14 junio 2006

Hacer del cine poesía

Los trazos de la escritura fílmica son individuales y únicos en cada creador. Sin embargo, los temas, sus obsesiones, su estética… bien pueden establecer algunas conexiones entre ellos. En esta oportunidad, Lior Zylberman nos brinda una mirada enriquecedora sobre los lazos que permiten vislumbrar una especie de paralelismo en la cinematografía de dos autores muy particulares: Terence Malick y Andrei Tarkovski.

Bienvenido, Lior.
LS


MALICK-TARKOVSKI: EXPERIENCIAS VISUALES
Lior Zylberman (*)


Tras ocho años de “corto” silencio Terrence Malick nos ha dado una nueva película. El nuevo mundo (The new world, 2005) llega para marcar una diferencia nodal en la cinematografía mundial, un estilo único e incomparable, y esta concepción del cine diferente hace pensar a Malick como uno de los más importantes realizadores vivos y en producción.

Mucho se ha escrito sobre la influencia heideggeriana en este realizador, pero aquí no nos centraremos en esto. Néstor Almendros entendió a Terrence Malick por sus características como un director de dos continentes, y así lo es. Cada vez más alejado del cine narrativo, saliéndose de los cánones del cine estadounidense, se ha ido volcando hacia el cine-poesía en el cual la trama pasa a un segundo plano y las imágenes son las que cargan el impulso revelador. Muy europeo para los Estados Unidos, estadounidense para Europa, Malick se desenvuelve solo en el mundo con esquemas de filmación muy propios.

Pero es ahí donde radica la fuerza y el estilo único de este realizador, la fuerza que producen sus imágenes, una fuerza que por medio de las cadenas de montaje adquieren una gran emotividad. Los encuadres y la puesta fotográfica no hace más que remitirnos a la pintura, todo en pos de alcanzar verdaderas experiencias visuales e inquietantes, construyendo poesía con cuatro elementos básicos: el aire, el agua, el fuego y la tierra.

Es aquí donde queremos abordar la reflexión que este escrito se propone. Los cuatro elementos están presentes en todos sus films, no en forma de atrezzo sino como elementos fundamentales en su estilo. A lo largo de su filmografía los elementos como signos de la naturaleza se sobreponen a los personajes humanos, ellos median entre la cámara y la naturaleza ya que el fin último de Malick es reflexionar sobre aquélla.

Podríamos pensar que en las cuatro películas hay una lucha, un conflicto, entre el hombre y las cosas. En Badlands (1973), Kit y Holy huyen hacia los “badlands” mimetizándose con la naturaleza, pero debido a la maldad que acarrean son expulsados del paraíso. Lo mismo sucede en Días de Gloria (Days of Heaven, 1978) con Bill y Abby; Witt también es desterrado del paraíso en La delgada línea roja (The thin red line, 1998); en El nuevo mundo el padre de Pocahontas le da la espalda y a la larga ella conocerá su fin. Estas son las líneas argumentales que rodean a sus películas y junto a ellas los elementos se entremezclan.

Otro gran director que apelaba de manera constante a ellos fue Andrei Tarkovski. Si rastreamos su filmografía encontraremos puntos en común entre estos dos realizadores, ambos hacían del cine poesía. Lógicamente que entre ellos también encontramos diferencias muy importantes, pero aquí nos abocaremos a las semejanzas. La herencia pictórica en las películas es patente en cada uno, imágenes muy elaboradas que tienen como destino final propiciar en el espectador experiencias sensoriales antes que racionales. Los cuatro elementos en Tarkovski son una constante obligándonos a pensar que en su cine el lazo con la naturaleza también es una preocupación. La pérdida de la fe del hombre contemporáneo obligó a desandar ese camino y esa unión. Malick no se plantea un regreso a lo perdido, en ese sentido es mucho más pesimista. Lo perdido está perdido y nunca más podremos volver a ese estado. Los personajes lo desean pero la naturaleza, las modificaciones que el hombre ha hecho a ella, se lo impide.

No es descabellado pensar a estos dos cineastas como semejantes. Más allá de los criterios formales y la concepción de cine que cada uno posee, los dos, por medio del cine-poesía, intentan manifestar ideas universales por medio de estímulos sensoriales. En Malick el tiempo no tiene la preponderancia que en Tarkovski, los conflictos existenciales son tomados de manera diferente pero, a largo plazo, en ambos vemos al Hombre cruzado por ellos. Los travellings en Tarkovski son únicos, realizados en un tiempo donde la steadycam no existía; la cámara posee una precisión inobjetable, sobre todo en El espejo alcanzando la perfección en sus dos últimos films. Malick no llega a esa perfección porque para él la verdad se alcanza en el montaje (rasgo crucial en la diferencia con el ruso). Para Malick las cosas se develan en cada toma, cada toma debe alcanzar el status de perfección, mientras que para Tarkovski ésta se logra con la fluidez en el tiempo, es decir con sus tomas largas. Sin embargo cada movimiento de cámara de Malick es una revelación, al compás del cuerpo a tierra de los soldados en La delgada línea roja, alejándose en el momento en que Bill regresa a la casa en Días de gloria, y en la sublime entrada de la cámara en la corte del rey en El nuevo mundo.

En ambos directores los paisajes dejan de ser simples marcos pictóricos donde encerrar la acción para expresar por sí mismos estados del alma. Y los elementos participan de ellos, y así como en Tarkovski la lluvia predomina por sobre los otros elementos, en Malick el aire (y sus variantes) parecen prevalecer; en sus películas son muchas las tomas dedicadas al respiro de los personajes o a, simplemente, sentir el aire en sus cuerpos.

Asimismo los personajes se desenvuelven de manera diferente entre los elementos. En Tarkovski la búsqueda final es alcanzada por medio de la fe, lo místico está presente constantemente. Los elementos forman parte de esa redención para alcanzar esa fe. La procesión de Andrei o el suicidio a lo bonzo de Domenico en Nostalgia nos prefigura que la redención puede alcanzarse por medio del fuego; lo mismo en El sacrificio, Alexander, en su diálogo con dios acaba quemando todos sus bienes materiales a fin de lograr la salvación. En Malick la salvación no está presente, no hay posibilidad. La salida mística religiosa de Tarkovski en Malick no se asoma, sino todo lo contrario. Por lo que se expresó antes, no hay vuelta atrás y por más que el hombre busque su salvación no la encontrará. En Malick el hombre perdió el paraíso, la naturaleza, de alguna manera, se le termina imponiendo ya que por más que el hombre la haya transgredido, ésta lo superará y lo terminará venciendo.

Ambos realizadores, al aferrarse tanto a estas visiones, se dirigen en sentidos diferentes: Tarkovski, por un lado, hacia el misticismo religioso, y Malick, por el otro, viendo lo indígena como signo del bien absoluto, bordeando la ingenuidad. El testamento fílmico de Tarkovski, El sacrificio, nos presenta un mundo al borde del fin debido a un desastre nuclear inminente; la solución radica en la vuelta a Dios. En Malick la visión del “buen salvaje” se ha ido exacerbando en sus últimos dos films.

Estos dos realizadores, con poéticas diferentes, han aportado al cine la capacidad de hacer relacionar al hombre con los elementos de una manera singular. Abriendo hacia la reflexión esa unión, propiciando una mirada diferente a lo que nos rodea y por sobre todas las cosas haciendo del cine una experiencia primordialmente sensorial.

(*) Lior Zylberman es sociólogo y da clases de cine en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (FADU-UBA) y en el Instituto ORT.

09 junio 2006

Banda sonora: Kansas City

Alfredo Escalante nos propone en esta banda sonora conseguirnos la música de Kansas City, la película que Robert Altman rodó en 1996, para acompañar esta lectura que, a manera de imaginario programa de radio, nos brinda.

DESDE LAS RAÍCES DEL BLUES, LA MAGIA DEL JAZZ
Alfredo Escalante


Imaginemos que estamos en el "¡Hey,hey,club!", en la ciudad del vicio, como muchos llamaban a Kansas city. Se siente el ambiente sórdido...

De la mano del director de cine Robert Altman recreamos esos momentos. El productor musical, Hank Willner, reunió temas clásicos de los años 30 y buscó músicos contemporáneos que le dieron vida a las canciones originales de las grandes orquestas de la década: Count Bassie, Duke Ellington y Walter Page...

En la ciudad maldita de Kansas, cruce de caminos, los discos de 78 revoluciones por minuto creaban la magia de transportar a sitios inimaginables, a través de la radio, a un público, que con solo sus pensamientos, recreaba locales como el "¡Hey,Hey, Club!".

Músicos de la talla del saxofonista James Carter, del guitarrista Mark Whitfield y del trombonista Clark Gayton, así como el bajo de Ron Carter y Geri Allen al piano, quienes le dieron vida a esas piezas legendarias, que fueron grabadas en directo entre el 11 y el 22 de mayo de 1995, con un toque especial que nos llevaba a los años 30, en el mítico local de Kansas City.

Siéntanse cómodos… y disfruten, desde las raíces del blues, la magia del Jazz…

La mafia, los polÍticos, el crimen, la raza… ¡el Jazz! Los años 30, cuando las rubias oxigenadas bailaban hasta el frenesí en una ciudad esquizofrénica… ¡Kansas City!

Esa era la música que arrastraba al público a los locales nocturnos, como nunca antes en la historia del jazz... (palabras de Robert Altman, refiriéndose a su película Kansas City, de la que estamos compartiendo "La banda sonora").

Así es el blues, ¡una manera de sentir!

El creador: Robert Altman

Guionista, productor y director de cine estadounidense, Robert Altman nació en Kansas City, Missouri, y estudió cine en la Calvin Company. Dirigió documentales publicitarios para televisión, antes de lanzar MASH (1970), su ópera prima. Se destacó por sus métodos no convencionales y por un estilo muy particular e irreverente hacia las costumbres y tradiciones sociales.

Después de MASH dirigió McCabe and Mrs Miller (1971), Images (1972), El largo adiós (1973), Ladrones como nosotros (1974), California Split (1974) y el musical Nashville (1975), donde indaga en la música country. Sus películas, cada vez más excéntricas, fueron creando un público que lo siguió con particular fruición: Buffalo Bill (1975), Un día de boda (1978) o Quinteto (1979). Luego de filmar Popeye (1980), cerró su productora en Hollywood.

Durante los 80 dirigió teatro-off en Broadway y grabó producciones teatrales para la televisión por cable. Los proyectos más destacados de estos años son: Jimmy Dean, Jimmy Dean (1982), The Laundromat (1983), Streamers (1983) y Secret Honor (1984). En 1990 dirigió Vincent y Theo.

En 1991 filmó en tono de sátira El juego de Hollywood; luego, Vidas cruzadas (1993), un grupo de historias de distintas parejas californianas. Kansas City es de 1996 y está ambientada en los submundos de su ciudad natal, donde el juego, la mafia, la prostitución, la política y la música (el jazz) se dan la mano. Le siguieron Conflicto de intereses (1998), Doctor T y las mujeres (2000), Gosford Park (2001) y La compañía (2003).

03 junio 2006

Cine argentino


2001-2006
LA MIRADA JOVEN EN EL CINE ARGENTINO
NUESTRAS REALIZADORAS

Marcela Barbaro

La niña santa

Dentro del período comprendido entre los años 2001-2006 la ficción ha vivenciado aires de cambio a pesar de los problemas que sobrellevó nuestro país y que, aún hoy, lo siguen aquejando. A pesar de ello, el cine argentino se las ingenia, siempre, para poder sobrevivir.

En el marco de esta supervivencia, el cine nacional mostró un crecimiento notable:

Cantidad de estrenos por año

2001: 47
2002: 47
2003: 53
2004: 66
2005: 63
2006 hasta 12/10 inclusive: 32

En kinephilos nos ocupamos de ver cómo el cine refleja nuestro acontecer, para saber, entre otras cosas, cuál es el papel del cine dentro de nuestra sociedad y cómo distintos cineastas expresan sus sentimientos, preocupaciones, deseos y decepciones a través de ese medio al que utilizan como un puente de comunicación.

La característica destacada de este período es que se trata de un cine realizado, en su gran mayoría, por jóvenes. Son egresados de distintas escuelas de cine y con experiencia en el campo del cortometraje; sus trabajos han participado y han sido reconocidos en distintas muestras y festivales tanto nacionales como internacionales. Hoy logran debutar con sus largometrajes. Contagiados por ese impulso renovador que propició el llamado Nuevo Cine Argentino a fines de la década de los 90, estos nuevos realizadores se permiten mayor libertad creativa y diversidad temática a la hora de generar sus obras. Juegan con distintos formatos, soportes y estéticas que los van individualizando. De esta forma se logra generar nuevos códigos, así como también nuevos lenguajes.

La mirada de estos realizadores está puesta principalmente sobre su generación y la de su familia. En cómo se ven y en cómo se sienten mirados. Cuestionan, reclaman, recuerdan y anhelan por sí mismos y por su entorno.

El cielito

Nuestras directoras

El surgimiento de jóvenes directoras de cine es algo relativamente nuevo. Prefiero no utilizar los términos “cine de mujeres” o “cine feminista” como comúnmente se lo denomina. No sólo me parece discriminatorio sino que se lo acota y se lo encuadra en algo diferente a lo que es el resto del cine. ¿Qué tiene de diferente si la sensibilidad no es una cuestión de género sino de necesidad de expresión? La diversidad y pluralidad de miradas también es parte de eso y es muy bueno que suceda. No niego que haya una comprensión más íntima del universo femenino cuando dirige una mujer, pero hay muchos cineastas que conocen y abordan ese universo, con la misma comprensión y profundidad, cuanto no más intensa, que las propias realizadoras, como por ejemplo, Rohmer, Almodóvar, Allen, etcétera.

El rubro “dirección” parecería ser un terreno casi exclusivo de los hombres, y esto abarca el resto de las cinematografías del mundo. Generalmente las mujeres se especializaban en rubros como montaje, producción, vestuario, dirección de arte, casting, etc. Como vemos, esto se está modificando un poco.

En el cine nacional, el mayor antecedente lo marcó María Luisa Bemberg al dejarnos un legado de películas de gran calidad artística. Toda su filmografía contó con la producción de Lita Stantic, quien, como realizadora, sólo dirigió Un Muro de Silencio (1993).


Tópico 1) Dicotomía campo/cuidad, lo urbano y suburbano

Dentro de esta nueva generación de cineastas, el puntapié inicial fue dado por Lucrecia Martel con La ciénaga (2000). Una obra personal e íntima donde se vuelca la mirada sobre la familia a partir de los recuerdos de infancia, y en el marco de la vida en la provincia, en este caso Salta. Minuciosa y aplicada, Martel controla y supervisa cada una de las piezas que conforman su obra. Su mirada sobre la realización cinematográfica, opuesta a cualquier tipo de convencionalismo, la convierte en una cineasta auténtica y singular. Martel va creando su propio lenguaje.

Al igual que sus puestas en escena, sus personajes son retratados bajo la idiosincrasia que los caracteriza. Cada uno es parte del otro y forman una pieza única como eslabones de un mismo espacio. Un espacio, donde también habitan los colores de la tierra, los sonidos del viento, del agua y de las hojas. La cámara se aleja de las grandes capitales. La naturaleza se abre paso; muestra la serenidad de su entorno y la libertad con la que respira. Escenarios bien opuestos y alejados de la frialdad grisácea del cemento, de los ruidos de un tránsito que no cesa, de muchedumbres inquietas, de cielos desteñidos por el smog de Buenos Aires.

Bajo la producción de Lita Stantic y El Deseo (España), La niña santa es el segundo largometraje de Martel. La autora vuelve a retomar sus paisajes salteños y los recuerdos de infancia para hablar sobre la semejanza pasional con que se unen y se relacionan, tanto el misticismo generado por la religión católica como el despertar sexual de una adolescente. Martel se caracteriza, entre otras cosas, por la importancia y dedicación que le otorga al plano sonoro. Ella describe y narra con la ayuda de los sonidos, de la música y de los silencios, como si aquello que no pudiese ser dicho u observado se dejara escuchar y comprender de igual manera. Este film, en particular, es netamente sonoro. Todo se remite a un “llamado”, bien sea del más allá para determinar la vocación que nos asignan en nuestro paso por la vida, o del interior de nuestro cuerpo cuando las pasiones internas deciden despertarse. Las concepciones y creencias religiosas, el culto a las imágenes, los rezos y las estampitas también forman parte de las diferencias que hacen a la dicotomía campo/ciudad.

María Victoria Menis es otra realizadora que con El cielito continúa con este tópico, al que agrega contenidos sociales. La autora hace referencia a los olvidados de nuestras provincias, a la falta de empleo que allí se incrementa aún más, a la migración interna que sufren los habitantes de nuestro país y la que ocasiona, entre otras cosas, la disgregación familiar dentro de la lucha cotidiana y en beneficio de la crianza de los hijos. Su delicado trabajo visual se compone de bellas metáforas. Toma a la naturaleza de los pueblos para estetizar su relato. Su discurso narrativo se mezcla con pasajes oníricos y sonoros a través del silencio, de los ocasos y del agua del río que se la pasa juntando y separando almas y sueños.

La autora refleja las distancias interminables que deben recorrerse tras la búsqueda de un porvenir, la soledad de los pueblos y sus escasos recursos, el atraso, el aislamiento. Lugares donde el cielo despejado acompaña siempre y donde las noches son verdaderamente nocturnas y llenas de grillos. Todos estos elementos profundizan las diferencias con la ciudad. Una ciudad que casi no duerme, desde donde vemos cada vez menos el cielo y donde la noche se confunde con el día. Allí llegan Félix y Changuito. Su cámara se inquieta, se siente tan perdida y desorientada como sus personajes, se mimetiza con la vorágine de la Capital Federal y cambia todo. Sus planos se acotan, sus encuadres dejaron de lado la metáfora para saltar a la crudeza de la inseguridad, al realismo del desempleo y del sálvese-quien-pueda como modelo de vida.

Tópico 2) La mirada sobre el pasado

A pesar de ser una generación de cineastas que comenzaba a crecer durante la etapa de la dictadura militar, el pesar de su recuerdo se deja ver a partir de la recuperación de la memoria como factor indispensable para nuestro crecimiento. Funcionan como un puente que une dos generaciones. Las realizadoras construyen miradas reflexivas y comprometidas a partir de estéticas bien diferenciadas, como es el caso de Albertina Carri con Los rubios, haciendo ficción documental dentro de la ficción para investigar y reconstruir el pasado de su familia desaparecida. Carri demuestra un alto grado de creatividad y originalidad. Es atrevida y busca experimentar con diferentes soportes y técnicas que verdaderamente funcionan en la construcción de su relato.

En Géminis, su siguiente film completamente de ficción, demostró una mayor solvencia visual y un manejo de la composición de escenas dramáticas pocas veces visto. Aquí explora las dualidades y contradicciones internas de cada individuo en relación a sus lazos afectivos. Con un tono intimista y perturbador, el dramatismo se va desarrollando hasta estallar en mil pedazos. Carri puso su cámara al servicio de escenas familiares conflictivas, donde el dolor y el desasociego parecen inundarlo todo. La realizadora propone replantear la hipocresía familiar como formadora de falsas identidades.

Julia Solomonoff con Hermanas aborda las secuelas dejadas por la dictadura militar en el seno de una familia en la cual dos hermanas tuvieron distintos compromisos políticos durante esa etapa. Inteligente, sobria, y sensible Solomonoff da mucha importancia a la memoria como motor de cambio y recuperación. Invita a repensar el pasado. Su búsqueda hace a la identidad personal y también colectiva. Sus encuadres hablan por sí mismos y sus planos condicen con la intención narrativa, el trabajo del montaje y las elipsis de tiempo tienen el ritmo adecuado para completar las historias del pasado con el presente. Su guión fue ganador del premio de desarrollo en el Festival de Sundance dirigido por Robert Reford, quien apuesta a los proyectos independientes de realizadores inéditos y de cualquier origen.

Lucía Cedrón también refleja y reflexiona sobre nuestro pasado. Muestra de ello son sus cortos En ausencia donde deja hablar a las imágenes por sí mismas para poder relatar el exilio sufrido tras el golpe militar. La fotografía y la cámara de Marcelo Lavintman aportan el tono dramático esencial para ajustarse al entrecruzamiento de los hechos que va sucediendo. Asimismo, participó en la realización del film 18-J en alusión al atentado a la AMIA el 18 de julio de 1994, con una historia intensa, clara y determinante. Cedrón ha demostrado tener un claro compromiso social al que acompaña con una gran solvencia narrativa.

El panorama de realizadoras continúa con la premiada Celina Murga con Ana y los otros; Anahí Berneri con Un año sin amor; Victoria Reale con Rodeo Colorado y Vera Fogwill, quien debutará en la realización, con Las mantenidas sin sueño, entre otras.

Intuitivas, renovadoras, reflexivas y directas, las realizadoras han dado muestra del aporte que realizaron dentro del cine nacional. Los cambios y las oportunidades pueden ser posibles y esto da la pauta de crecimiento. El cine ha permitido a una nueva generación de cineastas el poder mezclarse y ser parte de un mundo compuesto de imágenes, sonidos y palabras.

Bienvenidas.


28 mayo 2006

La tragedia de lo social

Sebastián Russo llegó a kinephilos a través de Miradas de Cine. Es un especialista en sociología de la cultura y tiene a su cargo la sección El Túnel, dedicada a cine latinoamericano, en esa revista digital.
Si yo tuviera que elegir sólo una película de Buñuel, escogería
El ángel exterminador. Sebastián nos ofrece su lectura sobre esta obra maestra de don Luis. Bienvenido.
LS



EL ÁNGEL EXTERMINADOR
Sebastián Russo*


Si no fuera por un “detalle”, El ángel exterminador sería una (entre muchas otras) película de crítica social. Una película de revancha social, de revancha clasista. Un grupo de burgueses, encerrados en una mansión, en un salón, por días, sin criados, durmiendo todos juntos, sin comida, sin agua, comienzan a perder toda compostura, trasvasando las más elementales normas sociales, irradiando ante la adversidad lo peor de cada uno. Hasta ahí, el relato de una historia revanchista. Un revés de la trama del hipócrita burgués. Pero hay un detalle, la historia la cuenta Buñuel: nadie obliga al grupo de burgueses a dejar el salón, ninguna revolución proletaria los ha encarcelado, ningún elemento tangible (rejas, paredes) les impide dejar la mansión. Y el relato se complejiza. De película clasista, pasamos a un proto tratado de filosofía de noventa minutos. Elucubraciones sobre las relaciones insolubles entre el ser y su circunstancia, y el ser y la (su) otredad, afloran en varios niveles. Por un lado un contexto extremo que habilita lo instintivo, que revela lo primigenio, que banaliza lo cultural. Por otro, normas sociales que se evidencian arbitrarias, mutables, pero que fatalmente estructuran, que imposibilitan existencia por fuera de ellas. Y el otro, su mirada, el peso de su juzgamiento visual, verbal. En suma, la tragedia de lo social, de vivir con otros.

El “detalle”, el guiño buñueliano, esa abúlica indeterminación que los encarcela y degrada, esa “nada” que los contiene –en doble acepción: paraliza/protege–, esa exterminación complaciente, esa celestina promiscuidad, hace de El ángel exterminador, algo más que un film de revancha de clase. Buñuel conforma una fábula de registro ontológico, anticlerical/clasista, pero enfocada en un presunto regreso al principio de las cosas, donde objetos, animales y personas conforman un todo indiferenciado, comunitarista por necesidad. En donde el binarismo (si hay revancha, debe haber al menos dos) es inadmisible, en pos de una unicidad (el ser/lo social) en tensión perpetua entre sus elementos internos, y con la naturaleza. Rastreando en lo abyecto, indaga en lo originario. Navegando en la degradación (de las normas, de los seres) redescubre la vida detrás de las formas, detrás de la impostura. Ridiculizando lo social, sus códigos, a la vez que revelándolos imprescindibles, Buñuel expone de forma magnífica la necesidad vital de esa ficción, de ese absurdo llamado “lo real”.

* Sebastián Russo es sociólogo (especializado en Sociología de la cultura) y está a cargo de la sección El túnel, dedicada al cine latinomericano en Miradas de cine.

24 mayo 2006

Los imperdonables: Sin perdón

A raíz de Los Imprescindibles: E, me dio por revolver en mis críticas viejas y encontré lo que escribí de Sin perdón, o Los imperdonables, como deseen titularla, cuando se estrenó. Aquí, mis razones.
LS

LOS IMPERDONABLES
Liliana Sáez


Un cielo anaranjado, recortado por la silueta de un rancho y un árbol. Hacia la derecha, una tumba y un hombre rezando. Es el ocaso del día. Es el ocaso de una vida. Pero también es otro ocaso.

Clint Eastwood conoció la fama de la mano de Sergio Leone, ese italiano que intentó renovar un género que ya estaba perdiendo brillo, imprimiéndole una mirada mediterránea, más intensa y apasionada que la frialdad que congela las grises pupilas norteamericanas.

El western también ha conocido diferentes rutas. Porter le dio vía libre para expresarse en la pantalla, permitiéndole convertirse en una esperanza épica, en manos de Ford o de Sturges . De ese envoltorio simplista, en el que los cowboys eran los "buenos" y los indios los "malos", lo sacudió Leone para descubrir seres conflictuados y revisar los claros valores de bondad y maldad. Así, Clint Eastwood podía aparecer como un ser desarraigado, cazador de recompensas y ser, a la vez, el héroe de la historia.

Este paso permitió a los norteamericanos realizar su propia revisión histórica y plantear la sanguinaria colonización llevada a cabo de la mano de los hasta entonces héroes del avance hacia el oeste –el general Custer, entre otros–, desde otro punto de vista, quizás inclinando la balanza inversamente, donde los indios son los "buenos" y los jinetes de la Caballería los "malos". Hasta que Peckinpah no describió esa época en The Wild Bunch (1969), no hubo nadie que permitiera transmitir lo infernal y sanguinaria, así como lo hostil, lo cruel y lo inestable que fue esa conquista.

Pero volvamos a Eastwood. Se dice que Unforgiven es el último western de un actor que ha interpretado treinta y seis películas y ha dirigido dieciseis. Que es su visión madura de una gesta comenzada a ser filmada con el siglo. Noventa años después del primer western, Eastwood nos entrega su última visión de un mundo y un acontecer que ha vivido a través de variados guiones y distintas posiciones respecto a una historia que no deja de ser injusta.

Eastwood nació en San Francisco, en 1930. Debutó en el cine con una película de A. Lubin, Francis joins the wacs, pero su carrera comenzó a desarrollarse en una serie del oeste, para televisión, Rawhide, en la que no sobresalía suficientemente como actor. En realidad, fue "descubierto" por Sergio Leone, e interpretó para él la trilogía que lo haría famoso, junto a Lee Van Cleef (Per un pugno di dollari, 1964; Per qualche dollaro in piú, 1965; Il buono, il brutto, il cattivo, 1966). Sin embargo, su carrera se distraerá hacia el policial, en películas dirigidas por Siegel e, incluso, por él mismo, en las que interpretará a un policía que actúa fuera de la ética establecida, imponiendo el orden, a través de métodos no muy legales y cuyo apodo será "Dirty" Harry. Su redeza mucho tiene de herencia leoniana.

La taquilla será aliada de este actor-director y sus personajes dignos de estudio crítico. La complejidad del personaje acompañará la espectacularidad de la violencia, no permitiéndole acceder a los circuitos artísticos cinematográficos y dejándolo relegado al cine masivo y alienante. Sin embargo, se trataba sólo de esperar. Quizá su madurez, quizá los años de experiencia, quizás el cansancio frente a siempre-lo-mismo... Eastwood dirigió su primera obra "seria", Bird (1988), inspirada en la vida e Charlie Parker, con una sensibilidad increíble en el "duro" intérprete de tanto western y policial. Su film llamó la atención con tanto énfasis que se esperó ansiosamente su segunda obra. Así llego Cazador blanco, corazón negro (1990), un intento de ambientación de los preparativos para el rodaje de La reina africana (John Huston, 1951), en la que incursiona en la pasión y los sentimientos del personaje para ofrecernos una obra cálida, sin mayores pretensiones, pero muy sensible.

Cuando se anunciaba Los imperdonables, todos los que hemos seguido los pasos de este actor –que pese a la mediocridad de sus películas sobresalía– que al intentar expresarse a través de su obra última logra hacerlo a cabalidad, estableciendo un abismo entre un antes y un después, pero sobre todo, demostrando su capacidad artística, jurábamos que íbamos a estar frente al padre de los westerns, frente a lo que no se ha dicho, en un género tan explotado o, por el contrario, que iba a contener la esencia de todo lo que se ha mostrado, concentrando lo magnífico del western.

Junto a la imagen del ocaso que encabeza esta nota, una leyenda nos cuenta sobre la mujer muerta, no a manos de su sanguinario esposo, como se esperaba, sino de una enfermedad común para la época. Las palabras pronunciadas por un narrador anónimo son repetidas por escrito. Esta necesidad de subrayar la maldad de un personaje, nos prepara para encontrarnos con el más sanguinario matón del oeste. Pero no, William Munny (Clint Eastwood) es un granjero que está a cargo de sus hijos y de sus cerdos, a los que todavía no sabe tratar. Su torpeza nos impide imaginar lo cruel y lo hábil que debe haber sido en su juventud.

Un percance en el burdel del pueblo deja a una de las muchachas herida. Sus compañeras ofrecen una recompensa a quien mate a los criminales, ya que el comisario, Billito Daggett (Gene Hackman) no ha sido justo con el castigo impuesto. Un inglés (Richard Harris) será el primero en acudir al llamado de las mujeres. Pretexto utilizado para demostrar lo cruel que puede llegar a ser Billito con los cazadores de recompensas.

Al rancho de Munny llega Schofield Kid (Jaimz Woolvett), un joven que se autodescribe como un asesino feroz y le ofrece el nuevo trabajo de sembrar justicia al ex duro William. En realidad, el joven es un miope atraído por la fama del matón. Allí nos enteramos que la santa mujer de Munny le ha enseñado a ser bueno, honrado y a vivir –decimos nosotros– terriblemente arrepentido y amargado el resto de sus días. Imposible que por nuestras cabezas aparezca el malísimo Munny. Sin embargo, el hombre, a regañadientes, acepta la misión y, ahí, podemos decir, comienza la película o, al menos, es lo que esperamos.

La lentitud de la acción, la inverosimilitud del comportamiento de los personajes, que van a vengar a un grupo de mujeres desconocidas muy a su pesar, la oscuridad de las imágenes y los momentos cursis (por ejemplo los reiterados recuerdos de la mujer muerta) que, realmente, sobran, no permiten que esta película sea el western tan esperado. Pareciera convertirse en un híbrido, entre western e intimismo, que no logra cuajar en ninguno de los dos extremos y que nos deja con muchas ganas de ver acción o tortura existencial. Pero ese ser tan malo (que lo es por lo que nos han narrado) no es creíble. La mojigatería se hace dueña de la pantalla de una manera cruel, y uno, que está esperando la muestra de esa esencia que comentábamos, se siente totalmente defraudado: Munny ha dejado de beber; retoma el vicio del alcohol junto al vicio del crimen; Munny le es fiel a su mujer, aún muerta; las prostitutas son incapaces de sobresalir como individuos, actúan como un colectivo, no destacándose por nada en particular.

Esta fue una buena oportunidad desaprovechada. Una obra sepia, un western que no se redondea, unos personajes inverosímiles. Una suma de ganas contenidas que componen un nuevo ocaso; ¿el de un actor? ¿el de un director?, ¿el del western?...

Liliana Sáez

Publicado en Encuadre Nro. 39, Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, diciembre 1992.

22 mayo 2006

Los imprescindibles: E

En estricto orden alfabético:


...de EASTWOOD. De Clint me gustan sus películas como actor. Como director me siento subyugada sólo por dos de ellas: Bird y Cazador blanco, corazón negro. Lamento por todos los fanáticos de Eastwood que Sin perdón no esté entre mis predilectas, pero ese ocaso del western no me atrapó ni por un momento. Me quedo con su vaquero de El jinete pálido. Es un director que se supera en cada película. Sólo que los temas, el tratamiento de sus personajes, su coqueteo con la cursilería y su machismo encubierto me exasperan. Río místico podría haberme gustado a rabiar, pero sus mujeres... en fin, no me las creo.

...de EISENSTEIN. Segundo en esta lista. Debería ser el primero de todas. Lo admiro profundamente. Él es un creador que piensa cada paso antes de filmar. Me maravilla la precisión con la que trabaja. Piensa cada encuadre en función de la totalidad: su composición, el ritmo, la combinación con la música... Y sus épicas en una Rusia revolucionaria, con la que tuvo incontables problemas, lo convierten para mí en un poseso, en un loco genial, obsesivo hasta el límite, creativo a más no poder. Un hombre que no sólo realizó cine, sino que además reflexionó sobre ese quehacer y dejó una de las teorías cinematográficas más ricas. Mis ojos, mi mente y mis sentimientos le agradecen Alexander Nevski, Iván el Terrible, Octubre... y obviamente El acorazado Potemkin, con el protagonismo colectivo y la archiconocida escena de la escalinata de Odessa compuesta in crescendo en la mesa de montaje.

...de EPSTEIN. Por la elección de los textos de Poe, lo vanguardista de su puesta en escena y el surrealismo de sus imágenes. Me encanta La Caída de la casa Usher.

...de ERICE. ¿Qué decir que no se haya dicho en este blog sobre Erice? Mucho y poco. Erice ataca mis sentimientos y mis sentidos con caricias. Su cine poético y profundo, nostálgico, casi monosilábico, me envuelve y me embruja. Mi admiración más profunda por El espíritu de la colmena (hasta el nombre es poesía pura), El sur (melancólica nostalgia) y El sol del membrillo (mirada acuciosa sobre el proceso de la vida que fluye y se intenta retener). Mis respetos, Víctor.

Mis imprescindibles de la E son pocos, pero ¡tan buenos! Seguro faltan, así que se aceptan ayudas a mi mala memoria.

Liliana Sáez

15 mayo 2006

El cine en la mirada

Portada de Miradas de Cine


Es alarmante ver que cada vez se habla menos de lo que es la crítica cinematográfica. Sin embargo, uno se lleva una feliz sorpresa cuando ve que los planteos éticos, ideológicos, técnicos, etc. que se ponen en juego al valorar una obra fílmica, son colocados sobre el tapete en una publicación digital española: Miradas de cine, que ha publicado su número 50 y le ha dedicado la primera parte de un dossier al tema. Este estudio cuenta con una serie de entrevistas a críticos cinematográficos, un grupo de opiniones de gente que ejerce este oficio y una encuesta sobre ¿Qué es la crítica?

A continuación, el texto con que participé:

CRÍTICOS Y CRÍTICA

Los caminos de la críticaLiliana Sáez

Siempre he pensado que cualquiera puede escribir sobre cine, pues este se presta a tantas interpretaciones como a espectadores se someta. Cualquiera puede opinar sobre el tema de una película, aunque no conozca los secretos de la técnica o de la semiótica. Sólo hay que saber escribir y saber construir un discurso con aquello que se ve en un film. Porque una película no es tal hasta que no se completa con el sentido que le da el espectador. Y ahí, ese espectador (literato, artista plástico, músico, sociólogo, etc.) puede desarrollar una tesis de lo que ha visto y asomar un juicio sobre la obra. Hasta he encontrado notas de cine realizadas por cineastas. Yo no soy de las que creen que un crítico es un director frustrado; tampoco, como decía mi profesor, que los cineastas sean críticos frustrados. Creo que un "hacedor" de cine tiene mucho para decir sobre las películas que ve, porque simplemente las ve desde otro ángulo. Claro que cada uno de estos especialistas verá sólo un determinado aspecto del film.

Un crítico cinematográfico, en cambio, es un iniciado: Alguien que hurgó en la historia del cine, no para conocer las anécdotas frívolas que generalmente maquillan las obras maestras del séptimo arte (la cachetada en Gilda, la guerra de los guionistas de Ciudadano Kane, el divorcio que provocó el vapor del metro en la vida de Marilyn, etc.), sino para sentir el pulso evolutivo del cine, a través de sus obras, de sus avances, de sus retrocesos, de sus búsquedas; alguien que diseccionó esas obras para analizar su mecanismo y, al volver a armarla en su mente, consiguió una nueva obra que le dice mucho más que la primera y virginal visión; alguien que puede expresarse sobre el cine que ve para que otro lector pueda completar su interpretación, confrontándola, ya sea para validarla o para proponer una nueva lectura. Eso, como mínimo, es un crítico cinematográfico.

Dicho esto, creo que queda claro que la función del crítico va más allá de la meramente social, como experto que recomienda y guía los gustos del espectador común. El crítico es un intelectual que, lamentablemente, (sobre)vive de lo que publica: generalmente reseña las películas a estrenarse durante la semana. Y digo lamentablemente, porque en ese sentido, más que crítico es un periodista que ataca un estreno como si de una noticia se tratara. Para mí, el crítico va más allá. Su trabajo es intemporal, puede trasladarse a sus anchas a lo largo de la línea histórica y geográfica del cine, y siempre puede descubrir algo nuevo para ver y algo nuevo para decir. Su labor no está dada por la inmediatez, sino por la reflexión profunda de una obra, de un autor, de un cine particular... El universo es inabarcable.

Mi formación como crítica de cine es venezolana, así que mis referentes son los críticos de Cine al día, una revista que se publicó en los años 70 y que tuvo entre otros escritores a Alfredo Roffé y a Fernando Rodríguez, a quienes admiro profundamente. Al primero, porque en sus notas nos descubre el mecanismo que se esconde detrás de la sucesión de imágenes que nos fascinó o nos defraudó. Al segundo, porque contextualiza los temas de las películas que trata de una manera tan didáctica y profunda que permite el desarrollo de la polémica, que junto a la reflexión considero los pilares de la crítica cinematográfica.

Actualmente vivo en Buenos Aires, y de la crítica argentina actual, puedo decir que extraño una revista que se editaba en papel, luego electrónicamente, y que hoy ya no está: Film (Filmonline), dirigida por Paula Félix-Didier y por Fernando Peña, porque sus notas tenían un gran nivel y un profundo respeto por el lector, detalle que muchos de los críticos actuales pierden de vista al colocarse un manto de pseudo erudición que espanta a cualquiera, primero, por no ser auténtico, y segundo, por desconocer quién está del otro lado, leyéndolos e interpretándolos.

Si buscamos paradigmas, no podemos dejar de citar a teóricos del neorrealismo italiano, ni a los críticos de Cahiers du Cinéma (Bazin, Truffaut, Godard, entre tantos otros)... Es que aunque no queramos, crítica y teoría van de la mano. La crítica, como yo la entiendo, es punto de reflexión a partir de la cual se irá formando una corriente teórica, que a la vez, incidirá en el cine que se filma. Es decir, se trata de un todo, en el que cada aspecto puede colaborar a enriquecer o a envilecer a los demás. Por eso, el enfrentamiento entre realizadores y críticos es inútil. Ambos se necesitan para poder crecer.

Publicado en Miradas de Cine Nro. 50


14 mayo 2006

Fotografía: John Fries




¿Hay algo más hermoso que viajar?

De paseo por la web, andando y andando, uno se encuentra a veces sorpresas que te abren los ojos, la mente y el alma...

Es el caso de la galería de fotos tomadas por John Fries, quien ha retratado a los habitantes de lugares tan distantes como Afganistán, Azerbaiyan, China, India, Marruecos, Nepal, Pakistán, Rusia, Singapur y Tailandia. ¡También México!, en lo que ha dado en llamar Imágenes de etnias y pueblos no alcanzados.

Son sitios que no figuran en los planes turísticos de las agencias, ni de quienes quieren disfrutar de su ocio vacacional.

Imágenes cargadas de significado, con cada una de las cuales podría armarse una historia. Allí hay retratos, mercados, rincones del pueblo, la vida rural, los transportes, en fin, la vida de cada día...

Aquí les dejo una ínfima muestra: ¡a disfrutarla!

(1) Uzbeki-Pakistán (Musulmán): Hombre viejo sentado

(2) Nepal-Nepali (Hindú): Muchacho sonriendo con las frutas atrás

(3) Marruecos-Berber (Musulmán) Niños mirando por la puerta


LS



09 mayo 2006

Documental + ficción = El sol del membrillo


Es una de mis películas favoritas. Erice todo lo es. Pero este filme tiene la particularidad de coquetear con el documental y la ficción, y no lo hace de esa manera deplorable en que terminas decepcionado porque no es ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario. Aquí suma.
Esta crítica la escribí hace tiempo, pero sigo identificándome con lo que allí digo.
LS



EL SOL DEL MEMBRILLO

Víctor Erice deja transcurrir años entre obra y obra. Pero cada vez que las da a conocer nos sorprende. Incorporadas a la historia del cine, El espíritu de la colmena y El Sur son filmes singulares y representativos, no sólo de la trayectoria de su realizador, sino de una época de España. Íntimas y cálidas son, sin embargo, muy fuertes. Su última obra, El sol del membrillo fue exhibida ante el imperturbable desinterés de los distribuidores, que no la han considerado lo suficiente comercial.

Imagen enmarcada en otra imagen, dos seres, dos creadores ansiosos por suspender la vida, por capturarla y ofrendarla. Así, Antonio López –reconocido pintor español– es el sujeto filmado por Víctor Erice. A su vez, Antonio López escoge otro sujeto para inmortalizar, el membrillo que ha sembrado hace años en el patio de su casa.

Construida como un documental, en el que los personajes se representan a sí mismos y las acciones filmadas son las que ellos realizan, la película de Erice va más allá del clásico género para coquetear con la ficción, ofreciéndonos un producto diferente a los que como espectadores estamos acostumbrados a percibir.

La cámara registra los preparativos del lienzo, el entorno familiar, los amigos, los albañiles, los ruidos del vecindario... El detenimiento de Erice en el detalle nos permite seguir cada uno de los pasos. La mirada acuciosa, la elección del ángulo, la demarcación del espacio. Pinceladas sobre los frutos, sobre los muros, determinan marcas precisas a los ojos del pintor. La extensión de líneas y el uso de la plomada servirán para resolver los trazos que le darán equilibrio al modelo y permitirán plasmarlo casi con equivalencia en la tela.

Antonio López desarrolla un ritmo que busca el encierro del modelo en límites precisos, la ubicación de la mirada que queda presa entre los cordeles que encierran el árbol, así como el ángulo de visión determinado por la posición de los pies, fijos al suelo, que movilizan el cuerpo férreamente.

El membrillo en otoño le debe su iluminación a fugaces rayos solares que López intenta perpetuar. Así, Erice nos ofrece una dulce lucha entre el pintor y el paso del tiempo que amenaza con quitarle la posibilidad de concretar su obra. López sigue diariamente una realidad concreta. La maduración de los frutos, futura muerte, estableciéndose así una relación intimista con esa muerte, a la que desafía cotidianamente para ganarle en el transcurrir del tiempo.

Cine y pintura se plantean como vehículo ante la necesidad de mostrar una doble realidad: la del árbol frutal, la del pintor frente a su obra. Lucha sutil ante lo inexorable, visible en el proceso de maduración del árbol, imperceptible en el envejecimiento del hombre. Esfuerzo por captar un momento. La pintura detiene la vida. El cine le agrega movimiento. Sin embargo, ese movimiento es el que nos entrega la realidad de lo perecedero, de ese transcurrir que promete la muerte a los seres vivos.

Partiendo de una necesidad similar –la intención de capturar un instante de vida– el cine y la pintura nos ofrecen dos situaciones contrastantes. La pintura expresa el momento de mayor esplendor del membrillo. El cine nos ofrece su decadencia. Así mismo, el cine nos permite espiar la impotencia del pintor, quien frente al paso del tiempo y a las inclemencias del clima, se ve limitado a pintar un modelo sin lograrlo realmente.

Los sonidos ambientales que responden al día de la semana que transcurre –domingos apacibles, lunes ruidosos–, así como las noticias narradas por el radiorreceptor, nos ayudan a enmarcar, desde el cine, al pintor y a su modelo. Es un entorno real, histórico, documental. Sin embargo, las visitas que López recibe mientras pinta, las conversaciones con los albañiles extranjeros, han sido previstas en un guión, detalle necesario para entender el coqueteo de Erice con un género ambiguo que se balancea entre documental y ficción.

La sencillez de la película se apoya en el desarrollo cronológico, el ritmo pausado, demorado en la observación y enriquecido a través de sobreimpresiones elípticas y fundidos a blanco puntuales. El sol del membrillo cuenta con un orden consciente, en el que están claramente delimitados los roles de la pintura y del cine. Erice plantea un discurso honesto, en el que hay un compromiso frente a la realidad. Tanto a la ofrecida por el membrillo al pintor, así como la del pintor frente a la cámara cinematográfica, obteniendo el espectador una experiencia lúcida, en la que ambas realidades se conjugan ante sus ojos.

Liliana Sáez

Publicado en Encuadre nro. 43, Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, agosto 1993, pp. 61-62.

04 mayo 2006

El camino es largo y la carretera negra

Una buena amiga mía ha sido víctima de un secuestro express, me dijo que al ver la película se sintió muy identificada con ella y que en su opinión, era muy fiel a la realidad.

Yo no he sido víctima de un secuestro, así que no sé hasta qué punto es cierto lo que dice mi amiga. Por supuesto, le creo.

Si hay cosas de Caracas que la película expone y sé que son ciertas, puesto que yo mismo las viví durante mi estancia en esa ciudad, ahora llamada crack ass. Supongo que como yo a mi amiga, tendréis que creerme.

Lo que más me disgustó de la película es ese montaje copiado de Requiem for a dream y de Lock, stock & two smoking barrels, para esas dos películas le encontraba sentido, pero para ésta lo creo estúpido, mera estética por estética.

Debo admitir que la película me gustó, la encontré interesante porque encierra un carácter documental y una carga crítica. Eso mismo hace que a veces parezca maniquea, sobre todo si resumimos el trato que se le ha dado a los secuestradores y a los policías. Aunque en ese mismo maniqueísmo he encontrado algo tan interesante como desolador: que en nadie podemos confiar, que estamos solos en esto.

Por otra parte, Secuestro express es una película joven y sin miedo. No duda en plantear uno de los problemas más grandes de toda Latinoamérica.

La calidad, sobre todo del sonido, es altamente notable, algo casi inaudito en el cine venezolano.

Volviendo a lo de mi amiga... viendo la película recordé tantas y tantas películas yankees sobre disparos, muertes y secuestros. Yo no sé cuántos de esos actores y directores han tenido la oportunidad de disparar un arma o han tenido la mala suerte de que alguien les apunte con ella. Yo he disparado varias veces y también he sido víctima de robos a mano armada, y debo decir que acojona, y mucho. El hierro es increíblemente frío y no hay susurro que salga de una boca. Lo digo porque esas miradas (tanto la del atracador como la de uno mismo), no logro verlas en Bruce Willis, Mel Gibson o Steven Spielberg, pero sí pude verlas en los actores de Secuestro express, lo cual me emocionó y por eso les hago mención.

Espero que en Venezuela se siga apostando por este tipo de producciones jóvenes y que intentan retratar el país. Ya lo hacen directores como Chalbaud o el mejor de ellos: Carlos Azpúrua.

No quisiera acabar este escrito sin antes hacer mención a las innumerables críticas en contra de la película. He tenido ocasión de leer unas cuantas y he podido constatar que denuncian, sobre todo, el abundante maniqueísmo del film. Pues a estas críticas también debemos aplaudir, porque significan que la gente ha visto la película y la ha tenido en cuenta, algunos a favor y otros en contra ¡y falta que hace eso! Lo que me pareció curioso en muchas de las críticas es que denuncian la mala imagen que deja la película sobre Caracas, pero no atacan la manera en que el secuestro express está narrado en el film, lo que encuentro positivo, puesto que por lo visto se ajustará a la realidad y porque si es así, todos estaremos un tanto más advertidos sobre la realidad en la que vivimos.

Marc Jardí