17 julio 2014

Jersey Boys, Clint Eastwood. EUA, 2014

Liliana Sáez



Debo anticipar que Clint Eastwood no es santo de mi devoción. Pero no me pierdo una película de su autoría. Lo sigo desde los westerns de Sergio Leone, los policiales de Harry el Sucio y Magnum, y he visto toda su obra como director. Tengo mis preferidas, que no son tantas como reconocen sus fanáticos. Bird (1988) y Cazador blanco, corazón negro (1990), Mystic River (2003) y J. Edgar (2011) están entre mis dilectas. Los puentes de Madison (1995) y Unforgiven (1992), entre las que me sublevan. Las demás las he ido incorporando como curiosidades de un director que se merece un dossier, porque cada película lo va definiendo. Jersey Boyspelea por incluirse entre las primeras.
Es cierto que estamos ante un autor consagrado por la crítica. Un hombre que se rehace en cada película que filma. Un veterano que cada vez domina más la técnica. Un anciano que tiene toda la vitalidad de un joven y la experiencia de un sabio. Pero también estamos ante un hombre que siempre ha vivido en el país más poderoso del mundo, que arrastra desde sus inicios una misoginia que no logra superar y que, en sus intentos por ser políticamente correcto, deja en evidencia las costuras de su ideología más conservadora.
En Jersey Boys, Clint Eastwood adapta el musical de Broadway, que narra la historia de The Four Seasons, la banda pop nacida en Nueva Jersey de gran éxito en los años sesenta. Y lo hace con frescura, como corresponde a un hombre que se revitaliza filmando.  Eastwood venía oscureciendo su cine con historias trágicas y sin salida. Estábamos hundiéndonos con él en el enojo por el inevitable paso de los años, pero con su última película nos entrega un hálito de alegría, a través de la historia de un grupo de chicos ítaloamericanos que deben buscar su medio de vida, tratando de no caer en las trampas que les tiende la mafia. La mafia está omnipresente en el barrio, entre los jóvenes y en su trayectoria. Es un mal necesario del que no pueden desprenderse, porque en sus vidas no hay segundas oportunidades. Pero la música todo lo puede, la música puede ser la salvación… o el desastre.


14 julio 2014

Violette, Martin Provost. Francia, 2013

Liliana Sáez


Durante sus 65 años, Violette Leduc recorrió su país, desde la norteña Arras hasta Faucon, en la Costa Azul, al sur de Francia. Durante ese trayecto, del cual partió perseguida por los fantasmas que la acosaban (su bastardía, una madre expulsiva y la imagen poco agraciada que le devolvía el espejo…), pasó por las miserias de la posguerra, donde contrabandeaba alimentos, hasta que motivada por sus “descubridores” comenzó a escribir y su vida cambiaría para siempre.
Martin Provost ya había llevado luz hacia la oscura existencia de Seraphine, la pintora de Senlis y su multicolor obra en un filme de profunda belleza que, en su momento, nos deslumbró. Violette no tiene el poderío visual de su antecesora, pero nos descubre una vez más la tormentosa existencia de una escritora casi desconocida. Estructurada en seis capítulos, según los nombres de quienes fueron transformando su existencia (entre otros, Maurice Sachs, Jean Genet, Albert Camus o Jacques Guérin), la historia se centra en la etapa en que Violette Leduc conoció a Simone De Beauvoir. Gracias a la insistencia y mecenazgo de Simone, Violette tuvo el impulso de escribir y pudo publicar una obra desprejuiciada, en la época en que el feminismo daba su lucha de la mano de la intelectualidad de izquierda, en la Francia de finales de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta.


10 julio 2014

Enemy, Denis Villeneuve. Canadá, España, 2013.

Liliana Sáez


En 2010, el canadiense Denis Villeneuve aparecía en el panorama cinematográfico internacional gracias a la nominación de Incendies como mejor película extranjera en la entrega de los premios Oscar. Luego, conocimos Prisioneros (2013), un policial con fuerte carga simbólica, adaptado de la obra del dramaturgo libanés Wajdi Mouawad. Enemy es su sexto largometraje, basado en la novela corta de José Saramago. Un thriller psicológico en el que el simbolismo cobra un mayor protagonismo.
Del mismo modo que en El doble, la novela psicológica de Fedor Dostoievski, el protagonista escinde su personalidad entre sus deseos personales y sus frustraciones, en Enemy, Adam (Jake Gyllenhall), un profesor universitario hastiado de su gris vida cotidiana, descubre que Anthony, un actor mediocre, se le parece excesivamente. La obsesiva búsqueda de su doble, la insistente necesidad de encontrar en él rastros de su propia vida, llevan a Adam a realizar un recorrido no sólo físico, sino también existencial. Estos dos hombres tienen como contraparte a sus parejas. El profesor mantiene una relación desmotivada con su novia Mary, mientras que el actor espera junto a su celosa esposa Helen, a su primer vástago.
Si la novela nació en la mente de Saramago mientras se afeitaba frente a un espejo, cobró la apariencia que hoy vemos en la pantalla luego del encuentro enriquecedor de los tres protagonistas masculinos, responsables de la película: su director, el guionista (Javier Gullón) y el actor, quienes aportaron sus propias experiencias personales para dotar a los personajes de características que pudiera permitirle al filme deslindarse de la carga literaria que lo precede.