16 octubre 2013

Wakolda / El médico alemán. Lucía Puenzo. Argentina, 2013.

Liliana Sáez


La Patagonia se extiende al sur de la Argentina, inconmensurablemente, cubierta por desiertos, montañas y lagos. Hacia el Oeste, se levanta la cordillera de los Andes, una mole pétrea que la separa de Chile, con altas cumbres cubiertas de nieves perennes. Una gran cantidad de lagos ha obligado a construir caminos que los bordean y que ofrecen un espectáculo que maravilla los ojos de los visitantes, con un paisaje que no tiene nada que envidiarle a los Alpes suizos.
La montaña es un testigo enhiesto, monumental, que ha ido modelando los caracteres de los pobladores, encerrándolos en el ensimismamiento, endureciéndoles la mirada y dotándolos de una desconfianza casi visceral. El frío es el estado natural de la región  y los fuertes vientos azotan sin clemencia el lugar. Parecía que ese paisaje agreste del sur argentino era exclusivo de otro realizador, Carlos Sorín, que ha  plasmado sus historias en films como La película del rey (1985), Historias mínimas (2002), Bombón, el perro (2004)…
La mirada de  Lucía Puenzo en Wakolda es muy diferente a la simpatía que demuestra Sorín por los pobladores de la Patagonia. Para Puenzo, detrás de la belleza y la imponencia de la montaña respira una comunidad cerrada, que trabaja en las sombras y, bajo una apariencia afable, en realidad sostiene una ideología perversa. En ambos casos, el paisaje acompaña con su aridez y belleza, pero en el film que nos ocupa, su inmensidad conlleva una sensación de misterio subterráneo, latente, inquietante…
Este es el tercer largometraje de Lucía Puenzo, una escritora que ha filmado algunas de sus novelas. Proviene de una familia de cineastas, en la que su padre, el prestigioso Luis Puenzo (La historia oficial, 1986) produce el film y su hermano, Nicolás, es el responsable de la fotografía.
Ambientada en los años sesenta, narra la historia de una familia, integrada por la pareja de Eva (Natalia Oreiro) y Enzo (Diego Peretti) y sus tres hijos. Regresan al pueblo donde Eva pasó su infancia, a rescatar y poner en funcionamiento una hostería familiar. En el camino se encuentran con un misterioso médico alemán, con quien mantendrán contacto durante los próximos días.


07 octubre 2013

Operación Masacre, película restaurada

Liliana Sáez



Durante la Revolución Libertadora, llamada popularmente Fusiladora (1955-1958), la Argentina era silenciada a través de un decreto que impedía mencionar cualquier referencia al presidente depuesto, Juan Domingo Perón. El golpe de estado militar llevó a cabo un desempeño que ha quedado simbolizado con uno de los hechos más sangrientos de la historia del país sudamericano: los fusilamientos de junio de 1956.

En plena dictadura, comenzó a aparecer publicada por capítulos, en la revista Mayoría, la denuncia de los hechos de José León Suárez, el 9 de junio de 1956, cuando un grupo de resistentes peronistas fue detenido y ajusticiado en el basural del popular barrio bonaerense.

Cada semana había una entrega documentada sobre ese fatídico día que el gobierno intentaba, sin lograrlo, ocultar. Los textos, encuadrados en lo que luego se conocería como ficción periodística, iban firmados por Rodolfo Walsh, basándose en los testimonios de los  sobrevivientes. Más tarde, esos escritos pasarían a formar un libro: Operación Masacre, que fue valientemente publicado en 1957.

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03 octubre 2013

La obra de Leonardo Favio se exhibe en Madrid

Liliana Sáez




Durante el mes de septiembre se exhibió en el cine Doré, de Madrid, una retrospectiva del gran autor cinematográfico argentino, más conocido como cantante en el resto del mundo, Leonardo Favio.

La muestra comprendió las tres películas fundamentales de su filmografía, la trilogía en blanco y negro, que ofrece un universo estilístico riquísimo: Crónica de un niño solo (1965), Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo comenzó la tristeza y unas pocas cosas más…  (1966) y El dependiente (1969), inspiradas por la transición que se da entre el Neorrealismo y la Nouvelle Vague y rodadas en ambientes provincianos. También formó parte de la exhibición su obra en color: Juan Moreira(1972), sobre la figura de un gaucho rebelde contestatario del poder; Nazareno Cruz y el Lobo(1974), una fábula fantástica del campo argentino sobre la luna llena y la transformación del Lobizón y con el espíritu de la época, en un mensaje donde predominan el amor y la libertad;Soñar, soñar (1974), interpretada por dos personajes muy populares, el boxeador Carlos Monzón y el cantante Gianfranco Pagliaro, era considerada por Favio su película favorita; Gatica, el Mono (1989), la historia de la triste vida del boxeador Lucho Gatica, que alcanza la fama con tanta rapidez como la pobreza y el olvido; y Aniceto (2008), su última película yremake de su segunda obra, donde Favio se desprende del clasicismo para contar con puesta teatral y a través de la danza una historia de amor claustrofóbica, que se desenvuelve con una violencia escondida tras cierta sensación de quietud en la narración.



01 octubre 2013

Yazujiro Ozu. La negación del artificio

Liliana Sáez



El cine japonés irrumpió en Occidente en 1951, cuando Rashomon (1950) obtuvo el León de Oro de la Mostra de Venecia, y la dupla Akira Kurosawa/Toshiro Mifune siguió conquistando preseas, entre ellas la del Oscar a Mejor Película Extranjera, lo que permitió la apertura de los mercados cinematográficos occidentales para el cine oriental. Sin embargo, para Yasujiro Ozu, considerado hoy otro maestro japonés, la entrada en las pantallas de este lado del mundo se haría esperar. Los festivales más renombrados nunca recibieron sus filmes, por ser considerados como “demasiado japoneses” para poder deslumbrar las pupilas occidentales. A pesar de ello, algunos círculos de cinéfilos, sobre todo en Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania, lo conocían; en cambio, los franceses accedieron a su cine en 1978, cuando se proyectó Cuentos de Tokio (Tokio Monogatari, 1953) por la televisión.

Japón sufrió una humillación histórica durante la Segunda Guerra Mundial, a partir del bombardeo atómico a Nagasaki e Hiroshima, que llevó a la rendición del ejército imperial y a la posterior ocupación de la isla por parte de las tropas norteamericanas, lo que le significó al país la debacle económica, y a sus habitantes, uno de los traumas más difíciles de sobrellevar. Esta situación precipitó un quiebre en los valores tradicionales que soportaban las estructuras sociales y políticas. El cine de Yasujiro Ozu se ocupó de registrar historias donde queda en evidencia esa resignificación de los valores sociales tradicionales, en los que el respeto por los ancianos y la lealtad habían sido hasta entonces los que sostenían a la institución familiar.

Los japoneses habían sido dilectos espectadores de dramas históricos (jidai-geki), generalmente ambientados en la época feudal, pero por las condiciones históricas recientes habían dejado de interesar, inclinándose más hacia las películas que mostraban situaciones de la vida contemporánea (gendai-jeki), o de historias que tenían como protagonistas a personajes de las clases humildes (shomin-geki). De estas últimas se nutrió el cine de Ozu, así como también de un género que se convirtió en un producto exclusivo de la posguerra, como fueron las kachusha-mono (películas de madres y esposas). 

Yasujiro Ozu nació en Tokio, en 1903. De una familia de extracción popular, fue enviado a estudiar a Matsuzaka, donde asiste sorprendido a la proyección callejera de las primeras películas que ven sus ojos. Desde entonces, ya sabe que su vida la dedicará al cine. Prepara su ingreso en la Universidad y busca trabajo en los Estudios Shochiku, donde es contratado, primero, como ayudante de operador, y luego como asistente del director de comedias Todamoto Okubo, un gran admirador del cine norteamericano.

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