26 febrero 2006

La caja boba puede servir para algo

Buenas noches, y buena suerte


La mayoría de las veces, la entrega de los Oscars es tediosa, porque la cartelera de los meses previos se ve (mucho más) invadida por las películas nominadas. Por suerte, este año no son tantos "bodrios" y algunas de esas películas se dejan ver.

Demostrar que quien quiere hacer cine, sólo debe tener algo que decir, pareciera ser el caso de Buenas noches, y buena suerte. Una peliculita, así, pequeña. Escasos y buenos actores, fotografía en blanco y negro, apoyada por material de archivo y dos mensajes muy claros le bastaron a George Clooney para dirigir éste, su segundo film.

Rodada en locaciones interiores, con primeros planos muy elocuentes, bastante nicotina y jazz, este actor convertido en director pronuncia un consistente alegato sobre la libertad de expresión y sobre el papel que debería cumplir la televisión.

Un equipo de periodistas, productores y redactores se expone en el cuerpo de Edward Murrow, para hacerle frente a las inconcebibles canalladas que pronuncia el senador McCarthy, presente en imágenes de archivo. Las complejas relaciones entre estos valientes y el directivo de la emisora, la prensa, la oficina de recursos humanos, la publicidad y el terror del colega comunista muestran una realidad en la que la libertad de expresión es una burla, en un país que se considera desde siempre defensor de la libertad ¡del mundo!

En una época en que se trata de ser políticamente correcto, en que tenemos una sociedad que no opina sobre lo que está sucediendo en Medio Oriente, en Latinoamérica, en Africa..., el mensaje sobre la falta de libertad de expresión, hoy, cobra otro vuelo, no ya como censura, sino como metáfora de la imposición, de la coerción, de la instalación del terror.

Liliana Sáez

20 febrero 2006

Crítica poética: Million Dollar Baby



MILLION DOLLAR BABY
Marcela Barbaro






Abro mis ojos
el relato íntimo de una voz en off
me transforma en cómplice de su mirada,
y paso a habitar el lugar de su ceguera
para ser testigo de tres vidas, de tres soledades
que comulgan con un mismo sueño a realizar.

El boxeo, los esperó sudando dentro de un gimnasio anacrónico
los juntó con la excusa perfecta de moldear sus litigios
hasta formar rounds, donde la amistad, la perseverancia y el amor
se dieran contienda, entre las cuerdas imperfectas del destino.

Golpear con la izquierda
y mover el pie derecho.

Sus peleas internas luchan incansablemente
contra sus miedos y fantasmas,
sus orígenes e historias incompletas,
sus culpas y penitencias sentenciadas.
Ellos acorralan su soledad en un rincón del cuadrilátero
y enfrentan sus ojos hasta vislumbrar su meta.

Entre luces y sombras y más sombras que me hablan
se desprenden los matices de los valores más humanos,
los códigos inquebrantables que el silencio acoge:
el respeto, la tenacidad, los sacrificios y las contradicciones.
La mirada hacia el pasado se filtra en un presente, instigándolo.
Sin embargo,
no hay dolor más justificado cuando arriba la victoria
ni sangre mejor derramada
entre los acordes de un guitarra hermosa y melancólica.

Golpear con la derecha
mover el pie izquierdo.

A través de cada golpe
se desprende la frustración y la constancia.

Frankie y Maggie o
Maggie y Frankie
Él, hizo de padre tras la culpa de una pérdida
Ella, fue su hija a pesar de la añoranza
Él, jugó a ser Dios ante la súplica
Ella, pasó a ser la semilla de su fe acabada.
Así nació Mo Cuishle (mi querida, mi sangre).

Suena la campana.
La sensibilidad y la sutileza
están sentadas, de la mano, en una tribuna que espera.

¡Un lemon pie casero!, también para mí
“En un lugar entre cedros y robles
un lugar entre la nada y el adiós”.

19 febrero 2006

En la cornisa


¿Qué de Johnny y June me atrapó?

No fue la historia. Es una más... El chico rechazado por el padre que sale a la vida a empujones, el joven rebelde que lucha por imponer lo que quiere ser, el marido que se cansa de las exigencias de su joven esposa, el cantante que consume drogas para poder resistir las giras interminables... Johnny Cash pasó por todo eso. No es el único, ni el último. ¿Un final feliz para una vida tan dura? Hollywood nos tiene acostumbrados.

Rescato como valiosa la actuación de Joaquin Phoenix. Cómo se calza el personaje, cómo lo ha estudiado y cómo lo interpreta. Me creo, absolutamente, frente a Johnny Cash, me creo sus canciones, su voz profunda, su debilidad, sus desesperados recursos para triunfar (la canción de la cárcel, la declaración de amor a June en el escenario, la función musical en la prisión).

No sé si su labio roto, su mirada de chico perdido o la torpeza de su gestualidad suman a su actuación. Sólo sé que Johnny y June podría ser una película más sobre la depresión en Arkansas, sobre la juventud rebelde de los 60, o sobre una historia de amor. Es más que eso, gracias a la actuación de Phoenix.

Liliana Sáez

15 febrero 2006

Crítica poética: Ghost Dog


Conjugar cine y poesía es una especialidad de Marcela Barbaro, quien ha aceptado este espacio para expresarse. Me siento muy feliz de albergar una de sus críticas poéticas dedicada a una de mis películas favoritas. Bienvenida, Marcela.

LS




EL CAMINO DEL SAMURAI
Ghost Dog: The Way of the Samurai
Marcela Barbaro*


Él eligió resucitar en cada acto al saberse muerto,
para poder valorar la incertidumbre inasible de los días
y prolongar su constante fugacidad, semejante a la de un soplo.

Inmerso en la violencia de un presente sin destino
recorre con su espíritu la transpiración del asfalto
perdiéndose taciturno sobre la permisividad que observa de la noche,
mientras traduce los gritos de una ciudad viciada y oscura
sobre la que desciende, con su planeo, hacia el refugio cautivo de sus rituales
fingiendo ser el vuelo migratorio de solitarias palomas.

Aunque se ría como un niño de la obviedad más irrisoria
solo desea preservar el reverso impreso de añosas tradiciones,
construyendo un pacto inquebrantable sobre la fidelidad más honorosa
a la que sentencia el rigor de su alma condenada a tantos silencios.

Nunca se disipan las huellas de aquello que se extingue
como la herencia de nuestros huesos al convertirse en polvo,
tampoco la soledad está absolutamente sola,
ni el diferente difiere tanto de su reflejo
porque todo se complementa entre acordes incansablemente rítmicos
formando un equilibrio del cual nadie cae, aún estando sobre el vértigo
y donde todo permanece paradójicamente,
libre y dependiente.


* Marcela Barbaro es crítica cinematográfica y poetisa, además de licenciada en Relaciones Públicas. En 2004 publicó “El montaje de la identidad”. También ha publicado junto a otros escritores “6º Antología de poetas y narradores urbanos" (2001) y “Queda en palabras” (2002).

10 febrero 2006

Cuando la patria es la familia


Munich

Para ir a ver Munich debí prepararme, lo confieso. Preparación psicológica para dejar afuera de la sala todos mis prejuicios y preconceptos sobre Spielberg y sobre el tema que toca en su última película. Debo decir que esperaba un alegato sionista, que me encontraría con unos enemigos salvajes y con unas víctimas totalmente desvalidas.

Pues no. Más allá de que Spielberg escogió un tema algo confuso para los más jóvenes, debo reconocer que las casi tres horas que dura el film hablan de otra cosa, no sólo del hecho en el que once atletas israelíes fueron secuestrados (y asesinados) por terroristas palestinos durante las Olimpíadas de 1972.

Se ha acusado a Munich de no ser rigurosa. El film nos muestra a un grupo de personajes históricos que tuvieron en sus manos el (des)control de la violencia que se desató en ese entonces, y de la cual aún seguimos siendo testigos y víctimas. Más allá de los niveles de rigurosidad histórica, me temo que Spielberg nos habla de cómo la educación nos prepara para la defensa de ideales que no siempre son nuestros, de cómo el honor atropellado nos puede llevar a ser más feroces que nuestros enemigos, de cómo la política utiliza a los seres para conseguir sus fines, de cómo esos seres se transforman en algo que no eran ni quieren ser, sólo para cumplir con lo que se espera de ellos.

Spielberg deja su marca bien explícita: la niña que se interpone entre el objetivo y la bomba a detonar, la familia numerosa e inconscientemente feliz del mafioso francés, la parejita de mieleros que aloja al próximo blanco, el llanto del protagonista cuando escucha a su hija por teléfono, en fin, una serie de situaciones muy caras al director. Sin embargo, podemos afirmar que ésta es la película más explícitamente sangrienta de toda su filmografía. Sangre que es desparramada anárquicamente en los asesinatos de los atletas y poéticamente expulsada del cuerpo de la espía norteamericana.

Cuando Avner, el personaje principal, dice que la patria está donde está la familia, está justificando su residencia en los Estados Unidos. Porque qué es lo que vemos de Israel, sino unos seres criados en kibutz, sin la presencia materna ni paterna. Claro que la simpleza del buen Steven podría reducirse a eso: Avner puede hacerle frente a lo que le encargan (a pesar de estar constituyendo una familia que espera la llegada del primer hijo) porque no ha tenido el calor del hogar, y sí le debe todo al Mosad, que honra la figura de su padre y él no es quién para deshonrarla. Ese eterno agradecimiento a una institución que lo usa, lo llevará a una transformación que se evidenciará en el transcurso del film.

Cada uno de los integrantes de la célula organizada por Israel para matar espectacularmente a los líderes que han urdido el plan del secuestro va a sufrir una metamorfosis a lo largo de la trama. Y ahí es donde me ha sorprendido Spielberg. Cada uno, a su manera, va a transformarse: uno en más seguro y arrojado, otro en más inseguro y distraído, otro en más crítico, y Avner tomará conciencia, luego de cada asesinato, cada vez más, de su propio cambio.

Estamos acostumbrados a que el cine norteamericano nos muestre siempre un solo lado de las guerras, de los enfrentamientos, de los duelos... El victimario casi nunca se muestra en la intimidad, siempre es malo y siempre está preparado para atacar. Una situación casi risible, aunque sólo llegue a mueca, se produce cuando los dos grupos antagónicos (palestinos e israelíes) llegan a habitar la misma casa que el agente francés les ha asignado para apurar el desenlace. Allí, en la escalera, tiene lugar una conversación donde ambos líderes exponen sus razones para estar donde están. La escena está tratada con sumo respeto. En penumbras, mientras los demás descansan, fumando un cigarrillo y apoyados en la baranda, se develan los motivos del "otro". Es el momento clave, desde mi punto de vista, para que Avner caiga en la cuenta de lo que está combatiendo.

Spielberg no deja títere con cabeza. Critica tanto a los palestinos como a los israelíes, a los franceses como a los norteamericanos. Quizá peque de esquemático en ese análisis. Pero, digo, no toma partido sino por sus personajes, no en tanto pertenecen a una facción, sino en tanto seres humanos. Transmiten una angustia frente a lo que se están convirtiendo..., a lo que los están convirtiendo y frente a lo que ellos están permitiendo que suceda.

Hoy, el enfrentamiento en el Medio Oriente no ha cesado. Es más, se incrementa día a día. Rescato a Spielberg (que en la mayoría de sus películas me exaspera por la ideología teñida de ingenuidad con la que inocula a los más jóvenes) porque su Munich es un alegato en contra de la violencia, en contra de la deshumanización de esos agentes, verdaderas armas mortales, que sirven a una causa que no siempre es tan pura como ellos creen.

Liliana Sáez

04 febrero 2006

Conversaciones con Román Gubern

En el camino recorrido en la Escuela de Artes (Universidad Central de Venezuela) he encontrado compañeros muy valiosos que hoy son sólidos profesionales. Paula Segovia, Licenciada en Artes, Magister en Diseño y Creación de Sistemas Interactivos y gran amiga, ha tenido el maravilloso gesto de aceptar el espacio de kinephilos para compartir con nosotros su encuentro con Román Gubern, ese investigador lúcido y actualizado de cuya mano recorrimos la historia del cine y toda la problemática de los medios de comunicación de masas.
LS


ROMÁN GUBERN, EL MÉRITO DE LA EDAD
Paula Segovia*

“Desde hace casi 40.000 años, la especie humana ha producido imágenes figurativas como instrumento mágico o religioso, como medio de información y/o fuente de placer”. Con estas palabras Román Gubern nos introduce en su último libro, Patologías de la imagen. Su visión privilegiada por el tiempo nos lleva a recorrer los caminos de las imágenes conflictivas que escandalizan con su erotismo o nos elevan con sus poderes sobrenaturales, que confrontan ideologías, que son poderosas armas en el imaginario religioso y político, que engañan y ofenden sin piedad, siempre beligerantes, en un ancestral campo de batalla luchando eternamente por su visibilidad.

Recorriendo su bibliografía, a vuelo rasante, desde su mítico libro de Historia del cine (1969), pasando posteriormente a sus reflexiones sobre los Mensajes icónicos en la cultura de masas (1974), El simio informatizado (1987), hasta nuestros días con El eros electrónico (2000) y Patologías de la imagen (2004), sólo mencionando una pequeña parte, ¿cómo podría describir Román Gubern ser testigo ocular de toda esta evolución de la imagen en los últimos cincuenta años?

Eso tiene luces… Esto es un mérito de la edad, no es un mérito mío, es la fortuna de nacer en el año 34. He visto buena parte del siglo XX, y desde muy joven me interesé por el mundo de la imagen. Yo recuerdo cuando estudiaba en la Universidad de Barcelona, yo dirigí el cineclub. Y en esa época quedó vacante la dirigencia y me la ofrecieron. Yo era un aficionadillo, un inculto, un ignorante y un mal formado, pero fui creciendo viendo cine.

Pero antes de esto hay otra cosa previa, más política, que quiero decirte. Yo crecí en España con la postguerra, me refiero al año 39, era una dictadura militar aliada con la iglesia más reaccionaria. Y aunque vengo de una familia burguesa que nunca tuvo problemas económicos, el clima moral y político era tan sórdido, que incluso un niño como yo que era un ignorante de política, percibía que el mundo era muy irrespirable. Y nos metíamos en el cine para soñar despiertos. Entonces el cine empezó de una forma acrítica, porque entrar en el cine era poder volar con la mirada a Samarkanda, a Alaska, y así fuimos acumulando una masa crítica de información. Masa crítica, de una forma acrítica, quiere decir de una forma alegórica y desordenada, que fluye porque creíamos en amores cinéfilos. Y realmente debo decirte que los primeros ejemplos de cine que me interesaron de un modo distinto, ya no únicamente como vaciado, fueron dos:

Primero, lo que se llama hoy día el cine negro americano. Había una mirada pesimista sobre el hombre como sujeto de ambiciones, de pasiones, de venganzas, de la lucha por el dinero, del crimen, era un mundo que daba el reverso negativo de ese mundo optimista que era típico de Hollywood. Y segundo, la llegada a España del neorrealismo italiano. Aunque no llegaron muchas películas, llegamos a ver El ladrón de bicicletas y El limpiabotas, y me hicieron ver que había otro cine posible, alternativo.

En la universidad existían ciertas complicidades de lecturas de autores prohibidos, algunas librerías tenían una trastienda de libros prohibidos, y allí estaba todo revuelto, Marx y Jung junto con Stendahl, el Marqués de Sade al lado de Flaubert. Por ejemplo, las primeras ediciones que leí de los grandes autores españoles, como Rafael Alberti o García Lorca, eran argentinas. Claro a mí me gustaban, pero eran autores que estaban exiliados del franquismo. Entonces aplico una cosa que le oí decir a Pasolini, que su conciencia política nació porque a él le gustaba mucho Rimbaud. Cuando Pasolini supo que Rimbaud estaba prohibido en Italia vio que algo no andaba bien: “si me gusta, está prohibido”. Pues nos paso algo parecido, me gustaba Lorca, y Lorca había sido fusilado, me gustaba Alberti, y Alberti estaba en el exilio. A partir de ahí, de una forma muy autodidáctica, muy espontánea, porque no tuvimos libros, no tuvimos maestros, me fui formando una conciencia cultural y política, que me fue llevando hacia la izquierda. Y así empecé, luego tuve la oportunidad de vivir en París, con las ventanas abiertas a la información. Asistí al nacimiento de la nueva ola francesa, fue la época en que Godard estrenó À bout de souffle. Y luego, más tarde, me fui a Estados Unidos, en el año 71, con una beca de investigador en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, ahí conocí a Chomski. En la costa oeste estuve un año y me fui a California, me ofrecieron enseñar historia del cine, y me quedé prácticamente hasta la muerte de Franco. Entonces ya me volví para acá y ya me hicieron catedrático y me quedé. Un viaje de ida, sin billete de vuelta. Y así, leyendo, leyendo, he publicado 39 libros y cientos de artículos.

Eso muy interesante, para generaciones como la mía, ya que usted ha vivido una historia distinta, anterior a la nuestra.

Déjame contarte una cosa. El lunes pasado estuve en Valladolid, y di una conferencia, y la presentadora tenía 34 años, y me hizo una pregunta, para mí fue una conversación muy interesante, pero un poco triste. Me dijo: “¿Cómo es que usted estuvo enseñando en California y se volvió a España? Es una señal de privilegio, ese país es un lujo, con unas universidades muy buenas y muy bien pagadas”. Yo le dije: “Volví porque Franco murió”. Y me di cuenta que no lo entendía. Pasamos nuestra vida luchando contra la dictadura, intentando que se iniciara la democracia en España, y un día acaba aquella pesadilla. Yo le iba explicando esto y me daba cuenta que no entendía mucho, y me di cuenta de lo que llaman la brecha generacional, ella no podía entender que yo estando en California, bien pagado, regresase a la incierta España del post franquismo por el sueño ideal de que por fin el dictador había muerto.

En los años del franquismo los medios de comunicación estaban en manos del Estado, un fenómeno que no era nuevo, ya que si retrocedemos más escalones en el tiempo Napoleón se llevó la imprenta a Egipto. Entonces los gobernantes estaban detrás de los medios, pero ¿qué pasa hoy en día cuando los gobernantes están delante de los medios como imagen visible? En Venezuela, por ejemplo, hay un programa que se llama Aló presidente, cuyo conductor es el mismo presidente.

Eso es una anomalía. Yo no he visto el programa, he leído sobre él y me parece una anomalía. Pero como no soy experto en política venezolana, lo que puedo abarcarte es que una sociedad libre necesita información libre. Bush también tiene un programa por radio, y eso viene de Roosevelt que tenía unas charlas junto a la chimenea, en los años treinta, en la depresión. Pero McLuhan dice en algún lado que Hitler triunfó porque era un político radiofónico y que en la televisión hubiera fracasado, quién sabe… Pero es verdad que tenía una palabra enérgica, y probablemente era un mejor político radiofónico que televisivo. Y hoy en día la política se hace para los medios, y hay que mencionar el caso de Bush y Kerry, no por un programa político bien articulado, sino por la impresión de su imagen figurativa. Con esa nariz aguileña, agresiva, esa mandíbula cuadrada, esa forma de caminar a lo cowboy, con esa imagen de la determinación y la seguridad del ser internacional barrió al senador Kerry, más que con cuestiones políticas. De modo que en la guerra de la imagen es muy importante la autoridad. Y Chávez, por lo que he visto, cuida mucho su presencia mediática en los medios. Es un barómetro de la democracia en el país, cuando el líder tiene exceso de visibilidad, mala señal. El líder debe estar al servicio de la colectividad, pero cuando su visibilidad es excesiva significa que faltan contrapesos para esta visibilidad excesiva.

Hoy en día hay una eclosión de imágenes en el mundo, un ansia irrefrenable de ver. Y en esta excesiva cantidad de imágenes en el mundo cabe la duda. ¿Qué tan ciertas son esas imágenes, y qué tan inciertas son?

Uno de los problemas modernos es la densidad de la iconosfera. En épocas remotas había mayor escasez de imágenes. Con el invento de la serigrafía, de la fotografía, del cine, de la televisión, llegamos a una hiperabundancia de imágenes que crea un problema de conocimiento. Y no sólo de conocimiento, sino de acaparamiento de imágenes con fines mercantiles.

Hablemos de África. África es un continente perdido, África es un agujero negro, África no es un buen mercado para los países exportadores porque la gente no tiene dinero, por tanto, África ha quedado relegada al último escalón en la escala informativa. De África no sabemos nada, o muy poco, sólo cuando hay un genocidio brutal. En cambio tenemos mucha más información de un mundo Occidenta,l donde Estados Unidos y Europa generan una gran cantidad de imágenes y noticias. Hay un problema de visibilidad. Y esta visión selectiva nos dice: la elección de Miss Universo en Florida debe ser vista, en cambio no tiene que ser vista una epidemia de hambre en un país africano. Entonces esta visibilidad no es latente, es selectiva, está orientada por una serie de criterios políticos, mercantiles, y por tanto, el mundo es tuerto ante la realidad, porque sólo ve una parte de ese mundo.

¿Esa otra realidad saldrá en algún momento a la superficie?

Está claro que los medios tienden a apostar por lo glamoroso, por lo llamativo, por lo satisfactorio, y ese es el problema de la visibilidad. Hay que luchar para que esos espíritus invisibles emerjan y sean también visibles, es una de las funciones de las políticas del tercer mundo, que los problemas hoy en día invisibles afloren a las pantallas de televisión, a las pantallas de cine, a los periódicos. Porque algo que no se ve, no existe. Eso pasa en Somalia, que es un país en estado de guerra, y no nos llegan imágenes de Somalia. Ha ocurrido también con Watergate, hasta que no se supo, no existió. Ocurrió con la matanza de Maryland, hasta que no aparecieron las fotos más tarde, no existió. Cuesta mucho imaginarse el Gulag soviético, en cambio los campos nazis están muy documentados, porque al no tener testimonios gráficos hace que sea algo fantasmal, hay duda sí existieron. Las mujeres están llevando a cabo en muchos países las luchas de género, que es hacer visible la imagen de la mujer más allá de la imagen glamorosa de la modelo, la actriz de cine, de la imagen comercial de la mujer como objeto de consumo. Luchar para hacerse visible en los medios rompiendo los estereotipos de la cultura patriarcal.

Y ahora, de cara al futuro, tomando la perspectiva de las nuevas tecnologías, ¿la imagen del futuro daría más lugar a las imágenes invisibles?

Internet tiene unas virtudes, aunque todavía es minoritaria. Entonces cuando decimos que es global, no, será global en Manhattan, en Canadá, pero en Zambia no es global. Pero admitiendo que tiene esta vocación de globalidad, está claro que Internet permite hacer una comunicación horizontal, democrática. Permite consolidar lo que se ha llamado una cultura intersticial, es decir llenar los espacios, intersticios, que dejan desocupados las empresas multinacionales de la comunicación, bien porque no es rentable , o bien porque no interesa. El ciberespacio planetario permite consolidar esas inmensas minorías transnacionales que pueden ir a la contra de las tendencias dominantes y hegemónicas de las multinacionales. Y allí hay una esperanza de futuro, no de presente. Voy a decir un ejemplo que no me gusta, pero que es el efecto de bola de nieve, el efecto multi eco, que ilustra bien esto que quiero decir. La relación que tenía Mónica Lewinski con el presidente Bill Clinton, era conocida por el New York Times y por el Washington Post, los diarios nacionales. Pero creyeron que era una cuestión de vida íntima, personal, que no tenía relevancia política y decidieron no entrar en ello. Pero en el momento en que una modesta publicación digital de Washington publica la noticia, ya no puede ser ignorada y hay que entrar. Y esa pequeña noticia digital se convierte en la bola de nieve, que va creciendo hasta que estuvo a punto de hacer caer a Clinton de la presidencia. Ese mecanismo es interesante, es lo que llaman los expertos en la teoría del caos, el efecto mariposa: una mariposa en el mar de China, puede provocar un tornado en el Golfo de México. Esa es una potencialidad que yo veo en Internet, en el ciber espacio, que podría abrir puertas a futuro al dominio vertical, hegemónico, de los medios y de las grandes compañías que nos dominan y nos hacen ver el mundo desde ese punto de vista.

Ahora, ¿qué va a pasar con de la televisión digital, un medio de comunicación masivo que puede ofrecer interactividad?, ¿se cambiaría sustancialmente la imagen al poder, el espectador, tener acceso a modificar lo que se le ofrece?

Hay un fenómeno que se llama la pedagogía de la rutina. Es decir, que la gente acostumbra a pedir aquello que acostumbra a consumir. Por tanto hay una tendencia conservadora, se consume lo que se conoce. Ha habido fracasos al permitir que el público vote para elegir uno u otro final. Por una razón muy obvia, es que a mí me gusta que el que me cuente la historia sea un profesional que sabe contar historias. Por tanto, es verdad que el digital permite una intervención del público, pero es verdad que el público está modelado por su experiencia espectatorial. Pero es un instrumento interesante que a mediano plazo puede marcar nuevas tendencias en la programación televisiva.

Y para cerrar, después de Patologías de la imagen, que vendría…

Mis dos últimos libros se han decantado un poco hacia la antropología. En la postguerra, en los cuarenta, la moda estuvo en la cibernética. Pasaron de moda los modelos cibernéticos y entró el estructuralismo. Pasa la estructura y en los años sesenta llega la gran moda de la semiótica que estudia los signos. Y cada una de éstas se presenta como pan cierto, que lo resuelve todo. Y finalmente estamos en al antropología, en los estudios culturales. No sé lo que durará, pero yo me siento cómodo en ese ámbito.

* Extracto de entrevista realizada por Paula Segovia (19-04-2005) con motivo de la presentación del libro Patologías de la imagen en el Instituto de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, en la cual Román Gubern ha ejercido como catedrático de Comunicación Audiovisual en la Facultad de Ciencias de la Comunicación.

31 enero 2006

Sobredosis de Caicedo


Mi obsesión por Andrés Caicedo surgió cuando vi un documental filmado por Luis Ospina, un entrañable homenaje a ese amigo que sintió que ya lo había vivido todo a los 25 años.
Desde entonces, atesoro "¡Que viva la música!", su único libro publicado en vida. Sus amigos han seguido editando sus escritos, sus cuentos, sus artículos. Andrés no sólo fue escritor (de guión para cine, de literatura, de críticas cinematográficas), sino que fue un CINÉFILO con mayúsculas. Era amante de los vampiros y mantenía una relación de amor-odio con su ciudad natal, Cali, a quien le dio su primer cineclub y su primera revista de cine.

Aquí, la crítica que escribí luego de ver la película que me presentó a un Andrés fascinante.

Andrés Caicedo. Unos pocos buenos amigos

Si Andrés Caicedo viviera llevaría sus cuarenta años con la dignidad que confieren un puñado de canas y la tranquilidad de tener tras de sí una eficiente tarea realizada. Pero este caleño, nacido en 1951, puso fin a sus días en 1975, llevándose su sonrisa angelical, sus pequeños ojos escondidos tras las gafas y su tímido tartamudeo. Sin embargo, nos dejó un sin fin de escritos talentosos, sensibles, subversivos.

En Cali sólo conocen a Andrés Caicedo sus amigos, entre los que se cuenta Luis Ospina, realizador de "Andrés Caicedo: Unos pocos buenos amigos", título inspirado en un fragmento de la novela de Andrés "¡Que viva la música!".

Que nadie sepa tu nombre
y que nadie amparo te dé.
Si dejas obra,
muere tranquilo,
confiando en unos pocos
buenos amigos.

Ospina enfrenta este docudrama, como él mismo lo define, a través de doce capítulos que recogen testimonios de sus amigos, fotografías y una cantidad de material audiovisual que enriquece la obra hasta el punto de no saber a qué se debe el éxito logrado en la transformación del espectador, si a la efectividad de la película o a la avasalladora personalidad del homenajeado.
De cualquier manera, quien vea "Andrés Caicedo: Unos pocos buenos amigos" accede a este increíble escritor, crítico y realizador cinematográfico, a través del cariño añejado de Luis Ospina, quien compartió con Andrés buenos momentos de juventud.

Una entrevista inicial nos hace sentir culpables de no conocer la figura de Andrés Caicedo. En Cali, nadie sabe quién es. Sin embargo, I. FELICES AMISTADES, nos presenta a sus pocos-pero-buenos-amigos: Alfonso Echeverri, Carlos Pineda, José A. Moreno, quienes, junto al testimonio de Carlos Caicedo (el padre de Andrés) nos narran sus recuerdos que llevan prendida la niñez de Andrés. Amaba jugar fútbol, odiaba las fiestas, era torpe...

II. RECIBIENDO AL NUEVO ALUMNO nos presenta a Germán Cuervo, Miguel González, Jaime Acosta, Enrique Buenaventura, quienes recuerdan a Caicedo como el primero que les hablara del "boom latinoamericano", allá, por 1964. Su descubrimiento del teatro y su ingreso al Teatro Experimental de Cali, como actor y, luego, ocupando un espacio para lanzarse a un sueño que vivirá con los ojos abiertos durante sus últimos años: la dirección de un cineclub (el primero de Cali).

III. ANGELITA Y MIGUEL ANGEL es el título del guión de Andrés que comenzó a rodar junto a Carlos Mayolo en 1971. Ospina lleva a cabo, junto a Jaime Acosta, Pilar Villamizar y Fabián Ramírez la reconstrucción de este film "perdido". Los testimonios señalan que las discusiones sobre el final, que surgieron entre Caicedo y Mayolo, fueron la principal causa de su aborto.

Ospina ofrece un doble juego: imágenes recuperadas del film y diálogos leídos desde el libreto, por los personajes, nueve años después. Seres que viven en un encierro, en la oscuridad, son enfrentados a un conflicto exterior. Se trata de la primera película de ficción que llevan a cabo los jóvenes de esa generación, quienes, cansados del documental, buscan vías nuevas para la creación.

IV. CALICALABOZO. Imágenes de Cali, música tropical y palabras de Caicedo:

Maldita sea, Cali es una
ciudad que espera,
pero no le abre las puertas a
los desesperados.

La letra de una vieja máquina sigue definiendo al calabozo: "Odio a Cali, una ciudad con unos habitantes que caminan y caminan... y piensan en todo, y no saben si son felices...", dibujando a la ciudad que cobijó a este querido hijo desconocido.

Andrés vivía con el horror por dentro, sentía pasión por el miedo, sufría, era vulnerable... Testimonios que Ospina sólo puede reflejar a través de sus conocidos, de sus escritos, de la música, de la imagen. La violencia vivida en el valle del Cauca permite esa fascinación por el horror que tan bien interpretó Caicedo y que es común a toda su generación.

V. MEMORIAS DE UNA CINESÍFILIS: Ciudad Solar fue el bastión de este grupo de jóvenes que compartía con Andrés el amor por el cine y la fotografía. Especie de comuna, cedida a Hernando Guerrero, la casona se mantenía con el producto de las entradas del cineclub que Andrés, gentilmente, cedía. Allí iniciaron sus carreras Miguel Gonzáles, Oscar Muñoz, Fernel Franco, Carlos Mayolo...

VI. OJO AL CINE: Clarisol, Guillermo Lemos y Carlos Tifiño, entre 12 y 15 años. Jóvenes que concurrieron por curiosidad al Cineclub de Cali y se prendaron del amor al cine que sentía Andrés, iniciando el riguroso rito semanal que era adentrarse en el estómago oscuro de la sala para después gastarse las horas hablando de lo que habían visto, absorbiendo las enseñanzas de Andrés, estrechando lazos, a pesar de la diferencia de edades. Así descubrieron la admiración que Caicedo sentía por Jerry Lewis, tan pasado de moda para ellos. Allí hicieron suyas las palabras inteligentes y reflexivas de Andrés:

"En los años 60, Jerry Lewis era la figura que regulaba nuestra impedida adolescencia y cuando malcrecimos, vinimos a comprobar que su torpeza no sólo era la nuestra, sino que la había inventado para que nosotros la copiáramos y nos justificáramos en su genio. La torpeza deviene de la conciencia de ser observado y ésta de concederle una importancia exagerada a las personas y al mundo que habitamos. Nos creemos mucho menos perfectos de lo que somos y esto es lo que nos atemoriza y nos impele a romper el jarrón en la mitad de la visita.
Creemos, entonces, que estamos destinados a la falta de afecto, de reconocimiento y quisiéramos, no que la tierra nos tragara, sino convertirnos en otro, en aquel que sepa aprovechar la mínima parte correcta de nuestra naturaleza"
(tomado de "El genio de Jerry Lewis").

Entre 1974 y 1976 circula en Cali la revista Ojo al cine, que dirige Caicedo:

"...dedicada al cinéfilo desprevenido, de claro aire lewisiano, pero amparado por el cineclub sincero. Y si logra ir en contra de la fofería, de los realistas socialistas y de las momias de la cultura, nuestra conciencia es la cultura en pasta" (Ojo al cine Nro. 3-4, pág. 6), testimonio de la labor reflexiva que en torno al cine llevaba Caicedo. Sus críticas, valientes, desmitificadoras, apasionadas, colman las expectativas del lector.

VII. LOS OSCUROS DESAHOGOS. Andrés es enfrentado por Ospina a los testimonios de sus amigos. ¿Solo, incomprendido, celoso, posesivo? Un apasionado por el cine, por la literatura, sus nervios estaban totalmente expuestos a emociones y sensaciones. Atormentado. Vulnerable. Humano...

VIII. EL ATRAVESADO. Guión de Caicedo. Versión de Julio Ardila. La violencia de los 70, la presencia de la música, de la droga, en fin, una generación que vio crecer y morir a uno de sus máximos representantes.

IX. STREETFIGHTING MAN. La ideología de Andrés. ¿Lo tentó la izquierda? Caicedo quería cambiar al mundo, sin embargo, no se alistó bajo ninguna bandera: "No te detengas ante ningún reto y no pases a formar parte de ningún gremio. Que nunca te puedan definir ni encasillar" ("¡Que viva la música!").

X. EL TIEMPO DE LA CIÉNAGA. Ospina se da cuenta de que los testimonios escritos por la letra nerviosa de Caicedo pesan más que las frases de sus amigos:

"La muerte debe ser la primera consecuencia de la felicidad de la realización. Necesito mi muerte, pero soy demasiado infeliz para morir. Necesito la muerte, necesito la nada".

XI. QUE VIVA LA MÚSICA. Título de la novela que marcó su cita con la muerte. En ella enfrenta al rock, representante de la burguesía, de la penetración cultural norteña con la salsa, símbolo de vida, renovación y autenticidad.

"...escribir, aunque mal, aunque lo que escriba no sirva para nada que sí sirve para salir de este infierno (ja, ja) por el que voy bajando, que sea la razón verdadera por la que he existido..." (Carta de Andrés Caicedo a Carlos Mayolo, 1972).

XII. LA PIEL DEL OTRO HÉROE. Sandro Romero y Luis Ospina encontraron y recopilaron una enorme cantidad de escritos de Andrés y piensan publicarlos ("Destinitos fatales" y "Angelitos empantanados" serán el resultado parcial de ese hallazgo). Su cariño y admiración por el amigo continúa manifestándose día a día y no sólo con palabras.

Mi fascinación por el personaje de Andrés Caicedo, provocada por Luis Ospina, es total, hasta el punto de haber contado casi toda la película. Faltan imágenes, gestos, palabras, sonidos, recuerdos, escritos, que no caben en el papel y que se resumen en no más de setenta minutos de la afectiva obra de Ospina.

A pesar de haber accedido, en parte, a la obra de un ser admirable, inteligente, querible, entrañable, se suspende en la admiración, en esa fascinación a la que me refería, un desconsuelo. Ospina logra, con las frases de los amigos de Andrés, establecer una coincidencia: todos lo admiraban, pero pareciera ser que ninguno se lo hizo saber. Hombres y mujeres recuerdan su juventud con nostalgia, con sonrisas, a veces, pero también con un reconocimiento: nueve años después de la muerte de Andrés Caicedo, logran percibir la dimensión de su amistad. Y el espectador tiene la certeza de que se han quedado con palabras y cariños por expresar.

El film-homenaje de Luis Ospina logra lo que se ha propuesto: enviar un póstumo cariño al amigo ido y dar a conocer una etapa de la vida de este talentoso joven, que a los veintiseis años, cuando publicaba su primera novela, cuando estaba en la cumbre de su desarrollo intelectual, quiso huir de este mundo, quizás, como dice Mayolo, "para morir con las ideas vigentes".

Liliana Sáez

Publicada en Encuadre Nro. 35, Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, marzo-abril 1992.

22 enero 2006

“El cine no es sino problema de tener cojones”, Caicedo dixit

“La crítica es para mí un intento de desarmar, por medio de la razón (no importa cuán disparatada sea), la magia que supone la proyección. Ante la oscuridad de la sala el espectador se halla tan indefenso como en la silla del dentista….Siempre de la crítica me ha gustado lo insólito, lo audaz, lo irreverente, lo maleducado. Para esto sería bueno encontrar un método que universalice lo personal. Cada gusto es una aberración”

ANDRÉS CAICEDO (1951-1977)

Cali parió a Andrés Caicedo. Su obra literaria, fílmica y crítica resume un único universo, una mirada introspectiva que se funde con un paisaje cerrado, el de su ciudad natal. En ese territorio tan pequeño, cobran vida los fantasmas de Andrés, que se desmadejan en mundos complejos y nos contagian la cinesífilis incurable que llevó siempre consigo. Para muestra, un cuento...


CALIBANISMO

Hay varias maneras de comerse a una persona. Empezando porque debe ser diferente comerse a una mujer que comerse a un hombre. Yo he visto comer hombres, pero no mujeres. No sé si me gustaría ver comer a una mujer alguna vez. Debe ser muy diferente. Lo que yo por mi parte conozco, son tres maneras de comerse a un hombre. Se puede partir en seis pedazos a la persona: cabeza, manos y pies. Sé que hay personas que parten a la persona en ocho pedazos, ya que les gusta sacar también las rodillas, el hueco redondo de las rodillas, recubierto con la única porción de carne roja que tiene el ser humano. La otra forma que conozco es comerse a la persona entera, así no más, a mordiscos lentos, comer un día hasta hartarse y meter el cuerpo al refrigerador y sacarlo el otro día para el desayuno, así. Como comerse un mango a mordiscos. Porque yo puedo decir que a mí antes me gustaba muchísimo el mango verde, y después vino esa moda de partir el mango en pedacitos y fue apenas hace como una semana que me vine a dar cuenta que los mangos verdes me habían venido a gustar menos y supe también que era porque me los comía partidos, así que seguí comprándolos enteros, comiéndolos a mordiscos, y me han vuelto a gustar casi tanto como cuando estaba chiquito. Eso mismo debe pasar con los cuerpos. La persona que ya lleva siglos comiéndolos tiene que darse las maneras de variar el plato para no aburrirse, porque si no como hacen.

Yo no sé si ustedes leyeron la otra vez en la prensa que habían encontrado el cuerpo de un coronel retirado, metido en una chuspa de papel y amarrado con cabuya, lo que dijeron fue que lo habían encontrado por el Club Campestre, y que había expectación por el extraño estado en que se había hallado el cuerpo. Era un coronel Rodríguez, un tipo ni flaco ni gordo, de bigotito, y con una chucha que arrasaba. Claro que los periódicos nunca dijeron en qué consistía ese “extraño estado en que se había hallado el cuerpo”, pero como yo estoy al tanto de las cosas yo sé que el cuerpo ese lo que estaba era todo mordido, no se lo acabaron de comer todo porque mi Coronel ya tenía 52, allí fue cuando se dieron cuenta que no había como la carne de gente joven, fresca.

Los ojos, por ejemplo, que dizque son lo más exquisito, dicen que cuando la persona pasa de los
35, se endurecen y se agrian, ya no vale la pena comerlos.

He visto comerse a una persona de muchas maneras, pero lo que no he visto nunca es comerse a una persona viva. A la gente que le gusta comer gente parece que le gusta más comerse a la gente viva, según lo que me han explicado, la carne sabe mucho mejor y eso de que la sangre corra a toda que dizque le da mucho atractivo a la cosa, lo que pasa es que comerse a alguien vivo es naturalmente bastante complicado, de vez en cuando hace que se necesiten cuerdas y clavos y otros elementos, y si los que comen no son más de dos personas, una joven y la otra vieja, hacer tanta violencia se vuelve bastante dificultoso, así que se contentan con comerse a la persona muerta, claro que no hace mucho tiempo, no, recién muerta, y como el alma aunque haya mucha gente que no lo crea siempre le da muchísimo más sabor al cuerpo, pues cuando el alma abandona el cuerpo el cuerpo queda con menos sabor, y la persona que come no se soda tanto como si se estuviera comiendo a una persona viva, pero se contenta, come silenciosamente y se contenta porque de todos modos está llenando la barriga, y puede que hasta piensa en el día que amanezcan de buenas y tenga oportunidad de comerse a alguien vivo, ese día será un gran día y puede que esté cerca, y la persona que come se alegra pensando en eso.

Yo por mi parte hace ya como dos años /¿o más de dos años?/ que estoy viendo comer gente mínimo una vez por semana, y déjenme que les cuente lo que yo siento, bueno, claro que al principio se me descomponía el estómago y ondas así, pero ahora todo eso se me ha endurecido, fíjense, claro que no es que me guste ver como se comen a la gente, sólo que uno ya soporta eso mejor, cuando ya se vuelve cosa de cada sábado uno ya ha clasificado ese hecho entre lo que se hace todas las semanas, entre lo que sería bueno no seguir haciendo pero va a tocar seguir haciendo hasta que se muera uno, hasta que se muera uno Dios sólo sabe cómo, pero ahora ni modo, nos tocó mano, resultó que nosotros salimos escogidos.

Por qué mejor no me dejan que piense en otra cosa. En películas, por ejemplo. No, no me gusta hablar de películas, yo tuve un tiempo en que me la pasaba todo el tiempo hablando de películas, veía a una persona, saludaba un amigo y allí mismo le preguntaba si había visto tal película, que si fue al teatro que si le gustó la onda, y ya la gente me estaba era poniendo apodos, peliculero. Teatrero, cosas así, apodos que no tenían nada que ver conmigo y que la gente también sabía que no tenían nada que ver conmigo, pero me los ponían para distinguirme, para que la gente estuviera avisada que si yo me les acercaba que salieran de mí lo más rápido posible, que me desligaran de una, porque con el Peliculero no se podía hablar, el Teatrero no habla otra cosa sino de cine, y si había una pelada que me gustaba a mí y ella salía corriendo sin siquiera conocerme, porque a la gente de por acá ya no les gusta que uno les hable de cine, yo no sé por qué si se ven mínimo dos películas a la semana, yo no sé, van al cine como locos pero no les gusta que uno les hable de cine. Yo he conocido poquita gente a la que les gusta que uno les hable de cine. La otra vez conocí a Enrique, uno que le dicen El Lobo Feroz, que hasta por cierto estaba medio loco porque una novia que tuvo le salió vampiro o algo así, y Enrique había quedado con la teja corrida de la impresión, y de un momento a otro le dio por hablar de cine, por hablar no, porque le hablaran mejor dicho, hasta se consiguió el teléfono de mi casa y me estaba llamando para que conversáramos de cine, si me invitó como dos veces al Isaacs póngase a ver, pero yo me lo tuve que desligar porque el tipo me cayó bien y a mí no me gusta andar de a mucho con los tipos que me caen bien, no sea que los enrede bien feo con estas amistades peligrosas con las que yo ando. Pero con Enrique me pude echar mis buenas parladas, parlamos del man Corman, de lo que hizo Corman conPoe, de eso que fue como un contrato al que Poe accedió porque no había modo de hacerlo de otra manera. Esas películas que Roger Corman hizo con algunos de los cuentos de Edgar Allan Poe. Esas películas que no tienen nada que ver con Poe, pero que perduran allí y si uno se las repite por quinta vez pues dice por quinta vez que son una belleza, y ahora me cuardo cuando yo estaba chiquito y que vi el corto de “Los destinos fatales”, me acuerdo que lo dieron en el Cervantes cuando todavía no existía el Cervantes y era un corto de colores y de sangre y de pronto aparecía la cara de Vincent Price y en la otra vista una calvera del tamaño de la cara de Vincent Price llenaba la pantalla, y después era lo mismo con la cara de Peter Lorre y Debra Pager (sic) subiendo las escaleras en “Morella”, esa imagen morada y negra, con esa cara que no podía ser otra cosa sino la maldad pura, la maldad pura con forma de mujer subiendo una escaleras mientras la otra Debra Pager la espera arriba, arriba toda pureza toda belleza y toda candor esperando a su madre que es la maldad pura, y yo apuesto que si Poe ve esta película ahora salta de alegría y se retuerce y llora pasito, sin que nadie se dé cuenta, sin que nadie pueda presenciar sus saltos de alegrías ni sus lloradas pasiticas; cómo hubiera escrito Poe si hubiera conocido el cine, eso es lo que me pregunto yo, qué cosas hubiera escrito, digo, después de ha entrada a una sala a la que después de una señal se le apagan las luces y entonces uno entra en ese sueño, en ese viaje colectivo de búsqueda de recuerdos que es el cine, qué es eso de que ya nadie habla, qué es eso de que si alguien habla todo el mundo dicho chito y si la persona no obedece el chito pues todo el mundo se le va encima y si al otro día la policía viene e investiga y el administrador del teatro le explica cómo fue la cosa, el policía entiende y no se puede llevar a nadie a la cárcel, pero por qué si al tipo ese se le fueron encima porque no se quiso callar después de que le dijeron chito, le dijero chito porque la gente quería seguir viendo a Vincent Price convertirse primero en cera, después en cartón y después en vómito. Puro y simple vómito. El Sr. Valdemar se conviritó en vómito después de haber estado años deteniendo a la muerte, a la muerte que al final tiene que triunfar. “Una masa casi líquida de repugnante podredumbre”. Escribió Poe. Pero Corman lo volvió vómito, y fue la primera película en la historia del cine en donde un ser humano se vuelve vómito, vómito que no tiene nada que ver con Poe, ni además ese technicolor, que tampoco tiene nada que ver con Poe, pero Corman lo hizo, puso el nombre de Poe en más de siete películas, y la American International se encargó de pasearlas por debajo de cuerda por todos los cines del mundo y cuando ya Poe no le dé más a Corman pues Corman se olvida de Poe y no ha pasado nada, es bueno volver a leerlo pero nada más, ya mi trabajo con usted quedó concluido y todo el mundo muy contento. Claro que después viene otro hombre y por allí pasa algunas noches en vela después de haber leído ciertos cuentos y entonces empieza a tramitar derechos de adaptación, entonces tendremos el gusto de ver nuevas cosas de Poe en la pantalla, en nuestros sueños, y tendremos el gusto de verlas cuantas veces podamos y ojalá que no cobren $ 8,80 por entrar a verlas, y si por si acaso yo viajo al Asturias y afuera hay como dos hembras que están esperando quien las entre al cine, si hacen todo lo que uno quiera con tal de que las entren al cine, pues entonces yo escojo la más chévere y me la entro, y cuando estemos sentados en las primeras filas y ella me empieza ameter los dedos en la bragueta, si yo puedo le cuento cosas, le hablo un poquito de Edgar para que ella coja más la onda, y así y todo vemos la nueva adaptación que hace Fellini y Robert Wise, eso no se sabe. Cualquier persona. Cualquier persona puede hacerlo. El cine no es sino problema de tener cojones.

Esto fue lo que yo hablé con El Lobo Feroz antes de que no volviera a verlo. La última vez que me lo encontré andaba con un sombrero blanco de tejano, y me vio pero no me saludó ni nada. Yo creo que ya está loco. Mucha gente se está enloqueciendo en estos días aquí en esta ciudad. Lo que pasa es que estamos pasando días difíciles, eso es lo que yo le digo a la gente apenas puedo. Pero que no se pongan muy moscas que las cosas tienen que cambiar, eso es lo que les digo mano, que las cosas cambian.

Ya que estaba hablando de cierta onda de cine y que por allí mencioné el Asturias déjenme que les cuente de María, la pelada esa que yo conocí cuando estaba en cuarto de bachillerato y tenía catorce años y estudiaba en el San Luis pero todavía no conocía a Antífona. María tenía como 13 años, los senos como dos limoncitos y la cara sucia de carbón, de banano, de huevo duro, de barro, de cualquier cosa. Acerca de esto yo conversaba con María después de las películas y le decía ¿María tú te has mirado alguna vez en un espejo cierto? Y ella me decía que sí, que se había mirado en un espejo. Entontes yo le decía María y también has visto que te mantenés con la cara sucia siempre, ¿sí o no María? Y ella me decía sí me he dado cuenta que me mantengo con la cara sucia, ni que uno fuera qué, pero es que entonces cómo hace uno pa que no le peguen, me decía María, si a uno lo ven con la cara sucia ninguno de esos señores le pegan a uno. Entonces ¿qué les hacen? Le preguntaba yo después, y María me contestaba: nos dan una limosna, eso es mejor que pegarle a uno.

Pero después, me decía María, cuando ya uno esté vieja y no le inspire nada a nadie, inclusive cuando ya deje uno de ser niña, las cosas van a cambiar, de eso estoy seguro mano, ya no va a valer de nada andar con cara sucia. Le van a pegar a uno de todos modos. En una época que se nos está viniendo encima.

La primera vez que yo fui al Asturias conocí a María. Miacuerdo que fue una vez que me volé de clase de Anatomía y por allí derecho miacuerdo del viejo Pegaso que daba clase de anatomía, el Pegaso gordo, cabeziblanco, viejo, y esa misma tarde María mirándome al lado de la taquilla del Asturias y cuando compro la boleta la hembra con esos senos como limoncitos se me acerca y me dicen ¿papito entramos? A mí por esa época era primera vez que me decían papito, mano, y claro que oigo eso y miro para todos lados pero sin dejar de mirar esos senos como limoncitos y le digo sí claro cómo no entremos y ella me dice entramos ¿sí? Y yo le digo si claro cómo no entremos y ella me mira a los ojos y me dice bueno y mirándome como bien abajo, como por la barriga o más abajo creo yo, me dice bueno, entremos y yo le digo sí claro cómo no entremos. Bueno, ¿y la boleta? Me dice ella. Ah claro cómo no la boleta.

Y voy y compro otra boleta y entro con María a ver “¡Viva María!” y la segunda de James Bond.

María era una niña de ojos pequeños y cejas muy arriba de los ojos, y la primera película que vio fue “Retaguardia” que la vio cuando tenía dos años. Cuando entró conmigo por primera vez nos hicimos en la segunda fila en el lado izquierdo, con ella fue que yo aprendí que el cine se tiene que ver de bien cerquita y desde el lado izquierdo. Cuando entramos estaban en los cortos, esa tanda de cortos que dan en el Asturias: todas las películas que van a dar en la semana. Dan de a dos películas diarias de lunes a viernes y un solo doble sábados y domingos, y no hay que olvidarse que los domingos hay matinal por la mañana, o sea que si uno va un lunes pues le tiran 12 cortos. Y cómo le gustaban los cortos a María, me dijo papito qué quiere que hagamos cuando estaban dando el corto de “Prófugo de su pasado” y yo le digo no sé mamita usted verá, como por tirar conocimiento y tal, y ella se me recostó en el hombro como con qué delicia y me dijo papito tan lindo y yo le volví a decir mamita pero a lo mejor ella ni me oiría porque estaba bien apretada a mí y bajándome una mano por la barriga y sintiendo bien cómo la barriga se le llenaba de montañitas, qué rico papito, decía ella cuando tocaba mis montañitas, ¿venimos el miércoles a ver “Profugo de su pasado”? Me preguntó, y yo le dije claro mamita venimos, claro que iba a venir, claro que lo del examen de geometría lo arreglaba de cualquier manera, yo no sé, pero el miércoles venía a verme acá con ella, no todo el mundo tiene la suerte de aprender todas las cosas importantes de la vida al lado de una pelada que le explica a uno mientras uno ve cine de lo más fresco, díganme que más se puede pedir. Tener una pelada al lado mientras se ve cine. No
hay nada mejor, eso es lo único.

Con María vi “Profugo de su pasado”, vi “La última carreta”, “El jardín del mal”, “Pistoleros al atardecer”, “Pasto de sangre”, “Motín a bordo”, “Cantando en la lluvia”, “Río Bravo”, “El infierno es para los héroes”, “Obsesión de venganza”, “El gran vals”, “Sangre y arena”, “Demetrio el gladiador”, “El cazador de la frontera”, todas esas cosas que ya no se ven más, y ahora, cuando me despierto, cuando abro los ojos y soy consciente de que otro día empieza con Antífona, yo me quedo como dos horas acordándome de todo lo que vi en esos tiempos, y si se me para por Lee Remick y si esa angustia se me deposita en el esternón desde temprano y no me deja hasta que se acabe el día, esa angustia me jode es por Richard Widmark todo jodido y viejo, y yo viéndolo desde acá, desde la oscuridad eterna al lado de María que agacha la cabeza bastante y me lambe el ombligo y me dice qué siente papito y yo le digo muchas cosas María siento muchas cosas, y cuando la película se acababa ella me apretaba la mano y me hacía prometer que nunca la iba a olvidar, que si algún día yo dejaba de venir ella me iba a esperar a la puerta del Asturias hasta cuando yo viniera y que si dejaba de ir dos días ella me esperaba al otro día, hasta que yo viniera porque tenía que venir, yo tenía que ir y saludarla y comprarle la boleta y si yo no tenía plata ella conseguiría papito, para que los dos entráramos al cine, para que conversáramos sobre Liz Taylor y sobre Ava Gardner, tiene la boca igualitica a la de María ahora que miacuerdo.

María ahora debe tener 15 años. Yo no le he preguntado a nadie de los que van al Asturias, pero sé que todavía debe estar allá. Claro que ya no me espera. Claro que ya se ha dado cuenta que yo no voy a volver, claro. Pero ni más tonta que fuera, ella no deja de ver cine. Hace diez años que va y se para todos los días al lado de la taquilla del Asturias, allí de bien cerca para que uno pueda verla apenas compra la boleta ¿cómo estará ahora tendrá la cara sucia? Yo no sé. Yo sólo sé que todavía está diciendo ¿papito entramos? Y sé también que todavía la entran. Y que es feliz, aunque yo no haya vuelto por ella. Ella es feliz viendo cine y va a durar siglos con esa felicidad mano, quién no.

Ahora cuando yo me despierto y me baño y desayuno y e visto y salgo por allí a andar, a encontrarme con la gente, cuando recorro la Sexta una y otra vez buscando gente y después paso al Colombo, al Conservatorio, al Berchmans, a todos esos sitios, subo al Club Campestre si alguien me invita y me quedo por allá un sábado completo o si es día de semana me voy a las dos y media al San Luis a esperar a que salga la gente y para que me hablen del colegio, de que van perdiendo materias, del último profesor que resultó cacorro, de todo eso, y ahora que mis días han cambiado, han cogido nuevos rumbos, ahora que yo pertenezco únicamente a una persona y para ella es que están mis días, pero aún así hay momentos en los que miacuerdo de todo eso, de lo que hacíamos ¿se acuerdan? De cuando fuimos a la finca de Miguel Angel hace tres años y los tres días que pasamos con Florencia, con Martica, de cuando salíamos bien temprano al Río y si uno ya tenía novia pues llevaba a la novia en ancas y hacía correr el caballo para que ella chillara y se asustara y se prendiera de uno duro, sentir las manos de ella así de suaves en la barriga de uno. Y después la llegada al Río, la desvestida, las mujeres debajo del chiminango, los hombres en el potrero del otro lado. Y no se bañara en el Charco si el Charco estaba vacío y si había gente pues tocaba buscar otro charco porque uno nunca fue como los de San Fernando, Marquetalia y tal, que si no encontraban el Charco vacío se agarraban por el Charco, si les contara que por ondas así hubo varios muertos. Hace como quince días me fui solo una mañana, fui a coger el bus a Santa Rosa y en el bus me encontré con Corredor que no iba para el Charco sino pal Puente, y que venía todo torcido, y me bajé en el Asombro caminé solo hasta el Charco y en la mitad del camino me quité la camisa y hacía tiempos que no me quemaba y era bueno el sol. Pero ya no queda ni el untado de lo que era el Charco. Claro que la gente se sigue bañando y todavía le dicen Charco, pero ya la corriente cogió por otro lado o es que el Pance se está secando, yo creo que es más bien eso. Ya uno no puede clavar del barranco ni bucear por debajo de las rocas. El agua a duras penas le llega al ombligo. Cuando yo fui había unos pelados de por las fincas de por allí, tal vez del Berchmans, que jugaban fútbol y después del primer tiempo se venían y se bañaban en lo que queda del Charco.

Miren yo les mentí cuando les dije que había visto comer gente todas las semanas. Miren, es mentira. Sólo he visto comer a una persona, el 6 de febrero de 1970. Me tocó verla porque la cosa fue de afán. Se la comieron a mordiscos. Era Alberto Ruiz, el muchacho ese que iba tanto a fiestas. Ese que un día se dio bala con unos policías en el Estanco en una borrachera y no lo mataron. Yo sólo he visto comer a ese, a ninguno más. Ahora sí no les estoy mintiendo. Mentir no es bueno.

ANDRÉS CAICEDO
1971

19 enero 2006

Los imprescindibles: B

En estricto orden alfabético:

...de BAUER. Por su homenaje al entrañable Cortázar.

...de BEINEIX. El de Diva y el de la particular historia de amor que es Betty Blue.

...de BENACERRAF. Por sus únicas pero valiosas películas: el largometraje, Araya, y por su corto, Reverón.

...de BERGMAN. Todo lo que he visto, al menos: Sonrisas de una noche de verano; la filosofía de El séptimo sello; la nostálgica Fresas salvajes; la poesía de La fuente de la doncella; la para mí cómica El ojo del diablo; las intimistas y profundas El silencio y Persona; la atormentada Gritos y susurros; la conflictiva Secretos de un matrimonio; el patetismo de Cara a cara; lo diabólico de El huevo de la serpiente; la autobiográfica Fanny y Alexander. Hay muchas pendientes..., pero con estas bastan para regodearse hasta el no-hartazgo.

...de BERTOLUCCI. Todo, aunque me caigan a palos. Me gusta todo lo que él filma. Me gusta cómo filma. Me gusta su preocupación por la estética de cada una de sus películas, por el detalle, por la iluminación. Me gustan los temas que elige porque hablan de mi generación. Me gusta, simplemente.

...de BIRRI, por Tire dié, y por ser el iniciador de la escuela documentalista en la Argentina. Sus películas de ficción no me atraen para nada. Pero es un hito, guste o no.

...de BORAU. Sólo por Furtivos, sólo por eso.

...de BRESSON. Su cine en blanco y negro. El de Diario de un cura de campaña, El carterista, Un condenado a muerte se escapa. Es sobrio y profundo. Tiene un timming especial, un ritmo que se deja disfrutar.

...de BROOK. Peter, el de Marat-Sade. Ya sé, es teatro filmado. Pero ¡qué teatro!

...de BROWNING, por ser papá del cine de terror, y ¿por qué no decir bizarro? Para muestra, su Drácula y Freaks.

...de BUÑUEL. Es un genio, así, en presente... Pero ¿por qué no lo quiero? De, creo, 41 películas, he visto 38. Son increíbles. No se puede negar su talento, su creatividad, su originalidad. Le gustan a mi intelecto, pero no me tocan el corazón. No obstante, Viridiana, El ángel exterminador, Los olvidados, Él, La ilusión viaja en tranvía y La vía láctea son las que prefiero.

...de BURTON. Unas pocas, El joven manos de tijeras, Ed Wood y Big fish (con reservas).

Deben faltar unos cuantos...

Liliana Sáez

16 enero 2006

Los imprescindibles: A

En estricto orden alfabético:

...de ALMODÓVAR. No todo, claro, sino el más honesto de La ley del deseo, o el más melo de Matador. El más maduro de Hable con ella, pero no, no... ni un poquito del misógino de Mujeres al borde de un ataque de nervios.

...de ALTMAN. Casi todo desde Countdown para aquí (digamos, MASH, McCabe & Mrs Miller, Nashville, A Wedding, Streamers –¡por favor!–, porque lo anterior no lo he visto, lo siento). Aunque sea setentoso. Sin embargo, prefiero al de Fool for Love, The Player, Short Cuts, y la deliciosa Gosford Park.

...de ALVAREZ. El gran cubano Santiago Alvarez de Now. Ese corto resume toda su filmografía. Documental y poesía.

...de ALLEN. Digo el Woody que detestan los woodyallenses: Interiores, Días de radio, Hanna y sus hermanas, La otra mujer, Sombras y niebla, Dulce y melancólico... ¿qué se le va a hacer?

...de ANDERSON. El de If... y el de Un hombre de suerte. El mismo del Free Cinema inglés. Ese.

...de ANGELOPOULOS. De su amplísima filmografía sólo he visto O Thiassos y nada más que por eso está aquí. Tengo tarea por delante...

...de ANTONIONI. El más europeo de los directores de cine. No las he visto todas. Tengo lagunas imposibles, pero guardo como un tesoro haber visionado La aventura, El desierto rojo, La noche (¡por dios!), El eclipse, Blow up, Zabriskie Point y El pasajero (hasta ahí...)

Liliana Sáez