18 mayo 2017

Viejo Calavera (Kiro Russo)

Liliana Sáez


Viejo Calavera, Premio Especial del Jurado, en Bafici 2017, es una producción boliviana, que viene de la mano de Kiro Russo y la indispensable colaboración de su socio, Pablo Paniagua, quien estuvo a cargo de lo más sobresaliente del filme, su fotografía, centrada en la búsqueda del autor por tratar de registrar algo que lo viene obsesionando, la oscuridad. 

Cuenta la historia de Elder, un huérfano que entra a trabajar en la mina (en lugar de su padre recién fallecido) de la mano de su tío y padrino. Como integrante de una juventud que no encuentra lugar en la sociedad de Huanuni y no tiene cómo irse de ese pueblo condenado, deberá, sin solución, integrarse al grupo de mineros. El chico distrae sus horas bebiendo y en la disco del pueblo, mientras que en las minas, sólo espera dormir… y como no siempre se puede, fastidia como un niño malcriado a sus compañeros. 

La historia es chiquita y simple. Pero la propuesta formal hace hincapié en el uso de la luz como contraparte de la oscuridad. Así, recorremos los túneles de la mina por laberintos interminables sólo alumbrados por la luz que lleva en el casco el minero. En su avance por las entrañas de la tierra, vamos descubriendo pasajes más profundos y estrechos, amparados por la rusticidad de la piedra y la humedad de los pisos, pero dejando atrás un universo que tras el paso del hombre desaparece en las fauces de la oscuridad. 

Lo que logran Russo y Paniagua es un hermoso poema lumínico, acompañado de sonidos rítmicos metálicos que surgen de las maquinarias con que se trabaja en la mina. Totalmente sensorial es ese paseo por los pasadizos oscuros, develados como las curvas y pendientes de una montaña rusa. Pero su más poético aporte está casi al comienzo, cuando en un bellísimo plano secuencia, la cámara recorre una habitación apenas iluminada por una vela, donde descansa inconsolable una anciana, retrocede saliendo de la estancia, cruza un patio de tierra, iluminado por la luna que aparece tras las montañas, y se interna en la casa de enfrente, donde las velas iluminan el cuerpo voluminoso y sin vida de un minero, el padre de Elder. Es un recorrido lento, casi imperceptible, que se recibe como si nos fueran a develar un tesoro. Y se agradece.

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