29 marzo 2010

Perdidos





Sendero entre arbustos y una huella que se interna cada vez más profundamente para desembocar en el desierto.
Dos amigos salen de excursión y se pierden.
Escasísimos diálogos.
La tarde, las nubes bajas, la noche, el frío en la espalda y el calor de la hoguera al frente, el peñasco, el paisaje blanco.
No pasa nada, pero sí pasa.
Para averiguarlo hay que perderse con los personajes de Gerry, la película que Gus Van Sant realizó en 2003.
El paseo vale la pena.

18 marzo 2010

Mi Buenos Aires querido

Liliana Sáez

Escribir sobre Buenos Aires y el cine para El Espectador Imaginario me dejó con las ganas de indagar cómo se ha ido transformando esta ciudad que hoy habito.

Vemos que el río era costa y no sólo puerto, que las calles primero fueron de tierra y luego empedradas, que se construían edificios monumentales al estilo europeo en el medio de un ambiente casi rural, y que la ciudad ha seguido creciendo, aunque en el fondo mantiene su esencia. Su antiguo perfil afrancesado va dándole paso a uno más moderno y funcional, más al estilo de otras ciudades latinoamericanas, con caos incluido...

He querido mirar hacia atrás, tratando de ubicarme en esa ciudad rural del comienzo, cosmopolita luego y abierta a todos los "hombres de bien que quieran habitarla". Hay motivos para quererla, y hubo muchos para extrañarla. Hoy trato de encontrar en su veloz transformación aquello que permanece y que subyuga a todo el que la visita.


Pueyrredón y Santa Fe. Esta foto es de 1925 y ya estaba instalada allí la Confitería El Olmo, que sobrevive en esa esquina populosa de Barrio Norte. Pueyrredón tenía dos vías de circulación, como ha vuelto a ser desde hace apenas unos meses. El subte ya estaba creado, y en lugar de colectivos había tranvías.


José María Moreno y Rivadavia. Encrucijada del barrio Caballito. Hoy, creo, la esquina más populosa de Buenos Aires. Allí se concentra una gran proporción de juventud y, entre ellos, una importante tribu urbana que aparece por las tardes con sus vestidos negros y su maquillaje abundante: los góticos.


Así se veía la calle Florida en 1940. La peatonal, que va desde la calle Rivadavia hasta Plaza San Martín, transformando su comercio, a medida que se avanza, en una variedad de artículos que van desde los más turísticos hasta los más elegantes; actualmente, de sus calles se han apropiado los bailarines de tango, las estatuas vivientes, los artesanos..., conviviendo con el turista, con el oficinista, con la gente que va de compras. Si hubiera que identificar al transeúnte con alguna calle, esa sería Florida.


La avenida Callao es una de las arterias más importantes de la ciudad. Esta foto es de 1925. En ese entonces, la Argentina era "el granero del mundo", así que en lugar de que la moneda se rigiera por el patrón oro, se regía por la libra esterlina. Eso quiere decir que estábamos colonizados por los ingleses, a tal punto, que habían extendido líneas de ferrocarriles que iban a los distintos rincones del país, como si fuera una mano, cuyos dedos lo desgarraran hacia el puerto de Buenos Aires, donde la materia prima salía hacia Gran Bretaña y donde llegaban los productos ya industrializados y a un costo imposible. Nótese, como curiosidad, que Callao tenía dos vías y los automóviles circulaban a la manera inglesa.


¿Mayor contraste que éste? Dicen que este edificio se importó de Europa y se "plantó" en la calle Córdoba, donde todavía permanece. También cuenta la leyenda que su armado no quedó bien cuadrado con el perímetro de la manzana, por lo que el Ingeniero responsable se suicidó. Es un edificio imponente aún hoy. Imagino lo que debe haber trastornado la visión cuando fue instalado en esa zona de casas bajas y calles de tierra.


Las avenidas Alvear, Quintana y Libertador son la zona más elegante, pues la más rancia aristocracia habita sus pisos. Esta foto es de 1900. A esta parte de Buenos Aires vinieron las familias más pudientes a instalarse, una vez que la peste los arrojó de la zona de San Telmo, donde sus amplias casas pasaron a convertirse en conventillos. Esta es la Avenida Alvear, donde habitan desde finales del siglo XIX los amos de la Pampa (veinte familias que poseen el 80% de las tierras productivas).


Las calles de tierra ya le han dado paso al adoquinado y al patrullaje policial. Hoy, en algunos de sus edificios funcionan oficinas públicas, como la Secretaría de Cultura o el Palacio de los Museos.

El famoso puente de La Boca. La zona ha cambiado, pero el viejo puente de hierro sobrevive como testigo de la transformación del barrio más popular de Buenos Aires.


La avenida Pedro de Mendoza le sirve de costanera a La Boca. Allí se encuentra el museo de su artista predilecto, Quinquela Martín. Hoy ofrece un panorama menos precario que cuando la zona era habitada por los inmigrantes en los conventillos y se ha transformado en un colorido espacio turístico.


El Arroyo Maldonado dificultaba el cruce de un lado al otro de la ciudad. Hace ya muchos años que ha sido entubado, sin embargo, quizá por la desidia de las autoridades municipales, cada vez que llueve se inunda la calle que lo guarda, la avenida Juan B. Justo. Durante las últimas tormentas podía verse en imágenes de la televisión cómo algunos comerciantes improvisados alquilaban botes de goma para cruzar la calle.


El Mercado del Abasto Proveedor, así se llamaba el hoy conocido Abasto. Era el mercado central, donde la mayoría de los comerciantes eran de origen italiano. En su lugar, Eiffel, el mismo de la torre francesa, construyó el edificio que, bajo la promesa de construir allí un centro cultural, hoy sirve de centro comercial y el mercado ha sido trasladado a las afueras de la Capital.


Puerto Madero, hoy habitado por las clases más pudientes, la cara más nueva para ofrecerle al turista, que encontrará innumerables restaurantes exclusivos. Antes era una zona casi impenetrable, peligrosa, pues era lindera al bajo, donde se encontraban los bares, cabarets y prostíbulos, que florecían de noche. De día, la zona recibía a los inmigrantes que soñaban comenzar una nueva vida en estas tierras.

Hasta aquí llega el paseo hoy. Quizá otro día encuentre más rincones nostálgicos de esta inmensa urbe que se transforma continuamente.

14 marzo 2010

Fortuny en La Pedrera



Caminar Barcelona implica revisitar muchos de los rincones que los catalanes dejan para los turistas, como La Pedrera, ese edificio magistralmente diseñado por el genio y padre de la ciudad, el famoso Gaudí.

Siempre que voy recorro la exposición que ofrecen en el primer piso. Es un pretexto para meterme en las fauces de esa roca adornada con hierro, que en su interior ofrece un patio con paredes pintadas y puertas de madera tallada, con detalles de diseño avanzado.

Recorrí los pasillos para ver la obra de Fortuny, el mago de Venecia, tal como han denominado la exposición. Una serie de cuadros, de trajes, de fotos, algunas lámparas y, al final del recorrido, la invitación a ver el audiovisual.

Allí comprobé una vez más que el cine puede resumir en 20 minutos una vida rica y creativa como la de Mariano Fortuny Madrazo. Tanto, que luego de enterarme lo que significaba cada pieza que había visto sin mayor atención, volví a recorrer la exposición, esta vez extasiada por lo que descubría de este granadino establecido en Venecia.

Quizá peque de ignorante, pero sólo recordaba de ese autor un par de cuadros: La batalla de Tetuán (que en realidad es de su padre, el pintor catalán Mariano Fortuny Marsal), que mi madre una vez me llevó a ver, luego de atravesar Barcelona, a la Estación de Francia. Magnífica obra pictórica. Y La odalisca (ésta sí, de Mariano Fortuny hijo), menor, pero hermosa también.



Lo que no sabía es que este señor era un curioso inquieto y experimentador. Que al enviudar su madre, la familia se trasladó a París, donde el chico se inició en la pintura; más tarde se trasladó donde la familia tenía los talleres textiles que la mantenía, Venecia. Y allí se estableció en la parte alta del palacio Pessaro degli Orfei, que luego fue ocupando totalmente y hoy se ha convertido en un museo en su honor.

Este hombre había adquirido una cámara fotográfica que capturaba imágenes panorámicas, así que las primeras fotos de ese estilo, fueron las suyas. Retrató Venecia en todo su esplendor, Egipto y ciudades cada vez más exóticas, que solía visitar para internarse en sus callejuelas en busca de los maestros tintoreros. La finalidad era obtener los secretos de sus tintes y tejidos.
Con la mirada llena de imágenes, se puso a diseñar estampados que combinaban dibujos árabes, griegos, egipcios o indoamericanos. Él mismo diseñaba las planchas y el sistema de estampado, así como la textura de sus telas. Y por supuesto, los tintes que utilizaría.

No sólo se le daba por la fotografía, los viajes y la artesanía textil...
Como buen hombre mundano, no dejaba de asistir a los estrenos operísticos y cuando descubrió a Wagner, entendió que no podían representarse sus obras con las limitaciones de los teatros de ese entonces. Así que crea el Sistema Fortuny, que consistía en una cúpula para el escenario y un sistema de iluminación que luego se instaló en los principales teatros de Alemania e Italia.

Diseñaba también las maquinarias del estampado, los telares con los que obtendría tejidos exquisitos, lámparas para teatro y para interiores. Patenta todo lo que inventa y, finalmente, acude a la industria para fabricar telas para la decoración de interiores. Abre sucursales de su firma en Londres, París y Nueva York.



Como todo creador tiene su musa, la de Fortuny fue Henriette Nigrin, con quien emprendió el diseño textil, inspirándose en tejidos y diseños de distintas regiones lejanas, que combina con buen gusto. Su incursión en el mundo de la moda ha quedado en la historia gracias a uno de sus modelos: el Delfos, que revolucionó la moda, pues hasta entonces, el miriñaque era obligatorio en la vestimenta de las mujeres. Con el Delfos, el cuerpo de la mujer se libera de cordones, alambres y cantidades de tela que impedían el movimiento y camuflaban la figura. Se trataba de una túnica de seda plisada que se adaptaba al cuerpo y con la particularidad de que no había dos del mismo color. Fortuny creaba combinaciones de hasta quince colores para obtener una pieza única en cada uno de ellos. También era novedoso (y tan secreto que aún no se conoce mucho más de su técnica) el sistema de plisado permanente. Él controlaba todo, al punto de que cualquier reclamo por algún defecto de la prenda, debían acudir a él para solucionarlo.

Cuentan que a su muerte, Henriette tomó todos los tintes y los arrojó a los canales de Venecia, para que nadie conociera el secreto de su hermosura.

¿Qué fue lo que me maravilló? El modelo de artista integral. El hombre ansioso por conocer, insaciable en su afán de probar y avanzar un paso más allá. Esas personas que tienen un abanico de propuestas, que en su búsqueda no sólo encuentran, sino que brindan...

Agradezco ese documental, que me permitió vislumbrar el alma creativa y pertinaz de Fortuny. Sin él, me hubiera perdido la esencia de su creación.


La primera foto es mía. Las otras dos han sido obtenidas de la página del Museo Fortuny.

07 marzo 2010

El Espectador Imaginario, marzo 2010




INVESTIGAMOS: Metrópolis

Buenos Aires. Una sombra ya pronto serás, por Liliana Sáez
Caracas. La transformación constante, por Pablo Abraham
Madrid. De la zanja costumbrista al cielo cosmopolita, por Javier Moral
Roma. Putas y santos, por José Miguel Viña Hernández
Tokio. La ciudad del futuro, por Manu Argüelles

CRÍTICAS
Dream, por Manu Argüelles
El día de la bestia, por Javier Moral
En tierra hostil, por Javier Moral
Gigante, por Manu Argüelles
Invictus, por Nicolás Damín
La teta asustada, por Beatriz Marín
Nueve reinas, por Liliana Sáez
Precious, por Javier Moral
Shutter Island, por Arantxa Acosta
Tokyo!, por Manu Argüelles
Un hombre soltero, por Arantxa Acosta
Up in the air, por Marcela Barbaro

FUERA DE CUADRO
Mirar las películas, mirar el cine, por Isabel González

CINERAMA
Dossier: Kim Ki Duk, por Manu Argüelles
Serie: Californication, por Arantxa Acosta
Premios Goya, por Javier Moral
Libros: Espíritu de simetría, de Ángel Faretta, por Liliana Sáez