03 diciembre 2014

Mini balance 2014

Liliana Sáez


Una discusión ya superada instaba a colocarse de un lado u otro cuando se discutía si Araya, de la venezolana Margot Benacerraf, era documental o ficción. La directora renegaba del título de “documental” que se le asignaba a su obra. Si bien retrataba a los habitantes de un pueblo real que vivía del trabajo sudoroso en las salinas, ella había establecido algunos movimientos de los “actores”, que no eran otros que gente del pueblo, y les había indicado algunas poses en virtud del plano que esperaba filmar.
En el mismo sentido aparece una de las últimas películas que vi, Mi nombre es Sal, que muestra el minucioso, duro trabajo de una familia en una salina de Irán. Un mar de arena con dos barcas abandonadas, el pozo profundo de donde desentierran sus herramientas año tras año y la obtención de la sal como racimos de hielo en unas manos resquebrajadas por el sol del verano son imágenes que no logran abandonarme. No es la mejor película que vi este año, pero lo que relata ha dejado impreso en mí una profunda admiración por la dignidad con que esa gente realiza un trabajo en un paisaje que, aunque agreste, ofrece unas imágenes de insuperable poesía. Es el sujeto del film el que me conmueve, pero Farida Pacha ha sabido retratarlo con gran sensibilidad.
Y esto me retrotrae a otros ámbitos, donde también la naturaleza indomable se impone al hombre que intenta doblegarla, a pesar de su insignificancia.


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