28 febrero 2008

Diario de viaje: El CCCB

Liliana Sáez


El barrio del Raval concentra a una variada juventud: universitarios, chicos que gastan sus horas haciendo piruetas sobre una patineta y muchachos que visten con el gótico más oscuro. Tiene su encanto, porque está al margen de la zona más visitada de la ciudad, que está del otro lado de la Rambla. Es un barrio que no le debe nada al turismo y se muestra en su más completa espontaneidad, aunque mantenga la barcelonesa combinación de antigüedad y modernismo.

Sus calles tortuosas, sus paredes muy grises y desgastadas, me llevaron a un espacio abierto, donde se lucen tanto el Museo de Arte Contemporáneo como el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Debo reconocer que este segundo espacio llamó mi atención y la ocupó durante casi toda la mañana.

El CCCB funciona en un antiguo edificio que fue construido como convento jesuita y abandonado con la expulsión de estos frailes en 1767. Luego cumplió funciones como cuartel, como institución correccional y, finalmente, como hospicio o Casa de Caridad (como se le conoce). Desde 1994 es un complejo cultural que se distribuye alrededor de un gran patio central. Por una rampa se llega a un vestíbulo subterráneo donde vi una exposición que acaparó mi atención y la predilección por la fotografía y el cine que me acompaña desde no recuerdo cuándo.

José Luis Guerín es un cineasta conocido y reconocido en España. Más no así en la Argentina, donde sólo se ha proyectado En construcción. El año pasado estrenó en España En la ciudad de Sylvia y la muestra que vi hoy en el CCCB viene a complementar ese proyecto creativo. Se trata de la exposición Las mujeres que no conocemos, instalación producida para el Pabellón de España en la Bienal de Venecia de 2007.

Las mujeres, la ciudad, la velocidad, las calles… son motivos del incesante voyeurismo del cineasta que persigue rostros, cabellos al viento, el vuelo de una falda, el vaivén de una cadera o la sobreimpresión de distintas figuras femeninas en una calle donde un graffiti ostenta la leyenda de “Laura, te amo”, permitiéndole al espectador una participación lúdica que le lleve a adivinar cuál de todas esas mujeres podría ser Laura. O aquel otro tramo de la exposición “Los ciclistas”, en el que rostros y movimientos se desgranan, mientras el ruido callejero ambienta un discurso sobre la belleza y la prisa.

La sala con paredes revestidas de negro, donde sólo la imagen atrapa la atención del espectador, me fue guiando hasta llegar a lo que considero una de esas experiencias inolvidables. El segmento se titula “Nosotros, los otros” y es un contrapunto inteligente entre los rostros curiosos, asombrados, extranjeros, y las miradas, las poses y las historias relatadas por los artistas, en cuadros de distintos museos del mundo. Así, un hombre deja ver, al moverse, una escena imprevista o una mirada inquisidora; una mujer ríe con ganas frente a la cámara, pero detrás suyo aparece la famosa sonrisa enigmática de La Gioconda; un perfil de hoy se confunde y se contrasta con otros perfiles de ayer; una pareja se besa bajo la figura de un Cupido del Renacimiento… Todas estas imágenes, y muchas más, que se hacen inenarrables por la emoción que provocan, son parte de ese contrapunto que realiza Guerín con la música clásica, como si fuera un canto a tres voces: las imágenes contemporáneas con las imágenes de los cuadros, y su producto con la música que por momentos acompaña, reclama, contrapone o comenta, pero nunca rellena. Un montaje rítmico, temático y formal que resignifica la imagen que nos es mostrada.

Se trata de una verdadera reflexión sobre el retrato (especialmente, del femenino), efectuada a través de un fotomontaje secuencial, que como se afirma en la ficha del CCCB, es un formato a medio camino entre la fotografía y el cine. Conmovida aún por este regalo a los sentidos, sólo espero poder ver En la ciudad de Sylvia, porque aunque los españoles lo hayan descubierto mucho antes, para mí es un placer que Guerín haya podido moverme el piso como hoy lo ha hecho.

27 febrero 2008

Diario de viaje: Chaplin en Barcelona

Liliana Sáez



Una de las materias que cursé en la Universidad fue "Evolución del lenguaje cinematográfico". Mi profesor, Alfredo Roffé, nos sorprendía cada clase con algún film desconocido para nosotros. Cierta vez me encontré llorando, sin lograr que las lágrimas cesaran, al visionar una película que había visto innumerables veces en mi infancia, cada domingo, cuando mi tío nos llevaba a mis primos, a mi hermano y a mí al cine para aliviar la sobremesa dominguera de tanto bullicio.

Éramos cinco chicos que ingresábamos al Teatro Independencia, de Mendoza, con la película ya comenzada. Siempre llegábamos cuando un oso sorprendía a Chaplin en un paisaje nevado. Reíamos con las ocurrencias de ese personaje que convertía la suela o los cordones de sus zapatos en un suculento almuerzo, gracias a la mímica elegante del actor británico.

Cuando Roffé nos proyectó La quimera del oro, reconocí aquella película de mi infancia, que hasta entonces no tenía nombre, y ese fue el motivo de mi llanto incontenible.

Hoy tengo una mirada crítica hacia el cine de Charles Chaplin, sobre todo por su esquematismo que sitúa al vagabundo del lado de los buenos, y a los feos y gordos del lado de los malos, pero debo reconocer no sólo su talento, sino también su genialidad. Es un verdadero autor (me niego a hablar de él en pasado, y mucho menos después de haber visto la exposición que ofrece Caixa Forum), pues no sólo dirigió y actuó sus películas, sino que también las produjo, las guionó y hasta compuso la música que debería acompañar su proyección, en una carrera que duró más de cincuenta años.

Si alguna vez vi en la obra de Chaplin la simplificación del bien y del mal, pienso también que este autor es un verdadero testigo del siglo XX.

La exposición que se exhibe en Barcelona reúne documentos inéditos entre otros más conocidos. Por ejemplo, se proyecta en una de las varias pantallas, un día en la vida del actor-productor-director, filmada con la misma gracia a la que nos tiene acostumbrados. Su obra cómica, hilarante en sus comienzos (el entrometido en las carreras de autos, el boxeador...), da lugar a un discurso más serio, en películas como Tiempos modernos, El gran dictador o Monsieur Verdoux.

La inmigración, la crisis del 29, las luchas sociales, la relación entre la libertad y la coacción, la Segunda Guerra Mundial, el desencanto final... son temas que van registrando en la obra de Chaplin su paso por el traumático siglo XX.

Nos hemos puesto serios. Sin embargo, los asistentes al museo, desde que entran esbozan una sonrisa que, con frecuencia, se convierte en carcajada. Definitivamente, la exposición apela al niño que llevamos adentro.

23 febrero 2008

Diario de viaje: En vuelo

Liliana Sáez



La pantalla del avión dice que faltan dos horas para llegar a Barcelona. El mapa muestra que estamos sobre Lanzarote, y no puedo dejar de pensar en Mararía, la película de Antonio José Betancor, que transcurre en esa isla volcánica. Cuando la vi, la historia no me atrapó tanto como el lugar, un sitio desconocido, con fuego (literalmente) en su interior, con paisajes rocosos y marinos bellísimos y unas costumbres de pelearle a la roca la vida, al sembrar de esa manera tan particular, que en un plano cenital el terreno se parece a las escamas de un pez, o sombrillas abiertas, o a conchas marinas, pero sólo son semicírculos de piedra para proteger el sembradío del viento, del aire caliente, de los vapores que emana ese dragón que es la isla y que siempre parece estar por estallar.

El avión se dirige a Marrakech y evoco el texto que está trabajando un amigo sobre Gabrielle Salvatores, el director de Mediterráneo. Película que no me gustó ni un poquito, por su humor tan ingenuo, su historia tan elemental... Pero este amigo ha visto toda su obra y destaca de ella cierta constante en su discurso: la presentación de personajes de una edad crítica, que emprenden un viaje que no sólo será físico, sino que les permitirá reflexionar sobre sus vidas y transformarlas drásticamente. Las historias con viajes, de los que realizamos casi todos, que nos llevan a lo más profundo de nosotros mismos, forman parte de mis predilecciones cinematográficas. Así que Marrakech Express es una materia pendiente.

Mientras escribo esto, la pantalla nos muestra que estamos sobre Casablanca. Palabra fundamental en la historia del cine. Tardé mucho en ver la película que eterniza en un amor imposible a los personajes que recrean Humprhey Bogart e Ingrid Bergman... y me digo que fanatizarse con ella es una especie de deuda con la generación que me antecede. Porque a mí no me dice mucho, por lo que temo estar blasfemando. El glamour del star system y las secuelas de la Segunda Guerra Mundial les afectó a quienes lo vivieron. Mi generación heredó esa admiración por esta película. Supongo que decir esto equivale a afirmar que a la generación que me sigue no le parecerá tan grandiosa Apocalypse Now, porque tampoco le afectó la guerra de Vietnam. Creo que el valor de una película perdura porque, además de tocar un tema conmovedor, es una película bien realizada. Así, Casablanca me parece menor. Creo que evoca sentimientos a toda una generación, pero no estoy segura que vaya más allá.

Y bueno... me dirijo a Barcelona, donde trascurre parte de la historia de El pasajero, de Antonioni, que sí me evoca sentimientos de todo tipo. Hasta la próxima...

20 febrero 2008

Los 30 de Canichu



Tina Modotti por Edward Weston

Cuando la proximidad de la entrega de los Oscars invade las pantallas cinematográficas, yo me resisto a ir al cine. Quiero ver todas esas películas, pero no empujada por la inminente ceremonia. Siempre me he resistido al tratamiento del cine como estreno, como urgencia, como noticia. Así que sigo con la fotografía, que es otra de mis pasiones.

Hace unos días, Daniel, el espía del bar nos pidió que imagináramos un personaje que hubiera vivido en los años 30. Yo llegué tarde a la convocatoria y entendí mal la consigna, pero incluyó en su historia a quien le mencioné, una mujer a la que admiro, porque la considero una verdadera artista, pero además, una persona que vivió adelantada a su época.

Daniel escribió una serie de cartas, donde incluyó a los demás blogueros como personajes de ese viaje que emprendió en el tiempo. Les recomiendo leer todos los episodios comenzando por la noticia 397, porque no tienen desperdicio, y los invito a recrearse con el que cuenta con la presencia de mi artista favorita: Tina Modotti, a quien le permite protagonizar junto a un personaje con mi nombre, parte de su historia.

Las imágenes de Tina hablan por sí solas...

LS



Caña de azúcar, 1925



Mujer con olla, 1926



Estadio, Ciudad de México, 1927



Sombrero mexicano con hoz y martillo, 1927



Madre e hijo, 1929