08 marzo 2006

Crítica poética: El último hombre



DER LETZTE MANN
Marcela Barbaro






Una pluma se desliza entre la densa bruma del aire sajón
desciende lentamente hacia el prestigio de un Hotel
y termina su viaje, sobre el hombro decorado de un portero
un hombre, capaz de transformar
la soledad de su piel por la notoriedad de un uniforme
la rutina laboral por la admiración más superflua.

Paseaba su respetabilidad ante la aprobación mundana
mientras la cortesía más hipócrita le daba paso
y lo despedía.

¿Cuál es la distancia moral que separa a un hombre de su investidura?

De repente, la inestabilidad lo esperaba tras la puerta
porque alguien descubrió su vejez disfrazada
la inutilidad a cargo de un tiempo que no perdona,
entonces la desesperación más incrédula se apodera de su cuerpo
y se escapa con el consuelo de una efímera mentira.

Entre las crisis y miserias del naturalismo más humano
un entorno apabullante ha perdido su héroe
su orgullo de pertenencia que ya no les pertenece.

Ese ser, que antes lo era todo
se desdibuja entre las paredes asfixiantes de un sótano
lo corroe una metamorfosis gestual
tan expresionista como solitaria y melancólica,
hasta dejarlo vacío, incompleto y descartable.

Los lugares esconden su vergüenza social
conviviendo entre el dramatismo de las sombras
que envuelven la desolación más lastimosa.

Paradoja de este mundo llamado justo
de una humanidad cada vez más deshumana.

1 comentario:

Liliana dijo...

Otra de mis películas favoritas. Inspiradora, definitivamente.