Liliana Sáez

Me resisto a ver a Andrés Caicedo desprovisto de las vestiduras con que gentilmente lo arroparon sus buenos y verdaderos amigos Luis Ospina y Sandro Romero Rey. Me resisto a que le corten el pelo, a que lo consideren un precursor del movimiento blogger o de la comunicación entre internautas. Me resisto a creer que Andrés fue un depresivo suicida antes que todo lo que realmente fue...
El pasado 30 de marzo, el
Bafici organizó una mesa redonda felizmente multitudinaria, donde
Luis Ospina habló de su película
Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos y Alberto Fuguet de su libro:
Mi cuerpo es una celda, un montaje de textos que muestran a un Caicedo más atormentado, si se quiere, más aggiornado para el gusto de los jóvenes cinéfilos. Este libro es el "rosebud" de Andrés, dijo Ospina. Pues sí, yo creo que este libro está sirviendo para derribar fronteras, para liberar a Caicedo de su Calicalabozo.
Ahora bien, como ya sabemos qué significa "rosebud", veamos qué más hay en la obra de Andrés. Profundicemos en su corta y obsesiva trayectoria, que no es únicamente cinéfila. Andrés Caicedo, antes que cinéfilo es escritor (de cuentos, de una novela, de teatro y hasta de guiones para cine). Luego, sí, Andrés es un
cinesifilítico, ser infecto de una pasión que no se limita a consumir cine.
Lo he dicho varias veces, creo que puedo decirlo una más... Andrés experimentó el cine en todas sus facetas: como espectador, persiguiendo con sus amigos, como bien contaba Luis Ospina, una película desde una sala de estreno hasta otra más marginal, para ver cuantas veces fuera necesario un film que le hubiera llamado la atención (no había reproductores de vídeo, así que había que buscar la manera de retener aquellos planos que lo obsesionaban); como crítico, con la creación de la revista
Ojo al cine, así como con las colaboraciones en otras publicaciones. Su obra crítica ha sido recopilada por sus buenos amigos en un libro,
Ojo al cine, que además presenta los textos que compartía con los cineclubistas los sábados a la mañana. Esa es otra faceta, la del distribuidor, que obsesivamente proyectaba las películas antes de su pena de muerte, cuando finalizaban los derechos de autor y había que destruir la copia. Como guionista, ya lo dijimos y hasta se contaron anécdotas de su viaje a Los Ángeles para contactar a Roger Corman y mostrarle sus guiones. O como realizador con la abortada
Angelita y Miguel Angel, que por desacuerdos con Carlos Mayolo sólo pudo ver la luz fragmentariamente en el documental de Ospina. O como docente, ya que fue formando un público en el (su) gusto por el cine.
¿Cómo asomar la idea de que Andrés sea un blogger? Por favor...
Sobre la red cinéfila que estableció con la gente de Perú, España, Venezuela... hay que contradecir lo que se dijo en la mesa redonda. No fue precursor de esa red, fue integrante de ella; tampoco fue un caso aislado, todos estos países tenían una generación cinéfila que bebía de la
nouvelle vague y que permitió que se promoviera el primer verdadero encuentro de cine latinoamericano en Mérida, en 1968.Existían revistas de cine, verdaderos iniciados en cine que se fueron convirtiendo en especialistas. Existía
Hablemos de cine en Perú;
Tiempo de cine en la Argentina;
Cine al día en Venezuela y
Ojo al cine en Cali. Andrés fue un hombre de su época, sí se inmoló en pasión cinéfila, pero no lo convirtamos en mártir. No lo fue. Fue un verdadero apasionado de cine y creía que vivir más de 25 años era una insensatez, quizá por aquello que contó Luis Ospina, que Andrés tenía dificultad para vivir: para hablar, para cruzar una calle, con su torpeza lewisiana, su miopía, su tartamudez, que sólo le permitían realizarse a través de la incontinente escritura y la oscuridad de la sala de cine. O como dijo Carlos Mayolo, que Andrés se suicidó para morir con las ideas vigentes...
¿Cómo sería Andrés hoy? No sé, no importa. De la manera más tonta cruzó las fronteras, una pena que no lo haya hecho con toda la producción publicada por sus amigos desde hace tantos años. Andrés se puede leer hoy porque ya es un clásico, pero no lo es por un libro que se está traduciendo en varios idiomas. Lo es por su obra propia y por el amor con que sus amigos resguardaron sus textos. Para muestra, basta ver el documental pirata que Ospina mostró en el Bafici, donde con su cámara grabó, en un intento por retener al amigo ido, el programa de televisión donde un Andrés con frases entrecortadas por la tartamudez habla de una de sus pasiones, quizá la que más le quemaba, el cine.
Para muchos, Rosebud es la clave de
Citizen Kane. Para otros, entre quienes me incluyo, es solo un pretexto para desarrollar un discurso cinematográfico riquísimo. Si
Mi cuerpo es mi celda es el Rosebud de Andrés Caicedo, me quedo con lo que me develaron sus amigos a través de la publicación de los textos que escribió: su novela, sus obras de teatro, sus obras inconclusas, sus críticas, sus cartas... Todo lo demás es "cortarle el pelo" a Andrés, que no tiene otra significación que la que tenía para los jóvenes de los 70: "cercenarle las ideas".
Mi conocimiento de causa (lecturas y visionados):Revista
Ojo al cine, números 1, 2 y 5, Cali, 1974-1976.
Luis Ospina:
Andrés Caicedo, unos pocos buenos amigos, 1986 (vídeo).
Andrés Caicedo:
Que viva la música, Bogotá, Plaza & Janés, 1985.
Andrés Caicedo:
Destinitos fatales, Bogotá, La oveja negra, 1988.
Andrés Caicedo:
Angelitos empantanados o Historias para jovencitos, Bogotá, Norma, 1995.
Andrés Caicedo:
El atravesado, Bogotá, Norma, 2000.
Andrés Caicedo:
Noche sin fortuna, Bogotá, Norma, 2008.
Andrés Caicedo (seleccionado y anotado por Luis Ospina y Sandro Romero Rey):
Ojo al cine, Bogotá, Norma, 1999.
Andrés Caicedo:
El cuento de mi vida. Memorias inéditas, Bogotá, Norma, 2007.
Andrés Caicedo, María Elvira Bonilla Otoya:
El libro negro de Andrés Caicedo. La huella de un lector voraz, Bogotá, Norma, 2008.
Luis Ospina:
Andrés Caicedo. Cartas de un cinéfilo 1971-1973 y 1974-1976, Cinemateca Distrital, Bogotá, 2007.
Sandro Romero Rey:
Andrés Caicedo o la muerte sin sosiego, Bogotá, Norma, 2007.
Luis Ospina:
Palabras al viento. Mis sobras completas, Bogotá, Aguilar, 2007.
Juan Duchesne-Winter:
Equilibrio encimita del infierno. Andrés Caicedo y la utopía del trance, Cali, Archivos del Índice, 2007
Alberto Fuguet:
Mi cuerpo es una celda. Una autobiografía, Bogotá, Norma, 2009.