A raíz de Los Imprescindibles: E, me dio por revolver en mis críticas viejas y encontré lo que escribí de Sin perdón, o Los imperdonables, como deseen titularla, cuando se estrenó. Aquí, mis razones.
LS
LOS IMPERDONABLES Liliana Sáez
Un cielo anaranjado, recortado por la silueta de un rancho y un árbol. Hacia la derecha, una tumba y un hombre rezando. Es el ocaso del día. Es el ocaso de una vida. Pero también es otro ocaso.
Clint Eastwood conoció la fama de la mano de
Sergio Leone, ese italiano que intentó renovar un género que ya estaba perdiendo brillo, imprimiéndole una mirada mediterránea, más intensa y apasionada que la frialdad que congela las grises pupilas norteamericanas.
El western también ha conocido diferentes rutas.
Porter le dio vía libre para expresarse en la pantalla, permitiéndole convertirse en una esperanza épica, en manos de
Ford o de
Sturges . De ese envoltorio simplista, en el que los cowboys eran los "buenos" y los indios los "malos", lo sacudió Leone para descubrir seres conflictuados y revisar los claros valores de bondad y maldad. Así, Clint Eastwood podía aparecer como un ser desarraigado, cazador de recompensas y ser, a la vez, el héroe de la historia.
Este paso permitió a los norteamericanos realizar su propia revisión histórica y plantear la sanguinaria colonización llevada a cabo de la mano de los hasta entonces héroes del avance hacia el oeste –el general Custer, entre otros–, desde otro punto de vista, quizás inclinando la balanza inversamente, donde los indios son los "buenos" y los jinetes de la Caballería los "malos". Hasta que
Peckinpah no describió esa época en
The Wild Bunch (1969), no hubo nadie que permitiera transmitir lo infernal y sanguinaria, así como lo hostil, lo cruel y lo inestable que fue esa conquista.
Pero volvamos a Eastwood. Se dice que
Unforgiven es el último western de un actor que ha interpretado treinta y seis películas y ha dirigido dieciseis. Que es su visión madura de una gesta comenzada a ser filmada con el siglo. Noventa años después del primer western, Eastwood nos entrega su última visión de un mundo y un acontecer que ha vivido a través de variados guiones y distintas posiciones respecto a una historia que no deja de ser injusta.
Eastwood nació en San Francisco, en 1930. Debutó en el cine con una película de
A. Lubin,
Francis joins the wacs, pero su carrera comenzó a desarrollarse en una serie del oeste, para televisión,
Rawhide, en la que no sobresalía suficientemente como actor. En realidad, fue "descubierto" por Sergio Leone, e interpretó para él la trilogía que lo haría famoso, junto a
Lee Van Cleef (
Per un pugno di dollari, 1964;
Per qualche dollaro in piú, 1965;
Il buono, il brutto, il cattivo, 1966). Sin embargo, su carrera se distraerá hacia el policial, en películas dirigidas por Siegel e, incluso, por él mismo, en las que interpretará a un policía que actúa fuera de la ética establecida, imponiendo el orden, a través de métodos no muy legales y cuyo apodo será "Dirty" Harry. Su redeza mucho tiene de herencia leoniana.
La taquilla será aliada de este actor-director y sus personajes dignos de estudio crítico. La complejidad del personaje acompañará la espectacularidad de la violencia, no permitiéndole acceder a los circuitos artísticos cinematográficos y dejándolo relegado al cine masivo y alienante. Sin embargo, se trataba sólo de esperar. Quizá su madurez, quizá los años de experiencia, quizás el cansancio frente a siempre-lo-mismo... Eastwood dirigió su primera obra "seria",
Bird (1988), inspirada en la vida e Charlie Parker, con una sensibilidad increíble en el "duro" intérprete de tanto western y policial. Su film llamó la atención con tanto énfasis que se esperó ansiosamente su segunda obra. Así llego
Cazador blanco, corazón negro (1990), un intento de ambientación de los preparativos para el rodaje de
La reina africana (
John Huston, 1951), en la que incursiona en la pasión y los sentimientos del personaje para ofrecernos una obra cálida, sin mayores pretensiones, pero muy sensible.
Cuando se anunciaba
Los imperdonables, todos los que hemos seguido los pasos de este actor –que pese a la mediocridad de sus películas sobresalía– que al intentar expresarse a través de su obra última logra hacerlo a cabalidad, estableciendo un abismo entre un antes y un después, pero sobre todo, demostrando su capacidad artística, jurábamos que íbamos a estar frente al padre de los westerns, frente a lo que no se ha dicho, en un género tan explotado o, por el contrario, que iba a contener la esencia de todo lo que se ha mostrado, concentrando lo magnífico del western.
Junto a la imagen del ocaso que encabeza esta nota, una leyenda nos cuenta sobre la mujer muerta, no a manos de su sanguinario esposo, como se esperaba, sino de una enfermedad común para la época. Las palabras pronunciadas por un narrador anónimo son repetidas por escrito. Esta necesidad de subrayar la maldad de un personaje, nos prepara para encontrarnos con el más sanguinario matón del oeste. Pero no, William Munny (Clint Eastwood) es un granjero que está a cargo de sus hijos y de sus cerdos, a los que todavía no sabe tratar. Su torpeza nos impide imaginar lo cruel y lo hábil que debe haber sido en su juventud.
Un percance en el burdel del pueblo deja a una de las muchachas herida. Sus compañeras ofrecen una recompensa a quien mate a los criminales, ya que el comisario, Billito Daggett (
Gene Hackman) no ha sido justo con el castigo impuesto. Un inglés (
Richard Harris) será el primero en acudir al llamado de las mujeres. Pretexto utilizado para demostrar lo cruel que puede llegar a ser Billito con los cazadores de recompensas.
Al rancho de Munny llega Schofield Kid (
Jaimz Woolvett), un joven que se autodescribe como un asesino feroz y le ofrece el nuevo trabajo de sembrar justicia al ex duro William. En realidad, el joven es un miope atraído por la fama del matón. Allí nos enteramos que la santa mujer de Munny le ha enseñado a ser bueno, honrado y a vivir –decimos nosotros– terriblemente arrepentido y amargado el resto de sus días. Imposible que por nuestras cabezas aparezca el malísimo Munny. Sin embargo, el hombre, a regañadientes, acepta la misión y, ahí, podemos decir, comienza la película o, al menos, es lo que esperamos.
La lentitud de la acción, la inverosimilitud del comportamiento de los personajes, que van a vengar a un grupo de mujeres desconocidas muy a su pesar, la oscuridad de las imágenes y los momentos cursis (por ejemplo los reiterados recuerdos de la mujer muerta) que, realmente, sobran, no permiten que esta película sea el western tan esperado. Pareciera convertirse en un híbrido, entre western e intimismo, que no logra cuajar en ninguno de los dos extremos y que nos deja con muchas ganas de ver acción o tortura existencial. Pero ese ser tan malo (que lo es por lo que nos han narrado) no es creíble. La mojigatería se hace dueña de la pantalla de una manera cruel, y uno, que está esperando la muestra de esa esencia que comentábamos, se siente totalmente defraudado: Munny ha dejado de beber; retoma el vicio del alcohol junto al vicio del crimen; Munny le es fiel a su mujer, aún muerta; las prostitutas son incapaces de sobresalir como individuos, actúan como un colectivo, no destacándose por nada en particular.
Esta fue una buena oportunidad desaprovechada. Una obra sepia, un western que no se redondea, unos personajes inverosímiles. Una suma de ganas contenidas que componen un nuevo ocaso; ¿el de un actor? ¿el de un director?, ¿el del western?...
Liliana SáezPublicado en
Encuadre Nro. 39, Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, diciembre 1992.