28 mayo 2006

La tragedia de lo social

Sebastián Russo llegó a kinephilos a través de Miradas de Cine. Es un especialista en sociología de la cultura y tiene a su cargo la sección El Túnel, dedicada a cine latinoamericano, en esa revista digital.
Si yo tuviera que elegir sólo una película de Buñuel, escogería
El ángel exterminador. Sebastián nos ofrece su lectura sobre esta obra maestra de don Luis. Bienvenido.
LS



EL ÁNGEL EXTERMINADOR
Sebastián Russo*


Si no fuera por un “detalle”, El ángel exterminador sería una (entre muchas otras) película de crítica social. Una película de revancha social, de revancha clasista. Un grupo de burgueses, encerrados en una mansión, en un salón, por días, sin criados, durmiendo todos juntos, sin comida, sin agua, comienzan a perder toda compostura, trasvasando las más elementales normas sociales, irradiando ante la adversidad lo peor de cada uno. Hasta ahí, el relato de una historia revanchista. Un revés de la trama del hipócrita burgués. Pero hay un detalle, la historia la cuenta Buñuel: nadie obliga al grupo de burgueses a dejar el salón, ninguna revolución proletaria los ha encarcelado, ningún elemento tangible (rejas, paredes) les impide dejar la mansión. Y el relato se complejiza. De película clasista, pasamos a un proto tratado de filosofía de noventa minutos. Elucubraciones sobre las relaciones insolubles entre el ser y su circunstancia, y el ser y la (su) otredad, afloran en varios niveles. Por un lado un contexto extremo que habilita lo instintivo, que revela lo primigenio, que banaliza lo cultural. Por otro, normas sociales que se evidencian arbitrarias, mutables, pero que fatalmente estructuran, que imposibilitan existencia por fuera de ellas. Y el otro, su mirada, el peso de su juzgamiento visual, verbal. En suma, la tragedia de lo social, de vivir con otros.

El “detalle”, el guiño buñueliano, esa abúlica indeterminación que los encarcela y degrada, esa “nada” que los contiene –en doble acepción: paraliza/protege–, esa exterminación complaciente, esa celestina promiscuidad, hace de El ángel exterminador, algo más que un film de revancha de clase. Buñuel conforma una fábula de registro ontológico, anticlerical/clasista, pero enfocada en un presunto regreso al principio de las cosas, donde objetos, animales y personas conforman un todo indiferenciado, comunitarista por necesidad. En donde el binarismo (si hay revancha, debe haber al menos dos) es inadmisible, en pos de una unicidad (el ser/lo social) en tensión perpetua entre sus elementos internos, y con la naturaleza. Rastreando en lo abyecto, indaga en lo originario. Navegando en la degradación (de las normas, de los seres) redescubre la vida detrás de las formas, detrás de la impostura. Ridiculizando lo social, sus códigos, a la vez que revelándolos imprescindibles, Buñuel expone de forma magnífica la necesidad vital de esa ficción, de ese absurdo llamado “lo real”.

* Sebastián Russo es sociólogo (especializado en Sociología de la cultura) y está a cargo de la sección El túnel, dedicada al cine latinomericano en Miradas de cine.

24 mayo 2006

Los imperdonables: Sin perdón

A raíz de Los Imprescindibles: E, me dio por revolver en mis críticas viejas y encontré lo que escribí de Sin perdón, o Los imperdonables, como deseen titularla, cuando se estrenó. Aquí, mis razones.
LS

LOS IMPERDONABLES
Liliana Sáez


Un cielo anaranjado, recortado por la silueta de un rancho y un árbol. Hacia la derecha, una tumba y un hombre rezando. Es el ocaso del día. Es el ocaso de una vida. Pero también es otro ocaso.

Clint Eastwood conoció la fama de la mano de Sergio Leone, ese italiano que intentó renovar un género que ya estaba perdiendo brillo, imprimiéndole una mirada mediterránea, más intensa y apasionada que la frialdad que congela las grises pupilas norteamericanas.

El western también ha conocido diferentes rutas. Porter le dio vía libre para expresarse en la pantalla, permitiéndole convertirse en una esperanza épica, en manos de Ford o de Sturges . De ese envoltorio simplista, en el que los cowboys eran los "buenos" y los indios los "malos", lo sacudió Leone para descubrir seres conflictuados y revisar los claros valores de bondad y maldad. Así, Clint Eastwood podía aparecer como un ser desarraigado, cazador de recompensas y ser, a la vez, el héroe de la historia.

Este paso permitió a los norteamericanos realizar su propia revisión histórica y plantear la sanguinaria colonización llevada a cabo de la mano de los hasta entonces héroes del avance hacia el oeste –el general Custer, entre otros–, desde otro punto de vista, quizás inclinando la balanza inversamente, donde los indios son los "buenos" y los jinetes de la Caballería los "malos". Hasta que Peckinpah no describió esa época en The Wild Bunch (1969), no hubo nadie que permitiera transmitir lo infernal y sanguinaria, así como lo hostil, lo cruel y lo inestable que fue esa conquista.

Pero volvamos a Eastwood. Se dice que Unforgiven es el último western de un actor que ha interpretado treinta y seis películas y ha dirigido dieciseis. Que es su visión madura de una gesta comenzada a ser filmada con el siglo. Noventa años después del primer western, Eastwood nos entrega su última visión de un mundo y un acontecer que ha vivido a través de variados guiones y distintas posiciones respecto a una historia que no deja de ser injusta.

Eastwood nació en San Francisco, en 1930. Debutó en el cine con una película de A. Lubin, Francis joins the wacs, pero su carrera comenzó a desarrollarse en una serie del oeste, para televisión, Rawhide, en la que no sobresalía suficientemente como actor. En realidad, fue "descubierto" por Sergio Leone, e interpretó para él la trilogía que lo haría famoso, junto a Lee Van Cleef (Per un pugno di dollari, 1964; Per qualche dollaro in piú, 1965; Il buono, il brutto, il cattivo, 1966). Sin embargo, su carrera se distraerá hacia el policial, en películas dirigidas por Siegel e, incluso, por él mismo, en las que interpretará a un policía que actúa fuera de la ética establecida, imponiendo el orden, a través de métodos no muy legales y cuyo apodo será "Dirty" Harry. Su redeza mucho tiene de herencia leoniana.

La taquilla será aliada de este actor-director y sus personajes dignos de estudio crítico. La complejidad del personaje acompañará la espectacularidad de la violencia, no permitiéndole acceder a los circuitos artísticos cinematográficos y dejándolo relegado al cine masivo y alienante. Sin embargo, se trataba sólo de esperar. Quizá su madurez, quizá los años de experiencia, quizás el cansancio frente a siempre-lo-mismo... Eastwood dirigió su primera obra "seria", Bird (1988), inspirada en la vida e Charlie Parker, con una sensibilidad increíble en el "duro" intérprete de tanto western y policial. Su film llamó la atención con tanto énfasis que se esperó ansiosamente su segunda obra. Así llego Cazador blanco, corazón negro (1990), un intento de ambientación de los preparativos para el rodaje de La reina africana (John Huston, 1951), en la que incursiona en la pasión y los sentimientos del personaje para ofrecernos una obra cálida, sin mayores pretensiones, pero muy sensible.

Cuando se anunciaba Los imperdonables, todos los que hemos seguido los pasos de este actor –que pese a la mediocridad de sus películas sobresalía– que al intentar expresarse a través de su obra última logra hacerlo a cabalidad, estableciendo un abismo entre un antes y un después, pero sobre todo, demostrando su capacidad artística, jurábamos que íbamos a estar frente al padre de los westerns, frente a lo que no se ha dicho, en un género tan explotado o, por el contrario, que iba a contener la esencia de todo lo que se ha mostrado, concentrando lo magnífico del western.

Junto a la imagen del ocaso que encabeza esta nota, una leyenda nos cuenta sobre la mujer muerta, no a manos de su sanguinario esposo, como se esperaba, sino de una enfermedad común para la época. Las palabras pronunciadas por un narrador anónimo son repetidas por escrito. Esta necesidad de subrayar la maldad de un personaje, nos prepara para encontrarnos con el más sanguinario matón del oeste. Pero no, William Munny (Clint Eastwood) es un granjero que está a cargo de sus hijos y de sus cerdos, a los que todavía no sabe tratar. Su torpeza nos impide imaginar lo cruel y lo hábil que debe haber sido en su juventud.

Un percance en el burdel del pueblo deja a una de las muchachas herida. Sus compañeras ofrecen una recompensa a quien mate a los criminales, ya que el comisario, Billito Daggett (Gene Hackman) no ha sido justo con el castigo impuesto. Un inglés (Richard Harris) será el primero en acudir al llamado de las mujeres. Pretexto utilizado para demostrar lo cruel que puede llegar a ser Billito con los cazadores de recompensas.

Al rancho de Munny llega Schofield Kid (Jaimz Woolvett), un joven que se autodescribe como un asesino feroz y le ofrece el nuevo trabajo de sembrar justicia al ex duro William. En realidad, el joven es un miope atraído por la fama del matón. Allí nos enteramos que la santa mujer de Munny le ha enseñado a ser bueno, honrado y a vivir –decimos nosotros– terriblemente arrepentido y amargado el resto de sus días. Imposible que por nuestras cabezas aparezca el malísimo Munny. Sin embargo, el hombre, a regañadientes, acepta la misión y, ahí, podemos decir, comienza la película o, al menos, es lo que esperamos.

La lentitud de la acción, la inverosimilitud del comportamiento de los personajes, que van a vengar a un grupo de mujeres desconocidas muy a su pesar, la oscuridad de las imágenes y los momentos cursis (por ejemplo los reiterados recuerdos de la mujer muerta) que, realmente, sobran, no permiten que esta película sea el western tan esperado. Pareciera convertirse en un híbrido, entre western e intimismo, que no logra cuajar en ninguno de los dos extremos y que nos deja con muchas ganas de ver acción o tortura existencial. Pero ese ser tan malo (que lo es por lo que nos han narrado) no es creíble. La mojigatería se hace dueña de la pantalla de una manera cruel, y uno, que está esperando la muestra de esa esencia que comentábamos, se siente totalmente defraudado: Munny ha dejado de beber; retoma el vicio del alcohol junto al vicio del crimen; Munny le es fiel a su mujer, aún muerta; las prostitutas son incapaces de sobresalir como individuos, actúan como un colectivo, no destacándose por nada en particular.

Esta fue una buena oportunidad desaprovechada. Una obra sepia, un western que no se redondea, unos personajes inverosímiles. Una suma de ganas contenidas que componen un nuevo ocaso; ¿el de un actor? ¿el de un director?, ¿el del western?...

Liliana Sáez

Publicado en Encuadre Nro. 39, Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, diciembre 1992.

22 mayo 2006

Los imprescindibles: E

En estricto orden alfabético:


...de EASTWOOD. De Clint me gustan sus películas como actor. Como director me siento subyugada sólo por dos de ellas: Bird y Cazador blanco, corazón negro. Lamento por todos los fanáticos de Eastwood que Sin perdón no esté entre mis predilectas, pero ese ocaso del western no me atrapó ni por un momento. Me quedo con su vaquero de El jinete pálido. Es un director que se supera en cada película. Sólo que los temas, el tratamiento de sus personajes, su coqueteo con la cursilería y su machismo encubierto me exasperan. Río místico podría haberme gustado a rabiar, pero sus mujeres... en fin, no me las creo.

...de EISENSTEIN. Segundo en esta lista. Debería ser el primero de todas. Lo admiro profundamente. Él es un creador que piensa cada paso antes de filmar. Me maravilla la precisión con la que trabaja. Piensa cada encuadre en función de la totalidad: su composición, el ritmo, la combinación con la música... Y sus épicas en una Rusia revolucionaria, con la que tuvo incontables problemas, lo convierten para mí en un poseso, en un loco genial, obsesivo hasta el límite, creativo a más no poder. Un hombre que no sólo realizó cine, sino que además reflexionó sobre ese quehacer y dejó una de las teorías cinematográficas más ricas. Mis ojos, mi mente y mis sentimientos le agradecen Alexander Nevski, Iván el Terrible, Octubre... y obviamente El acorazado Potemkin, con el protagonismo colectivo y la archiconocida escena de la escalinata de Odessa compuesta in crescendo en la mesa de montaje.

...de EPSTEIN. Por la elección de los textos de Poe, lo vanguardista de su puesta en escena y el surrealismo de sus imágenes. Me encanta La Caída de la casa Usher.

...de ERICE. ¿Qué decir que no se haya dicho en este blog sobre Erice? Mucho y poco. Erice ataca mis sentimientos y mis sentidos con caricias. Su cine poético y profundo, nostálgico, casi monosilábico, me envuelve y me embruja. Mi admiración más profunda por El espíritu de la colmena (hasta el nombre es poesía pura), El sur (melancólica nostalgia) y El sol del membrillo (mirada acuciosa sobre el proceso de la vida que fluye y se intenta retener). Mis respetos, Víctor.

Mis imprescindibles de la E son pocos, pero ¡tan buenos! Seguro faltan, así que se aceptan ayudas a mi mala memoria.

Liliana Sáez

15 mayo 2006

El cine en la mirada

Portada de Miradas de Cine


Es alarmante ver que cada vez se habla menos de lo que es la crítica cinematográfica. Sin embargo, uno se lleva una feliz sorpresa cuando ve que los planteos éticos, ideológicos, técnicos, etc. que se ponen en juego al valorar una obra fílmica, son colocados sobre el tapete en una publicación digital española: Miradas de cine, que ha publicado su número 50 y le ha dedicado la primera parte de un dossier al tema. Este estudio cuenta con una serie de entrevistas a críticos cinematográficos, un grupo de opiniones de gente que ejerce este oficio y una encuesta sobre ¿Qué es la crítica?

A continuación, el texto con que participé:

CRÍTICOS Y CRÍTICA

Los caminos de la críticaLiliana Sáez

Siempre he pensado que cualquiera puede escribir sobre cine, pues este se presta a tantas interpretaciones como a espectadores se someta. Cualquiera puede opinar sobre el tema de una película, aunque no conozca los secretos de la técnica o de la semiótica. Sólo hay que saber escribir y saber construir un discurso con aquello que se ve en un film. Porque una película no es tal hasta que no se completa con el sentido que le da el espectador. Y ahí, ese espectador (literato, artista plástico, músico, sociólogo, etc.) puede desarrollar una tesis de lo que ha visto y asomar un juicio sobre la obra. Hasta he encontrado notas de cine realizadas por cineastas. Yo no soy de las que creen que un crítico es un director frustrado; tampoco, como decía mi profesor, que los cineastas sean críticos frustrados. Creo que un "hacedor" de cine tiene mucho para decir sobre las películas que ve, porque simplemente las ve desde otro ángulo. Claro que cada uno de estos especialistas verá sólo un determinado aspecto del film.

Un crítico cinematográfico, en cambio, es un iniciado: Alguien que hurgó en la historia del cine, no para conocer las anécdotas frívolas que generalmente maquillan las obras maestras del séptimo arte (la cachetada en Gilda, la guerra de los guionistas de Ciudadano Kane, el divorcio que provocó el vapor del metro en la vida de Marilyn, etc.), sino para sentir el pulso evolutivo del cine, a través de sus obras, de sus avances, de sus retrocesos, de sus búsquedas; alguien que diseccionó esas obras para analizar su mecanismo y, al volver a armarla en su mente, consiguió una nueva obra que le dice mucho más que la primera y virginal visión; alguien que puede expresarse sobre el cine que ve para que otro lector pueda completar su interpretación, confrontándola, ya sea para validarla o para proponer una nueva lectura. Eso, como mínimo, es un crítico cinematográfico.

Dicho esto, creo que queda claro que la función del crítico va más allá de la meramente social, como experto que recomienda y guía los gustos del espectador común. El crítico es un intelectual que, lamentablemente, (sobre)vive de lo que publica: generalmente reseña las películas a estrenarse durante la semana. Y digo lamentablemente, porque en ese sentido, más que crítico es un periodista que ataca un estreno como si de una noticia se tratara. Para mí, el crítico va más allá. Su trabajo es intemporal, puede trasladarse a sus anchas a lo largo de la línea histórica y geográfica del cine, y siempre puede descubrir algo nuevo para ver y algo nuevo para decir. Su labor no está dada por la inmediatez, sino por la reflexión profunda de una obra, de un autor, de un cine particular... El universo es inabarcable.

Mi formación como crítica de cine es venezolana, así que mis referentes son los críticos de Cine al día, una revista que se publicó en los años 70 y que tuvo entre otros escritores a Alfredo Roffé y a Fernando Rodríguez, a quienes admiro profundamente. Al primero, porque en sus notas nos descubre el mecanismo que se esconde detrás de la sucesión de imágenes que nos fascinó o nos defraudó. Al segundo, porque contextualiza los temas de las películas que trata de una manera tan didáctica y profunda que permite el desarrollo de la polémica, que junto a la reflexión considero los pilares de la crítica cinematográfica.

Actualmente vivo en Buenos Aires, y de la crítica argentina actual, puedo decir que extraño una revista que se editaba en papel, luego electrónicamente, y que hoy ya no está: Film (Filmonline), dirigida por Paula Félix-Didier y por Fernando Peña, porque sus notas tenían un gran nivel y un profundo respeto por el lector, detalle que muchos de los críticos actuales pierden de vista al colocarse un manto de pseudo erudición que espanta a cualquiera, primero, por no ser auténtico, y segundo, por desconocer quién está del otro lado, leyéndolos e interpretándolos.

Si buscamos paradigmas, no podemos dejar de citar a teóricos del neorrealismo italiano, ni a los críticos de Cahiers du Cinéma (Bazin, Truffaut, Godard, entre tantos otros)... Es que aunque no queramos, crítica y teoría van de la mano. La crítica, como yo la entiendo, es punto de reflexión a partir de la cual se irá formando una corriente teórica, que a la vez, incidirá en el cine que se filma. Es decir, se trata de un todo, en el que cada aspecto puede colaborar a enriquecer o a envilecer a los demás. Por eso, el enfrentamiento entre realizadores y críticos es inútil. Ambos se necesitan para poder crecer.

Publicado en Miradas de Cine Nro. 50


14 mayo 2006

Fotografía: John Fries




¿Hay algo más hermoso que viajar?

De paseo por la web, andando y andando, uno se encuentra a veces sorpresas que te abren los ojos, la mente y el alma...

Es el caso de la galería de fotos tomadas por John Fries, quien ha retratado a los habitantes de lugares tan distantes como Afganistán, Azerbaiyan, China, India, Marruecos, Nepal, Pakistán, Rusia, Singapur y Tailandia. ¡También México!, en lo que ha dado en llamar Imágenes de etnias y pueblos no alcanzados.

Son sitios que no figuran en los planes turísticos de las agencias, ni de quienes quieren disfrutar de su ocio vacacional.

Imágenes cargadas de significado, con cada una de las cuales podría armarse una historia. Allí hay retratos, mercados, rincones del pueblo, la vida rural, los transportes, en fin, la vida de cada día...

Aquí les dejo una ínfima muestra: ¡a disfrutarla!

(1) Uzbeki-Pakistán (Musulmán): Hombre viejo sentado

(2) Nepal-Nepali (Hindú): Muchacho sonriendo con las frutas atrás

(3) Marruecos-Berber (Musulmán) Niños mirando por la puerta


LS



09 mayo 2006

Documental + ficción = El sol del membrillo


Es una de mis películas favoritas. Erice todo lo es. Pero este filme tiene la particularidad de coquetear con el documental y la ficción, y no lo hace de esa manera deplorable en que terminas decepcionado porque no es ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario. Aquí suma.
Esta crítica la escribí hace tiempo, pero sigo identificándome con lo que allí digo.
LS



EL SOL DEL MEMBRILLO

Víctor Erice deja transcurrir años entre obra y obra. Pero cada vez que las da a conocer nos sorprende. Incorporadas a la historia del cine, El espíritu de la colmena y El Sur son filmes singulares y representativos, no sólo de la trayectoria de su realizador, sino de una época de España. Íntimas y cálidas son, sin embargo, muy fuertes. Su última obra, El sol del membrillo fue exhibida ante el imperturbable desinterés de los distribuidores, que no la han considerado lo suficiente comercial.

Imagen enmarcada en otra imagen, dos seres, dos creadores ansiosos por suspender la vida, por capturarla y ofrendarla. Así, Antonio López –reconocido pintor español– es el sujeto filmado por Víctor Erice. A su vez, Antonio López escoge otro sujeto para inmortalizar, el membrillo que ha sembrado hace años en el patio de su casa.

Construida como un documental, en el que los personajes se representan a sí mismos y las acciones filmadas son las que ellos realizan, la película de Erice va más allá del clásico género para coquetear con la ficción, ofreciéndonos un producto diferente a los que como espectadores estamos acostumbrados a percibir.

La cámara registra los preparativos del lienzo, el entorno familiar, los amigos, los albañiles, los ruidos del vecindario... El detenimiento de Erice en el detalle nos permite seguir cada uno de los pasos. La mirada acuciosa, la elección del ángulo, la demarcación del espacio. Pinceladas sobre los frutos, sobre los muros, determinan marcas precisas a los ojos del pintor. La extensión de líneas y el uso de la plomada servirán para resolver los trazos que le darán equilibrio al modelo y permitirán plasmarlo casi con equivalencia en la tela.

Antonio López desarrolla un ritmo que busca el encierro del modelo en límites precisos, la ubicación de la mirada que queda presa entre los cordeles que encierran el árbol, así como el ángulo de visión determinado por la posición de los pies, fijos al suelo, que movilizan el cuerpo férreamente.

El membrillo en otoño le debe su iluminación a fugaces rayos solares que López intenta perpetuar. Así, Erice nos ofrece una dulce lucha entre el pintor y el paso del tiempo que amenaza con quitarle la posibilidad de concretar su obra. López sigue diariamente una realidad concreta. La maduración de los frutos, futura muerte, estableciéndose así una relación intimista con esa muerte, a la que desafía cotidianamente para ganarle en el transcurrir del tiempo.

Cine y pintura se plantean como vehículo ante la necesidad de mostrar una doble realidad: la del árbol frutal, la del pintor frente a su obra. Lucha sutil ante lo inexorable, visible en el proceso de maduración del árbol, imperceptible en el envejecimiento del hombre. Esfuerzo por captar un momento. La pintura detiene la vida. El cine le agrega movimiento. Sin embargo, ese movimiento es el que nos entrega la realidad de lo perecedero, de ese transcurrir que promete la muerte a los seres vivos.

Partiendo de una necesidad similar –la intención de capturar un instante de vida– el cine y la pintura nos ofrecen dos situaciones contrastantes. La pintura expresa el momento de mayor esplendor del membrillo. El cine nos ofrece su decadencia. Así mismo, el cine nos permite espiar la impotencia del pintor, quien frente al paso del tiempo y a las inclemencias del clima, se ve limitado a pintar un modelo sin lograrlo realmente.

Los sonidos ambientales que responden al día de la semana que transcurre –domingos apacibles, lunes ruidosos–, así como las noticias narradas por el radiorreceptor, nos ayudan a enmarcar, desde el cine, al pintor y a su modelo. Es un entorno real, histórico, documental. Sin embargo, las visitas que López recibe mientras pinta, las conversaciones con los albañiles extranjeros, han sido previstas en un guión, detalle necesario para entender el coqueteo de Erice con un género ambiguo que se balancea entre documental y ficción.

La sencillez de la película se apoya en el desarrollo cronológico, el ritmo pausado, demorado en la observación y enriquecido a través de sobreimpresiones elípticas y fundidos a blanco puntuales. El sol del membrillo cuenta con un orden consciente, en el que están claramente delimitados los roles de la pintura y del cine. Erice plantea un discurso honesto, en el que hay un compromiso frente a la realidad. Tanto a la ofrecida por el membrillo al pintor, así como la del pintor frente a la cámara cinematográfica, obteniendo el espectador una experiencia lúcida, en la que ambas realidades se conjugan ante sus ojos.

Liliana Sáez

Publicado en Encuadre nro. 43, Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, agosto 1993, pp. 61-62.

04 mayo 2006

El camino es largo y la carretera negra

Una buena amiga mía ha sido víctima de un secuestro express, me dijo que al ver la película se sintió muy identificada con ella y que en su opinión, era muy fiel a la realidad.

Yo no he sido víctima de un secuestro, así que no sé hasta qué punto es cierto lo que dice mi amiga. Por supuesto, le creo.

Si hay cosas de Caracas que la película expone y sé que son ciertas, puesto que yo mismo las viví durante mi estancia en esa ciudad, ahora llamada crack ass. Supongo que como yo a mi amiga, tendréis que creerme.

Lo que más me disgustó de la película es ese montaje copiado de Requiem for a dream y de Lock, stock & two smoking barrels, para esas dos películas le encontraba sentido, pero para ésta lo creo estúpido, mera estética por estética.

Debo admitir que la película me gustó, la encontré interesante porque encierra un carácter documental y una carga crítica. Eso mismo hace que a veces parezca maniquea, sobre todo si resumimos el trato que se le ha dado a los secuestradores y a los policías. Aunque en ese mismo maniqueísmo he encontrado algo tan interesante como desolador: que en nadie podemos confiar, que estamos solos en esto.

Por otra parte, Secuestro express es una película joven y sin miedo. No duda en plantear uno de los problemas más grandes de toda Latinoamérica.

La calidad, sobre todo del sonido, es altamente notable, algo casi inaudito en el cine venezolano.

Volviendo a lo de mi amiga... viendo la película recordé tantas y tantas películas yankees sobre disparos, muertes y secuestros. Yo no sé cuántos de esos actores y directores han tenido la oportunidad de disparar un arma o han tenido la mala suerte de que alguien les apunte con ella. Yo he disparado varias veces y también he sido víctima de robos a mano armada, y debo decir que acojona, y mucho. El hierro es increíblemente frío y no hay susurro que salga de una boca. Lo digo porque esas miradas (tanto la del atracador como la de uno mismo), no logro verlas en Bruce Willis, Mel Gibson o Steven Spielberg, pero sí pude verlas en los actores de Secuestro express, lo cual me emocionó y por eso les hago mención.

Espero que en Venezuela se siga apostando por este tipo de producciones jóvenes y que intentan retratar el país. Ya lo hacen directores como Chalbaud o el mejor de ellos: Carlos Azpúrua.

No quisiera acabar este escrito sin antes hacer mención a las innumerables críticas en contra de la película. He tenido ocasión de leer unas cuantas y he podido constatar que denuncian, sobre todo, el abundante maniqueísmo del film. Pues a estas críticas también debemos aplaudir, porque significan que la gente ha visto la película y la ha tenido en cuenta, algunos a favor y otros en contra ¡y falta que hace eso! Lo que me pareció curioso en muchas de las críticas es que denuncian la mala imagen que deja la película sobre Caracas, pero no atacan la manera en que el secuestro express está narrado en el film, lo que encuentro positivo, puesto que por lo visto se ajustará a la realidad y porque si es así, todos estaremos un tanto más advertidos sobre la realidad en la que vivimos.

Marc Jardí