08 abril 2015

Paisajes protagónicos: Gerry, la conquista de Tebas

Liliana Sáez


Durante los primeros cinco minutos de Gerry (Gus Van Sant, 2002), vemos un automóvil trasladándose sobre la ruta que atraviesa un paisaje árido, seco y polvoriento. Seguimos al vehículo a través de las curvas por donde se desplaza a una velocidad constante. Casi al final de esta escena, la cámara enfoca el parabrisas del automóvil, donde se encuentran ubicados, de manera totalmente simétrica, dos jóvenes. No conversan… se oye música extradiegética. Volvemos a ver el camino, pero esta vez desde una subjetiva de los muchachos, que al llegar a un punto, detienen el auto y se bajan… Por unos segundos, el parabrisas del auto vacío queda en primer plano. Atardece.
A lo largo de cien minutos, acompañaremos a los jóvenes en una larga caminata, donde prevalecen los planos generales y las voces se oyen en primer plano. Caminarán entre los arbustos por una planicie extensa, deberán sortear una montaña, donde uno de ellos ha llegado no se sabe cómo, y atravesarán una salina cuando ya, extenuados, apenas arrastran los pies en una marcha cansina.
Gerry recuerda a Esperando a Godot, la obra teatral de Samuel Beckett, donde dos amigos esperan a un personaje que nunca aparecerá. Teatro del absurdo, casi comoGerry. Los dos jóvenes, como Vladimir y Estragon, permanecerán sin que sepamos por qué se bajaron del auto, hacía dónde deseaban ir y por qué se perdieron. En el trayecto establecen una charla, aparentemente absurda, sobre los avances de un juego electrónico, donde uno de ellos ha logrado la conquista de Tebas y la construcción de santuarios y puertos, mientras el otro los ha visto destrozados por acontecimientos naturales como la erupción de un volcán o el desborde de un río.
En este transcurrir tedioso, lo único que varía es el paisaje: un verdadero “juego” para Harry Savides, el director de fotografía. Quizá la narración se “avispe” un poco más en el momento en que los jóvenes descansan junto a una fogata, o cuando uno de los Gerry (ambos se llaman Gerry) aparece de la nada sobre una pequeña montaña de tierra. Su amigo acumula inútilmente arena con las manos para construir una especie de colchón que le permita bajar sin hacerse daño. Es la única irregularidad en esta narración literalmente lineal. Cuando la extenuación llega al límite, apenas unos planos generales le dan rostro a estos compañeros de viaje. De pronto, llega la noche. Poco a poco se descubre una salina, por donde los jóvenes caminan muy lentamente, casi sin fuerzas. A medida que el sol avanza, el paisaje se vuelve más blanco y las figuras de los chicos contrastan como dos puntos negros.

07 abril 2015

Paisajes protagónicos: Into the Wild y Wild, reflejos de un espejo distorsionador

Liliana Sáez


Se ha dicho que el paisaje, como parte inherente de la naturaleza, muchas veces es convocado por el cine para subrayar o establecer estados de ánimo. Imposible olvidar en Nosferatu (F.W. Murnau, 1922), los árboles sin hojas, con las ramas retorcidas, agitadas por un viento cerrado, que nos introducen en un ambiente tenebroso, donde se dirime la vida y la muerte. Pero también, los espacios naturales han sido utilizados por los narradores para ofrecer a sus personajes un reto a cumplir, un obstáculo a sortear, un camino de ida que implica un crecimiento, un aprendizaje, una sanación.
En contraposición al ejemplo dado, el paisaje abierto, luminoso y limpio, aunque no por ello menos “oscuro”, es el que se abre con toda plenitud a Chris (Into the Wild, Sean Penn, 2007) y a Cheryl (Wild, Jean-Marc Vallée, 2014), cuando van dejando en su trayecto jirones de su pasado para, desprendidos de todo, internarse en tierras salvajes.
Con siete años de diferencia, ambas películas, inspiradas en sendas obras literarias, sostienen un relato que por momentos parece recorrer el mismo camino y el mismo sentido. Jon Kracauer publicó Into the Wild, a partir de las notas escritas por Chistopher McCandless durante los ciento trece días que duró su travesía. Cheryl Strayed narró su experiencia a lo largo de tres meses y 1800 kilómetros en Wild: From Lost to Found on the Pacific Crest Trail.
Si Chris se despoja de su pasado, al punto de cambiarse el nombre (algo parecido hacía la joven de Nothing Personal, al tachar en su documento todo dato filiatorio) para recorrer con piel nueva un camino desprovisto de las vicisitudes urbanas, pero sobre todo de la carga de hipocresía en que vive su familia, Cheryl se propone como meta la Cresta del Pacífico a modo de flagelación por el dolor que le produce la temprana muerte de su madre.
Ambos salen en una búsqueda, pero más que nada, ambos parten dejando atrás un lastre que es demasiado pesado para sus espaldas. El despojo es literal. Chris (ahora Alex Supertramp) quema su vehículo y su identificación; Cheryl se deshace del equipo que le asegura la supervivencia.
Las planicies del comienzo ofrecen un entorno amable, propicio a la decisión tomada. Los primeros pasos son esperanzadores. El cuaderno de Cheryl va registrando sus altercados; el de Alex, sus sentimientos. Si Cheryl quiere demostrarse que “todo lo puede”, Alex solo quiere “reencontrarse”. Quizá esa sea la premisa que diferencia sus experiencias, aparentemente semejantes. Realmente están siendo reflejadas por un espejo distorsionador.

06 abril 2015

Paisajes protagónicos: Del arcón de los recuerdos

Liliana Sáez


Del inventario de imágenes cinematográficas que cada uno guarda en su memoria se puede construir el imaginario de cada persona. En el mío, existe desde hace muchos años el recuerdo inquietante de un fondo de mar turbulento, cuyo movimiento interior se corresponde con la sensualidad que transmite una joven estirada a pleno sol sobre una roca, mientras su mano agita el fantasma interior de ese mar aparentemente tranquilo en una isla perdida del Pacífico. Castaway(Nicholas Roeg, 1987) está inspirada en la experiencia de la británica Lucy Irvine en la isla de Tuin, donde llegó junto a Gerald para sobrevivir durante un año con medios primitivos. Él era un hombre maduro ganado por la desidia y perdido en la promesa de construir un (nunca construido) refugio, mientras que la joven Lucy se internaba en las aguas cálidas y se estiraba en la arena, prescindiendo totalmente de la compañía masculina, en una simbiosis con el paisaje que despertaba los celos de su compañero.
Como el paisaje requiere de planos generales, la cámara se los ofrece a manos llenas. La isla de Castaway en su magnífica extensión tiene la arena blanca y el mar tan azul que se confunde con el cielo. Allí las personas son apenas unos puntos que se trasladan hacia la especie de hogar que han improvisado. Pero cuando la cámara se acerca, Lucy se integra al paisaje, en esa comunión con el mar o la jungla, mientras Gerald va consumiéndose en su empeño de intentar sembrar artificialmente unas semillas traídas desde la ciudad. La naturaleza impone su salvajismo, a través de las tormentas, las pestes y la sequía. Allí es donde sucumbe Gerald, a quien trata como un enemigo. En cambio, encuentra en Lucy a una verdadera aliada, alguien que late al mismo ritmo de su ciclo natural.