22 junio 2007

Takeshi Kitano

José Luis Dana vive en Barcelona. Su amor por el cine y por la música viene de lejos, y lo ha expresado estudiando, escribiendo y, también, dirigiendo un cineclub. Actualmente está en la etapa de preproducción de su cortometraje. Yo lo conocí gracias a Aula Crítica y lo invité a compartir con nosotros un espacio en kinephilos. ¡Bienvenido, José Luis!

LS


KITANO Y YO
José Luis Dana (*)

Me dirigí al cine solo, aunque no era habitual que lo hiciera. De los estrenos de aquella semana había una película que me interesaba por encima de todas las demás: la última producción de un director japonés llamado Takeshi Kitano, del que solamente había visto Violent Cop (Sono Otoko, Kyoto ni Tsuki, 1990), filme que me había dejado buena impresión. La proyectaban en los cines Verdi de Barcelona. Eso conllevaba viajar en metro y caminar unas manzanas. Realizar ese ritual para llegar a la sala, me ofreció tiempo para pensar. Pensar qué me contaría el filme, si la historia estaría bien narrada o el porqué de mi elección. No tenía ni idea con qué película me iba a encontrar; iba dispuesto, como siempre, a disfrutar. Sólo eran eso: pensamientos…

Cuando se apagaron las luces y comenzó la proyección, todo ese pequeño mundo que había creado yo, desapareció. Esperaba ver una película buena y sorprendente. Hana-bi (1996) hizo que ocurriera lo que debía ocurrir: ya contaba con un autor relativamente nuevo, al que poder seguir de cerca en cada una de sus próximas películas. Desde entonces veo tanto cine como me es posible, de cualquier época y de todos los estilos y movimientos; he contemplado historias hermosas, duras, frías, cómicas, terroríficas, feas… pero ninguna me atrapó como las de Kitano.

En su cine hay varios factores que destacan. Uno de ellos es el montaje. Concretamente la elipsis es de los recursos más utilizados por el realizador nipón. Con escasos planos es capaz de mostrar y resolver una situación: la primera secuencia de Hana-bi con Beat Takeshi (el nombre utilizado por Kitano para su faceta de actor), dos personajes secundarios y un coche, todo ello localizado en un parking, es un buen ejemplo. Apenas con media docena de planos fijos presenta al protagonista, dejando clara su manera de actuar ante una situación inesperada: los dos chicos le ensucian con restos de comida su auto y, sin palabras ni gestos (sólo miradas), montado con plano-contraplano de los intérpretes, un plano general del cielo nublado que les observa, un detalle de la comida sobre el capó del automóvil, Kitano empuña un cuchillo en su bolsillo, mientras los jóvenes limpian la suciedad y uno de ellos es pateado por el actor principal, resuelve lo que podría haber sido eterno por parte de algún otro autor, y sienta así una las bases que utiliza a menudo en sus películas. Es por ello que, actualmente, Takeshi Kitano puede considerarse un maestro indiscutible de la elipsis cinematográfica.

Por otra parte, la confrontación entre bandas yakuza es un recurso muy utilizado por Takeshi Kitano. De los doce filmes que ha rodado hasta el momento, esta situación es vital para el desarrollo de lo narrado, al menos, en ocho de ellos: Violent Cop, Boiling Point (3-4 X Jugatsu, 1990), Sonatine (Sonachine, 1993), Kids Return (Kidzu Ritan, 1996), Hana-bi, El verano de Kikujiro (Kikujiro no Natsu, 1999), Brother (2000) y Dolls (2002). Bien como espina dorsal de lo contado, bien como apunte implícito y secundario, toda la parafernalia del mundo yakuza está reflejada en cada una de sus historias: tanto la violencia más “macarra” por parte de estos gángsters orientales con asesinatos a sangre fría, torturas o extorsiones, como el estricto código de honor y lealtad por ellos utilizado, que a veces implica amputaciones, harakiri o sumisión total al capo de la banda.


Las secuencias en tono de comedia abundan en su filmografía. No hay que olvidar que sus comienzos están marcados por el mundo de la televisión más “cacharrera”, al constituir el cincuenta por ciento del dúo cómico Two Beats, protagonistas del concurso “Humor Amarillo”, utilizado por diversas emisoras para rellenar la programación de diferentes épocas y en el que la descripción de situaciones totalmente absurdas es habitual. Los chistes y las escenas hilarantes (El verano de Kikujiro y especialmente Getting Any?, 1994, están repletas de todo ello) destacan en sus historias y ayudan a compensar el estado de ánimo de unos personajes, a menudo maltratados por situaciones no buscadas. En esto del humor (a veces sutil, a veces sobreactuado) también es un autor destacado, que se nutre de maestros como Charles Chaplin, utilizando el recurso del cine silente, o de Buster Keaton y su particular modo de presentar a personajes con elegante hieratismo, para introducir escenas cómicas que liberan al espectador de la carga excesiva de violencia y situaciones de dramatismo extremo que poseen sus películas.

¿Y qué sería de toda su filmografía sin el mar? Con su presencia demuestra que su cine es en gran parte autobiográfico. Vivir frente a él (y en Japón es francamente fácil hacerlo), contemplar el agua que rompe en la costa, pasear por la orilla de la playa u observar las olas desde el acantilado libera del estrés; ayuda a reflexionar. Y Takeshi lo pone de manifiesto con sus planos marítimos, donde los sujetos dejan el protagonismo al océano, esencial en multitud de situaciones que nos cuenta, para ayudar a resolverlas. El director utiliza todo ello como parte importante de su experiencia particular y lo muestra con el cariño que sólo un individuo que lo necesita para sobrevivir lo haría. Y para muestra, un botón: A Scene at the Sea (Ano Natsu, Ichiban Shizukana Umi, 1991), su tercera película, donde todo gira alrededor de una playa, narra la historia de Shigeru, un chico sordomudo que está fascinado por el mundo del surf. Quizá lo más destacado en esta ocasión no sea la historia (Kitano ha escrito mejores guiones), sino la sensación de que realmente uno se encuentra inmerso en ese lugar, acompañado de la brisa marina y el salitre, elementos tangibles que casi pueden llegar a disfrutarse viendo el filme.

Estas constantes en su cine conforman su mundo imaginario. El humor es su vehículo de expresión más recurrido y también más acertado. Los yakuza a menudo son la excusa perfecta para hilvanar las historias. El mar es algo inherente a Kitano, no puede escapar de su influencia.

Hana-bi narra una historia que trata sobre diversas las etapas del ser humano. Lo hace de una manera poco convencional, sin llegar a explicar las características de cada una. Kitano liga la vida a la muerte con naturalidad; de manera explícita o con su recurrente iconografía (impresionante el plano en el que el protagonista se encuentra un triciclo, que podría ser de su hija fallecida, en el vestíbulo de su casa) según convenga; hay que recordar que la muerte en la cultura japonesa no está necesariamente vinculada, como en gran parte de Occidente, a la aflicción. Rodada justo después de un accidente de tráfico sufrido por el director, está impregnada de dolor y desgracia, aunque deja un pequeño espacio para el humor y la violencia.

Yoshitaka Nishi (Beat Takeshi) es un inspector de policía recién retirado, que ha perdido a su única hija, su mujer tiene leucemia en fase terminal y, por si no fuera suficiente, un compañero suyo está postrado en una silla de ruedas a raíz de un tiroteo. Semejante panorama, difícil de tratar sin caer en la sensiblería barata, crea una base de acción suficiente para que el talento de un artista destaque o se hunda irremisiblemente en el olvido. No es suerte lo que acompañó al realizador japonés en la exhibición de este filme (ganó el León de Oro en Venecia en 1997), sino trabajo e ideas claras, con todos los entresijos de la producción cinematográfica perfectamente dominados. Está montada de modo que la información se nos va ofreciendo en pequeñas pinceladas durante su primera parte, para poner todo en su lugar y cerrar cada una de las tramas en su última hora. La música de Joe Hisaishi (colaborador de Kitano en otros títulos) acentúa diversos momentos, para así convertirse en protagonista y no en mera acompañante. Los indicios de sus anteriores películas están presentes en Hana-bi, con un añadido importante: está mejor filmada que cualquiera de ellas.


Todo ello le sirvió para afrontar sus producciones posteriores con más solvencia y ser reconocido como merece: un director único que pretende (y consigue) plasmar en imágenes, con frecuencia de exquisita belleza, historias que, distantes en apariencia a nuestro entorno, podemos apreciar con la misma intensidad que las muestra. En este sentido su visión es un ejercicio imprescindible y muy recomendable para entender y disfrutar el universo de Takeshi Kitano.

La experiencia real que experimenté al ver Hana-bi se rubricó con una charla. Un buen amigo, cinéfilo, dudó de la calidad del trabajo del director japonés. Mi consejo de que hiciera lo posible por ver la película, sólo halló indiferencia; no le interesaba lo más mínimo. Al cabo de unos días nos volvimos a encontrar y se disculpó por no hacer caso a mis palabras: disfrutó mucho con su visión y la exhibió en un cine club que dirigía, además de considerar el filme uno de sus predilectos de todos los tiempos. Desde entonces me di cuenta que Takeshi Kitano es el director clave para toda una generación, de la que me considero miembro y partícipe. Otros tuvieron a Spielberg, a Coppola, a Eastwood, a Burton o a Scorsese, por citar a directores más o menos recientes que arrastran legiones de fans por todo el planeta, y a quienes considero importantes y decisivos para mi formación. Pero nadie como Takeshi Kitano. Fue mi punto de inflexión para interesarme de manera definitiva por el mundo del cine, para indagar en sus entresijos y decidir que no es sólo un entretenimiento, sino también una forma de vida.

(*) Nací en Barcelona en 1967. Después de diversos trabajos, decidí estudiar algunos cursos relacionados con el cine: realización de cortos, montaje, edición no lineal, operador de cámara… He escrito sobre cine y música en las publicaciones Free Rock, Bad Music y Diagon. Codirigí un cineclub llamado “1ª toma” en los años 90. Actualmente preparo el rodaje de un cortometraje, así como la edición de un libro sobre la evolución de la música metal en los últimos años.

7 comentarios:

Liliana dijo...

Lo primero que asocié al nombre de Kitano fue su afiche de Sonatine. Un primer plano de un hombre que se apuntaba a la sien, mientras por donde debía haber salido el disparo se mostraba un violento chorro de sangre, mientras el personaje sostenía en su cara una sonrisa que no se sabía si era mueca o burla. Inmejorable presentación de quien es uno de los directores que respeto por todo lo que dices en tu artículo.
Nuevamente, bienvenido a kinephilos, José Luis.

Andrés David dijo...

Lo único que he visto de Kitano es Zatoichi y reconozco mucho de lo que menciona José Luis en ella. El humor, sobre todo, que me pareció algo retorcido y encantador.

Bienvenido José Luis y después de leerte tendré que buscar otras películas de Kitano.

Anónimo dijo...

Es un placer haber publicado este texto en Kinephilos. Liliana ha tenido mucho que ver en ello; mil gracias. También gracias a tí, Andrés David, por tu comentario. Espero que tengas oportunidad de ver más películas de Kitano y así disfrutar de su cine. Vale la pena!

José Luis Dana

Raúl dijo...

Bienvenido José Luis. Y claro que Kitano vale la pena...
Salud!

Raquel dijo...

Kitano, tomo nota. Un saludo.

ELPULGARZITO dijo...

Es un placer encontrar las mismas inquietudes con respecto a ete genio.
Soy fan total.
Y coincido en el analisis y la frase final.
En otro orden de cosas que putada LILIANA lo del cine splendid...me dejó impactado ese comment.
Grazie

Liliana dijo...

Gracias por tu visita atwoneone.
Lo del cine Splendid, lo reseñé en el primer post... http://kinephilos.blogspot.com/2006/01/el-cine-siempre.html
Ahí está el link, por si te interesa. Fue una linda experiencia, lástima que terminó con estantes y víveres.