08 septiembre 2015

El clan, de Pablo Trapero

Liliana Sáez



Las huellas que dejó una dictadura de siete años, como se dice al comienzo del filme de Pablo Trapero, es el punto de arranque de El Clan. Narra una historia que conmocionó a la opinión pública argentina, que ya no creía tener margen para el asombro, después de haberse develado el terrorismo de Estado que azotó al país con crímenes que aún siguen conmoviendo a los argentinos, porque todavía nos espantamos ante el descubrimiento de tumbas clandestinas o nos alegramos, no sin un dejo de tristeza, frente la aparición con vida de niños (hoy adultos) sustraídos de su identidad.
En los años ochenta, en ese límite difuso entre el fin de la dictadura y los comienzos de una frágil democracia, el Clan Puccio (integrado por toda una familia y algunos adeptos) llevó a cabo crímenes que se realizaban con la misma metodología que utilizaban los grupos de tareas que habían segado toda una generación de argentinos. Arquímedes Puccio había sido un agente del servicio de inteligencia durante la dictadura militar que, una vez llegada la democracia, como “mano de obra desocupada” continuó con sus malas mañas para enriquecer sus arcas. Sus víctimas eran elegidas entre sus conocidos, siempre que provinieran de familias ricas.
Pablo Trapero se dio a conocer con Mundo Grúa, una obra pequeña pero fundamental, donde la fotografía en blanco y negro enmarcaba a un hombre de barrio que lucha por no hundirse en una Argentina que salía de la bonanza económica para abismarse ante la brutal crisis del 2001. Luego, eligió historias más inmersas en los aspectos enfermizos de una sociedad que tiende a sostener sus flagelos, como en El bonaerenseLeoneraCarancho o Elefante Blanco, en las que sus protagonistas luchan desesperadamente contra un entorno que no hace más que enterrarlos aún más en el fango.
Si bien El clan puede enmarcarse en la transición política de un momento histórico y no deja de remitir a una sociedad que mira hacia otro lado, tiene otro registro. Es unthriller en el que el espectador se convierte en detective de una causa que todavía tiene sus puntos oscuros y, aun así, sigue sorprendiendo por la brutalidad de su accionar y por la habilidad de soslayar tras una apariencia normal, una vida criminal. El espectador irá descubriendo la trama que teje una familia de clase media alta con una doble vida, sin que sus vecinos y conocidos se hayan dado cuenta. Para ello establece un duelo actoral entre Guillermo Francella, un actor que se ha dado a conocer como cómico pero que aquí se revela como un intérprete dramático acabado en el papel del patriarca de la familia, Arquímedes Puccio, y el  actor juvenil Peter Lanzani, que borda con su sonrisa angelical la caracterización de Alex, el hijo mayor, un rugbier destacado de la selección nacional Los Pumas, que cuenta con gran popularidad entre sus compañeros y amigos.
El duelo actoral es parejo. La trayectoria y la experiencia de Francella le permiten caracterizar a Arquímedes como un padre rígido, que comanda una familia integrada por una esposa docente, tres hijos varones dedicados al rugby y dos chicas que aún están estudiando la escuela secundaria, frente a Lanzani, que no se queda atrás, porque lo que no tiene de experiencia lo cubre magníficamente con su aspecto de ángel caído. Si bien lo que trata El clan es la historia de toda una familia, la tensión narrativa se centra en la relación padre-hijo, definida desde el comienzo del filme por un Arquímedes que aún se rodea de poderosos agentes que le aseguran un marco de acción con gran impunidad y un Alex que es popular entre sus compañeros y con un porvenir junto a su novia y el pequeño negocio que ha instalado junto a su casa.
Trapero instala su cámara en la mesa de los Puccio para hacer una radiografía de la familia, un micromundo de tensas relaciones, que funciona como espejo de lo que fue la sociedad argentina durante los años duros de gobierno militar. Allí están representados el patriarca, como jefe inescrupuloso, verdadero cerebro de las operaciones criminales; la mujer que sostiene la situación bajo la apariencia de no saber qué sucede en el sótano de su propia casa, como hacía gran parte de la sociedad, que miraba hacia otro lado (o festejaba un Mundial de Fútbol), mientras sus compatriotas eran secuestrados, torturados y desaparecidos en los centros de detención adecuados para tal fin; el entregador que responde a la consigna de “obediencia debida” en la figura del hijo que facilita el secuestro de sus amigos ricos; o el que se espanta de la situación y solo atina a refugiarse en el exilio para escapar del horror.