30 marzo 2007

Alumbramiento

(Para ver el corto, hacer clic aquí)


UNA CLASE DE CINE
Liliana Sáez

Lo hemos dicho varias veces en este blog. Víctor Erice es un maestro. Su escasa filmografía basta para instalarlo entre los mejores (si no el mejor) director de cine español. Hace muy poco tiempo fue invitado a participar en un film colectivo, donde él aportó Alumbramiento, un corto de casi diez minutos, con una secuencia de planos que habla del mismo universo al que pertenece una de sus películas (la más hermosa, a mi entender), El espíritu de la colmena.

En esos diez minutos están presentes tres de sus temas favoritos: el entorno realista, la fantasía infantil y la guerra. Estructurada a la manera clásica –introducción, conflicto, desenlace–, la habilidad de Erice radica en que casi sin diálogos (que aparecen casi al final del film) y con una serie de planos cortos, rodados en blanco y negro, y algunas disolvencias y sobreimpresiones, nos va narrando no sólo la acción, sino que también va instalando en el espectador la sensación del ritmo que se vive en una casa. Cada personaje es definido con un plano... no son los actores los que hablan, es la cámara la que nos relata.


Un niño recién nacido, una mujer que duerme un sueño intranquilo, una mancha de sangre que se va expandiendo por la ropa del bebé.

Un niño que dibuja un reloj en su muñeca y que lo acerca a su oreja para escuchar el tic-tac (¿dispara una especie de cronómetro fatal?). Un reloj verdadero que marca la hora de la siesta, y cuyo péndulo irá pautando cada uno de los segundos de la película.

Dos hombres en la sala, uno juega al solitario, el otro dormita en el sofá. Un suave tilt up nos muestra las fotografías de la pared sobre el respaldo del sillón.

El bebé, la madre, la mancha...

Una máquina de coser que borda un babero, una mujer que amasa en la cocina y que apoya la jarra sobre un diario que muestra la fotografía de tres soldados
(los títulos narran la llegada de los alemanes a la frontera española).

El bebé, la madre, la mancha...

Dos hombres siegan el campo, una mujer tiende la ropa, un soldado trenza una cuerda. Un suave tilt down nos muestra que ha perdido una pierna...
(¿en la guerra?)

Corte a dos pies balanceándose (ya nos genera cierta angustia, hemos visto al joven lisiado, ahora vemos dos pies colgando), pronto Erice nos muestra a una niña hamacándose.

Un perro duerme... un espantapájaros en el campo... disolvencia al bebé
(por un momento vemos una cruz, la del espantapájaros, dibujada sobre el cuerpo del niño, nos genera inquietud). La mancha de sangre sigue expandiéndose.

Una gota cae en un lavamanos y su ruido marcará ahora los segundos. Sobreimpresión sobre una de las fotos de la pared. En una panorámica de la fotografía, que se detiene en el borde izquierdo vemos a un hombre joven: En un bar de La Habana, el hombre posa junto a su personal en un almacén. De allí, pasamos al habano que actualmente aprisionan los dedos del hombre que dormita en el sofá
(con esos únicos dos planos, ya nos contaron su pasado), un auto con placa cubana está frente a la casa. Allí, un encuadre nos muestra a dos niños en la parte delantera del auto; otro, a dos niñas en la parte posterior; un nuevo encuadre integrador enfoca a los cuatro niños que juegan.

Dos mujeres lustran zapatos, un tilt down nos muestra una colección de los zapatos de la familia
(y el trabajo realizado o por realizar de estas dos mujeres). Los hombres siegan el campo, un pájaro arroja un fruto al suelo, donde aparece una culebra (nuevamente sentimos cierta inquietud).

El perro dormido, el espantapájaros, el bebé, un gato que ingresa al cuarto, que se asoma a la cuna, el niño que llora, la mujer que cuelga la ropa atiende al grito que rompe el silencio de la tarde, los niños corren hacia la casa, el sofá queda vacío, la cocina ha sido abandonada... Tilt down y paneo sobre los rostros de los personajes asomados a una puerta: el viejo, la mujer que tendía la ropa, los niños; la cocinera, junto a las dos mujeres que lustraban zapatos tratan de calmar al bebé, la cocinera anuda el ombligo, el niño llora, la mujer en la cama es acompañada por el marido (el del habano), quien aprieta su mano tratando de calmar su angustia, la cocinera les alcanza el niño, los personajes de la puerta sonríen...

Un canción de campo rompe con la secuencia de imágenes que nos ha generado cierta angustia, mientras vemos la silueta de la mujer que tiende una sábana, en un plano hermosísimo, que nos instala de nuevo en una zona de tranquilidad.

En picado el lavamanos, donde alguien sumerge la ropa del bebé manchada de sangre para lavarla, la máquina de coser termina de bordar el nombre del niño en el babero, el niño borra el reloj imaginario de su brazo (¿será en otra oportunidad?), los segadores siguen con la tarea que no han interrumpido, la niña se hamaca, el perro duerme, el soldado sigue trenzando la cuerda, el niño del desván cierra la puerta, disolvencia al péndulo del reloj, disolvencia a la foto del diario que está sobre la mesa de la cocina. Una mancha
(¿de agua? ¿de sangre?) avanza sobre la foto de los tres soldados, vemos la fecha del diario: 28 de junio de 1940 (dos días antes de que naciera Víctor Erice). Disuelve a negro.


Serie de planos conjugados con maestría, cuánta información obtenemos, cuánta angustia nos invade mientras vemos en un ritmo apacible la secuencia de imágenes premonitorias. Ver este corto es querer apresarlo en la memoria (creo que se nota, la descripción casi textual, las imágenes describiéndolo, el link al propio video). Sólo que desmenuzándolo se nota el artilugio con el que Erice logra embaucarnos y angustiarnos con una historia de final feliz. ¿Feliz? Los rastros de la guerra son los verdaderos elementos desequilibradores.

Queda pensar si estamos ante una historia autobiográfica, si es un discurso sobre la guerra como futuro del niño, como amputación de la vida, si es una historia breve con final feliz y algunas trampas para angustiarnos...

De lo que no me cabe duda es que estamos ante un verdadero maestro, un señor que sabe contar una historia, involucrar al espectador, armar personajes sin que digan una palabra, utilizar la imagen (¿qué otra cosa debe ser un director?) para narrarnos una historia y para dejarnos pensando en algo tan profundo como la vida y la muerte.








Dedicado a mi profesor, Alfredo Roffé.

25 marzo 2007

300 (2)

Daniel L.-Serrano (a. Canichu, a. El espía del bar) realizó un extenso comentario sobre 300, que aporta algunos datos históricos (su especialidad) con los que viene a complementar el artículo de Elena. Le propuse subirlo como post, pero me pidió que aclarara que no se trata de un ataque al artículo publicado, sino de un complemento o comentario a ese texto. Hecho lo prometido, aquí lo tienen.
LS


LOS 300 ESPARTANOS


En España los 300 se estrenó ayer. Fui a verla con tres amigos. Soy licenciado en Historia y sabía perfectamente que no iba a ver una película de historia. Fui a ver un cómic, pues la película no deja de ser eso: un cómic. Demasiados planos donde la imagen se muestra en plano fijo, a modo de viñeta. Por otra parte, los famosos 300 eran efectivamente los 300 espartanos (y algunos miles más de otras ciudades) que se quedaron cubriendo otras posiciones. La resistencia duró cuatro días. Los espartanos no fueron solos a la guerra, sino que hicieron una federación con el resto de ciudades de la Hélade para combatir la invasión persa; de este modo, mientras ellos servían para retrasar la entrada de los persas en la península griega, los atenienses, en tregua con los espartanos y aliados, preparaban un gran ejército a base de alianzas renovadas, que se lograron, en parte, por el éxito pírrico de la batalla de las Termópilas.

Acerca de las mujeres en Esparta en la realidad... simplemente, tenían reservado un espacio en el interior de sus casas, del que no podían salir sin el permiso de su marido que, normalmente, no lo daba más que en ámbito familiar... así que todas esas frases de defensa de las mujeres y una reina tan reina, como se ve en la película…ejem, ejem… Por otra parte se les hincha la boca a los espartanos en la película con la palabra “libertad”; pero si en general a los espartanos les caían mal los atenienses, era en parte por su sistema democrático; los espartanos lo que defendían de verdad era la jerarquía, el mando, la fuerza.

Por otra parte, la película presenta anacronismos... Uno de ellos, por ejemplo, en la batalla de las Termópilas aún era la época griega donde los hoplitas iban a la batalla forrados de metales por todas partes, vamos, que en parte sus formaciones no se podían mover por el propio peso que aportaban sus equipos. El aspecto dado en la película a los que no demuestran unas dotes guerreras ciertamente entre machistas, homófobas y xenófobas, es o deforme u homosexual, en mi opinión. Pero es que es lo que dije: no es una película de historia, es una película de un cómic que gustará a quienes le gusten los cómics y las películas de acción extrema o de carnicería.

A mí me gustó, pero sólo desde ese punto de vista. El resto, hablando con seriedad, tiene fallos por todas partes: elefantes gigantescos, lobos que parecen caballos, rinocerontes como una casa de dos pisos, Jerjes, salido de una discoteca de drack queen con calzado de plataformas... y hasta un intento de Golum y otro de ogro salidos del Señor de los Anillos... Eso sí, se ajusta al cómic, la estética es muy bonita, el vestuario convence, la fotografía parece tomada de cuadros clásicos, hay frases de guión impresionantes, algunas sacadas del propio Homero.

Y por lo demás, no es que la película quiera mostrar un punto de vista actual estadounidense frente a la guerra contra el oriental. Es que realmente, en la antigüedad el imperio persa trató de invadir Europa varias veces. Las Guerras Médicas, a las que pertenece esta batalla, abrió los ojos a los griegos para hacerles ver que tenían puntos comunes en su cultura e historia como para federarse y defenderse juntos. Su victoria en esta guerra disparó la evolución y el desarrollo de su cultura, la cual extendieron por Europa y, por ende, por todos los países herederos de la cultura occidental, América entera incluida. Esa batalla, junto a otras de esas guerras (Maratón, Platea, Salamina, etc.) son el punto fundacional de la cultura occidental.

Para acabar, el artículo de Elena me parece muy divertido y bien razonado. Por mi parte solo anoto eso: es una buena película, si se quiere ver una película del género de las películas de cómic y de acción.

Un saludo y que la cerveza os acompañe.
Daniel L.-Serrano

23 marzo 2007

300

“300” HÉROES CHORREANDO SANGRE HOLLYWOODENSE
Elena Castiñeira de Dios


Los cines en EEUU están que arden desde que se estrenó 300, título escueto si los hay. Zack Snyder, el de los zoombies del shopping, decidió llevar al cine un comic del historietista Frank Miller, el de Sin City, y lo hizo con una fidelidad asombrosa. Los rostros y las escenas son idénticos al dibujo original. Ahora, vamos por partes.

Cuando empieza la película, los ojos se inundan con la belleza de las imágenes y digo “belleza”, sí, no exagero. Es bella la fotografía, excesivamente bella, tanto que, al cabo de los gloriosos diez minutos, el alma comienza a sospechar que eso no puede ser cierto y el espectador empieza a tomar distancia. No puedo dejar de señalar que los caballeros son deslumbrantes: hermosos, muy altos, con unas piernas largas y bien formadas, con unos bíceps y unos abdominales que no se ven nunca en los gimnasios de mi barrio, miradas decididas, dientes blancos, pieles satinadas…Ya me habían comentado mis amigas viajadas que los hombres griegos son espectaculares, pero sin retoques digitales, claro. Éstos son ingleses pero hacen de griegos. Eso los embellece.

Es una película épica sobre la Batalla de las Termópilas, casi 500 años antes de Cristo, cuando los persas dominaban Medio Oriente, época de los sátrapas, cuando se produjo la segunda invasión en tierras griegas al mando de Jerjes (hijo de Darío, el de la primera invasión, como corresponde: primero el papá y después el hijito, muy decorado con aritos, anillos, pulseras y unos moditos que dan que pensar). Cuenta la historia de Esparta que resiste la invasión durante dos días, solamente con 300 hombres.

Es cierto que los hoplitas estaban muy preparados para la guerra, es verdad que eran fuertes y valerosos soldados, especialmente eficientes, con un arte de la guerra muy perfeccionado pero el nivel de truculencia al que se los somete para su entrenamiento, según nos muestra el realizador, excede lo imaginable. Ya Darwin confirmó eso de que “sobrevive el más apto” pero en este caso, un chico de ocho años, desnudo en la nieve, flaquito como una langosta, con su lanza en la mano, matando un lobo más alto que él ( y más abrigado) hace pensar en una cantidad incalculable de niños espartanos que no habrán podido resistir tremenda preparación. Quizás haya sido por eso que los protagonistas de la batalla eran sólo 300 ¿no? Ya desde chiquitos se nota que se les van poniendo las piernas de mármol por eso de que se van formando para llegar a “estatua”.

Gerard Butler es Leónidas, el gran héroe espartano que lleva adelante tremenda proeza.

La reina, su señora, Lena Headey, es tan aguerrida como él, cosa que demuestra especialmente cuando decide pedir ayuda de todo el ejército, para lo que requiere de la aprobación del Consejo de Ancianos, previa entrega de su cuerpo a un consejal, a modo de coima, para que sostenga su pedido. Su discurso me hizo acordar de algún otro discurso parecido, patético por cierto, en el que una señora que ostentaba un cargo que no le correspondía, decía “Yo que soy una débil mujer…”. Éste es el mismo caso, ella les explica a los ancianos que no habla como reina sino como mujer, como madre, como esposa… Es gracioso imaginarse al grupo de hombres que dirigían Esparta escuchando a una mujer, que invocaba su condición de género, pienso que la habrían tirado desde el Monte Taigeto.

Leónidas y sus “300” lucharon hasta el final y acabaron regando con su sangre el suelo defendido.

Cuando terminó la proyección, estaba muy cansada de ver matar y morir, todo con planos sangrientos, chorreras de gotas rojas en la pantalla, cabezas cortadas que caían, cuerpos apilados haciendo murallas y siempre ellos, los guerreros, trabajando para el futuro, para la estatua, para la gloria, entregando orgullosamente la vida de sus hijos.

Pensaba que el éxito tan grande que ha tenido en el país del norte se debe a que esa idea de entregar hijos a la muerte en la guerra, debe ser bien comprendida allí; esos discursos acerca de la libertad dichos en voz bien alta, esos gritos de “FREEEEDOM”, y tanta exaltación patriótica les han de resultar familiares. Será la idea de que la civilización de los hermosos preserva a los pueblos de los avances de los bárbaros asiáticos, feos, oscuros y malísimos…

Hoy me enteré de que la película se filmó en un galpón en Canadá durante sesenta días y que la post- producción llevó un año, pantalla azul y maqueta de computadora de por medio.

Es una gran película épica, las imágenes son bellísimas, la tecnología digital hace milagros, los héroes fueron verdaderos héroes y así y todo, me quedó un mal sabor en la boca, no sé muy bien porqué.

16 marzo 2007

Ir al cine



Hace nueve años que trabajo con material de archivo. Puede decirse que en el tema que me ocupa, casi no hay fotografía pública y sobreviviente que desconozca. Sin embargo, ayer fui sorprendida por una imagen que no he visto en todos los años que tengo y que me lleva a preguntarme qué ha pasado con nuestra manera de ver cine.

Actualmente podemos ver una y otra vez una película, analizar el desplazamiento de la cámara, la distribución de los distintos elementos en el cuadro, la labor del montaje... gracias a los reproductores de video. También podemos frenar la proyección cuando nos aburrimos, cuando nos llaman por teléfono o cuando tenemos que comer... ¿Qué otra cosa que mal ver una película es eso?

Añoro cuando los cines eran grandes, cuando programabas la ida a ver una película, cuando el cine era un templo y visionar un filme era un acto íntimo. Añoro la oscuridad de la sala, la linterna invasora, la pantalla gigante, los altoparlantes, las butacas duras, las primeras filas para sentirme sola...

Añoro escribir sobre una emoción pasajera, sobre la visión de un sueño que no vuelve, sobre lo que queda de una experiencia tan efímera de la que no puede atraparse ni siquiera una imagen, ni siquiera una línea de diálogo, salvo la que la mente guardó.

Aquellas salas se repartían por el barrio, por la ciudad, por el país, por el mundo... Hubo un tiempo en que podías ver cine en ellas, pero también en un patio del centro cultural, al aire libre; o en un autocine... Lo que yo no sabía es que podías verlo en un tren, cuando no había reproductores de video, sino bobinas y proyectores de carbón... Y era moderno.... Y seguía siendo cine.

Liliana Sáez

PD. La fotografía es de un coche-cine del tren El Capillense, construido en la Argentina, en 1951, durante el gobierno de Juan Perón. Nótese el escudo peronista debajo de la pantalla.

13 marzo 2007

Un asunto moral...

...en REGRESIONES DE UN HOMBRE MUERTO
Raúl Bellomusto



The Jacket no es una mala película. Por el contrario, tiene una historia atrayente y es visualmente interesante. Además posee un muy buen elenco, con el siempre eficaz Adrien Brody a la cabeza. Digamos entonces que si tuviese que escribir una crítica de esta obra, ésta sería elogiosa en su aspecto valorativo global.

Pero no se trata de eso. Se trata de dedicarme sólo a un momento específico del film. Hay una escena en particular que quiero desgranar. Y para mostrar lo que quiero mostrar, me es preciso reseñar. Que no se preocupe el lector poco afecto a que le develen el cuento: la secuencia que describiré es sólo el prólogo, la película luego va por un lado absolutamente diferente y de eso no voy a revelar absolutamente nada. Aclarado esto, prosigo: Irak; 1991; Guerra del Golfo. Planos teñidos del verde de los visores nocturnos se alternan con los de Bush padre hablando por TV. La banda sonora nos acerca un registro radial (de radio transmisor, no de radio receptor). Estamos inmersos en el fatídico video game que fue aquel conflicto bélico, quizás el primero tan mediático que nos tocó espectar. Y si a la vez, uno hace paralelos entre Bush padre y Bush hijo; Iraq 1991 e Iraq post 2001, bueno, se concluye en que nada ha cambiado en absoluto.

Luego la cámara se concentra en dos marines americanos. Uno de ellos es Jack, o Adrien Brody, el protagonista de la historia. En el teatro de operaciones hay ancianos y niños. Todo es gritos y confusión; profusión de lenguas, vanos intentos de comprenderse. El otro marine le dice a Jack: “¿Qué hacen ellos aquí?” (por los viejos y los niños). “No deberían estar aquí”. A lo que Jack contesta: “Nadie debería estar aquí. Nosotros no deberíamos estar aquí…”. Me detengo aquí para recalcar algo que desde la visión de la película surge como evidente, pero que aquí es necesario subrayar: la autocrítica a la intervención americana está resuelta mediante una mera línea de diálogo. Nada cambia en pantalla mientras Brody dice esta línea. No hay absolutamente nada que, desde lo visual, acompañe esta supuesta toma de posición (¿del director?). Pero la escena aún no termina. Un niño iraquí de unos doce años queda parado de frente a Jack; éste lo mira con ternura, casi podría decirse que con afecto. El soldado baja el arma y con ésta toda la guardia. Se entrega, sonrisa mediante, a la precoz figura que tiene enfrente. Entonces, el niño extrae un arma de sus ropas y sin mediar palabra alguna, en un rápido movimiento, apunta el arma a la cabeza del soldado, dispara y lo mata. Jack cae en un charco de sangre, la cámara lo toma en cenital, girando en 360 grados y luego bajando, describiendo un espiral cuyo vórtice serán los ojos inermes de la víctima. Nuevamente gritos y confusión y por corte neto pasamos a 1992, un año después del evento.

Antes de proseguir aclaro que no se trata de un flashback; el hombre muere y luego sigue protagonizando la película, vivo. De cómo va eso, bueno, que se encargue la propia película, ya dije que después de todo es interesante. No sé, véala.

Vuelvo a la secuencia que me interesa. Por si no quedó claro, el tratamiento formal dado a la intervención hablada de Jack difiere drásticamente del otorgado al movimiento asesino del pequeño iraquí. Lo que se había resuelto con una mera línea de diálogo se contrapesa con una situación eminentemente visual, dónde no sólo se muestra qué sucede, sino que la puesta en escena abandona toda intención de transparencia, la cámara establece un derrotero coreografiado que otorga un plus dramático a lo que estamos viendo. Como podrá deducirse sin esfuerzo, la brutal diferencia apalanca la cuestión moral hacia el lado del niño asesino. Corolario: los americanos “no deberían estar ahí”, pero, sin embargo, están librando al mundo de gente que mata sin razón desde pequeña.

Lo último puede ser cierto (aún cuando ciertos pueblos deban defenderse como sea del invasor), estamos acostumbrados a ver imágenes de niños armados en este tipo de contiendas. Pero insisto en el tratamiento formal de la escena para seguir sintiéndola como un asunto moral. Ese consciente y desigual contrapeso entre mera palabra e imagen extremadamente fuerte al que me refiero es casi una abyección.

Por suerte, como quedó claramente dicho, la película toma luego otro rumbo y se deja ver, tranquilamente. Sobre todo si la escena de apertura ya ha sido exorcizada en una crítica.

09 marzo 2007

Antes del atardecer

Raúl Bellomusto



El ejercicio de la crítica, es sabido, es un acto subjetivo. Es por eso que el uso de la tercera persona provoca una cierta asepsia que aleja al autor del objeto de su escritura y pretende teñir de objetividad el análisis. Sepa desde ya, estimado Lector, que YO voy a dirigirme a Ud. para hablar de Before Sunset (2004) en primera persona. Es que no puedo distanciarme de esta obra como un médico de su paciente. Lo siento: tan así me ha penetrado en la emoción. Sin embargo sepa también, estimado Lector, que tengo mis razones para hacerlo de la manera en que le anuncio. Algunas son absolutamente personales, prisioneras de los resortes que el film tocó sin tapujos, con total desparpajo. No obstante, no creo que Ud. vaya a tener problemas en conciliar el sueño si no le comento cuáles son esas razones tan mías; al cabo, qué importancia pueden tener para Ud. que, de haber visto esta película, de seguro seguirá anclado en las suyas propias. De todas formas, hay otra serie de motivos que bien pueden ser públicos y de los que doy síntomas en las primeras líneas de esta crítica. El principal de ellos es que no me es posible hablar desde afuera de la película. Este film de Richard Linklater es tan hipnótico que aún después de salir del cine nos puede parecer que seguimos acompañando a sus criaturas por las hermosas callejuelas de París. Así que, nada, está Ud. avisado antes de seguir leyendo; y quien avisa no traiciona.

Antes del Atardecer (2004) es secuela de una obra anterior de Linklater, Antes de Amanecer (1995), en la que Céline y Jesse se conocen en un tren en Viena, se enamoran a primera vista, deciden pasar la noche juntos y, finalmente, a riesgo de que la cosa se concrete o no, deciden darse cita en el mismo lugar para después de que transcurran seis meses desde la despedida. Para subir la apuesta que implica ese riesgo, no cruzan sus datos, no se informan de sus respectivos apellidos ni de sus números telefónicos. Confieso que al momento de ver la saga no había visto la primera película, víctima de quién sabe qué tonto prejuicio (tan tonto como todos y cada uno de los prejuicios que puedan existir). Así y todo, esta mínima información puede recogerse en los primeros minutos de “Antes del Atardecer” y enseguida estamos al día, a tono, listos para espectar un nuevo encuentro entre los dos personajes (a cargo de Ethan Hawke y Julie Delpy, también coguionistas, soberbios, gloriosos).

Es que al comienzo del film que nos ocupa nos enteramos de que han transcurrido nueve años y ese encuentro deseado no se concretó. La elipsis temporal es simultánea tanto en el puente que une la historia como en los años “reales” que separan la realización de una y otra obra. Jesse ha devenido en un escritor famoso y se encuentra en París, ciudad donde reside Céline, presentando su último libro. El texto cuenta la historia transcurrida en Viena y la excusa para actualizarnos respecto de “Antes de Amanecer” es una pequeña conferencia de prensa que Jesse da en una de esas adorables librerías parisinas. Céline acude al lugar hacia el final de la presentación, Jesse la ve y, superada la sorpresa inicial, decide sin dudar pasar el tiempo que le queda para tomar el vuelo de retorno a EE.UU. con quien dejara en Austria nueve años atrás.

A partir de ese punto se sucede uno de esos pequeños e inusuales milagros cinematográficos. El tiempo es real, estamos con ellos, visitamos el mismo café, las mismas calles, los mismos parques. Navegamos por el Sena y acompañamos a Céline a su departamento. La cámara no se entromete con los personajes, se limita a acompañarlos: mejor dicho, nos invita a nosotros, simples espectadores sin tremenda historia en la coyuntura de la visión, a seguir en silencio a la pareja. La puesta en escena es casi transparente, el plano y contraplano tan utilizado en las secuencias de diálogo sólo aparece en la escena del café. El resto de la película también es de diálogo, sin embargo Linklater opta por la steadycam y nos compromete con el tiempo de Céline y Jesse, lo aterriza, lo corporiza. Hasta sentimos miedo de perder el avión. O de tomarlo, quién sabe.

Los jóvenes ahora son treintañeros, sus vidas han tomado el rumbo que les ha tocado en suerte o el que han forjado sin tanta suerte; al menos, sin la suerte de tenerse. Es que de eso se trata la película. De la tremenda potencia de la noción del amor. El sentimiento que los une está multiplicado por el motivo de no haberse tenido. Los pliegues de la historia nos llevan a pensar y a sentir (¡a sentir!) cuán profundo puede ser el amor no concretado, al cabo el más puro, aquel que no puede ser contaminado por la convivencia física. En esa línea, Céline hasta llega a negar el recuerdo de la noche de sexo en Viena. Y la pareja habla. Habla hasta el cansancio sin cansarse. Hablan del amor, sí, pero también de la familia, de la política, de los sueños. Sienten el deseo irrefrenable de llenar ese espacio que ahora es pasado y, quizás, inminente futuro. El propio deseo como motor vital es uno de sus temas.

Así descubren qué tan terrenal es la vida que les ha atravesado en esos nueve años. Tan terrenal, tan real, como la mía o la suya, estimado Lector. El último paseo los transporta sobre el Sena, están juntos, venciendo todas las paradojas y, sin embargo, las sombras los envuelven al atravesar cada uno de los puentes. “Ha pasado mucha agua debajo del puente” dijo Céline en cierto momento. Y ahora, camino a la despedida, son ellos quienes los atraviesan. Pero falta el viaje en auto hasta la casa de la muchacha. Y allí toda su máscara de autocontrol se cae sin remedio, odia con tanto amor a Jesse como Jesse pudo odiar a la abuela de Céline, que, azarosamente (como casi todo lo importante en la vida), había muerto el día de la cita pactada.

Y la road movie parisina está a punto de cerrar. Se nos va el avión. Los personajes ya no son los mismos que ochenta minutos atrás, cuando ya no eran los de nueve años atrás. Se vieron, se encontraron, se tocaron. Respiraron juntos. Linklater les hace subir los dos pisos hasta el departamento de Céline en plano secuencia, privándolos de las palabras, acompañándolos, a su (nuestra) vez, en silencio. En el departamento, Céline le canta el hermoso vals que compuso “para cualquiera” pero que ahora reza “Jesse”, como corresponde. El avión está a punto de partir. Ya lo sabemos. Fundido a negro.

Estimado Lector, déjeme decirle, por último, que esta crítica puede serle tan ambigua e inconclusa como la propia película. Pero así es la vida. Qué se le va a hacer. Y déjeme depositar ahora un pensamiento final que, apuesto, vamos a compartir: a pesar del dolor, del desencuentro y de la ironía; a pesar de los pesares, quien diga que no desea caminar junto a su amor imposible, el más fuerte, el verdadero amor de su vida, por las orillas del Sena, es un perfecto mentiroso. Ya le dije que puedo pecar de subjetivo en esta crítica; pero mentiroso, lo que se dice mentiroso, le aseguro que no soy.

04 marzo 2007

El hombrecito del cine


Hace 30 años encontraste a la muerte detrás de un frasco de pastillas. Obtuviste tu sueño esperado, pero la ausencia se hizo continua presencia en tu legado sorprendente. Niñoviejo, joveninfante, amante incondicional del cine, explorador de todos sus senderos. Mi ángel caleño, de mirada miope, frases tartamudas y torpeza lewisiana. Ser infecto de pasión cinéfila y fervor en la escritura, se te recuerda en cada acto y vives en cada hecho.
LS


DESTINITOS FATALES
Andrés Caicedo

A un hombrecito le gusta el cine y llega y funda un cine club, y lo primero que hace es programar un ciclo larguísimo de películas de vampiros, desde Murnau y Dreyer hasta Fisher y ese film que vio hace poco de Dan Curtis. Al principio hay mucha acogida y todo, el teatro se llena. Pero semana tras semana va bajando la audiencia. Como se sabe, el público cineclubista está compuesto en su mayoría por gente despistada que acude a ver acá "el cine de calidad" que no puede ver en los teatros cuando estos sólo exhiben vaqueros y espías; imbéciles que abuchean una película de John Ford con John Wayne "porque el ejército de los Estados Unidos siempre mata muchos indios", que le dicen imbécil a Jerry Lewis. Esa gente cómo le va a coger la onda a los vampiros, no falta por allí uno que insulte al hombrecito del cine club por estar exhibiendo cosas de estas cuando los estudiantes luchan en las calles; gente que únicamente sueña de noche y que siempre duerme bien y al otro día se despiertan y pueden hablar de amor, de papitas, de viajes, de política y cuando llegue la noche se ponen a soñar de lo mismo que han hablado durante todo el día. Pues bien, el hombrecito de nuestra historia comenzó a perder grandes cantidades de dinero, porque ya al final no iban más que diez personas a ver sus películas de vampiros, nueve, ocho, siete, seis, cinco, los últimos cuatro sí empezaron a conversar, a contarse recuerdos, pasó el tiempo y uno de ellos se mudó de ciudad, otro amaneció un día muerto, uno se graduó de arquitecto y nunca nadie más lo volvió a ver por estas tierras.
El hecho es que sábado 25 de diciembre de 1971, el hombrecito encontró, al ir a introducir el único film del ciclo, que no había más que un espectador en la sala, allá detrás, en un rincón, mitad luz y mitad sombra.
El hombrecito iba a comenzar a hablar de la película que amaba tanto, pero el Conde se paró de su butaca y le sonrió, y el hombrecito tuvo que bajar los ojos.