13 agosto 2006

Andrés, el guardián del Calabozo

Antes de denominarse así, Kinephilos intentó ser Cinesífilis, una palabra que leí por primera vez en un texto de Andrés Caicedo. Por Andrés descubrí Pulsar, y de allí hasta Daniel, sólo unos pasos: comentarios, mails, msn... la amistad. Perteneciente a la raza de los I-H (ingenieros humanistas), Daniel me ha abierto un mundo: ha compartido sus amigos, a los que ya siento míos; su ciudad, que raramente me es familiar; su dedicación a El Clavo, que leo regularmente; su música preferida, que nace muy cerca de donde yo vivo... Daniel se ha convertido en un amigo que en pocos meses se ha vuelto entrañable. Hoy publica en este espacio reservado a quienes quieran compartirlo conmigo, y lo hace escribiendo sobre aquella película que a mí me descubrió ese mito caleño que es Andrés Caicedo.
Bienvenido, Daniel.
LS


UNOS POCOS BUENOS AMIGOS / NO TAN POCOS
Daniel Mauricio Guzmán Burgos


Hace 24 minutos me terminé de ver el Docu-drama de Luis Ospina Unos pocos buenos amigos y quedé frikeado... Me movió el sentimiento ver esa convergencia de imágenes que representan casi todas las cosas que más me apasionan en mi vida: Cali, la de allá y la de acá, el paraíso infernal, la ciudad que me vio nacer y me ha visto vivir, el caldero que cocina extremos sin aparente dificultad; las personas que me despiertan el orgullito de ser de esta provincia extraña, verlas jóvenes, flacas, con pelo, vivas; y Andrés, el guardián del Calabozo, de Calicalabozo.

El documental como tal es un homenaje, un exorcismo y una escapatoria a un largo luto… eso para Ospina. Para mí, que he recorrido con humildad y casi que sin una consciencia absoluta de un por qué, el camino del destinito fatal, es el elemento último donde todo finalmente se une, se acopla y tiene sentido.

Ver esa Cali mezclada, la de las imágenes de archivo, de los 70s, del mítico Teatro San Fernando, de la calle sexta amplia, libre, receptora feliz del mayor regalo que tiene la ciudad –la brisa que llega con la tarde, regalo del océano– vena principal de la sociedad, el verdadero pulso de Cali. La Cali de los 80s, la que mis muy jóvenes ojos vieron y mi supremamente selectiva memoria –por alguna extraña razón– aun mantiene en el recuerdo: Versalles [Con su parque hoy remodelado y a pocas cuadras de mi oficina], Centenario [Con la antigua sede del Colegio Berchmans, que fue demolida y ahora sólo queda la iglesia], Santa Mónica, Santa Teresita y de nuevo la sexta. El reconocimiento de esos lugares, el saber que aún los vivo y que fueron el escenario por donde se movió Andrés es algo muy fuerte.

Yo nunca había visto a Andrés en movimiento. Suena raro para un man tan fan como yo [Declarado] pero es que tenía miedo de matar a mi imagen de él. Confieso que verlo ahorita tan mundano, tan “real” movió las cosas pero en últimas Andrés volvió a quedar en su sitio privilegiado, donde debe estar. Escucharlo hablar, verlo actuar en su película inconclusa Angelita y Miguel Ángel haciendo de un Policía-empleada-del-servicio (Con pelo corto, incluso) fue alucinante. Y bueno, los amigos, la gente de alrededor: Enrique Buenaventura (y el TEC), Oscar Campo, Carlos Mayolo, Miguel González… todos esos, caras conocidas. Ver a los desconocidos es otra cosa, especialmente a Clarisolsita, que llegó a parecerse tanto a la heroína de su historia [¡Que viva la Música!] que desmereció totalmente la dedicatoria del libro.

Es extraño ver cómo la rotación del mundo y de la Historia cambia las cosas. De hace 20 años, cuando eran sólo unos pocos buenos amigos a hoy, cuando se está levantando una asombrosamente gigante ola de personas marcadas por la sombra del muchacho “desgarbado, de pelo largo y anteojos, tomándose una Coca-Cola y hablando con los muchachos de Cine”. El muchacho que ahora es mito y que con su Cine Club, sus vampiros y sus personajes trágicos logró que Cali pensara en ser más que una ciudad espectadora y pasara a vivir entre cámaras y guiones.

Santiago de Cali, 11 de Agosto de 2006.

11 agosto 2006

Desde Barcelona


No sé qué encanto tienen los aeropuertos para mí, pero ir a recibir a la gente que llega me genera una alegría maravillosa. Ir a despedirlos, una tristeza increíble, la sensación del desamparo más extraño...

Esta vez tocó esperar a mis padres, que llegaron de Barcelona. La ley de Murphy impidió que fuéramos al aeropuerto, pero ahí tuve la certeza de que aunque yo no vaya a recibirlos, los viajeros igual llegan... y llegan bien.

Noticias de Sergio, Virginia y Pol, de los Eulalios, de Paula, de Marc, de un verano calurosísimo que les impidió pasear todo lo que hubiera sido deseable, unos días geniales en la playa, la felicidad de estar con el hijo que vive lejos y, sobre todo, la alegría de volver.

Abrir las valijas genera expectativas, nos sentamos en el piso a ver todo lo que nos habían traído. Pensarán "¡qué interesados!". Es que somos como niños, y tenemos una tradición de aeropuertos, idas, venidas, despedidas, reencuentros... que se ha armado sobre la base de llevar y traer cosas significativas de Mendoza a Buenos Aires, de Buenos Aires a Caracas, de Caracas a Barcelona, de Barcelona a Buenos Aires..., en fin... familia seminómade que me ha tocado en suerte.

Por eso lo que guardan las maletas puede ser tan maravilloso, porque no sólo son cosas de otro sitio, sino también son cosas elegidas para uno, son cosas que hablan de un otro que se quedó, o de un otro que vino..., ¡qué enredo! ¿Pero se entiende, no?

De las valijas salían dulces, ropa, libros, revistas, películas... Virginia mandó una colección de Fotogramas, con muuuuchas imágenes para regalarle a los ojos. También trajeron un anuario que me cuenta qué pelis vieron los españoles (y qué porcentaje de todo eso nos perdimos de ver los argentinos), y tres películas clásicas, de esas que uno no se cansa de ver. Dos monstruos míticos, James Dean y Marilyn Monroe, disfrutables en Al este del paraíso y Con las faldas a lo loco (aquí se tituló Una Eva y dos Adanes) y una de esas lagunas imposibles: El cartero siempre llama dos veces, de la que sólo he visto escenas sueltas y ahora me daré el gusto de verla completa. Oportunamente escribiré sobre todas ellas.

Y Marc..., ese amigo que ama el cine y que escribe con mirada nueva y sensible lo que ese cine le suscita. Primero, una nota manuscrita (¡cómo me gusta ver sobre el papel la caligrafía de los seres queridos!) con una ingeniosa cita de Sarte y una referencia a nosotros que me encantó; luego algo muy frágil, que aún no sé bien qué es, pero que hizo muy feliz a Paola cuando la vio. Y las películas españolas. Mi amado Erice en DVD. El espíritu de la colmena, El Sur y El sol del membrillo. Y Ana y los lobos, de Saura. Algunas de ellas me remiten a mi adolescencia... Otras a la cinemateca venezolana... Todas, al cine español que más me gusta. Habrá posts a partir de esto. Ah, y caramelos, unos dulces riquísimos y super originales para disfrutar desde los sentidos.

Últimamente, mi mesa se ha visto invadida por regalos. De diferentes sitios, de diferentes personas, pero cosas que me encantan, que disfruto, que me llenan de felicidad. Son cosas. Cosas. ¡Qué palabra insuficiente para describir todo esto! Porque son cosas materiales, pero disparadoras de ensueños, de sentimientos, de emociones... Me hace falta una palabra para definir esto que es "más que cosas".

¡Gracias, gente querida, por consentirme tanto!

Liliana Sáez

04 agosto 2006

Todo por un sueño

ALSINO Y EL CÓNDOR
Cualquier parecido con la realidad es simple coincidencia



Vi esta película hace años. La volví a ver hace muy poco. Pensé que vería una historia anacrónica. Claro, el sueño revolucionario de los 70 ha muerto. ¿Ha muerto? No sé, pero no es esto lo que desencadenó la serie de preguntas que me planteé. Más bien se removieron temores, horrores y enojos al volver a ver la misma historia repitiéndose en otros sitios del planeta. Siempre hay un territorio donde el más poderoso del mundo busca satisfacer su insaciable sed de poder. Los años que han pasado no sirven para convencerme. Duele...


Decir Miguel Littin es decir El chacal de Nahuel Toro (1973), el sueño del Chile de Allende; decir Miguel Littin también es decir Alsino y el cóndor (1982), el exilio del Chile de Pinochet.

Al bajar de las Lomas de Tiscapa, Sandino entregaba su vida por un ideal, el que combatía Anastasio Somoza, su verdugo, un mediocre guardia nacional que se convirtió en dictador de Nicaragua con el apoyo militar de los Estados Unidos. Nicaragua pudo ver el sueño de Sandino cumplido recién en 1979, y es en ese clima de euforia cuando se filma Alsino y el cóndor, una metáfora de la lucha por un sueño alcanzado y vuelto a perder, pero posible.

Alsino y sus ansias de volar. Una abuela que lo ata a la madre tierra, aquella que no tiene día, ni mes, ni año, sino que vive al pulso de la siembra y de la cosecha. Un árbol centenario, añoso, gigantesco, en medio de la selva nicaragüense. Una Nicaragua invadida, que también sueña con volar en libertad.

Un pájaro metálico que sobrevuela la selva, refugio de un ejército de Manueles que lucha por el sueño de Nicaragua, que como Alsino sólo quiere ser libre... Ese pájaro viene a cortar alas, viene a interrumpir sueños, viene a instalar una pesadilla.

Planos generales de campesinos que son obligados a dejar su tierra, sus sembradíos. Planos aéreos de una selva espesa, que esconde bajo las gigantescas hojas de los plátanos la insurgencia de otro sueño: el de ser libres.

Alsino, nombre que sabe a montañas, a ríos, a selvas. Alsino, ¡cuánto se parece tu nombre a Sandino!

Liliana Sáez

(Una inquietud: Alguien tiene que ocuparse de armar un buen archivo de fotografías de las películas latinoamericanas, no puede ser que tengamos que acudir a los afiches en inglés...)

30 julio 2006

Los imprescindibles: G

En estricto orden alfabético:

...de GANCE: Por su gran audacia al proyectar Napoleón en tres pantallas a la vez, para lograr lo que se denominó polivisión.

... de GETINO: Porque junto a Solanas hizo, si no la más importante, una de las más trascendentales películas argentinas: La hora de los hornos fue para mí (y para mi generación) una revelación, una manera de decir y participar en la realidad que no tenía precedentes en el cine visto hasta entonces. El cine como arma, el cine como conciencia. El cine protagonista. Además, Gettino ha escrito invalorables libros sobre el cine latinoamericano y argentino.

...de GILLIAM: Ante todo, por ser parte de ese grupo genial que fue Monty Python; por Brasil, una de las películas más opresivas que he visto; por la magia de Las aventuras del Barón de Munchausen; por las carcajadas que me provocó Los caballeros de la mesa cuadrada (codirigida con Terry Jones), la ternura de El pescador de ilusiones, la vuelta a la infancia con Los héroes del tiempo y la locura de Doce monos. Si existe un director creativo, que ha probado todos los géneros y su huella permanece en cada una de sus películas, es éste.

...de GLEYZER: Uno de los cineastas desaparecidos por la dictadura que implantó el terror de estado en 1976. Recuerdo haber visto Los traidores, una denuncia contra la burocracia sindical, a escondidas en un aula de la facultad.

...de GODARD: El maestro. El que viola todas las convenciones, justamente porque las conoce como nadie. El más moderno, intenso, intelectual de los cineastas actuales. Mis preferidas: Sin salida, Alphaville, Una mujer es una mujer, Vivir su vida.

...de GÓMEZ, Manuel Octavio: La única película que vi de este director es La primera carga a machete, en la sala de la Cinemateca venezolana, cuando hacía las veces de aula para Cinematografía II. Mis ojos quedaron absortos, mi mente obnubilada. Pensé en ese entonces: si hiciera cine, querría hacer algo así.

...de GORETTA: Sólo por una película, donde vi por primera vez a Isabelle Huppert, tan frágil y tan vulnerable, desde entonces una de mis actrices preferidas. El film: Amantes (o La encajera, o La dentelliere), de una sensibilidad extrema.

...de GREENAWAY: Para mí, palabras mayores. Este director suscita sentimientos encontrados. Hay quienes lo aman y hay quienes lo odian. Yo lo amo. Por sus puestas en escena, por la elección de sus actores, por sus historias tan extremistas, por todo el exceso del que es capaz y por su sensibilidad estética en la composición de cada cuadro. Las que no me canso de ver: El contrato del dibujante, El vientre del arquitecto, El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante y Escrito en el cuerpo, pero también Z00 (Una zeta y dos ceros) y Conspiración de mujeres (Ahogados por número)...

...de GRIERSON: por sus documentales y su posición frente a un cine que intentó movilizar a sus espectadores para provocar un cambio social.

...de GRIFFITH: Porque sí, porque tuvo en sus manos una cantidad de piezas sueltas y logró combinarlas de tal manera que pudo escribir con sus planos y con la iluminación historias que eran narradas de una nueva manera. Porque descubrió para el cine una narrativa propia, a partir de la cual ya se podría hablar de lenguaje cinematográfico. Casi nada. No puedo olvidar Intolerancia ni El nacimiento de una nación, ni los innumerables cortos que visioné durante mi carrera.

...de GUTIÉRREZ ALEA: Me gusta muchísimo Memorias del subdesarrollo, esa visión del intelectual que sigue el pulso de su ciudad, de la gente, de los problemas sociales y políticos que la trastornan. También La muerte de un burócrata, La última cena y Fresa y chocolate. Me atrae su compromiso con una revolución de la que es partícipe. Me gusta de ese compromiso su mirada crítica.

... de GUTIÉRREZ ARAGÓN: Por Habla mudita, una película que vi hace añares y que no he olvidado. Es sencilla, pequeña, eso... inolvidable.

...de GUZMÁN: Por su compromiso político plasmado en una obra casi monumental: La batalla de Chile.

Como siempre, deben faltar algunos. Y como siempre, he dejado afuera a los desconocidos, a los que no me llegan y a los que considero intrascendentes.

Liliana Sáez

24 julio 2006

Ana y los lobos

SAURA Y ESPAÑA
Marc Jardí


Ana cambia de espacio, llega de un bosque frondoso hasta una casa en una parcela árida. Con este simple cambio espacial, Saura nos indica todo lo que nos espera dentro de esa casa: algo viejo, seco, atemporal. Según mi entender, una casa llena de suspense.

A Ana le conoceremos viendo los elementos que guarda en su maleta: ropa, música, libros y un pasaporte lleno de sellos. Ni una palabra.

Y el suspense crece, de tal manera que Los otros parece una película cómica al lado de Ana y los lobos, desde luego, la película de Amenábar lo es, una comedia, un chiste. Qué raro... Saura no utiliza la oscuridad para crear suspense, parece sincero, el suspense llega de las entrañas, del desconocimiento, de una realidad que está a nuestro alrededor. El suspense de Saura no llega de los soniditos a todo volumen que buscan un susto rápido y estúpido, no se utiliza ese tipo de recursos para tapar las miserias de un film. ¡Cuánto, me parece a mí, tienen que aprender muchos directores de Saura y de esta película en concreto!

Qué plano general tan desolador... una abuela loca que habla entronizada en una silla cargada por dos sirvientas, una madre que habla hacia adentro, ensimismada, tres niñas que juegan sin ver lo que sucede a su alrededor, un padre que acosa, un hermano disfrazado de militar pasea a caballo creyendo ser libertador, otro hermano que vive solitario en una cueva. Después, una paloma de metal volando por el cielo. Perdonen la comparación, pero este plano me ha recordado “Casa tomada”. Este plano encierra la realidad política y social de España: de imposturas, de mentira, de formas y apariencias.

Creo comenzar a entender el porqué de la internacionalidad de Ana: para mí es la ráfaga de aire nuevo que debe entrar en el país, una persona que conozca el mundo, una persona de mente abierta, que despierte al español de su letargo.

Sin embargo, el personaje que más me ha fascinado es Fernando, me recuerda al Johanes de Ordet. Por momentos parece ser la única persona que en realidad entiende su entorno, eso mismo es lo que le hace aislarse a una cueva, prefiere estar solo que vivir en una sociedad que no entiende ni le entiende. Su huelga de hambre es la muestra de desaprobación hacia el sistema.

La complejidad de Fernando reside en que lo que él llama paz se convierte en prisión: la religión. Su complejidad reside en su ambigüedad, no sabemos en realidad si su actitud es sincera o mera postura como la de los demás personajes. El espectador tendrá que verlo con sus propios ojos. Pero Fernando levita, y eso es lo que fascina.

José se disfraza con su uniforme militar, está excitado dentro de su objeto fetiche. El uniforme le transforma, le otorga una sensación estúpida de poder. José destruye a tiros la paloma de metal que surcaba los cielos, parece no existir ya una vía de escape de la mentira.

Personajes que mienten, encerrados en su engaño.

En una realidad cruda y lunática, los hermanos, cual lobos, acechan a su presa y no se detendrán hasta lograr su cometido.

Ana y los lobos es desoladora, Saura me ha dicho con este film que en la España de ayer no existía un lugar para la contracultura, que existía el miedo al cambio, a la “pérdida” de las costumbres, miedo a “perder” una sensación de poder sobre una existencia cómoda y costumbrista. Una existencia que reside en la mentira y el poder. No sé hasta que punto la España de ayer es la de hoy, solo que ésta tiene disfraz nuevo.

20 julio 2006

Roeg: ¡te extraño!


Le seguí los pasos hasta 1990. Pareciera haberse dedicado a la televisión, aunque tiene uno que otro film realizado posteriormente, pero no tengo noticias de ellos, más que unas pocas e insuficientes reseñas en Internet.

Ha sido uno de mis directores favoritos. Sólo espero que no se haya desbarrancado y haya dejado detrás todos sus demonios, que hacían las delicias de mis tardes de cine.

Nicolas Roeg es de esos autores que he seguido con verdadero entusiasmo. Cada uno de sus films ha superado la expectativa que tenía. Me ha pasado con él como me sucede con las novelas de Paul Auster. Con cada una de sus obras compongo el rompecabezas que me permite armar el personaje que Roeg debe ser.

Sus inicios se dan en los virulentos años 60, como director de fotografía de Lawrence de Arabia (David Lean, 1962), Farenheit 451 (Francois Truffaut, 1966) y Casino Royale (John Huston, 1967), entre otras películas y como co-guionista, junto a Donald Cammell, de Performance (1968-70), la decandente relación entre una estrella pop (Mick Jagger) y un delincuente (James Fox).

Su ópera prima individual fue Walkabout, y en 1976 filmó The Man Who Fell to Earth, con David Bowie. Ninguna de estas dos he tenido la suerte de verlas.

Allá, por los 70, me maravilló una película oscura, que jugaba con los sentimientos de dos padres que han perdido una hija. Don't Look Now (según sus diversas traducciones, estamos hablando de Venecia Rojo Shocking, Pesadilla en Venecia o Amenaza en la sombra) está basada en una novela de Dauphne du Maurier, que ponía a los personajes interpretados por Julie Christie y Donald Sutherland a perderse en los laberintos de una Venecia que no puede estar más lejos de la que venden las agencias de turismo,con sus callejones mugrientos, los canales brumosos y solitarios, el escenario ideal para un crimen. La ciudad es un personaje más en esta historia de misterio, en la que ambos padres se sumergen en estados emotivos depresivos, ya que la presencia de la niña, a pesar de su ausencia, está latente a lo largo del film.

Más tarde fui conmovida por Bad Timing. Un triángulo amoroso entre una joven depresiva (Teresa Russell, que a partir de esta película se convertirá en actriz fetiche de Roeg), su esposo maduro y el psicoanalista (interpretado por Art Garfunkel, que por aquellos años, rompía las emisoras de radio con su interpretación de "Los sonidos del silencio"), vigilado por un detective vienés (que no es otro que Harvey Keithel, un actor al que admiro desde Malas Calles, de Scorsese). El psicólogo estudia el comportamiento de la joven y el detective el de la pareja de amantes; es decir, la estructura se compone a modo de cajas chinas, pues nosotros desde afuera, también estudiamos, a través de la discontinuidad narrativa, la actuación de estos seres conflictuados que en la búsqueda de la felicidad y del amor, sólo hallan incomprensión y soledad.

Si Don't Look Now nos mostraba a una pareja desesperada en escenarios exteriores, Bad Timing nos devela a una pareja encerrada en su intimidad, aunque no menos desesperada.

Hasta ahora, si hay una constante en el cine de Roeg es que las historias se desarrollan en torno a un destino preconcebido. Ya se sabe qué va a pasar... No es eso lo que importa, sino cómo se llega al desenlace. Y esto sucede, también en su próxima película, Eureka, donde las pasiones desbordadas (amor, celos, ambición...) conducen a los personajes al abismo previsto.

Con Eureka se incorporará otro elemento que cobrará importancia en sus historias: la naturaleza. En un valle nevado un buscador de oro hallará una cuantiosa riqueza, que no viene sola, la acompaña la infelicidad; una desdicha que será tan hereditaria como la fortuna que descubre con harto afán. Con qué meticulosidad Roeg hurga en los personajes, extrayendo de ellos sus sentimientos más enfermos y los más conflictuados.

Insignificancia viene a dar un soplo de aire fresco a tan obsesiva filmografía. Es una aparente comedia sentimental en la que se encuentran cuatro seres que no son nombrados, pero que el espectador identifica a primera vista: Un profesor sabio, autor de la teoría de la relatividad, que vive con torturada culpa los efectos de la bomba nuclear; una actriz platinada, que a pesar de su imagen frívola, es desdichada; un senador de fuerte tradición religiosa vela por la seguridad de su patria, instaurando una caza de brujas; y un jugador de beisbol que cela a la actriz y vive de sus glorias como deportista. La rubia y el sabio coinciden en un cuarto de hotel, y la comunicación que se establece se basa en la comprensión. Ambos logran aprender del otro. Roeg los humaniza y logra hacer de este film un discurso optimista entre tanta desesperación.

Castaway engaña. Lo que parece una comedia de aventuras es, en realidad, una lucha de poderes. Un hombre contrata a una joven para pasar un año en una exótica isla desierta. Ambos están ansiosos por dejar la agitada ciudad. Roeg retoma aquí la participación que el paisaje había tenido en Eureka, lo sobredimensiona al punto de convertirlo en el tercero en cuestión de un triángulo amoroso obsesivo. El mar, el cielo, la arena, las rocas ofrecen signos vitales y compiten con el hombre por la atención de la mujer. Roeg hurga en los sentimientos y condena a sus personajes a caer en lo más profundo de pozo, para sacar a la luz sus miserias.

Las brujas es una película para niños, contada desde la óptica morbosa de las abuelas, que buscan asustar a los chicos para que se porten bien. Unas brujas transforman a los infantes en ratones, para poder dominarlos. De esa película recuerdo un detalle, una pequeña escena que posee el sello de Roeg y que deja pasar al descuido: en uno de los cuadros colgados en una pared habita una niña que irá envejeciendo entre sus marcos. En Las brujas, la cámara repta por el suelo, siguiendo el recorrido de los ratones, o se trepa por los muebles, en una carrera velocísima.

Me gustan sus atmósferas opresivas, sus personajes conflictuados, las historias tan diferentes entre una y otra película, sus encuadres, sus actores, las situaciones que imagina para ellos... En fin, Roeg pone una cuota de desesperación tan adictiva en sus historias, una cámara al servicio de la expresión de los sentimientos, unos actores que se creen lo que interpretan... que se hace extrañar cuando no aparece una película suya en una pantalla de cine o en una tienda de video.

Liliana Sáez

17 julio 2006

La mansión de Araucaima

Debo reconocer que hacia los 90, en mi ignorancia, Colombia sólo era sinónimo de este ejemplar de "Cien años de soledad", la novela de García Márquez, que ha recorrido el trayecto Buenos Aires- Caracas-Buenos Aires, acompañándome como un ángel guardián, con sus personajes inolvidables: José Arcadio, Rebeca, Aureliano, Remedios, Úrsula, Meme y todos sus clones. Nunca Gabo volvió a escribir algo tan genial. Uno de los mayores exponentes del realismo mágico, "Cien años de soledad" me ha acompañado la mayor parte de mi vida.

En 1992 tuve la oportunidad de conocer algo más de Colombia. Una contracultura llevada de la mano de dos cineastas que se resistían al documental como se había realizado hasta entonces, y probaban sus talentos en la ficción. Ese marzo proyectábamos en la sala de la Cinemateca venezolana la obra de Carlos Mayolo y Luis Ospina, y lo reseñábamos en este programa de mano.

Pude ver una increíble Agarrando pueblo, con la promesa de, al día siguiente, poder visionar Pura sangre, Carne de tu carne y La mansión de Araucaima. Un esguince en el tobillo me impidió ir a la sala y me quedé con las ganas. Pude volver al cine a ver Oiga, vea, Cali: ayer, hoy y mañana y Andrés Caicedo, unos pocos buenos amigos, que ya he comentado en este espacio.

Desde entonces tenía una deuda con los largometrajes de Ospina y Mayolo. Hace unos días, como les conté en otro post, recibí de regalo La mansión de Araucaima, y ahora es su turno.

Inspirada en una novela de Álvaro Mutis (a quién debo leer, sigo reconociendo mis lagunas imposibles), la película de Mayolo me recordó tres filmes que forman parte de mi pequeña biblia cinematográfica: El ángel exterminador, de Luis Buñuel, Teorema, de Pier Paolo Pasolini, y Ana y los lobos, de Carlos Saura.

Una mansión suspendida en el tiempo es habitada por personajes muy particulares, que viven la cotidiana y agradable rutina que les brinda (y se auto-brinda) la Machiche, una hembra blanca y carnoza que va saltando de personaje en personaje para brindarles placer y, de paso, para presentarlos al espectador. Allí están: el dueño de la casa, el esclavo y el guardián que lo sirven. Pero también han ido cayendo en una especie de trampa que abre la casona, la Machiche, un aviador impotente y melancólico y el sacerdote que se reprime hasta la flagelación.

La llegada de una joven modelo, que ha estado cerca filmando un corto publicitario, nos permite enterarnos que ya no se puede salir de allí (aquí las similitudes con El ángel exterminador). La joven es sangre fresca para todos habitantes, sin excepción. Su juventud comienza a sembrar celos entre los personajes (como en Teorema) hasta el desenlace final.

Es una buena película de un Mayolo joven. Allí están encerradas personas que representan distintas profesiones: el militar, el sacerdote, el político, la prostituta, etc. (similitud con Ana y los lobos). La exuberancia de la vegetación que rodea la mansión, la luz blanca que llena los espacios cerrados de la casa, las miradas de los personajes... dan una sensación de atemporalidad, de ilusión, que pareciera trasladarnos a otro mundo, un mundo con sus leyes propias ("Quien entre no saldrá", "Quien salga no regresará"...), lo cual le imprime cierto misterio a esos seres apasionados y destructivos.

No es una película a la que le haya pasado el tiempo. Ilustra una sociedad que puede ser metáfora de alguna actual. En ella están contenidas las relaciones de poder y los mecanismos de quienes lo ejercen para imponerse. Lo mejor de esta historia, a mi modo de ver, es cómo, a través de esos personajes, de las miradas que se entrecruzan y de las puestas en cámara está representado un determinado orden en la mansión, hasta que llega la joven, que lo trastoca. En el desajuste de ese micromundo, cada uno tomará un determinado comportamiento que, en definitiva, buscará recuperar el equilibrio original.

Liliana Sáez

11 julio 2006

El aura... aunque íbamos por más



En la ciudad, un cajero automático, un banco y un taller de taxidermismo oscuro y desordenado… El resto de El aura se desarrolla en una zona agreste, donde los personajes que la habitan se confunden con la rusticidad de la maleza. Una cabaña mugrienta, una camioneta maltratada, una zona secreta… El coto de caza transformado en la mente de un epiléptico en escenario para el golpe perfecto.

Un tipo que no mata una mosca, el azar que no es tal, un personaje que no aparece pero que está presente todo el tiempo... son algunos de los ingredientes de un guión que no termina de cerrar. Sin embargo, la película se disfruta hasta el final. Es que no sólo son sus paisajes increíbles, bosques donde la luz se cuela de una manera casi surrealista; ni la calidad de sus actores, que llevan de la mano a personajes muy ricos con sólo algunas pinceladas de definición…

El aura es una película bien filmada, con algunos detalles que, a pesar de pecar de efectistas, son amabilidades que se toma el director para hacerle una caricia en el hombro al espectador.

Bielinski ya no volverá a filmar. Pero antes de irse impactó al público argentino con Nueve reinas y lo conmovió con El aura.

Liliana Sáez

06 julio 2006

De Cali con cariño



Con Carlos llegó un cargamento precioso. Una carta escrita a mano de Daniel, un sobre con la caligrafía de Andrés David y un libro con la dedicatoria manuscrita por Cristhian me acercaron a esas lindas personas que conozco virtualmente y que últimamente forman parte de mi cotidianidad.

Música, revistas, libros, dulces... Carlitos me regaló películas de su patria, las novelas de Caicedo ¡Que viva la música! y El atravesado, bombones, caramelos con sabor a café colombiano, chocolatines caleños... Trajo la USB que Daniel envió con la música colombiana que escogió para regalarme; las revistas de El Clavo que envió Andrés David y Ojo al cine que mandó Cristhian...

A ver... cómo decirlo... Mis sentidos, todos ellos, están recibiendo los estímulos de tan precioso cargamento. Mis ojos se llenarán de las imágenes de un país ya no tan lejano contado por La mansión de Araucaima, Rodrigo D, Malamor, Sumas y restas, mientras saboreo las golosinas que me trajeron.

Hoy mis oídos se han regalado música colombiana, y mañana, y pasado... Guitarra y tiple (dice Daniel que es un instrumento con doce cuerdas, que produce sonidos más brillantes que la guitarra por sus cuerdas finas) de Garzón y Collazos, o el ritmo de Liliana Montes (aquí mi amigo subraya los sonidos de la marimba o de la flauta). Y la música de ese cantautor bogotano hipersensible que también es mi amigo, Andrés Correa. Mucha más música que me llega directo al alma, sin pasar por el cerebro.

Y Andrés... Andrés Caicedo en una postal que ya forma parte de mi cartelera, donde convivirá de ahora en más con el Che, con Gaudí, con Toulouse-Lautrec y con Dalí (mis monstruos, mi subcultura, mi Biblia junto al calefón). Y los libros... Más Caicedo para mi biblioteca, más Caicedo para mi mente, más Caicedo para mi cine.

Ya habrá posts que se deriven de este.

¡Gracias Cali, gracias amigos!

Liliana Sáez

01 julio 2006

Cleopatra, de Eduardo Mignogna

Pablo Abraham


Para envidia de muchos el cine argentino sigue alcanzando reconocimientos internacionales. Más allá de la nominación al Oscar de Hollywood de El hijo de la novia, de Juan Carlos Campanella, en 2002, en el festival de Toulouse, Buena vida delivery, de Leonardo Di Cesare y El fondo del mar, de Damián Szifron, fueron galardonados con el Gran Premio Coup de Coeur, el primero, y el premio Decouvert al primer largometraje, el segundo, un triunfo más que se suma a los Osos de plata otorgados a Daniel Burman, cineasta, y a Daniel Hendler, actor protagonista, por El abrazo partido, en el festival de Berlín 2004. Paralelo a la premiación del film de Burman, se hacía en esa misma edición del festival berlinés un homenaje a la obra de Fernando Solanas, acontecimiento éste que ofrecía sin dudas, una muy evidente comparación entre dos creadores de diferentes generaciones, representantes de un cine argentino de antes y de ahora: el de una época en la que el cine se asumía como una contundente toma de posición política con respecto a la realidad, y el de un cine en el que la política ha dado paso a un acercamiento más contemplativo, más íntimo -más entrañable, si se quiere- de temas y personajes, sin dejar de lado, a veces, cierta carga de crítica social o mirada desoladora. A este cine evidentemente pertenece el octavo film de Eduardo Mignogna, Cleopatra, una road movie a la que se ha dado en clasificar como la Thelma y Louise latinoamericana al presentar la travesía que inician dos mujeres de distinta edad, formación y condición social, desde Buenos Aires hasta los más apartados y recónditos pueblos y paisajes argentinos, en un viaje que las llevará hacia su liberación. Por cierto, ha sido algo recurrente, en el cine argentino de los últimos años, apelar al subgénero de la road movie. Si no, recordemos los Caballos Salvajes, de Marcelo Piñeyro, donde un joven empleado y un viejo jubilado que lo obliga a robar el banco donde trabaja, emprenden la huida para convertirse en prófugos heroicos de la justicia; o más recientemente Historias mínimas, de Carlos Sorin, cuyo trío de historias tienen como desplazamiento geográfico la vasta y desolada Patagonia argentina; y aunque no sea exactamente una road movie, en Kamchatka, de Piñeyro, los padres del niño protagonista se la pasan moviéndose de un lado a otro, de un hogar a otro, intentando escapar a la captura que la ley les ha impuesto. Ciertamente de Mignogna hemos visto muy poco, concretamente Sol de otoño (1996), historia de amor otoñal interpretada por Norma Aleandro y Federico Luppi, presentada en uno de esas Muestras de Cine Iberoamericano exhibidas en Caracas hace ya años.

Volviendo a Cleopatra, evidentemente la crítica social o la visión desoladora, de las que hablábamos anteriormente, están fuera de las intenciones de Mignogna, quien con la ayuda de su coguionista, Silvina Chague, por el contrario, confecciona la travesía de estas dos mujeres bajo los parámetros de la comedia amable y simpática. Cleopatra (Cleo) es una maestra jubilada, esposa de un marido alcohólico desde hace tiempo desempleado, y madre de dos hijos adultos que viven en el extranjero; Sandra es una bella joven, actriz de telenovela, rodeada de fama, admiradores y con un futuro muy promisorio. Pero, contrario a lo que uno pudiera esperar, Mignogna evita por completo enfilar el cuento hacia la típica alegoría de relación madre-hija. Por tanto, no hay superioridad alguna de una con respecto a la otra, ni por juventud ni por vejez. Ambas mujeres detestan el mundo respectivo que les ha tocado vivir. Cleo jamás se convierte en el lado consciente o la salvadora de Sandra. Su figura es la de una colegiala –entrada en años, por supuesto- que por primera vez se escapa de su hogar huyendo de esa especie de cárcel opresiva. Una colegiala que se emociona al estar por primera vez frente al volante de un vehículo. Y desde esa perspectiva descubrirá en su recorrido la existencia de personas tan atrapadas, tristes y amargadas como ella. Sandra en cambio, es la chica que lo ha tenido todo fácil debido a la fama. El corte de pelo será el inicio hacia el camino de su liberación. La búsqueda de su padre, de sus raíces, la llevará a conocer el verdadero amor y la verdadera razón de su existencia.

Por otro lado, la sencillez de Cleo (magnífica Norma Aleandro) nunca pretende imponerse como superior, aunque es también desde su perspectiva que Mignogna nos advierte la existencia de un mundo tanto o más complejo más allá del que nos rodea, un mundo donde existen personas que sufren por un presente o por un pasado, incapaces, al parecer, de afrontarlos y superarlos. Es este el aprendizaje que llevan a cabo ambas protagonistas, pero que en la figura de Cleo es mucho más contundente. Por eso contrasta la imagen final de ella, sentada explicando las tres opciones que posee ahora, rodeada de una naturaleza exuberante y una luz resplandeciente, con la primera escena del film donde la muestra semidormida, regresando a su hogar (su cárcel) en un vagón del metro de Buenos Aires bajo una noche lluviosa.

Tampoco la amistad entre Cleo y Sandra pretende imponerse como una respuesta vehemente a un mundo en el que las mujeres, por una u otra razón, se ven atrapadas en una realidad asfixiante, dominada por la figura masculina: he allí lo que representan el “novio” productor de Sandra o el marido alcohólico de Cleo. La huida de ambas, más que ofrecerle una lección a esos hombres o a la sociedad en general, es como ya lo hemos dicho el encuentro con ellas mismas y la superación de su amargura y desdicha. “Si eres capaz de darte cuenta de que la felicidad no está en lo que te rodea, pues también eres capaz de buscarla y encontrarla por otros derroteros” parece decirnos Mignogna; y aunque no sea esto novedad alguna, lo dice, eso sí, con mucha calma (ese es aparentemente su estilo, ya visto en Sol de otoño), pero también con mucha convicción y el suficiente encanto con el que ha rodeado a esta pequeña pero valiosa pieza, retrato amable de personajes comunes y corrientes, como ya parece costumbre en el cine argentino actual.