24 mayo 2014

Un chateau en Italie. Valeria Bruni-Tedeschi. Francia / Italia, 2013.

Liliana Sáez


Coqueteando entre el drama y la comedia, Valeria Bruni-Tedeschi nos cuenta la historia de Louise, una mujer de 43 años, en un momento crítico de su vida. De su familia acomodada solo quedan su madre y su hermano. Los tres deben decidir qué hacer con el castillo que habitan y que no podrán mantener. Su hermano es un enfermo terminal. Ella teme no tener tiempo de engendrar un hijo.

Las situaciones por las que pasa esta mujer madura, ex actriz y enamorada de un joven que no le corresponde, son mostradas con cierta gracia, a través de una historia que se va desenvolviendo predeciblemente. No deja de ser una postal de un mundo nuevo, donde la burguesía industrial y la composición familiar están en decadencia. Una mirada a la Italia moderna, con una crisis que la condena, puesta bajo la lupa, a través de estos seres que se encuentran en una pendiente existencial que los lleva inexorablemente al abismo.

Bruni-Tedeschi ha encontrado una historia que puede resumir el desconcierto por el que pasa Italia, y ha tratado un drama con visos de comedia, obteniendo un fresco agridulce que no logra cuajar, debido a lo irregular de su tratamiento. Hay escenas que están logradas, como las de las reuniones familiares donde se dirime el futuro del caserón que habitan o las conversaciones con su hermano moribundo; pero hay otras que pecan de ingenuidad, como las de los encuentros entre Louise y el joven actor del que está enamorada, que por momentos se vuelven risibles.

Como contraparte de esos seres en decadencia, aparece un amigo fuertemente relacionado con todos los integrantes de la familia, a los que les pide dinero para subsistir y que es rechazado inexorablemente por cada uno de ellos. Sin embargo, parece ser el más sincero y el más desesperado de todo el cuadro de personajes que ofrece Un Chateau en Italie. Excesivo, por momentos caricaturizado, con escasos instantes frente a la cámara, su presencia viene a poner en su lugar a cada uno de los personajes que veníamos conociendo hasta entonces. Seres miserables, egoístas, que no logran quitar el foco de lo que no tendrán, sin pensar en lo que realmente poseen. No se sabe si esto último es lo que ha querido retratar Valeria Bruni-Tedeschi o si se trata solo de un espejismo al tratar de filmar una situación autorreferencial.



18 mayo 2014

Mauro. Hernán Roselli. Argentina, 2014.

Liliana Sáez


Ambientada en el conubarno bonaerense, Mauro cuenta la historia de un joven que lleva una doble vida. Por un lado, subsiste como cualquiera de los argentinos que realizan un oficio que apenas les alcanza para vivir, y por el otro, mantiene una especie de pyme clandestina con una pareja de amigos que se encarga de falsificar dinero.

Hernán Roselli compone el retrato de Mauro, a través de una serie de escenas dispersas que el espectador deberá ir componiendo como un puzzle, y a pesar de ello, se quedará con algunas lagunas que ni siquiera el propio director en el encuentro con el público pudo/supo explicar… o mejor sí, lo explicó, pero se dio esa situación en la que uno dice: “No aclares, que oscurece”… Mejor nos quedamos con lo que vimos y obviamos las explicaciones, porque no suman al film, sino que acrecientan la idea de improvisación que desmerece los tres años que, dice, le llevó filmar lo que presentó en este 16º Bafici y que con tanto entusiasmo presentaron los organizadores, alabó la crítica y premió el jurado.

“Escenas del suburbio” podría haberse titulado esta ópera prima, donde no hay más hilo conductor que la propia figura de Mauro. Una madre “cinéfila” (la definición es del propio autor) que no para de hablar, un amigo que alberga en su casa el taller donde producen el dinero falso, un chofer de taxi que lo amenaza y luego lo golpea, una mujer que no sabemos si lo ama o lo traiciona… y una suma de imágenes de vídeo casero que retratan a una familia que no encaja en la historia que venimos viendo. Todo eso es Mauro. Mucho y nada. Da para contar una historia, si tuviera cierta ilación, pero finalmente, lo que vemos son pantallazos de la posible vida en un suburbio, de un personaje que camina por la cornisa que separa lo legal de lo ilegal. La estética oscura, sucia, abona al personaje fuera de la ley. Una pena que Roselli no se haya jugado más por un guion que le diera sustancia a esas imágenes logradas, que juntas no suman, sino más bien dejan abierta una serie de puntas que podrían entre todas narrar una buena historia.

17 mayo 2014

The Rooster. Uri Zohar. Israel, 1971.

Liliana Sáez


Una de las retrospectivas más llamativas del 16º Bafici fue la dedicada al realizador israelí Uri Zohar, “icono de la bohemia de Tel Aviv y de la cultura laica de Israel”, como reza el catálogo del Festival. Zohar cuenta con una filmografía cerrada desde los años setenta, cuando decidió dejar el cine para transitar senderos religiosos.

Si bien él reniega de su pasado cinematográfico, actualmente su obra es objeto de estudio y de culto, por ser considerada clásica dentro del cine israelí, quizá por la manera en que retrató a sus contemporáneos o por la sensibilidad con que plasmó una etapa de la historia de su país.

The Rooster (el Gallo) es el apodo de un sargento de ejército que pide licencia para poder divorciarse. El trayecto hasta su destino se verá distraído por una serie de situaciones (que recuerdan a After Hours, Martin Scorsese, 1985), que siempre tendrán como protagonista a una mujer seducida por el sargento. No hay que olvidar que fue filmada en los años setenta, cuando se predicaban la revolución social y el amor libre.

Aunque estemos ante una comedia, si conocemos la obra previa de Zohar (por ejemplo, La verdadera historia de Palestina, 1961), podríamos afirmar que con The Rooster propone una lectura política del film. Chaim Topol interpreta al misógino que ejecuta el rol principal, un seductor que irá conquistando, como se conquistan las distintas plazas en la guerra, a cuanta mujer se le ponga en el camino. El humor y la ironía están presentes también aquí, así como su universo personal, donde las crisis individuales están totalmente impregnadas por las crisis políticas.

Uri Zohar supo retratar, en sus tiempos de cineasta, el paisaje israelí pleno de sol y los barrios populares de Tel Aviv. The Rooster no escapa a la vitalidad extraordinaria de su cine, cuya temática ronda siempre acerca de la inmadurez, la infidelidad y la falta de referencias para terminar de crecer.

La última película. Mark Peranson y Raya Martin. Canadá / Dinamarca / Alemania / México / Filipinas, 2013.

Liliana Sáez



Inspirada en la aventura fílmica de Dennis Hopper (The Last Picture, 1971) en las ruinas incas del Perú, el holandés Mark Peranson y el tailandés Raya Martin recogen el reto de CPH:LAB, del Festival de Copenhague, y se instalan en México para realizar una obra vanguardista que piense el cine como tal y la realidad vista y retratada como punto de reflexión.

El espectador se ubica frente al visor de la cámara y todo lo que suceda enfrente será registrado, visionado y recibido a un ritmo que no da respiro. Estamos a pocos momentos del Apocalipsis maya. La cámara nos invita a recorrer el espacio, a ver/mirar a quienes se han congregado junto a las pirámides en espera del signo mágico que señala el cambio de era.

Alex Ross Perry interpreta a un cineasta en busca de locaciones para su próxima película, y que ha coincidido con el momento crucial de la cultura azteca. Lo acompaña un guía vernáculo, Gabino, que cobra protagonismo luego de rescatar al cineasta de la cárcel, donde ha caído por filmar sin permiso en locaciones históricas. Los límites entre documental y ficción se vuelven difusos. La verborragia del cineasta es interminable y se pasea por su condición de hombre de cine, su posición frente a la realidad que retrata o la mirada de las ruinas como gran set de filmación, donde pueda llevarse a cabo un sacrificio humano… Pone en tela de juicio la veracidad de los monumentos, se burla de la ingenuidad de los turistas y del oportunismo de los guías, poniendo en entredicho el papel de la cultura occidental.

Filmada en siete días y medio, con nueve cámaras y distintos formatos (en fílmico y digital), como lo exige el CPH:DOX, utiliza registros propios del documental y del cine de ensayo, de la ficción y del cine vanguardista, de la epopeya histórica y de la ciencia ficción… Todo esto teñido por un discurso con grandes dosis de humor que raya en la ironía y el cinismo. Los comentarios entre los personajes incluyen al espectador, que oficia de “verdadero” cineasta al frente de la cámara, debido a la subjetividad con que está filmada La última película. Ese espectador-cineasta es testigo ineludible de los comentarios del protagonista, que lo insertan en el discurso, porque todo cineasta es cómplice de lo que se dice y muestra en su película.

El monólogo de Alex Ross Perry no tiene desperdicio. La cámara juguetea con la realidad, encontrando momentos sublimes, como el río rojo o la imagen invertida de la pirámide con un cielo profundo a los pies, que provoca vértigo en una panorámica interminable.

La última película es una de las mejores propuestas que ofreció el 16º Bafici. Inteligente, graciosa, cómplice, reflexiva… Una pena que para los integrantes del jurado haya pasado inadvertida.

16 mayo 2014

La fille du 14 juillet. Antonin Peretjatko. Francia, 2013.

Liliana Sáez




Cuando quedan los últimos días de vacaciones, cinco jóvenes alocados emprenden un viaje por carretera desde París hasta la Costa, en busca de sol para sus pieles y amor para sus corazones.

Por momentos absurda, pero siempre fresca, La fille du 14 juillet nos muestra un retazo de la realidad francesa, a través de un grupo de muchachos y chicas que deben lidiar con las finanzas que les permitan llegar a destino, con la correspondencia del amor y los celos, con las disposiciones que acortan sus vacaciones imprevistamente, con todo lo que ello implica en cuanto a sus obligaciones, el desconcierto de la población o el tránsito que se complica… todo esto en una Europa en crisis.

Desde la primera secuencia, donde vemos a los dos últimos presidentes franceses celebrar la fiesta nacional, custodiados por un ejército que desfila ante nuestros ojos, ya sin diálogos, pero con una cámara estática que comenta, Antonin Peretjatko nos sitúa en el tono cómico que ha previsto para su ópera prima.

La alegría del verano y la frescura de la juventud son plasmadas con colores vivos y paisajes saludables. La línea crítica aparece soslayada, apenas esbozada en un trasfondo que permanece durante todo el film, lo que produce en el espectador un llamado de atención suave, pero  constante, como trasfondo de las vicisitudes que deben sortear los jóvenes en su búsqueda de pasarla bien.

Hay una constante alegría de vivir en los chicos que emprenden la aventura hacia el mar. La cinefilia del autor de La fille du 14 juillet remite a grandes directores franceses, sus personajes recuerdan a los de Jean-Luc Godard, incluso con sus miradas apelativas a cámara, sus paisajes, a los de Eric Rohmer, y muchas de las situaciones parecen inspiradas en la obra de Jacques Tati.

Alegre, desenfrenada, con pinceladas de crítica política y social, pero extensa, quizá demasiado para una road movie que cumple el trayecto de París a la Costa Azul con personajes que solo buscan diversión.

14 mayo 2014

El escarabajo de oro. Alejo Moguillansky y Fia-Stina Sandlund. Argentina, Suecia y Dinamarca, 2013.

Liliana Sáez





La ganadora de la Competencia Argentina en Bafici 2014 como Mejor Película, El escarabajo de oro, utiliza en su guion el pretexto de la filmación de una película para, en realidad, partir en busca de un tesoro.

Enmarcada, como La última película (de Mark Peranson y Raya Martin) en el DOX:LAB del Festival de Copenhague, utiliza la fórmula de co-realización y co-escritura del guion entre un director europeo (la danesa Fia-Stina Sandlund) y otro no europeo (el argentino Alejo Moguillansky).

La exigencia planteada propone un reto en el que se devela la coparticipación de los dos realizadores en un film que persigue, para cada uno de ellos, finalidades diferentes. Si Fia-Stina propone una biografía de Victoria Benedictsson para reflexionar sobre una cuestión de género, a través de un personaje feminista, Alejo es captado por su amigo para viajar con todo el equipo de producción al pueblo Leandro N. Alem, en la provincia argentina de Misiones, con el fin de encontrar un tesoro misionero,bajo el pretexto de tratar el tema del colonialismo, a través de la figura histórica que le da nombre al lugar, aunque este personaje no haya pisado nunca ese suelo.

De más está decir que la historia discurre por senderos absurdos, aunque permite entresacar de las situaciones en que se ven incluidos los personajes, algunas líneas del discurso que en un comienzo se pretendía pronunciar. Así, bajo la égida del cuento “El escarabajo de oro”, de Edgar Allan Poe, los personajes y las acciones se ven sometidos a “tour de force”, luego de andar y desandar senderos, literales y metafóricos, para construir una historia simpática, aunque por momentos, exasperante.

Dice Moguillansky acerca de su socia en la dirección: “Ella es una feminista que estaba obsesionada con la autora Victoria Benedictsson y, sobre todo, con el personaje de La señorita Julia, la obra de Strindberg que está basada en la historia de ella. Tenía mucho que ver con los suicidios y ahí se me ocurrió hacer algo sobre Leandro N. Alem, que es un suicida que siempre me cayó simpático”. Si a eso le sumamos que ambos realizadores querían incluir en su filme los universos de Edgar Allan Poe y de Robert Louis Stevenson, entenderemos por qué por momentos El escarabajo de oro se vuelve absurda.

Moguillansky y Sandlund capitalizaron sus desencuentros en el momento de escribir el guion, aprovechando esas desinteligencias para incluir en su filme varias de sus obsesiones. Quizá demasiadas y poco coherentes, esas situaciones aportan a algunas escenas cierta frescura, mientras que en otras ocasiones se vuelven monótonas y aburridas. Sin embargo, subsisten, entrelíneas o explícitamente, las preocupaciones éticas e históricas acerca de temas como el dinero, el feminismo, la colonización, los contratiempos en una producción cinematográfica, la xenofobia, la picardía criolla… Lo dicho, son demasiados temas y no tan emparentados entre sí como para incluirlos en un solo filme y que convivan lógicamente.



11 mayo 2014

El cuarto desnudo. Nuria Ibáñez. México, 2013.

Liliana Sáez



Integrando el conjunto de las más de cien películas de la Sección Panorama del 16º Bafici, junto a la última de Alain Resnais (Aimer, boire et chanter) y a la película estrella de Claude Lanzmanm (El último de los injustos), El cuarto desnudo aparece como un pequeño y perdido documental de interés clínico.

Rodado con cámara fija, encuadrando en primer plano a los pacientes (niños y adolescentes) que acuden a la guardia de un hospital psiquiátrico infantil de Ciudad de México, Nuria Ibáñez navega por ese territorio que se dirime entre la representación de la realidad y la ética frente a lo que la cámara muestra.

Los niños que son entrevistados por los médicos argumentan sobre su comportamiento, sobre su relación con los padres y con las situaciones contra las que no pueden luchar. El espectador queda atrapado en la conflictividad de sus historias, en la incomprensión de su realidad, en la esperanza de que haya una salida para esos chicos. Hay por parte del espectador, también, un sentimiento de pudor frente a los testimonios que los niños brindan al médico. Y ahí es donde “hace ruido” el documental, en esa pequeña línea que separa el territorio de lo que se puede, o no, mostrar.

El cuarto desnudo no deja de alarmar por la realidad que expone, chicas que se ven gordas, a pesar de estar con buen peso; niñas que se cortan o han intentado suicidarse, porque no se soportan; chicos que sufren de incontinencia urinaria, a pesar de ser grandes para ello, o personitas que vuelcan su conducta violenta sobre los seres que más quieren. Estos chicos han llegado a la clínica por decisión propia o porque los han llevado. Han encontrado contención por parte de los médicos, y Nuria Ibáñez se encarga de cerrar el documental tan árido con una pequeña luz de esperanza. Todos creen que han hecho bien en ir a atenderse. Todos creen que podrán salir adelante.

No más que eso es lo que vemos. No más que eso es la propuesta de la directora, pero tampoco es menos que eso. No hay más discurso que esas caras tan jóvenes en primer plano y sus testimonios estremecedores. Si existe propuesta de reflexión, ésta se plantea en términos que son responsabilidad absoluta del espectador. Quizá el único comentario formal sea la elección del primer plano del paciente con cámara fija, donde vemos las expresiones de los chicos y escuchamos en off los comentarios de los padres o de la médica, ,  así como el montaje, donde se han ubicado hacia el final las esperanzas expresadas por estos pequeños.

El cuarto desnudo es un pequeño fresco sobre la niñez y la adolescencia en un país latinoamericano. Persigue con su mirada restringida en la imagen, un panorama general de una capa etaria y de una clase baja de la sociedad. Ibáñez deja hablar a los chicos, le da carta blanca a los médicos para que los entrevisten y consigue expresiones que van desde el miedo hasta la rabia, todas bañadas por una profunda tristeza, el gran desamparo que sufren y la descomposición familiar de su entorno. Lo demás, como dijimos, corre por cuenta del espectador, que asiste impotente a la representación de la fragilidad humana.

09 mayo 2014

Big Eyes. Uri Zohar. Israel, 1974.

Liliana Sáez



Big Eyes narra lo que sucede durante dos días en la vida de Benny Forman, un entrenador de baloncesto (interpretado por el mismo Uri Zohar) que suele guiar la vida de sus jugadores, presionar a sus amigos y engañar a su esposa y a sus amantes.

Objeto de culto por parte de las jóvenes generaciones de Israel, Big Eyes es una de las películas de este director que lo convoca a situarse en lo que se ha dado en llamar la Nueva Ola del Cine Israelí. Los devaneos amorosos del protagonista, las historias que debe inventar para no ser descubierto, las situaciones embarazosas que provoca y la lección de vida que recibe son algunos de los puntos que lo acercan a la contemporaneidad de la Nouvelle Vague francesa. Pero también la propuesta estética, en blanco y negro, los primeros planos en las conversaciones y discusiones, las intervenciones a cámara y el bajo presupuesto con que contó para rodarla.

Así como en The Rooster, aquí también están presentes algunas constantes temáticas: una misoginia poderosa que se apoya en las relaciones entre hombres y mujeres, donde los derechos y deberes no están bien repartidos, quizá debido al protagonismo que en Israel tiene el ejército, una institución que recluta a hombres y mujeres, pero con un fuerte contenido dominante y machista.

Big Eyes retrata a una sociedad en crisis de valores, donde el hombre debate su razón existencial. Es un ejemplo del cine de este prolífico realizador, que llevó a la pantalla una serie de preocupaciones de toda una generación, planteada de manera aparentemente banal, pero con una posición crítica encubierta en su sátira.

La filmografía de Zohar transita un catálogo que puede caracterizarse por ser comercial o artístico, sin que por ello deje de ser una sólida. En muchos casos se apoya en la vulgaridad, pero vista desde una representación popular de la sociedad, como es el caso de The Rooster; otras, va más allá, en la representación de los conflictos de sus personajes, más bien como una búsqueda estética de estados anímicos, pero nunca pierde la alegría ni la vitalidad que lo caracterizan, como sucede en Big Eyes.

06 mayo 2014

Algunas chicas. Santiago Palavecino. Argentina, 2013.

Liliana Sáez


Llegó al 16º Bafici precedida por su inclusión en la Sección Horizontes del pasado Festival de Venecia. Cuenta la historia de Celina, una médica que luego de una crisis matrimonial visita a Delfina, una amiga que hace tiempo no ve. Sus conflictos se suman a los de las otras mujeres que se encuentran en el lugar: Paula, Nené y María. Celina no encontró peor lugar para ir a aclarar sus dudas existenciales. El pasado la abruma y sus fantasmas se propagan en el ambiente, contaminando con sus sentimientos negativos a las otras jóvenes. Los dos personajes masculinos, Sergio y Esteban, sólo funcionan como decantadores de estados anímicos de las mujeres y desencadenantes de sus momentos críticos.

En una entrevista realizada en Venecia, Santiago Palavecino contó que envió un ejemplar de “Entre mujeres solas”, de Cesare Pavese, a sus actrices para que construyeran su personaje con total libertad. Luego ajustó el guion a las propuestas de las protagonistas y dejó que su director de fotografía, Fernando Lockett (a quien le debemos las imágenes más poéticas) las siguiera cámara en mano. Consiguió filmar un thriller, cuyos personajes se internan en una atmósfera cada vez más opresiva, a medida que se van desintegrando psicológicamente.

Narrada como una serie de pesadillas entrelazadas que no encuentran el momento de despertar, Algunas chicas nos introduce en un ambiente donde los fantasmas abruman a las protagonistas (y hay que decirlo: también al espectador), donde existe la constante referencia al suicidio como única manera de escapar a la angustia y donde las reiterativas recorridas de un espacio abierto al campo luce paradójicamente, como un laberinto con pasillos que solo llevan hacia la oscuridad.

Con un ritmo moroso y una cierta mirada misógina, la historia se pierde ante la representación de los estados anímicos femeninos, dejando la sensación de haber tenido una pesadilla sin conclusión, con los ánimos absorbidos por la angustia de los personajes y con la certeza de que en menos tiempo, Palavecino podría haber ofrecido una propuesta mucho más efectiva, que no alterara la paciencia del espectador.

04 mayo 2014

Minuscule - Valley of the Lost Ants. Tomas Szabo y Hélène Giraud. Francia, 2014.

Liliana Sáez



Minúsculos cuenta la historia de una vaquita de San Antonio o mariquita, que emprende su camino lejos de su familia y se inserta socialmente en un grupo de hormigas negras, que están en permanente lucha con las hormigas rojas.

Tomas Szabo y Hélène Giraud compusieron un filme, evitando el típico antropomorfismo de los animales animados. Estos bichitos dibujados no mantienen diálogos, sino que se expresan por sus acciones y ruidos típicos. Se desplazan por paisajes reales y sufren las vicisitudes típicas de su tamaño y condición.

Los restos de un picnic sirven de desencadenante para que los dos ejércitos en pugna se enfrenten. En medio se encuentra la mariquita, que tomará partido por los más débiles. El reto de arrastrar una caja de azúcar hasta el hormiguero los llevará a pasar por una cantidad de obstáculos, donde se interpondrán seres peligrosos y altos riesgos para su trayecto.

Escenarios reales y animalitos modelados por ordenador logran una síntesis maravillosa en esta historia de acción y suspenso. Los realizadores sostienen que filmaron la superficie del agua del río con un brazo articulado para dar la sensación de los rápidos que arrastran a los personajes, también registraron latas reales en distinto grado de destrucción para que sirvieran como referencia en el momento del modelado,  y fotografiaron zonas montañosas reales para filmar una de las escenas más apasionantes del film.

Si algo es de destacar en esta película, donde los malos luchan por sobrevivir tanto como los buenos, es, además de las hermosas imágenes logradas, la utilización del sonido, donde los ruidos del lugar, así como las expresiones sonoras de los animales le dan verosimilitud a los personajes y a los ambientes, pero es la música clásica elegida, inspirada en composiciones de Prokofiev, lo que le imprime una suave estilización a Minúsculos.

Además del río, donde los insectos luchan por sobrevivir a la fuerza del agua y a la agresividad de sus habitantes, otra locación que centra el interés de los más pequeños es donde se lleva a cabo la lucha: el hormiguero. Construido como una maqueta de dos metros, con un panel circular con el paisaje que lo rodea, el nido de las hormigas se muestra como un gran castillo, donde su reina recibe obsequios de los obreros. En el enfrentamiento entre los dos ejércitos, se utilizó un software creado para El Señor de los Anillos (The Lord of the Rings, Peter Jackson, 2001), que permite mostrar grandes movimientos de masas en una dirección específica.

Szabo y Giraud estuvieron trabajando durante dos largos años e invirtieron un presupuesto de diez millones de euros. El resultado es un bello collage de imágenes y sonidos con una historia simpática. El defecto que tiene es que es mucho más extensa de lo que la atención de un niño pueda prestarle.

A vingança de uma mulher. Rita Azevedo Gomes. Portugal, 2012.

Liliana Sáez


Rodada en espacios teatrales, con una fuerte carga literaria y extensos monólogos, la adaptación del cuento homónimo de Barbey d’Aureville, A vingança de uma mulher, fue la obra más destacada por los organizadores, de la retrospectiva dedicada a Rita Azevedo Gomes.

El cine de la directora portuguesa tiene una impronta estética romántica, con una puesta en escena pictórica y largos textos retóricos. La cámara acompaña con morosidad, como un pincel que acaricia el lienzo, mientras los personajes adoptan posiciones de modelos vivientes, cuyos trajes de telas gruesas los aprisionan en situaciones sin retorno. Se nota tras la mano de Azevedo Gomes un riguroso tratamiento del guion, una apasionada mirada sobre la composición del encuadre y un conocimiento literario de peso, que sabe transmitir al espectador. Teatro, pintura y literatura puestos al servicio del cine en una obra cargada de oscuro romanticismo.

A vingança de uma mulher consta de un prólogo y un epílogo. Lo demás es un monólogo que se extiende largamente, mientras la figura de la mujer se desplaza en escasos espacios de la estancia. Estamos ante uno de los pocos casos en que el cine se apoya más en los parlamentos que en las imágenes. Todo lo que sucede se desgrana del extenso discurso de la dama.

Hay influencias de Manoel de Oliveira en su obra. Lo constatamos en el homenaje que Azevedo Gomes realizó al director con motivo de su 98º cumpleaños, Parabens Manoel de Oliveira, que también se vio en el Festival. Un recuento de imágenes seleccionadas de su filmografía, como si fuera una composición musical, que daba cuenta de una obra extensa, coherente y poética.

Los registros artísticos de Azevedo Gomes también pueden constatarse en el cortometraje A Coleção Invisível, una pequeña obra inspirada en el cuento homónimo de Stephan Sweig, en homenaje a la alicaída Cinemateca Portuguesa. La historia cuenta los últimos días de un hombre que ha guardado por años una colección de estampas pintadas, largamente codiciadas por los expertos. Su hija se ha debido deshacer de ellas para poder mantener al padre ciego. Un coleccionista visita al hombre, presionado por la hija para que simule estar ante la verdadera colección que ya no existe. Azevedo Gomes logra mantener el suspenso durante todo el tiempo, mientras los protagonistas van internándose cada vez más en un callejón sin salida. Hermosa metáfora para hablar de la colección fílmica perdida o deteriorada por la inoperancia oficial en el archivo fílmico de su país.

Esta sí ha sido una verdadera sorpresa del Festival. Y se agradece.

02 mayo 2014

Costa da Morte, Lois Patiño. España, 2013.

Liliana Sáez



Aunque se haya ido del Bafici sin llevarse ni un reconocimiento, el documental Costa da Morte, del director gallego Lois Patiño, ha sido para mí lo mejor que he visto en el Festival.

Inspirado en las leyendas que escuchaba de niño, la mítica costa se convirtió en una obsesión que lo llevó a consolidar éste, su primer largometraje. Antes ha realizado una serie de cortos experimentales que pueden revisarse en su página web. Quien la visite se encontrará con un documentalista que ha desarrollado una obra muy personal. Y Costa da Morte no es una excepción.

Esa región costera gallega, que se extiende sobre el Atlántico, desde Carballo hasta el cabo de Finisterre, es azotada continuamente por fuertes tormentas que provocan cantidad de naufragios contra los acantilados que se observan en su paisaje. Para los romanos era el fin del mundo, para los gallegos es un centro de míticas leyendas que suelen ser transmitidas oralmente de generación en generación.

El documental está filmado totalmente en grandes planos generales. El paisaje es el verdadero personaje. El hombre aparece en una escala pequeñísima, solo o acompañado, lidiando con la inmensidad y el trabajoso oficio de sobrevivir en una tierra donde las dimensiones del entorno lo exhiben minúsculo.

Allí están los leñadores, los pescadores y los mariscadores, seres anónimos que pueblan esa geografía de cuya espectacularidad da cuenta la cámara de Patiño. Esos bosques sumidos en la niebla, donde los leñadores van eliminando uno a uno los árboles; la pétrea roca, donde un pescador parece sostenerse en equilibrio frente al vértigo que ofrece la furiosa rompiente del mar; la playa calma al amanecer, donde los mariscadores con sus linternas parecen estrellas al ras del suelo; el faro, imponente e inútil, frente a la cantidad de naufragios históricos que superan cualquier estadística; el pueblo y el puerto, como refugios de su gente y destino de su trabajo… Grandes palas mecánicas ayudan a trasladar las colosales dimensiones del producto de su labor. Hasta en esos momentos, Patiño logra transmitirnos imágenes sugerentes… como las de la cantera, donde la pala del tractor va levantando las piedras para ubicarlas en un transporte que las lleve al puerto; en un momento, la pala hace rodar la piedra para poder levantarla, y lo hace con tanta delicadeza que parece más una caricia que una función puramente mecánica.

La imagen parece decirlo todo, como alguna vez Patiño sostuvo, intenta “retratar los movimientos sutiles de la naturaleza”. Una naturaleza que encuentra en su aridez, poesía. Sin embargo, la imagen no es prevalente. Esa gente anónima que se desplaza por las playas, por los bosques, por el mar o la ciudad, esos minúsculos seres contenidos por un apoteósico paisaje, tienen su protagonismo en la banda sonora. Si bien la imagen es la que ocupa el cuadro completo de la pantalla, las voces de estos seres han sido registradas en primer plano. Los escuchamos contar las leyendas que oyeron de niños y lo que vivieron hace ochenta años atrás. Narran casos de naufragios donde no hubo ni un sobreviviente, o la vez que pudieron rescatar latas de leche condensada y el pueblo entero, pensando que eran de pintura, pintó sus casas. Los relatos nos llevan a la prehistoria y las tumbas construidas en la piedra, a la época de los romanos que consideraban la zona como el fin del mundo, a los tiempos de la guerra cuando zozobró un barco nazi… Con esas voces en primer plano, Patiño logra ubicar a los pobladores de Costa da Morte como personajes de peso en un paisaje que les pelea protagonismo.

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