10 abril 2016

Inca Garcilaso de la Vega, un hombre de dos mundos

Liliana Sáez

Y como aquel paraje donde esto sucedió acertase a ser término de la tierra que los Reyes Incas tenían por aquella parte conquistada y sujeta a su Imperio, llamaron después Perú a todo lo que hay desde allí, que es el paraje de Quito hasta los Charcas, que fue lo más principal que ellos señorearon, y son más de setecientas leguas de largo, aunque su Imperio pasaba hasta Chile, que son otras quinientas leguas más adelante y es otro muy rico y fertilísimo reino.
Inca Garcilaso: Comentarios Reales



Álvar Núñez Cabeza de Vaca  (Naufragios y Comentarios), Fray Bartolomé de las Casas (Brevísima relación de la destrucción de las Indias) y Pedro Cieza de León (Crónica del Perú) son algunos de los cronistas que acompañaron la gesta colonizadora de mediados del siglo dieciséis. Todos ellos, con una mirada extranjera se admiraban ante las costumbres “salvajes” de los habitantes del Nuevo Continente y solían describir, a veces en forma de denuncia, el tratamiento que los indígenas, a quienes habían venido a “civilizar” por medio del Evangelio, recibían. Pero para acercarse a ese terreno virgen que era América, para asentarse en las cumbres montañosas o en el tranquilo lago más alto del mundo, para adentrarse en sus creencias basadas en el dios Sol y en la diosa Luna, para acceder a sus costumbres y, sí, a su civilización, hay que acudir a un mestizo, hijo del capitán español Garcilaso de la Vega y de la princesa incaica Chimpu Ocllo. Me refiero al Inca Garcilaso, nacido el 12 de abril de 1539, como lo afirma a lo largo de su obra cumbre, Comentarios Reales.
Garcilaso nació en el Perú de Francisco Pizarro, vivió su infancia y adolescencia en Cuzco, y fue al colegio junto a los hijos mestizos del conquistador. No sólo vivió la colonización, sino también fue contemporáneo de las guerras civiles entre los conquistadores. Él prefería refugiarse en el universo materno, donde aprendió la lengua quechua y a contar con los quipus incaicos. Los relatos de la familia de su madre sobre su pueblo le permitían añorar, sin haberlos vivido, aquellos tiempos de esplendor incaico en la época de su ocaso.