14 noviembre 2006

Nadie Sabe

Elena Castiñeira de Dios


Daniel, Andrés David, Txolo, Marcela, Tatiana, Raquel y, por supuesto, Liliana, me animaron. Ahora corran con las consecuencias. ¡A sufrir se ha dicho!

Me pongo a contarles de Nadie sabe. De entrada uno se pregunta qué es lo que nadie sabe. Parece que nadie sabe que hay chicos que perdieron los derechos más elementales y están ahí, como en Gente detrás de las paredes, escondidos en algún lado, viviendo como en la guerra, sin hacer ruido, sin reclamar nada.

Los chicos molestan, pienso, sobre todo, que el mayor defecto que tienen es que no producen. Interesan como objetivo de venta, para convencerlos de que compren cosas pero, al no producir, si encima son pobres y no pueden comprar, son descartables y nuestras sociedades los ignoran, ni los miran, hacen como si no supieran que existen.

Me acuerdo de las primeras veces en que vi chicos revolviendo la basura en la puerta de mi casa. Estaba sobrecogida, no podía dormirme a la noche recordando ese gesto de un nene bien roñoso comiendo un pedazo de pizza, posiblemente el que yo había tirado la noche anterior y había pasado todo el día en una bolsa de plástico, esperando que se hiciera la hora de poner la basura en la vereda. El espanto no me dejaba dormir y una y otra vez se me aparecía esa imagen. Pasaron cinco años y ahora los veo, igual que antes, pero duermo. La realidad devastadora se impuso con su rutina de hambre y ya no me produce el mismo efecto. No quise acostumbrarme pero me acostumbré.

Nadie sabe comienza con un nene sucio, con la remera rota, las manos ennegrecidas y acariciando una valija. Es el mismo que come basura en mi vereda pero de otro país. Quizás por eso la película sea tan dolorosa.

Como Hirokazu Koreeda es un artista, ha sido muy cuidadoso y esa miseria que viven los chicos de la película no les ha hecho perder su dignidad. Es que son tantas cosas de las que habla esta película…una de ellas es esa: la dignidad.

Lo más horroroso es que toma el tema de un caso real. Es la historia de una mujer con cuatro hijos (todos de diferente padre), que se acaba de instalar en un departamento nuevo. Como los chicos “molestan”, nadie les alquila si ve que son tantos, por lo que sólo presenta al mayor, al de doce años, y esconde a los otros tres. Los chiquitos llegan a su nueva vivienda en las valijas. Ella es una madre encantadora que sale a trabajar todos los días hasta que empieza a desaparecer por períodos largos hasta que lo hace definitivamente. Los chicos quedan bajo la protección del mayor, que por su corta edad no puede trabajar, que recorre lugares pidiendo ayuda a los padres que dan algo, que es mejor que nada, pero que se desentienden de toda responsabilidad.

A medida que lo voy contando, me parece truculento pero no lo es. Tiene algo de natural, no hay un juicio de valor sobre la madre, más bien parece infantil, despreocupada, y los padres son bastante simpáticos, se lavan las manos pero en ningún momento aparecen presentados como personas malignas o crueles.

Así van pasando las estaciones, de a poco, y el otoño se presenta prometedor. La vida en el departamento es armoniosa, han construido una pequeña felicidad, si bien no pueden salir, no pueden gritar, no corren, mantienen el balcón cerrado para no ser vistos, transitan una cotidianeidad apacible, se llevan bien, una de las chicas sueña con tocar el piano y espera pacientemente, el mayor querría volver al colegio, los chiquitos juegan. Están aislados pero en su bunker propio, tienen sus reglas que son cumplidas por todos y el amor entre ellos les alcanza.

El invierno trae el primer abandono. Quedan solos pero mantienen sus rutinas, cocinan, comparten la mesa, siempre con esa vida “de adentro”, aislados pero juntos, esperando la llegada de la madre que finalmente aparece cargada de regalos. La alegría es efímera porque vuelve a partir dejándolos mucho más preocupados que la vez anterior.

El mayor, que también es un niño, decide la salida y, ante la falta de todo, el mundo exterior, la calle, el aire, el sol de la primavera, dan rienda suelta a todo lo contenido. Recogen semillas de la calle y preparan sus plantas amorosamente. Ya tienen poco que comer pero protegen la vida de esas hojitas tiernas que, con sus cuidados, comienzan a crecer. Las puertas del balcón permanecen abiertas. Ya no hay reglas.

El verano los encuentra en la miseria total, ya no hay luz ni agua, van a lavarse a la plaza. El derrumbe se hace inevitable y la devastación es aterradora.

Este horror que acabo de contarles no hace daño mientras transcurre la película. Tiene la claridad de un documental, el respeto entre los hermanos que se mantiene hasta el final, hay un lazo tan fuerte entre ellos, un amor tan grande sin demasiadas demostraciones pero real, casi tangible.

No sé cómo hizo el director para contar una historia tan desgarradora sin golpes bajos, sin gritos, sin lágrimas y al mismo tiempo, sin distancia. Estamos todos participando respetuosamente de esas pequeñas vidas en destrucción, sin caminos, sin salida. Es como el dolor de verdad: se vive, se asume como un momento trágico, se padece en silencio, se está participando de algo abismal, sin remedio.

Lo sentí con la rigurosidad del documental pero sin hacer planos sobre las heridas abiertas, cuidadosamente.

Está bien que el director nos haya cuidado porque, si no se hubiera esmerado tanto, moríamos en la Sala y se quedaba sin público.

Les digo que no dejen de verla porque es maravillosa pero, háganlo un día lindo, preferentemente soleado, bien acompañados y en el que les haya ido bien en el trabajo porque es de esas películas que se asientan mal, que dejan marca. El alma queda un poco acongojada, quizás, porque esos chicos de los que nadie sabe en esa Tokio tan lejana, sean hermanos de los de nuestras veredas.

8 comentarios:

Liliana dijo...

El otro día hablábamos con Elena que esta película, así digna como ella la describe, no ha encontrado más espacio que en un par de salas de cine. Por supuesto que no puede verse en los grandes multicines. Allí prefieren proyectar sufrimientos como los de "El juego del miedo 3", como si la realidad no fuera lo suficientemente cruel.

Andrés David dijo...

Me llama la atención la parsimonia que describes. Es algo poco común y muy valioso a la hora de contar historias, una característica que se pierde en la mayoría de las películas que, como dice Liliana, prefieren mostrar los multicines. Otro detalle que me parece importante tiene que ver con este párrafo:

A medida que lo voy contando, me parece truculento pero no lo es. Tiene algo de natural, no hay un juicio de valor sobre la madre, más bien parece infantil, despreocupada, y los padres son bastante simpáticos, se lavan las manos pero en ningún momento aparecen presentados como personas malignas o crueles.

En esa representación natural está encerrada la forma más insidiosa de abandono y abuso, aquella que surge del desprendimiento causado por falta de preocupación, por desconexión con el otro, por indecisión. No son personas malas pero tampoco pueden ser descritas como completamente buenas.

Un texto delicioso, una película más para la interminable lista. Gracias.

Daniel dijo...

Yo no los veo porque la administración del condominio tiene a gente contratada para el manejo de basuras. Yo no los veo porque son tantos que se confunden entre los menos dignos (que son los más).

Magnifica descripción. Otro elemento "global": Los niños que revolotean la basura buscando sustento...En Cali, en baires, en Tokio.

Anónimo dijo...

Los productores y distribuidores no solo proyectan lo que les da la gana en las multisalas, sino que no tienen ningun tipo de interés en cómo pueden influir películas de Bruce Willis o Steven Segal en niños de trece años.

Películas como la que expone Elena en este texto, no deben exhibirse en multisalas, son muy peligrosas, harían a la gente consciente de las problemáticas del mundo, eso no le conviene a ningun gobierno. Aparte de eso, según nos han hecho entender, ya bastante tenemos con las noticias como para encima embadurnar con "realidad" a la gente en los cines. No, no, al cine debemos ir a distraernos, y distraernos significa: dos horas de un tío pegando tiros a diestra y siniestra.

¿? dijo...

Buena colaboradora, si señor!!!!!!!!

Anónimo dijo...

Elena,
Me alegro que te hays animado.
Hiciste que vea la película porque no creo que me atreva. Películas donde hay niños que sufren, NO!. Me supera, me derrumba, lloro y quedo desarmada en sala o en el sillón de mi casa. Nunca deberíamos acostumbranos a determinads realidades y asumirlas como tantas otras.
Volviendo a lo cinematográfico, tendré en cuenta al director para su próximo estreno.
Saludos.

MAREÑA dijo...

Me gusta la narración que hiciste, no he visto la película pero creo que con tu descripción ya vimos la introducción , trama y conclusión y esa es la incógnita a qué conclusión llegamos, qué podemos hacer como seres humanos para que estas y otras cosas no sucedan, aquí no se habló de violencia pero el tema me pareció tan doloroso, tema real, se ve a diario y desde el comienzo del mundo, conozco de primera mano situaciones similares pero te digo que con un poquito de amor de alguien cerca a esos seres, salen adelante, esa es la solución no sé...

Lástima contar esto pero acabo de leer la noticia aquí en estas tierras que alguien lanzó una piedra a la leona del zoológico causándole la muerte...tampoco es justo, así estén fuera de su entorno, están ahí, sin dañar a nadie para que ese alguien acabe con su vida.

mimismidad dijo...

Sé que es un tópoico, pero no por eso menos real. Leer tu reseña me ha hecho recordar que es en situacines extremas donde aflora lo mejor y lo peor de nosotros.