firmada por los imprescindibles Abbas Kiarostami y Dariush Mehrjui, aunque cuente con ausencias de las mujeres cineastas Puran Derakhshandeh, Rakhshan Bani-Eternad o Ferial Besad, ha sido un aporte fundamental a la cartelera venezolana cada vez más atormentada por las secuelas de Batman, jueces stallonianos, alertas máximas de Seagal o la millonaria épica marina de Costner. La poesía de Ebrahimifar, la desolación de Naderi, la crítica de Makhmalbaf y la pureza de Bayzai han logrado conmover a los sentimentales, desarmar a los prejuiciosos, satisfacer a los politizados, saciar a los estetas, estimular a los pasivos..., en fin, cumplir con lo que nosotros, espectadores, esperamos del cine. 

Liliana Sáez Publicada en Encuadre Nro. 57, Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, septiembre-octubre 1995.

07 enero 2006

La infamia del desarraigo



Por años viví fuera de mi país. Fue un tiempo sin marcador que, sin embargo, dejó profundas huellas no sólo en mi vida, sino también en la de mi familia. No hay nadie que exprese mejor que Mempo Giardinelli eso que se siente cuando no se está ni allá ni aquí...

LS



"... El amor es el amor, el trabajo es el trabajo, el exilio es el exilio. Se dice fácil. Pero después igual uno se hace bolas. Ya no sé manejar esto con claridad. Quizás el tembladeral empieza con el solo hecho de no tener patria, de haberla perdido. Ni la tienen nuestros hijos y por eso, entre otras causas, es que uno se siente mal. Me revienta reconocer esto. Pero los hijos dibujan dos banderas, se aferran a dos geografías, aprenden dos historias, se contagian de las añoranzas por partida doble y hasta asumen una nostalgia impropia. Todo por duplicado. Y uno siente culpas. Cómo no sentirlas, si uno se ha venido con la muerte en la memoria, con el odio en el bolsillo, con el horror dibujado en la piel.

Y estas criaturas, digo yo: ¿cómo harán para perdonarnos tanta tristeza? ¿Cómo, de qué recóndito sitio sacarán la indulgencia suficiente para disculparnos el trasplante, la confusión? ¿De qué manera se expresará, cuán grande será, su clemencia, su generosidad, el día de mañana, aquí o allá, cuando juzguen este exilio involuntario? ¿Cuando nos juzguen porque les quitamos los rostros de los seres queridos, porque les impusimos un arraigo forzado, un desarraigo prematuro, y porque les endosamos, quién sabe, un odio y un resentimiento que no serán de ellos?..."

Mempo Giardinelli en "El cielo con las manos".

El cine, siempre


La siguiente es una nota que escribí hace casi diez años. La revista venezolana Encuadre nos pidió, en homenaje a los 100 años del cine, que sus críticos escribiéramos por qué lo amábamos.

Mi vida ha cambiado algo. Ya no vivo en Caracas, sino en Buenos Aires; ya no programo la sala de la Cinemateca. Hasta hace poco coordiné un grupo de estudiantes de cine a distancia, donde encontré seres increíbles. Actualmente sigo apostando a la educación virtual.

Mi vida es otra, pero yo sigo siendo la misma, y el cine sigue ocupando ese lugar privilegiado que le he dado desde que era una niña.


Por amor al cine

El cine, un juego de niños

Cuando aún no había llegado la televisión a un pueblito perdido en la cordillera mendocina, dos salas de cine se disputaban un público compuesto de obreros golondrina, que entre enero y marzo invadían las calles de tierra, los hoteluchos de mala muerte, los bares oscuros, la iglesia los domingos y, todas las noches, entre trabajo y bar se refugiaban buscando vivir una fantasía en esos dos templos de pesadas cortinas, cerca de 1500 butacas y una gran pantalla blanca que se transformaba, con la oscuridad, en un mundo mágico, que les permitía olvidar las interminables horas de trabajo bajo el fuerte sol del verano, para ser autores de la faena más importante y más pesada de la provincia, la vendimia.

Pasé parte de mis vacaciones infantiles en uno de esos cines. De día, el olor a desinfectante, las butacas de cuero y el pasillo de madera gastada parecían otros, ajenos al mundo maravilloso que, a partir de las 2 de la tarde cobraba vida en la oscuridad, a veces interrumpida por la luz fugaz de una linterna intrusa. En funciones de 2 y 4 se desarrollaban las aventuras donde Tarzán se sobreponía a cuanta traba le pusieran en una selva hostil. Johnny Weissmuller era el actor predilecto de esa masa deseosa de vivir acciones muy distintas a la rutinaria actividad que llevaban a cabo entre los viñedos.

Mis primos y yo, cinco chicos curiosos, traviesos y muy inquietos, éramos encantados por las imágenes de manera tal que pasábamos las horas viendo cómo una y otra vez transcurrían las mismas secuencias, función tras función y día tras día, hasta el punto de conocernos los diálogos de María Félix en Juana Gallo, o pelearnos entre nosotros por repartirnos los roles de Ben-Hur o Messala. La vida de Espartaco o la de María en West Side Story dividían nuestros gustos, al punto de presionar ante nuestros padres para que programaran una o la otra para el fin de semana, cuando se nos permitía presenciar una función más.

La atmósfera se iba poniendo pesada hacia la noche, donde el haz de luz del proyector se recortaba con un humo denso en la oscuridad, y el olor a uva, a alcohol y a sudor hacían más humana la experiencia que se vivía cada noche. El espacio, entonces, estaba vedado para nosotros. Pero como la vigilancia de los adultos se centraba en el espectáculo, lográbamos entrar al escenario, por detrás de la pantalla, donde dos armatostes gigantescos proyectaban sonidos hacia el público. Medio escondidos entre tales aparatos y bastante aturdidos por el ruido, lográbamos ver imágenes casi completas, que no entendíamos por qué eran prohibidas para menores.

Hoy me pregunto qué vería esa gente cuando Jeanne Moreau caminaba por toda la ciudad en La noche, y si realmente la acompañaban en esa triste soledad o si se dormían y drenaban, apoyados en las butacas, el cansancio físico que les había deparado la faena diaria. Tampoco entendía qué tenía de prohibido Rocco y sus hermanos. Alain Delon era el hombre más hermoso de la tierra y por supuesto entonces, Visconti no significaba nada para mí. Sin embargo, es uno de mis recuerdos más queridos, porque aunque no estaba entrenada para leer subtítulos al revés, los personajes destilaban dolor y la historia parecía ser una tragedia que me conmovía profundamente. Pasarían algunos años para que Visconti ocupara un lugar fundamental entre mis predilecciones cinéfilas.

En algún momento, esa gente cansada y nosotros coincidimos, y no sé qué tendríamos en común, aparte de la misma cita todos los días a la misma hora y en el mismo lugar, pero compartíamos el favoritismo por Lawrence de Arabia, Los cuatrocientos golpes, La dolce vita o El sirviente. Renegábamos de Mary Poppins, La novicia rebelde o Mi bella dama. Nuestras preferidas estaban ubicadas en horarios prohibidos y nuestra perspectiva era muy diferente a la de la mayoría, porque desfilaban, frente a nosotros y al revés, imágenes acuñadas por Leopoldo Torre Nilsson, Roger Vadim, Polanski, Glauber Rocha..., y otras de autores menos dignos, pero muy entretenidos.

Crecer con semejante escuela significó mucho para una provinciana en la capital. Buenos Aires se devora a los individuos. Yo conseguí refugiarme en el cine. Busco mi destino, el manifiesto hippie de Dennis Hopper es la primera que viene a mi mente. Alguien voló sobre el nido del cucú, de Milos Forman; El bebé de Rosemary, de Polanski; Cowboy de medianoche, de John Schlesinger; La última película, de Bogdanovich; Alicia ya no vive aquí, de Scorsese; El padrino, de Coppola; El mensajero, de Losey; La clase obrera va al paraíso, de Petri; Solaris, de Tarkovski... son algunos de los títulos que más me impresionaron.

El universo que se abre ante uno en la pantalla era algo que me tenía deslumbrada. Pero el cine me dio una sorpresa más. La militancia política que se acunó en los 60 y que se desarrolló en la década de los 70 vio en el cine un arma. Cuando en la universidad, luego de pasar por identificación y cateo de armas, entramos al salón y, a escondidas, nos proyectaron La hora de los hornos, comprendí que el cine no sólo es un refugio, un mundo mágico, una ilusión y las tantas cosas que se han dicho hasta el hartazgo. Las imágenes del matadero, las del Che, las de una Argentina que sospechábamos, pero desconocíamos, fueron arrojadas a nuestras caras como una cachetada. La brutalidad de las imágenes, la agresión de los textos, el peso del discurso, develaron un aspecto que no había sospechado. El cine como arma, como conciencia, como nostalgia a la que obliga una infancia entre proyectores, más allá de la necesidad de huida de una realidad dura o inconsistente o aburrida. Más allá de todos esos aspectos baratos, el cine cobró vida con una fuerza y una energía que desconocía.

Mucho ha sucedido desde entonces y hoy, en Caracas, el cine ocupa mis horas de trabajo, mis ratos de estudio, mis momentos de ocio y, muchas veces, insiste en instalarse en mis sueños.

Mientras nos duró la ingenuidad, a los chicos que jugábamos entre pasillos, butacas, cortinas, escaleras caracol y una hermosa pantalla, nos carcomía la gran duda de si del otro lado de la tela blanca, del lado en que se ve la película, sospechaban de nuestra existencia, si nuestras siluetas se delataban tras la pantalla o, si acaso, cobraban vida, confundidas en ese mundo de luces y sombras.

Liliana Sáez

Revista Encuadre, N° 58, Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, noviembre-diciembre, 1995, pp. 24-25.