20 mayo 2017

Estiu 1993 (Carla Simon)

Liliana Sáez



La pequeña, hermosa y poderosa narración de la catalana Carla Simon, Estiu 1993, obtuvo el premio a la Mejor Dirección y premio del Público en Bafici 2017, aunque para nosotros sea reveladora no sólo en esa especialidad, sino como mejor película de la competencia y mejor interpretación (la de la niña Laia Artigas, en la talentosa recreación de la huérfana Frida). 

Verdadera maravilla escondida entre poderosos intentos por subyugar al espectador. La historia de la niñez de la directora es llevada a la pantalla de la mano de unos pocos actores que funcionan a la perfección para que la cámara sólo se centre en el personaje de Frida. El drama de una pequeña que ha perdido a sus padres por el Sida y que debe acomodarse a una nueva familia es el centro de la historia. 

La cámara se prende como un alter ego a la pequeña desde que la película comienza y no la deja hasta el final. Vivimos sus temores, sus alegrías, su confianza, sus celos, su desamparo, su necesidad de amor, sus dudas, sus creencias… Y vemos como referencia, casi fuera de cuadro, a su nueva familia: sus padres adoptivos y su hermanastra, una niña menor que compartirá y sufrirá su hermandad cuando los adultos no estén cerca. Durante todo el transcurso, estamos pendientes de lo que sucederá… y no sucede más que lo que sucede en cualquier universo infantil. Sin embargo, Carla Simon es precisa en la longitud de sus planos, sabe recorrer las locaciones y pasar sobre las figuras de los padres, manteniéndolos en un segundo plano, como sus diálogos… referencias que no sólo nos explican la situación de la pequeña, sino que ésta va absorbiendo aunque parezca distraída en sus menesteres infantiles. La niña está rodeada de cariño, no sufriremos por ver a una cenicienta explotada. Pero sus padres son jóvenes y tienen en Frida a un cristal entre las manos, mientras deben velar por su hija. 

Cada escena, cada plano, cada diálogo están maravillosamente instalados para que no nos quedemos con dudas, para que no nos sintamos extraños ni distantes, para que nos incorporemos a ese pequeño universo de la campiña catalana, donde el campo, el bosque y la laguna ofrecen peligros constantes. Hay una familia más amplia, la de los abuelos y las tías, que cada fin de semana traen alegría a la pequeña… también berrinches. Y con ellos viene la fe, esa especie de superstición, que le permite a la pequeña conectarse, a través de una imagen de la Virgen, con su madre muerta. Flores, cigarros, una bufanda… apenas objetos que le servirán de ofrenda. Poco a poco veremos que la niña y su nueva familia van integrándose… pero apenas antes del final, un diálogo seco entre la madre adoptiva y la huérfana nos despojan de todo tipo de consideraciones sobre la historia, para dejarnos desnudos, como a la propia Frida, ante su realidad.


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