20 octubre 2011

Pina




Cuerpo. Cuerpos. Cuerpos en movimiento.
Ritmos ancestrales, metálicos, operísticos, caribeños…
Los elementos.
La tierra como base para el sueño inicial, donde el amor es el protagonista.
El agua, junto a la roca, donde los cuerpos bailan y se revuelcan alegremente.
El aire, en el escenario abismal de una cantera.
El fuego, en el ropaje que enciende las emociones.
Una mujer aparentemente frágil, con una fuerza irresistible. La maestra.
Un conjunto de seres individualizados por una cámara que se les acerca en un vuelo casi fantasmal.
Las estaciones.
Otoño. El amor y su inmanente temor simbolizados por un vestido rojo.
Invierno. Una sala llena de sillas y dos cuerpos que se golpean contra las paredes. Sonámbulos amparados por una especie de ángel que les abre el camino.
Primavera. Prados floridos y vestidos coloridos. La luz se cuela por un ventanal donde una pareja danza su baile de seducción.
Verano. La alegría del chapoteo en un juego casi infantil.
Y una fila de bailarines, que se recortan contra el horizonte, en conjunto, aunque ya individualizados. Todos y cada uno de ellos lleva una pizca de la Bausch en su arte.
Eso es Pina, la película de Wim Wenders.
Lo demás queda dentro de uno, como una inquietud satisfactoria que remueve los sentidos y las emociones.