13 julio 2008

Lunaria

Raúl Bellomusto


Tengo un amigo que se llama Bruno. Y otro que se llama Tomás. Bruno es un cinéfilo empedernido, como yo. Y Tomás es librero, pero, como no podría ser de otra forma, también ama al cine. La librería de Tomás se llama “Lunaria” y en ella, a principios de este año, fundamos un cineclub.

“Lunaria” (el cineclub)* es un niño en pleno crecimiento. Dio sus primeros pasos tímidamente –como todo niño que se lanza a caminar– y día a día nos va llenando de orgullo, como buenos padres que nos preciamos de ser.

La fauna que habita “Lunaria” (de ahora en más y para siempre, el cineclub) es amplia y variada. Variada en edades, en formación, en sensibilidades, en gustos cinematográficos. No hay mejor público que uno como el de “Lunaria”. Cada dos viernes programamos un film, que luego coronamos con un debate. Todo regado con un buen vino tinto que ofrecemos como parte del programa. Y cada dos viernes, como actores noveles, sentimos cosquillas en el estómago. ¿Gustará la película? ¿Será enriquecedor el debate? Paso atrás, primera pregunta: ¿vendrá gente? Toda una aventura, amigos. Pero está dicho, no hay mejor público que el de “Lunaria”: siempre está conforme, siempre participa, siempre deja a nuestro criterio la programación, la moderación de los debates. Tenemos suerte con el crío que cuidamos.

Y lo maravilloso es todo lo que alrededor de este evento social (sí, no es otra cosa que eso) estamos destinados a hacer. Desde preparar el lugar (no olviden que existe una “Lunaria-librería” en funcionamiento), hasta comprar los vinos; desde desplegar la pantalla a conectar el proyector; desde dar apertura a las pelis y ciclos (programamos en tándems de películas que dialogan entre sí por algún hilo conductor, aún aquel que suene a capricho de los papis… para eso estamos) a absorber lo que la gente nos devuelve, a las pelis y a nosotros.

Es genial tener a “Lunaria”. Nos coloca infinidad de sombreros. Somos críticos, teóricos, arqueólogos de Internet. Y se va conformando una personalidad definida para este grupo social que quincenalmente se junta a gozar. Y tenemos –parte del juego– personajes definidos y enraizados, baquianos cinéfilos de aquella fauna enunciada que nos siguen función a función: el “Googlero”, afable concurrente que siempre nos sorprende con un comentario calcado de alguna reseña de Internet; la “Psicóloga”, a quien ponemos, contra su voluntad, en la froidiana tarea de analizar a los personajes desde su psiquis; “La madre y el hijo”, justamente, claro, madre e hijo que sorprenden desde su fanatismo equilibrado a pesar de la forzosa diferencia generacional; “El Dr. Amor”, el varón de una pareja de ancianos que ven las pelis invariablemente tomados de la mano y muchos, muchos más.

Y nosotros disfrutamos nuestra previa discutiendo la programación, intercambiando pelis, descubriendo maravillas, recuperando placeres olvidados en algún recoveco cerebral. Y nuestro mientras tanto, aprendiendo del público, involucrándonos con ellos en la visión del film (nunca un susurro, nunca un celular sonando), sintiendo como la película respira dentro de ese ambiente bucólico, perfumado por cientos de volúmenes literarios que nos rodean. Sentimos todos, nosotros y el público, recuperado el espíritu de los viejos cines, aquellos donde visionar una película era una encumbrada experiencia ajena a las gaseosas, el pochocho y los nachos, donde las sillas se sienten debajo nuestro, donde toser provoca vergüenza.

Rescatar todo esto en un mundo como el que hoy habitamos, tan “fast food”, vertiginoso y apurado, poco afecto al encuentro y el raciocinio, donde juntarse a pensar es casi subvertir el orden establecido, provoca satisfacciones que colman el espíritu. Y eso no es poca cosa como actitud contestataria a ese modelo impuesto en las sociedades modernas.

Bruno, Tomás y yo estamos convencidos, asimismo, de que ésta es una forma más de “hacer cine”. En definitiva es una devolución, tanto que el cine ha hecho por nosotros, modestos cine-clubistas. ¿Quién dijo que el cine ha muerto?




* “Lunaria Cineclub” funciona en Iberá 1629, Ciudad de Buenos Aires.

4 comentarios:

Liliana Sáez dijo...

El pasado viernes concluimos un curso para docentes sobre el uso del cineclub en la escuela. Lo dictamos desde Aula Crítica, y fue todo un éxito. Ojalá se multipliquen esos espacios que fueron tan frecuentes allá por los 60-70.

No sabes lo contenta que me pone este tipo de inventos. No hay nada mejor que un rincón concurrido por amantes de los libros para crear un espacio de cine.

Espero que tengan mucho éxito.

Raúl dijo...

Muchas gracias Lili, los esperamos a todos. Y a los que no pueden, a los que están lejos físicamente pero cerquita en el blog, los mantendremos informados.

Anónimo dijo...

¡Suerte con el emprendimiento!. Felicitaciones y en buena hora.
Con estas movidas el cine toma un poco más de aire...

Raúl dijo...

Coincido, Marcela. Muchas gracias por tu comentario!