29 diciembre 2006

Soñemos

Cuando Eduardo Galeano publicó este artículo pensé en compartirlo con la gente que me rodea. En ese entonces no tenía blog. Espero no pecar de anacrónica, pero salvo un par de párrafos, el texto sigue tan vigente como entonces.
Si lo conocían, no está de más renovar estos sueños. Si no lo conocen, es una buena punta para descubir a un autor que sigue siendo un militante con la escritura. Es sensible sin ser cursi, es intenso sin ser dramático, es inteligente sin ser ostentoso.
La imagen pertenece a mi también admirado
Frail

Mi deseo es que alguno de estos sueños se cumpla en el 2007.

¡Salud!
LS



EL DERECHO A SOÑAR

Eduardo Galeano

Ya está naciendo el nuevo milenio. No da para tomarse el asunto demasiado en serio: al fin y al cabo, el año 2001 de los cristianos es el año 1379 de los musulmanes, el 5114 de los mayas y el 5762 de los judíos.

El nuevo milenio nace un primero de enero por obra y gracia de un capricho de los senadores del imperio romano, que un buen día decidieron romper la tradición que mandaba celebrar el año nuevo en el comienzo de la primavera. Y la cuenta de los años de la era cristiana proviene de otro capricho: un buen día, el papa de Roma decidió poner fecha al nacimiento de Jesús, aunque nadie sabe cuándo nació.

El tiempo se burla de los límites que le inventamos para creernos el cuento de que él nos obedece; pero el mundo entero celebra y teme esta frontera. Una invitación al vuelo. Milenio va, milenio viene, la ocasión es propicia para que los oradores de inflamada verba peroren sobre el destino de la humanidad, y para que los voceros de la ira de Dios anuncien el fin del mundo y la reventazón general, mientras el tiempo continúa, calladito la boca, su caminata a lo largo de la eternidad y del misterio.

La verdad sea dicha, no hay quien resista: en una fecha así, por arbitraria que sea, cualquiera siente la tentación de preguntarse cómo será el tiempo que será. Y vaya uno a saber cómo será. Tenemos una única certeza: en el siglo veintiuno, si todavía estamos aquí, todos nosotros seremos gente del siglo pasado y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio.

Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar.

¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si deliramos, por un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible: el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones; en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros; la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor; el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas.

La gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar; se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega.

En ningún país irán presos los muchachos que se niegan a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo; los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas; los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas; los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos; los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas; la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo; la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero.

Nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene; el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra.

La comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos; nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión; los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle; los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos.

La educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla; la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla; la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda; una mujer, negra, será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América; una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú; en Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria.

La Santa Madre Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo; la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: "Amarás a la naturaleza, de la que formas parte"; serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma; los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de tanto buscar; seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo; la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.

20 diciembre 2006

Todos los hombres del rey

Liliana Sáez

Hace unos cuantos años vi Todos los hombres del rey (Robert Rossen, 1949). Ha permanecido en mi recuerdo como un invalorable alegato político en plena época de la caza de brujas que emprendió el senador McCarthy en los Estados Unidos (sin profundizar mucho en que esto llevó a Rossen a integrar una lista negra que lo empujó al exilio y a hacer alguna delación que le permitió volver a trabajar en su país). En fin, la historia de ese film ha permanecido en mi memoria debido a una inquietud que me persigue desde mi juventud.

Desde entonces he pensado que la historia es bastante injusta, pues recuerda solamente a los líderes, sean estos "buenos" o "malos" (sabiendo que no existe tal categorización, sino que más bien puede entenderse a modo de metáfora, y todos sabemos de qué hablo). Los nombres de las personas que rodean a esos líderes suelen permanecer en un cono de sombra del que no los rescata casi nadie.

Días atrás vi la versión de Steven Saillian de Todos los hombres del rey (2006). Es la historia de un político (interpretado por Sean Penn) no muy inteligente, que gracias a su gran oratoria "encandila" a un periodista (Jude Law), que contribuirá a impulsarlo a la cima del poder, donde lo sostienen intereses non sanctos.

A pesar de que esta nueva versión no mejoró el recuerdo que tengo de la primera (quizá debido a la sobreactuación de Penn o a la simplificación de la historia) hubo un elemento que acaparó mi atención y no deja de inquietarme: la relación que va estableciéndose entre el político y el periodista, quien pasa a formar parte del entorno del líder de una manera casi natural. Uno podría pensar que alguien como ese personaje puede convertirse en una especie de monje negro que mueve los hilos de un títere con cabeza de político. Pero no, hay algo más profundo que está en un segundo plano en la película. Es el vínculo paterno-filial que se establece entre los dos hombres, pero esa relación se contamina con el interés que suscita en ambas partes el beneficiarse del otro. El líder utiliza a su hombre para conseguir un fin político, mientras que el periodista busca una posición en el aparato político que va construyéndose con un solo fin: el poder.

El poder puede ser utilizado con un fin loable o deplorable. No intento hacer moralismo sobre él, sino más bien, buscar qué hay en esos vínculos que se establecen entre los hombres que trabajan para un líder en un clima vertiginoso. Cómo éste crece gracias al trabajo de quienes apuestan por él, como si fuera un Cristo seguido por sus apóstoles.

Más que respuestas, me surgen preguntas: ¿Es real ese sentimiento paterno-filial? ¿Es un sentimiento recíproco? ¿Dónde deja de ser un vínculo afectivo para pasar a ser un vínculo interesado? ¿Qué grados de dominación se dan entre uno y otro extremo del vínculo? ¿Qué tipo de lazos se establecen para que se logre la incondicionalidad del otro?

Porque lo que me parece más perverso –y está presente en una mínima escena en la película, que para mí vale como una totalidad–, es cómo uno influye en el otro hasta hacerlo claudicar en algo que es intocable. Entonces, mi última pregunta: ¿En qué punto de la relación uno de los extremos del vínculo, (el más débil) comienza a perder su autonomía de acción y de pensamiento?

10 diciembre 2006

No es día de luto

No voy a hablar de cine. Tampoco me voy a extender mucho.
Termino de leer una noticia que creo que muchos esperábamos hace tiempo. Y no se trata de alegrarse por la muerte de alguien.

Se trata de que NO puede haber tanta injusticia que permita que un ser (me cuesta encontrar la palabra: ser, hombre, animal, bestia: cualquiera de esos sustantivos sobran para calificarlo y a la vez se ven denigrados si los uso), que haya hecho tanto daño, pueda haber vivido 91 años sin que lo hayan juzgado por uno (ni siquiera digo "los miles") de los crímenes que cometió.

No me da rabia. Me da mucha tristeza. Y no es por el muerto.

LS

PD. Elena me hizo llegar un mail con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada y proclamada también un 10 de diciembre, no del futuro, sino de 1948.

07 diciembre 2006

Una única esperanza

Elena Castiñeira de Dios



Acabo de ver Hijos de hombres (Children of Men) y, como pienso con los dedos, espero que se me aclaren algunas cosas que me dan vueltas y vueltas en la cabeza.

Por de pronto no podría asegurar que es un thriller, quizás es una película dramática o de ciencia ficción o una especie de “todo junto”. Cuando trato de definir el género de las películas, me viene a la memoria un profesor de Psicopatología que decía: “Los pacientes se resisten a entrar en los cuadros nosológicos”, o sea, parecen neuróticos obsesivos pero tienen rasgos fóbicos, o son histéricos que llegan a veces a delirar como psicóticos. Igual me pasa con los géneros: las películas se resisten a definirse como de un género solamente y éste es uno de esos casos.

Primero y principal: la dirigió Alfonso Cuarón que es un mexicano del que sé poco. En mis comentarios nunca van a encontrar datos exactos ni informaciones objetivas. Eso lo tienen que buscar en otro lado. Ustedes seguro que saben algo de él. Lo único que recuerdo es que filmó alguna de Harry Potter.

A los argentinos nos toca directamente porque el comienzo de la película hace referencia al hombre más joven del mundo que acaba de morir ¿dónde? ¡En Buenos Aires! No sé si tomarlo bien, como que somos la tierra prometida de alguna manera o no contaminada, o tomarlo mal, como que acá son capaces de matar hasta al último ser humano que ha nacido en el planeta. En fin, alusiones personales aparte, desde el principio se entra en un mundo apocalíptico, gris, fangoso, cubierto de suciedad, en el que la vida no vale nada, sobre todo si se es refugiado, inmigrante ilegal o hambreado de cualquier origen.

El mundo se está acabando, está estéril, no nacen chicos, no hay futuro, la humanidad está llegando a su fin. La misma bella Londres aparece invadida por jaulas, jaulas para pobres que se señalan las bocas desdentadas tratando de darse a entender en medio del maltrato, del abuso que se hace de ellos y bajo un cielo acerado en el que nunca aparece un rayo de sol.

El protagonista es Clive Owen (me gustó más en El plan perfecto que en Descarrilados) y “ella” es Julianne Moore (¡qué linda que estaba en Las horas ¿no?). Me encanta ella, siempre me encanta, me la creo en cualquier papel que haga y tiene algo de muñeca con esa boca redonda y una mínima jorobita en la nariz. Quizás no esté en su mejor actuación pero es correcta. Me cuesta creérmela haciendo de dura pero igual me gusta. El pobre Owen, que aquí se llama Theo, tiene cara de hastiado, de cansado de la vida, de sobreviviente del dolor. La cosa es que “ella”, que ha sido su mujer en el pasado, le pide un favor: un salvoconducto para llevar a una compañera de luchas (Kee) hasta un barco que está en la costa. Él acepta, pero no por amor al arte ni por el pasado en común. Acepta por plata. Es que él es parte de ese mundo deshumanizado, indiferente, al borde del abismo en el que transcurre la acción.

Michael Caine aparece en una versión hippona del flower power, encantador, comiéndose a los protagonistas sin quererlo, a su pesar, desde su papelito intrascendente. ¿Se acuerdan de Gregory Peck en Gringo viejo que tiene un papelito chiquitito frente a un galán hermoso, alto, fuerte y sin embargo, viejo y todo, se lo deglute al buenmozote en bocaditos, como para ir haciendo boca antes del almuerzo? Me parece que pasa lo mismo, Michael Caine tiene un encanto y una humanidad que ninguno de los otros personajes de la película pueden hacer resonar en nuestras cabezas.

La película nos traga, imposible permanecer en el asiento porque, corremos en medio del caos, arrastrados por la cámara en mano que nos sumerge a toda velocidad en ese mundo sucio y deleznable, entre explosiones, tiroteos de distintos bandos, casas que se derrumban, vagones deshechos que albergan la escoria de la tierra, todos yendo sin saber a dónde, huyendo de la muerte inminente, cubriéndose, escondiéndose.

Kee es muy joven, es negra, inmigrante africana y es la portadora de la vida. Kee está embarazada y todos se la disputan. Theo tiene que salvar el mundo llevándola hasta la embarcación de “Proyecto Humano” que se propone rescatar la única posibilidad de vida.

En medio de tanto horror, entre asesinos y miserables, sobre trapos sucios, Kee trae al mundo a su hija mientras bombardean la casa en la que está escondida. La luz de la vida ilumina el lugar y ante la visión de ese bebé, de la esperanza del mundo en una pequeña vida, se detiene la guerra, se bajan las armas, se abre un nuevo camino. La vida se reverencia y es más fuerte que la muerte, como el nacimiento de Jesús en un portal miserable, entre menesterosos y pordioseros, acunado por animales famélicos, la potencia de la vida se impone al horror de la destrucción. La escena en la que avanzan con el bebé en brazos y todos les abren paso es cursi, muy cursi, parece perteneciente a otra película, es casi increíble que esté allí, pero es perfecta.

Si alguien no quiso entender que un mundo sin hijos es la consecuencia lógica de una sociedad que persigue a los más frágiles, si no quisieron ver que la única mujer capaz de dar vida era una inmigrante marginal, negra, desprotegida; si no pudieron comprender que en esa cachorrita humana se enciende la única débil esperanza de un futuro para todos, quizás tengan que ver la película otra vez.

04 diciembre 2006

El desamor en el tiempo

Marcela Barbaro

A veces nos preguntamos sobre la necesidad de crear un mundo opuesto al nuestro, donde se disfrute la ilusión de vivir en la irrealidad, a fin de realizar lo que deseemos. Dar paso a lo imposible; como que lo efímero pueda eternizarse y la soledad deje de estar sola. Cuestiones que se desprenden de 2046, el último film del honkonés Wong Kar Wai.

Chow (Tony Leung) es un periodista solitario que decide escribir una historia sobre un lugar llamado 2046. En ese mundo del futuro habitan androides con humanos. Allí nada cambia, nada se modifica. Por eso, las personas viajan hacia ese lugar en busca de los recuerdos perdidos. Ningún hombre ha vuelto, excepto uno, quien narra, quien escribe esa historia de amores desencontrados.

Bajo un bellísimo despliegue esteticista tanto sonoro como visual, 2046 comparte con Con ánimo de amar, al protagonista Tony Leung y a sus tópicos habituales: la imposibilidad de concretar un amor, la dificultad de las relaciones afectivas y el tiempo como rector del destino y al cual queda todo sujeto.

En el film, la construcción de ese mundo donde lo que rige es la inmovilidad y lo inalterable nos permite entrever el deseo interno sobre la perdurabilidad del amor como un factor determinante para lograr la felicidad. En toda su filmografía, se percibe esa lucha contra el tiempo y su fugacidad, su movilidad y, en definitiva, contra su finitud. Bajo una mirada agnóstica, el destino del amor recae en manos del tiempo. Un tiempo que establece las coordenadas precisas para que dos seres puedan encontrarse y enamorarse para siempre, si éstas no se cruzan, sólo serán relaciones pasajeras y momentáneas.

En 2046, todo está en función de un tiempo que se rechaza constantemente. Las secuencias se dividen en lapsos: por fechas del calendario (24 de diciembre), por cantidad de horas, o por los viajes realizados en el tiempo. Esta construcción del relato no es más que una paradoja de ese tiempo violado intencionalmente por Wong Kar Wai, quien rechaza contar historias lineales, escapando de la lógica y abriendo un Universo anacrónico.

En dicho Universo, sus personajes son seres solitarios que, sentenciados por los recuerdos de un pasado feliz, buscan el amor en un presente condenado a un futuro incierto. Cada uno de ellos ha sufrido penas de amor, ya sea, por haberlo perdido, por no ser correspondido o por prohibición. Así, viven su angustia bajo una prisión interior.

A pesar de su maestría, Won Kar Wai no logra deslumbrar con una verdadera autencidad como en otras de sus obras: Chungking Express, Felices juntos o Con ánimo de amar. Porque en 2046 el relato se prolonga demasiado en torno al personaje principal, Chow. Un faldero incurable y caprichoso, que con su pedantería y descortesía aleja toda contemplación piadosa sobre la soledad que siente ante su necesidad de amar y sentirse amado. Sumado a una ciudad futurista, que se intercala con androides y efectos visuales, a la manera de Blade Runner o Armageddon, y por último, los encuadres hechos a la manera inconfundible de Antonioni, terminan generando un discurso que, por momentos, se agota.

Sin embargo, uno de los personajes cuenta que “en el hueco de los árboles dejamos nuestros deseos, para luego taparlos y que nadie los escuche”. 2046 es el interesante secreto que Won Kar Wai nos ha dejado en aquel hueco del árbol. Yo, ya puse mis sentidos en él. Pase el que sigue.