26 febrero 2006

La caja boba puede servir para algo

Buenas noches, y buena suerte


La mayoría de las veces, la entrega de los Oscars es tediosa, porque la cartelera de los meses previos se ve (mucho más) invadida por las películas nominadas. Por suerte, este año no son tantos "bodrios" y algunas de esas películas se dejan ver.

Demostrar que quien quiere hacer cine, sólo debe tener algo que decir, pareciera ser el caso de Buenas noches, y buena suerte. Una peliculita, así, pequeña. Escasos y buenos actores, fotografía en blanco y negro, apoyada por material de archivo y dos mensajes muy claros le bastaron a George Clooney para dirigir éste, su segundo film.

Rodada en locaciones interiores, con primeros planos muy elocuentes, bastante nicotina y jazz, este actor convertido en director pronuncia un consistente alegato sobre la libertad de expresión y sobre el papel que debería cumplir la televisión.

Un equipo de periodistas, productores y redactores se expone en el cuerpo de Edward Murrow, para hacerle frente a las inconcebibles canalladas que pronuncia el senador McCarthy, presente en imágenes de archivo. Las complejas relaciones entre estos valientes y el directivo de la emisora, la prensa, la oficina de recursos humanos, la publicidad y el terror del colega comunista muestran una realidad en la que la libertad de expresión es una burla, en un país que se considera desde siempre defensor de la libertad ¡del mundo!

En una época en que se trata de ser políticamente correcto, en que tenemos una sociedad que no opina sobre lo que está sucediendo en Medio Oriente, en Latinoamérica, en Africa..., el mensaje sobre la falta de libertad de expresión, hoy, cobra otro vuelo, no ya como censura, sino como metáfora de la imposición, de la coerción, de la instalación del terror.

Liliana Sáez

20 febrero 2006

Crítica poética: Million Dollar Baby



MILLION DOLLAR BABY
Marcela Barbaro






Abro mis ojos
el relato íntimo de una voz en off
me transforma en cómplice de su mirada,
y paso a habitar el lugar de su ceguera
para ser testigo de tres vidas, de tres soledades
que comulgan con un mismo sueño a realizar.

El boxeo, los esperó sudando dentro de un gimnasio anacrónico
los juntó con la excusa perfecta de moldear sus litigios
hasta formar rounds, donde la amistad, la perseverancia y el amor
se dieran contienda, entre las cuerdas imperfectas del destino.

Golpear con la izquierda
y mover el pie derecho.

Sus peleas internas luchan incansablemente
contra sus miedos y fantasmas,
sus orígenes e historias incompletas,
sus culpas y penitencias sentenciadas.
Ellos acorralan su soledad en un rincón del cuadrilátero
y enfrentan sus ojos hasta vislumbrar su meta.

Entre luces y sombras y más sombras que me hablan
se desprenden los matices de los valores más humanos,
los códigos inquebrantables que el silencio acoge:
el respeto, la tenacidad, los sacrificios y las contradicciones.
La mirada hacia el pasado se filtra en un presente, instigándolo.
Sin embargo,
no hay dolor más justificado cuando arriba la victoria
ni sangre mejor derramada
entre los acordes de un guitarra hermosa y melancólica.

Golpear con la derecha
mover el pie izquierdo.

A través de cada golpe
se desprende la frustración y la constancia.

Frankie y Maggie o
Maggie y Frankie
Él, hizo de padre tras la culpa de una pérdida
Ella, fue su hija a pesar de la añoranza
Él, jugó a ser Dios ante la súplica
Ella, pasó a ser la semilla de su fe acabada.
Así nació Mo Cuishle (mi querida, mi sangre).

Suena la campana.
La sensibilidad y la sutileza
están sentadas, de la mano, en una tribuna que espera.

¡Un lemon pie casero!, también para mí
“En un lugar entre cedros y robles
un lugar entre la nada y el adiós”.

19 febrero 2006

En la cornisa


¿Qué de Johnny y June me atrapó?

No fue la historia. Es una más... El chico rechazado por el padre que sale a la vida a empujones, el joven rebelde que lucha por imponer lo que quiere ser, el marido que se cansa de las exigencias de su joven esposa, el cantante que consume drogas para poder resistir las giras interminables... Johnny Cash pasó por todo eso. No es el único, ni el último. ¿Un final feliz para una vida tan dura? Hollywood nos tiene acostumbrados.

Rescato como valiosa la actuación de Joaquin Phoenix. Cómo se calza el personaje, cómo lo ha estudiado y cómo lo interpreta. Me creo, absolutamente, frente a Johnny Cash, me creo sus canciones, su voz profunda, su debilidad, sus desesperados recursos para triunfar (la canción de la cárcel, la declaración de amor a June en el escenario, la función musical en la prisión).

No sé si su labio roto, su mirada de chico perdido o la torpeza de su gestualidad suman a su actuación. Sólo sé que Johnny y June podría ser una película más sobre la depresión en Arkansas, sobre la juventud rebelde de los 60, o sobre una historia de amor. Es más que eso, gracias a la actuación de Phoenix.

Liliana Sáez

15 febrero 2006

Crítica poética: Ghost Dog


Conjugar cine y poesía es una especialidad de Marcela Barbaro, quien ha aceptado este espacio para expresarse. Me siento muy feliz de albergar una de sus críticas poéticas dedicada a una de mis películas favoritas. Bienvenida, Marcela.

LS




EL CAMINO DEL SAMURAI
Ghost Dog: The Way of the Samurai
Marcela Barbaro*


Él eligió resucitar en cada acto al saberse muerto,
para poder valorar la incertidumbre inasible de los días
y prolongar su constante fugacidad, semejante a la de un soplo.

Inmerso en la violencia de un presente sin destino
recorre con su espíritu la transpiración del asfalto
perdiéndose taciturno sobre la permisividad que observa de la noche,
mientras traduce los gritos de una ciudad viciada y oscura
sobre la que desciende, con su planeo, hacia el refugio cautivo de sus rituales
fingiendo ser el vuelo migratorio de solitarias palomas.

Aunque se ría como un niño de la obviedad más irrisoria
solo desea preservar el reverso impreso de añosas tradiciones,
construyendo un pacto inquebrantable sobre la fidelidad más honorosa
a la que sentencia el rigor de su alma condenada a tantos silencios.

Nunca se disipan las huellas de aquello que se extingue
como la herencia de nuestros huesos al convertirse en polvo,
tampoco la soledad está absolutamente sola,
ni el diferente difiere tanto de su reflejo
porque todo se complementa entre acordes incansablemente rítmicos
formando un equilibrio del cual nadie cae, aún estando sobre el vértigo
y donde todo permanece paradójicamente,
libre y dependiente.


* Marcela Barbaro es crítica cinematográfica y poetisa, además de licenciada en Relaciones Públicas. En 2004 publicó “El montaje de la identidad”. También ha publicado junto a otros escritores “6º Antología de poetas y narradores urbanos" (2001) y “Queda en palabras” (2002).

10 febrero 2006

Cuando la patria es la familia


Munich

Para ir a ver Munich debí prepararme, lo confieso. Preparación psicológica para dejar afuera de la sala todos mis prejuicios y preconceptos sobre Spielberg y sobre el tema que toca en su última película. Debo decir que esperaba un alegato sionista, que me encontraría con unos enemigos salvajes y con unas víctimas totalmente desvalidas.

Pues no. Más allá de que Spielberg escogió un tema algo confuso para los más jóvenes, debo reconocer que las casi tres horas que dura el film hablan de otra cosa, no sólo del hecho en el que once atletas israelíes fueron secuestrados (y asesinados) por terroristas palestinos durante las Olimpíadas de 1972.

Se ha acusado a Munich de no ser rigurosa. El film nos muestra a un grupo de personajes históricos que tuvieron en sus manos el (des)control de la violencia que se desató en ese entonces, y de la cual aún seguimos siendo testigos y víctimas. Más allá de los niveles de rigurosidad histórica, me temo que Spielberg nos habla de cómo la educación nos prepara para la defensa de ideales que no siempre son nuestros, de cómo el honor atropellado nos puede llevar a ser más feroces que nuestros enemigos, de cómo la política utiliza a los seres para conseguir sus fines, de cómo esos seres se transforman en algo que no eran ni quieren ser, sólo para cumplir con lo que se espera de ellos.

Spielberg deja su marca bien explícita: la niña que se interpone entre el objetivo y la bomba a detonar, la familia numerosa e inconscientemente feliz del mafioso francés, la parejita de mieleros que aloja al próximo blanco, el llanto del protagonista cuando escucha a su hija por teléfono, en fin, una serie de situaciones muy caras al director. Sin embargo, podemos afirmar que ésta es la película más explícitamente sangrienta de toda su filmografía. Sangre que es desparramada anárquicamente en los asesinatos de los atletas y poéticamente expulsada del cuerpo de la espía norteamericana.

Cuando Avner, el personaje principal, dice que la patria está donde está la familia, está justificando su residencia en los Estados Unidos. Porque qué es lo que vemos de Israel, sino unos seres criados en kibutz, sin la presencia materna ni paterna. Claro que la simpleza del buen Steven podría reducirse a eso: Avner puede hacerle frente a lo que le encargan (a pesar de estar constituyendo una familia que espera la llegada del primer hijo) porque no ha tenido el calor del hogar, y sí le debe todo al Mosad, que honra la figura de su padre y él no es quién para deshonrarla. Ese eterno agradecimiento a una institución que lo usa, lo llevará a una transformación que se evidenciará en el transcurso del film.

Cada uno de los integrantes de la célula organizada por Israel para matar espectacularmente a los líderes que han urdido el plan del secuestro va a sufrir una metamorfosis a lo largo de la trama. Y ahí es donde me ha sorprendido Spielberg. Cada uno, a su manera, va a transformarse: uno en más seguro y arrojado, otro en más inseguro y distraído, otro en más crítico, y Avner tomará conciencia, luego de cada asesinato, cada vez más, de su propio cambio.

Estamos acostumbrados a que el cine norteamericano nos muestre siempre un solo lado de las guerras, de los enfrentamientos, de los duelos... El victimario casi nunca se muestra en la intimidad, siempre es malo y siempre está preparado para atacar. Una situación casi risible, aunque sólo llegue a mueca, se produce cuando los dos grupos antagónicos (palestinos e israelíes) llegan a habitar la misma casa que el agente francés les ha asignado para apurar el desenlace. Allí, en la escalera, tiene lugar una conversación donde ambos líderes exponen sus razones para estar donde están. La escena está tratada con sumo respeto. En penumbras, mientras los demás descansan, fumando un cigarrillo y apoyados en la baranda, se develan los motivos del "otro". Es el momento clave, desde mi punto de vista, para que Avner caiga en la cuenta de lo que está combatiendo.

Spielberg no deja títere con cabeza. Critica tanto a los palestinos como a los israelíes, a los franceses como a los norteamericanos. Quizá peque de esquemático en ese análisis. Pero, digo, no toma partido sino por sus personajes, no en tanto pertenecen a una facción, sino en tanto seres humanos. Transmiten una angustia frente a lo que se están convirtiendo..., a lo que los están convirtiendo y frente a lo que ellos están permitiendo que suceda.

Hoy, el enfrentamiento en el Medio Oriente no ha cesado. Es más, se incrementa día a día. Rescato a Spielberg (que en la mayoría de sus películas me exaspera por la ideología teñida de ingenuidad con la que inocula a los más jóvenes) porque su Munich es un alegato en contra de la violencia, en contra de la deshumanización de esos agentes, verdaderas armas mortales, que sirven a una causa que no siempre es tan pura como ellos creen.

Liliana Sáez

04 febrero 2006

Conversaciones con Román Gubern

En el camino recorrido en la Escuela de Artes (Universidad Central de Venezuela) he encontrado compañeros muy valiosos que hoy son sólidos profesionales. Paula Segovia, Licenciada en Artes, Magister en Diseño y Creación de Sistemas Interactivos y gran amiga, ha tenido el maravilloso gesto de aceptar el espacio de kinephilos para compartir con nosotros su encuentro con Román Gubern, ese investigador lúcido y actualizado de cuya mano recorrimos la historia del cine y toda la problemática de los medios de comunicación de masas.
LS


ROMÁN GUBERN, EL MÉRITO DE LA EDAD
Paula Segovia*

“Desde hace casi 40.000 años, la especie humana ha producido imágenes figurativas como instrumento mágico o religioso, como medio de información y/o fuente de placer”. Con estas palabras Román Gubern nos introduce en su último libro, Patologías de la imagen. Su visión privilegiada por el tiempo nos lleva a recorrer los caminos de las imágenes conflictivas que escandalizan con su erotismo o nos elevan con sus poderes sobrenaturales, que confrontan ideologías, que son poderosas armas en el imaginario religioso y político, que engañan y ofenden sin piedad, siempre beligerantes, en un ancestral campo de batalla luchando eternamente por su visibilidad.

Recorriendo su bibliografía, a vuelo rasante, desde su mítico libro de Historia del cine (1969), pasando posteriormente a sus reflexiones sobre los Mensajes icónicos en la cultura de masas (1974), El simio informatizado (1987), hasta nuestros días con El eros electrónico (2000) y Patologías de la imagen (2004), sólo mencionando una pequeña parte, ¿cómo podría describir Román Gubern ser testigo ocular de toda esta evolución de la imagen en los últimos cincuenta años?

Eso tiene luces… Esto es un mérito de la edad, no es un mérito mío, es la fortuna de nacer en el año 34. He visto buena parte del siglo XX, y desde muy joven me interesé por el mundo de la imagen. Yo recuerdo cuando estudiaba en la Universidad de Barcelona, yo dirigí el cineclub. Y en esa época quedó vacante la dirigencia y me la ofrecieron. Yo era un aficionadillo, un inculto, un ignorante y un mal formado, pero fui creciendo viendo cine.

Pero antes de esto hay otra cosa previa, más política, que quiero decirte. Yo crecí en España con la postguerra, me refiero al año 39, era una dictadura militar aliada con la iglesia más reaccionaria. Y aunque vengo de una familia burguesa que nunca tuvo problemas económicos, el clima moral y político era tan sórdido, que incluso un niño como yo que era un ignorante de política, percibía que el mundo era muy irrespirable. Y nos metíamos en el cine para soñar despiertos. Entonces el cine empezó de una forma acrítica, porque entrar en el cine era poder volar con la mirada a Samarkanda, a Alaska, y así fuimos acumulando una masa crítica de información. Masa crítica, de una forma acrítica, quiere decir de una forma alegórica y desordenada, que fluye porque creíamos en amores cinéfilos. Y realmente debo decirte que los primeros ejemplos de cine que me interesaron de un modo distinto, ya no únicamente como vaciado, fueron dos:

Primero, lo que se llama hoy día el cine negro americano. Había una mirada pesimista sobre el hombre como sujeto de ambiciones, de pasiones, de venganzas, de la lucha por el dinero, del crimen, era un mundo que daba el reverso negativo de ese mundo optimista que era típico de Hollywood. Y segundo, la llegada a España del neorrealismo italiano. Aunque no llegaron muchas películas, llegamos a ver El ladrón de bicicletas y El limpiabotas, y me hicieron ver que había otro cine posible, alternativo.

En la universidad existían ciertas complicidades de lecturas de autores prohibidos, algunas librerías tenían una trastienda de libros prohibidos, y allí estaba todo revuelto, Marx y Jung junto con Stendahl, el Marqués de Sade al lado de Flaubert. Por ejemplo, las primeras ediciones que leí de los grandes autores españoles, como Rafael Alberti o García Lorca, eran argentinas. Claro a mí me gustaban, pero eran autores que estaban exiliados del franquismo. Entonces aplico una cosa que le oí decir a Pasolini, que su conciencia política nació porque a él le gustaba mucho Rimbaud. Cuando Pasolini supo que Rimbaud estaba prohibido en Italia vio que algo no andaba bien: “si me gusta, está prohibido”. Pues nos paso algo parecido, me gustaba Lorca, y Lorca había sido fusilado, me gustaba Alberti, y Alberti estaba en el exilio. A partir de ahí, de una forma muy autodidáctica, muy espontánea, porque no tuvimos libros, no tuvimos maestros, me fui formando una conciencia cultural y política, que me fue llevando hacia la izquierda. Y así empecé, luego tuve la oportunidad de vivir en París, con las ventanas abiertas a la información. Asistí al nacimiento de la nueva ola francesa, fue la época en que Godard estrenó À bout de souffle. Y luego, más tarde, me fui a Estados Unidos, en el año 71, con una beca de investigador en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, ahí conocí a Chomski. En la costa oeste estuve un año y me fui a California, me ofrecieron enseñar historia del cine, y me quedé prácticamente hasta la muerte de Franco. Entonces ya me volví para acá y ya me hicieron catedrático y me quedé. Un viaje de ida, sin billete de vuelta. Y así, leyendo, leyendo, he publicado 39 libros y cientos de artículos.

Eso muy interesante, para generaciones como la mía, ya que usted ha vivido una historia distinta, anterior a la nuestra.

Déjame contarte una cosa. El lunes pasado estuve en Valladolid, y di una conferencia, y la presentadora tenía 34 años, y me hizo una pregunta, para mí fue una conversación muy interesante, pero un poco triste. Me dijo: “¿Cómo es que usted estuvo enseñando en California y se volvió a España? Es una señal de privilegio, ese país es un lujo, con unas universidades muy buenas y muy bien pagadas”. Yo le dije: “Volví porque Franco murió”. Y me di cuenta que no lo entendía. Pasamos nuestra vida luchando contra la dictadura, intentando que se iniciara la democracia en España, y un día acaba aquella pesadilla. Yo le iba explicando esto y me daba cuenta que no entendía mucho, y me di cuenta de lo que llaman la brecha generacional, ella no podía entender que yo estando en California, bien pagado, regresase a la incierta España del post franquismo por el sueño ideal de que por fin el dictador había muerto.

En los años del franquismo los medios de comunicación estaban en manos del Estado, un fenómeno que no era nuevo, ya que si retrocedemos más escalones en el tiempo Napoleón se llevó la imprenta a Egipto. Entonces los gobernantes estaban detrás de los medios, pero ¿qué pasa hoy en día cuando los gobernantes están delante de los medios como imagen visible? En Venezuela, por ejemplo, hay un programa que se llama Aló presidente, cuyo conductor es el mismo presidente.

Eso es una anomalía. Yo no he visto el programa, he leído sobre él y me parece una anomalía. Pero como no soy experto en política venezolana, lo que puedo abarcarte es que una sociedad libre necesita información libre. Bush también tiene un programa por radio, y eso viene de Roosevelt que tenía unas charlas junto a la chimenea, en los años treinta, en la depresión. Pero McLuhan dice en algún lado que Hitler triunfó porque era un político radiofónico y que en la televisión hubiera fracasado, quién sabe… Pero es verdad que tenía una palabra enérgica, y probablemente era un mejor político radiofónico que televisivo. Y hoy en día la política se hace para los medios, y hay que mencionar el caso de Bush y Kerry, no por un programa político bien articulado, sino por la impresión de su imagen figurativa. Con esa nariz aguileña, agresiva, esa mandíbula cuadrada, esa forma de caminar a lo cowboy, con esa imagen de la determinación y la seguridad del ser internacional barrió al senador Kerry, más que con cuestiones políticas. De modo que en la guerra de la imagen es muy importante la autoridad. Y Chávez, por lo que he visto, cuida mucho su presencia mediática en los medios. Es un barómetro de la democracia en el país, cuando el líder tiene exceso de visibilidad, mala señal. El líder debe estar al servicio de la colectividad, pero cuando su visibilidad es excesiva significa que faltan contrapesos para esta visibilidad excesiva.

Hoy en día hay una eclosión de imágenes en el mundo, un ansia irrefrenable de ver. Y en esta excesiva cantidad de imágenes en el mundo cabe la duda. ¿Qué tan ciertas son esas imágenes, y qué tan inciertas son?

Uno de los problemas modernos es la densidad de la iconosfera. En épocas remotas había mayor escasez de imágenes. Con el invento de la serigrafía, de la fotografía, del cine, de la televisión, llegamos a una hiperabundancia de imágenes que crea un problema de conocimiento. Y no sólo de conocimiento, sino de acaparamiento de imágenes con fines mercantiles.

Hablemos de África. África es un continente perdido, África es un agujero negro, África no es un buen mercado para los países exportadores porque la gente no tiene dinero, por tanto, África ha quedado relegada al último escalón en la escala informativa. De África no sabemos nada, o muy poco, sólo cuando hay un genocidio brutal. En cambio tenemos mucha más información de un mundo Occidenta,l donde Estados Unidos y Europa generan una gran cantidad de imágenes y noticias. Hay un problema de visibilidad. Y esta visión selectiva nos dice: la elección de Miss Universo en Florida debe ser vista, en cambio no tiene que ser vista una epidemia de hambre en un país africano. Entonces esta visibilidad no es latente, es selectiva, está orientada por una serie de criterios políticos, mercantiles, y por tanto, el mundo es tuerto ante la realidad, porque sólo ve una parte de ese mundo.

¿Esa otra realidad saldrá en algún momento a la superficie?

Está claro que los medios tienden a apostar por lo glamoroso, por lo llamativo, por lo satisfactorio, y ese es el problema de la visibilidad. Hay que luchar para que esos espíritus invisibles emerjan y sean también visibles, es una de las funciones de las políticas del tercer mundo, que los problemas hoy en día invisibles afloren a las pantallas de televisión, a las pantallas de cine, a los periódicos. Porque algo que no se ve, no existe. Eso pasa en Somalia, que es un país en estado de guerra, y no nos llegan imágenes de Somalia. Ha ocurrido también con Watergate, hasta que no se supo, no existió. Ocurrió con la matanza de Maryland, hasta que no aparecieron las fotos más tarde, no existió. Cuesta mucho imaginarse el Gulag soviético, en cambio los campos nazis están muy documentados, porque al no tener testimonios gráficos hace que sea algo fantasmal, hay duda sí existieron. Las mujeres están llevando a cabo en muchos países las luchas de género, que es hacer visible la imagen de la mujer más allá de la imagen glamorosa de la modelo, la actriz de cine, de la imagen comercial de la mujer como objeto de consumo. Luchar para hacerse visible en los medios rompiendo los estereotipos de la cultura patriarcal.

Y ahora, de cara al futuro, tomando la perspectiva de las nuevas tecnologías, ¿la imagen del futuro daría más lugar a las imágenes invisibles?

Internet tiene unas virtudes, aunque todavía es minoritaria. Entonces cuando decimos que es global, no, será global en Manhattan, en Canadá, pero en Zambia no es global. Pero admitiendo que tiene esta vocación de globalidad, está claro que Internet permite hacer una comunicación horizontal, democrática. Permite consolidar lo que se ha llamado una cultura intersticial, es decir llenar los espacios, intersticios, que dejan desocupados las empresas multinacionales de la comunicación, bien porque no es rentable , o bien porque no interesa. El ciberespacio planetario permite consolidar esas inmensas minorías transnacionales que pueden ir a la contra de las tendencias dominantes y hegemónicas de las multinacionales. Y allí hay una esperanza de futuro, no de presente. Voy a decir un ejemplo que no me gusta, pero que es el efecto de bola de nieve, el efecto multi eco, que ilustra bien esto que quiero decir. La relación que tenía Mónica Lewinski con el presidente Bill Clinton, era conocida por el New York Times y por el Washington Post, los diarios nacionales. Pero creyeron que era una cuestión de vida íntima, personal, que no tenía relevancia política y decidieron no entrar en ello. Pero en el momento en que una modesta publicación digital de Washington publica la noticia, ya no puede ser ignorada y hay que entrar. Y esa pequeña noticia digital se convierte en la bola de nieve, que va creciendo hasta que estuvo a punto de hacer caer a Clinton de la presidencia. Ese mecanismo es interesante, es lo que llaman los expertos en la teoría del caos, el efecto mariposa: una mariposa en el mar de China, puede provocar un tornado en el Golfo de México. Esa es una potencialidad que yo veo en Internet, en el ciber espacio, que podría abrir puertas a futuro al dominio vertical, hegemónico, de los medios y de las grandes compañías que nos dominan y nos hacen ver el mundo desde ese punto de vista.

Ahora, ¿qué va a pasar con de la televisión digital, un medio de comunicación masivo que puede ofrecer interactividad?, ¿se cambiaría sustancialmente la imagen al poder, el espectador, tener acceso a modificar lo que se le ofrece?

Hay un fenómeno que se llama la pedagogía de la rutina. Es decir, que la gente acostumbra a pedir aquello que acostumbra a consumir. Por tanto hay una tendencia conservadora, se consume lo que se conoce. Ha habido fracasos al permitir que el público vote para elegir uno u otro final. Por una razón muy obvia, es que a mí me gusta que el que me cuente la historia sea un profesional que sabe contar historias. Por tanto, es verdad que el digital permite una intervención del público, pero es verdad que el público está modelado por su experiencia espectatorial. Pero es un instrumento interesante que a mediano plazo puede marcar nuevas tendencias en la programación televisiva.

Y para cerrar, después de Patologías de la imagen, que vendría…

Mis dos últimos libros se han decantado un poco hacia la antropología. En la postguerra, en los cuarenta, la moda estuvo en la cibernética. Pasaron de moda los modelos cibernéticos y entró el estructuralismo. Pasa la estructura y en los años sesenta llega la gran moda de la semiótica que estudia los signos. Y cada una de éstas se presenta como pan cierto, que lo resuelve todo. Y finalmente estamos en al antropología, en los estudios culturales. No sé lo que durará, pero yo me siento cómodo en ese ámbito.

* Extracto de entrevista realizada por Paula Segovia (19-04-2005) con motivo de la presentación del libro Patologías de la imagen en el Instituto de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, en la cual Román Gubern ha ejercido como catedrático de Comunicación Audiovisual en la Facultad de Ciencias de la Comunicación.