29 mayo 2008

Ploy

Liliana Sáez



Una pareja en la cabina de un avión. Ella dormita, él se abandona a sus pensamientos con la mirada perdida.

La misma pareja en el ascensor de un hotel internacional. Él dormita apoyado sobre ella.

Una habitación de hotel en penumbras. El baño. Colores neutros. Asepsia.

La historia podría suceder en cualquier ciudad. Pero unas líneas del diálogo nos dicen que esta pareja viajó desde los Estados Unidos hasta Bangkok para asistir a un funeral.

El bar del hotel. El hombre bebe. El barman conversa con él. Una joven mochilera oye (y nos hace oír) música. Delgada, desgarbada, con una apariencia descuidada, se acerca al hombre. Nos enteramos que se llama Ploy y que espera a su madre, que debe llegar de Estocolmo.

Ploy es también el nombre del film del tailandés Pen-ek Ratanang. Una de esas películas que te quedan resonando después de haberlas visto. Su puesta en escena es tan cuidada, que da gusto ingresar en los mundos asépticos en los que transcurre la acción.

Tres mujeres, tres historias enlazadas en una sola. La esposa que, a lo largo de los años de casada, sufre celos, desconfía de su esposo y se siente insegura de su amor. La joven que desprejuiciadamente ingresa en la vida de la pareja para mover sensaciones adormiladas. La mucama que mantiene con el barman un romance clandestino.

Los límites entre la realidad y el sueño, entre lo que sucede y lo que se piensa, entre lo onírico y lo vívido, entre lo que se siente y lo que se sincera, no están definidos.

Los ambientes despersonalizados (aeropuertos, cuartos de hotel, ascensores, bares, aviones…) son el marco preferido de este director para mostrar cierta quietud (aparente), cierto orden espacial, donde se desarrollan historias contenidas, donde las situaciones son llevadas al límite sin que nos demos cuenta.

Por eso Ploy atrapa. Formalmente es impecable. La atmósfera, la fotografía, la luz es cuidada al extremo. No hay colores chocantes, no hay elementos de utilería que estén fuera de lugar. Incluso en la única secuencia que transcurre en un depósito de cosas inútiles, muy desordenado, sucio, sin luz, el caos enmarca perfectamente la acción de violencia que allí se desarrolla.

Las escenas están encadenadas por largos negros, mientras que un ruido sordo sirve de fondo a los momentos de mayor tensión donde no se habla, por lo que la atmósfera se torna pesada.

Los encuadres seleccionan parcialmente un rostro, un cuerpo, un detalle del espacio, informándonos mucho más de lo que hay fuera de cuadro. Algunas escenas nos remiten al inicio de Frantic (Roman Polanski) o a los momentos compartidos en la habitación del hotel en Lost in traslation (Sofía Coppola), aunque en Ploy, los personajes están de regreso en su país, pero sufren, como en los casos de los dos films citados, la soledad de un lugar no-suyo: la mujer que se esconde detrás de unas gafas oscuras; el hombre que en posición fetal llora en la bañera; la joven que se asoma detrás del diario que escribe.

Lo que queda después de ver el film es un dejo de tristeza, porque a pesar de resolver la historia hacia un final más que forzado para dejar las cosas en buen estado, lo vivido, y sobre todo las escasas líneas del diálogo (por ejemplo, la afirmación: “Discutimos porque no tenemos más qué hacer”; o, ante la pregunta: “¿El amor tiene vencimiento?”, la temible respuesta: “Sí”), nos hunden en la misma pesadumbre en que están sumergidos los personajes.

Ese final es lo único que saca del estado de embobamiento en que el espectador permanece durante toda la película. Lamentablemente, Ploy se extiende cinco minutos de más, cuando el autor podría haber dejado un final abierto más convincente que la clausura que le da. El plano de la mucama acostada boca arriba sobre la cama, entonando una canción con su voz clarísima, hubiera sido un buen cierre.


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(*) Ploy fue exhibida en el marco del Bafici 2008.

18 mayo 2008

Premio para Mario Handler

Liliana Sáez




Caracas, finales de los 90. Un hombre alto, muy delgado, canoso y con gafas de marco oscuro hizo su entrada en la oficina de programación de la Cinemateca, donde junto a mi equipo revisábamos con entusiasmo la edición recién salida de imprenta de la revista que habíamos estado preparando durante el último mes.

El hombre se presentó. Y allí comenzó una amistad, de esas que te marcan de por vida. Porque ese hombre alto y delgado era Mario Handler. Lo conocía porque era un cineasta militante... un militante que hace cine (no sé cuál de las dos definiciones le viene mejor). Mario Handler… Carlos, Me gustan los estudiantes, Líber Arce, liberarse… Su filmografía es extensa, pero eran esos los títulos que resonaban en mi mente y yo me encontraba allí, hablando con el dueño de esas imágenes, con una institución del cine uruguayo.

Con los años, me brindó su amistad y compartió conocimientos. Nos acompañábamos en nuestras charlas con la nostalgia que sentíamos por el Sur, pero también destacábamos el calor humano que encontramos en el trópico.

Mario volvió a Montevideo el mismo año en que yo volví a Buenos Aires. Al poco tiempo pude ir al estreno de Aparte, documental que significó su reinserción en el país. Aparte ha dado muchas líneas a la prensa, pero yo sé que él ha dejado en ese film salud y dinero.

Hoy me entero que Decile a Mario que no vuelva ha recibido el Premio del Público en Documenta-Madrid 2008 y próximamente será exhibida en Buenos Aires (del 26 al 30 de mayo en el Centro Cultural Recoleta, formando parte de lo mejor de la Mostra de Lleida 2008).

Dos años estuvo filmando Handler este documental, una evocación de la última dictadura para intentar una reconciliación que, a pesar del paso de los años, se ha vuelto difícil de lograr.

Estoy feliz por Mario, porque sé que se merece el premio, que seguro no será el único, pero más que nada me alegro porque entiendo que ese film es un paso más en esa intensa búsqueda de nuestro lugar en el mundo que tenemos quienes nos hemos visto obligados, por una u otra razón, a dejar el país: ese deambular… y ese regresar a un sitio que hemos idealizado y que aunque conocido se nos presenta como extraño… ese encuentro con los lugares y las personas que nos constatan que hay un hueco de cinco, diez, quince, veinte años de ausencia...

Habrá que esperar el estreno para hablar de la película. Mientras tanto, vaya un abrazo y un agradecimiento porque Mario Handler es un ejemplo a seguir.

11 mayo 2008

Vallejo en la mirada de Ospina


Dice Fernando Vallejo en El desbarrancadero:
¡Qué va, Colombia no se acaba! Hoy la vemos roída por la roña del leguleyismo, carcomida por el cáncer del clientelismo, consumida por la hambruna del conservatismo, del liberalismo, del catolicismo, moribunda, postrada, y mañana se levanta de su lecho de agonía, se zampa un aguardiente y como si tal, dele otra vez, ¡al desenfreno, al matadero, al aquelarre! Colombia, Colombina, Colombita, palomita: ¿no es verdad que cuando yo me muera no me vas a olvidar?
Y es ese el espíritu de La desazón suprema: retrato incesante de Fernando Vallejo, el documental de Luis Ospina, dedicado a ese escritor que ha plasmado su biografía en El río del tiempo.
Como ya dijimos en este blog, Ospina presentó tres de sus películas en el Bafici (Buenos Aires, abril 2008). Respondiendo al reto de Pala, los invito a leer lo que escribí sobre ellas en Miradas de cine y si tienen oportunidad de ver alguna, no la pierdan: no se van arrepentir.

Liliana Sáez


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El texto completo:

LUIS OSPINA EN EL BAFICI
Liliana Sáez

Desde que los hermanos Lumière comenzaron a registrar con su cámara tomavistas las escenas cotidianas y que a Georges Méliès se le atascó la cámara, produciéndose el primer truco cinematográfico, ha pasado bastante tiempo. Sin embargo, la insistencia en delimitar los espacios que ocupan el documental y la ficción en el cine siguen siendo motivo de debates interminables. Mientras tanto, hay un realizador que, frente a esa dicotomía, viene dándose el gusto de expresarse en uno y otro género. Desde 1964 se suma al debate de los teóricos, proponiendo obras contestatarias, cargadas de un humor políticamente incorrecto.

Con un espíritu eternamente adolescente, su extensa obra guarda una fuerte coherencia. En el BAFICI 2008 mostró apenas una parte de su cine, pero justamente esas tres películas que exhibió nos permitirán hablar de ese singular autor colombiano que es Luis Ospina.

Su voyeurismo y la timidez, que esconde detrás de una cámara, lo llevaron a dedicarse con mayor predilección al documental, según cuenta en su libro Palabras al viento. Mis sobras completas. Formado en la UCLA, al volver a su Cali natal, Ospina realizó sus primeros documentales junto a su gran amigo Carlos Mayolo, con quien formaría parte de la generación Caliwood, a la que también pertenecía el entrañable y mítico Andrés Caicedo. De esa sociedad surgió Oiga vea, una mirada al lado más descuidado de los Juegos Panamericanos de 1971. Esa será, a partir de entonces, la actitud: verle el otro lado a las cosas.

Su próximo proyecto, también en co-autoría con Mayolo, será Agarrando pueblo (1977), el antecedente más directo de lo que luego sería Un tigre de papel. Fue una respuesta a lo que ellos llamaron el “cine de la pornomiseria”, refiriéndose a aquellas películas documentales que retrataban los aspectos más oscuros y miserables de Latinoamérica y que se cansaban de ganar premios en festivales internacionales, especialmente, europeos. Con el estilo del “cine en el cine”, un director (Carlos Mayolo) y su camarógrafo (Eduardo Carvajal, destacado fotógrafo del Grupo de Cali) salen a retratar la miseria de la ciudad, contando entre sus haberes “un gamín, una loca, un pordiosero…”, o cambiando en el guión la palabra “alcoholismo” por “analfabetismo”, o “carpintero” por “zapatero”, total, da igual…, ingredientes suficientes para armar una historia aparentemente documental, a través de la puesta en escena de una situación interpretada por una familia especialmente escogida en un casting, debidamente vestida por la producción y con unos diálogos que el director repetirá de memoria.

La apariencia detrás de la realidad, la cara oculta, otra vez, del cine que se hacía y que estos jóvenes repudiaban: “fue como un escupitajo en la sopa del cine miserabilista, y por ello fuimos criticados y marginados de los festivales europeos y latinoamericanos, acostumbrados a consumir la miseria en lata” (dice Luis Ospina). Rodada cámara en mano, Agarrando pueblo pone en evidencia, al final del relato, el discurso real que buscan los autores. Deja a la vista las costuras del documental ficcionado, transformando la ficción en documento, gracias al diálogo del hombre que habita las ruinas de la casa que serviría de locación. Un personaje que, no por casualidad, se parece a Corisco de Dios y el Diablo en la Tierra del Sol (Glauber Rocha, 1964) El hombre no acepta ningún tipo de negociación y luego de utilizar los billetes como si fuera papel higiénico, deshace el carrete de película, echando a perder lo filmado. Paso seguido, Carlos Mayolo y Luis Ospina entrevistan a este actor anónimo, que se ha prestado a participar en el film porque le interesa el documento (el documental, aquí sí) y no el dinero.

El efecto en el espectador linda entre el asombro y la sonrisa, entre el desgarramiento de vestiduras y la carcajada. Ese doble sentimiento que despierta el cine de Ospina es su característica más aguda. Característica que vuelve a repetirse de manera lúdica en su último film, Un tigre de papel (2007), al que volveremos en instantes.

El segundo film presentado en la muestra del BAFICI, festival en el cual Ospina fue jurado, fue La desazón suprema: retrato incesante de Fernando Vallejo (2003). Grabado en vídeo por el autor, que ya había realizado el making of de La virgen de los sicarios (Barbet Schroeder, 1999), este documental muestra la cautivación ejercida por el escritor en el cineasta. Con una cámara digital, Ospina se instaló en el hogar de Vallejo y pudo grabarlo en su intimidad. Al desaparecer elementos como la luz artificial, la cámara, con su operador y el foquista, el sonidista y demás personal de rodaje, el director, según afirma en su libro, sintió “que por fin se cumplía el sueño de la caméra stylo propuesto por Alexandre Astruc en 1948. La cámara como estilógrafo, el autor total, sin ningún intermediario durante el rodaje”.

Estructurada en capítulos, con el título de los libros que integran su autobiografía El río del tiempo, Ospina compone un fresco que permite recorrer distintos recuerdos en la vida del escritor, alternados con actividades cotidianas que muestran con espontaneidad el desenfado rayano con la furia, con el que Vallejo responde a un acartonado periodista que le reclama respeto hacia la figura del presidente, o los momentos que comparte con su mascota. Pero las imágenes y las palabras más contestatarias y vigentes de todo el film se encuentran al comienzo y al final, cuando Vallejo pronuncia su discurso al recibir el Premio Rómulo Gallegos, y acusa al gobierno de fomentar la violencia (refiriéndose particularmente al encuentro entre el presidente Pastrana y el guerrillero Tirofijo), ocasión que Ospina aprovecha para intercalar imágenes desgarradoras, resultado de la violencia que vive su país.

La riqueza que guardan las entrelíneas de esta película íntima nos ofrece el perfil del escritor que no claudica, que no teme decir lo que piensa, develando los distintos matices del personaje: el del biólogo, en su defensa de los animales; el cineasta, en su juventud; el músico, en su niñez; el escritor, siempre… Reconocemos en sus palabras, en su historia, a aquel intelectual de La virgen de los sicarios que regresa a un país que desconoce y que, sin embargo, le duele.

Instalado cómodamente en el vídeo, desde la realización del film que mitifica al personaje que lo inspira, Andrés Caicedo: Unos pocos buenos amigos (1986), Ospina ha realizado una veintena de documentales en ese formato. Muchos de ellos dedicados a su ciudad natal, y otra gran parte dedicada a personajes que parecen salidos de un cuento, como son los casos ya citados del escritor y cinéfilo sin redención Andrés Caicedo y del escritor autoexiliado Fernando Vallejo, así como también el del pintor moribundo Lorenzo Jaramillo, o el del protagonista de Un tigre de papel, Pedro Manrique Figueroa, considerado en el film como el artista precursor del collage en Colombia.

A través de una serie de testimonios y con el muestrario de sus producciones artísticas, se nos va descubriendo un personaje que tiene el don de la ubicuidad, pues ha sido testigo, y en muchos casos partícipe, de momentos trascendentales del siglo pasado. La elección de Manrique Figueroa es sólo un pretexto para realizar el recorrido por la historia de una generación, cuyo idealismo la llevó a jugarse por cambiar esquemas rígidos y anquilosados de una sociedad que cada día se presentaba como más y más hipócrita. Así que Un tigre de papel narra la historia del artista plástico desde el Bogotazo, inaugurado con el asesinato de Gaitán (gran metáfora del inicio de una espiral de caos y violencia en la que se sumiría Colombia y que no ha cesado hasta el día de hoy) hasta la desaparición del artista, hace apenas unos años.

Amparándose en una investigación, que deja pistas del humor que acompaña solapadamente a la película, Ospina logra hablar de la tragicomedia de una época que le ha tocado vivir. A través de la vida de Manrique Figueroa, el espectador recorre los distintos hitos que transformaron la historia del planeta. Así que, haciendo uso de la ficción, elabora un documental que retrata a esa generación, a la cual Ospina homenajea, definiéndola como “una generación que esperaba cambiar el mundo, cuando ahora sólo se piensa en salvar el planeta”.

Por ahora, y hasta que este film se convierta en un clásico (tiene todas las condiciones para serlo) habrá que limitarse a incitar al espectador a verlo, pero algún día, se podrán escribir páginas y páginas de las anécdotas que revisten los entretelones de su realización, que aunque aparentemente externas, forman parte de su discurso y de la genialidad de su propuesta.

Estas tres obras nos hablan de tres temas diferentes, pero, a la vez, nos demuestran la coherencia de un autor que se decanta en la cinefilia que lo acompaña desde muy joven, cuando en Cali, junto a sus compañeros de ruta, creó la revista Ojo al cine, donde compartía con sus amigos los roles en la producción de un film o cuando debatía con ellos sobre autores en el Cineclub de Cali. Ospina completa su obra fílmica y videográfica con la escritura de su libro, que ya hemos mencionado, pero también con la edición póstuma de gran parte de la obra de Andrés Caicedo y, más recientemente, con la publicación de Cartas de un cinéfilo, editados por la Cinemateca Distrital.

Luis Ospina viene ganando premios internacionales por su obra, que no por ello deja de ser independiente. Algunas de sus imágenes pueden verse en el canal que con su nombre ha abierto en YouTube (http://www.youtube.com/luisospinacine).

07 mayo 2008

Resonancias:

Divagaciones en torno a los diálogos entre cine, pintura y fotografía, con motivo de la visita al Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB).

por Yorgos


Cámara subjetiva. El pintor mira hacia el fondo del cuadro donde posa su joven criada acicalada para la ocasión, mostrando una túnica de color azul cielo bajo la que se esconde su misteriosa cabellera dorada, luciendo en los lóbulos de las orejas unas perlas de tal belleza que jamás podría haber imaginado. Con un travelling, la cámara se acerca hacia su figura lentamente, ralentizando la acción. Entonces el espectador es engañado, deja de ser el pintor quien mira a la muchacha, ahora es cada uno desde su butaca, esa cámara subjetiva. Se es partícipe de ese acercamiento en el que parece detenerse el tiempo. Termina el travelling y el cuadro se perfila delimitándose tal y como Vermeer lo había creado. El espectador abandona la imagen fílmica y se tele-transporta de forma intuitiva hacia la imagen pictórica, fusionando finalmente para sí, ambas imágenes en una.

La joven de la perla (2005), de Peter Weber representa una amplia recreación de la atmósfera pictórica del pintor holandés Johannes Vermeer. Es sin duda un caso, en que la reminiscencia de la pintura en el cine es más que recurrente. La mejor forma de recrear un momento histórico que únicamente conocemos mediante el imaginario de la pintura, puesto que ello dota al film de verismo, siguiendo la máxima Baziniana de que el espectador ha de creerse lo que ve. O, del mismo modo, uno puede remitirse a una misma imagen cuando piensa en un concepto determinado, en una idea. Así Ray Loriga pensó en reproducir literalmente con su puesta en escena fílmica el Cristo yacente de Andrea Mantegna (1490), para su escena de Cristo tumbado en Santa Teresa, el cuerpo de Cristo (2006). De la misma forma que lo tomó Zvyagintsev para colocar dormido al referente de los niños protagonistas de El regreso (2003), el padre desaparecido, al que observan como si estuvieran ante la resurrección de un ser sagrado.

De la misma forma, podríamos encontrar innumerables ejemplos en películas de todo tipo, aunque principalmente de carácter histórico, no sólo con recreación de atmósferas pictóricas, sino de cuadros concretos, representados en el celuloide a modo de “tableaux vivants”, desde Rohmer a Passolini o a Díaz-Yanes entre muchos otros*.

Otros y más numerosos son los casos en que estas conexiones se establecen de una forma más abstracta, tomando el cine la luz, los contrastes, la composición o las disposiciones cromáticas de la pintura y no una imagen al pie de la letra. De esta forma, resulta innegable la relación entre pintura y cine expresionista o, por citar un ejemplo más cercano, la influencia de pintores como Rembrandt, Velázquez, Vermeer o Goya en el cine de Víctor Erice. ¿Y es que qué sería del cine de Hitchkock, Lynch, Leone o Wenders sin la influencia de Hopper? Las escenas nocturnas y solitarias, de cafés, de atmósferas de alta tensión psicológica creadas por este pintor norteamericano, influenciaron claramente algunas de las películas de estos cineastas. Sin ir más lejos, Sergio Leone reconoció en todo momento que durante el rodaje de Érase una vez en América (1983) los cuadros de Hopper se reproducían en su mente. “Hay sitios de Estados Unidos donde pones la cámara y te sale un cuadro de Hopper”, diría Wim Wenders. Y es que la cámara de uno buscaba una vez tras otra la reminiscencia del pincel del otro, conscientemente.

¿Pero, se ha producido una influencia recíproca del cine en la pintura? En menos medida, el cine también ha influenciado en diversas ocasiones a la pintura del s.XX. El ejemplo más claro probablemente sea el de Warhol, a nivel de iconos cinematográficos y por lo tanto populares. De ahí sus reproducciones seriales de Marilyn Monroe. Del mismo modo, se estudiaron en pintura la secuencialidad de las imágenes, el plano-contraplano o la disposición de nuevos encuadres. Véase Bacon.

Con todo, podríamos decir, tras una revisión tan general y escueta como esta -así pretende ser-, que la pintura ha tenido y tiene una influencia y repercusión de peso en cuanto a lo la representación visual se refiere, en el imaginario del cine. Un imaginario que durante siglos fue gobernado por la misma pintura y en el que también tuvo gran protagonismo la novela y la fotografía durante el s.XIX, hasta que nació el cine. Iniciándose así una hegemonía del séptimo arte que se vería mermada a partir de la creación de la televisión y más aún con los nuevos avances tecnológicos. Hablamos más que de imágenes, de iconografía, de la creación de tópicos, de las reminiscencias que aportan unas imágenes a otras, de las significaciones que esconde la imagen en sí misma.

La entrada del cine en el museo

El cine, respondiendo a su merecida denominación de séptimo arte, ha entrado en los últimos años en los museos, creando gran expectación entre sus visitantes. El espectador puede asistir al fenómeno cinematográfico ya no desde la butaca, sino de pie ante él, como si mirara una escultura o un cuadro. En España, el Centro de Cultura Contemporánea (CCCB) -del que como saben ya se ha hablado en este blog-, ha tenido gran importancia en este aspecto. Desde la impresionante exposición en 2001 en la que se analizaba el modo de entender el espacio según la mirada de los grandes cineastas contemporáneos (Lynch, Angelopoulos, Cronenberg, Wong Kar Wai, Kiarostami y un largo etc.) denominada La ciudad de los cineastas, han pasado las Correspondencias entre Erice y Kiarostami, la comparativa entre cine y pintura de Hammershöi y Dreyer o Las mujeres que no conocemos, de En la ciudad de Sylvia (Jose Luis Guerín, 2007). En esta ocasión, se realiza una reflexión de la influencia del cine sobre la fotografía con Magnum, 10 secuencias: el cine en el imaginario de la fotografía, una exposición procedente de la Cinemateca francesa.

La influencia del cine en la fotografía

El mérito de la exposición Magnum, 10 secuencias, es hacer converger dos tendencias artísticas como son el cine y la fotografía y conseguir que dialoguen. Un diálogo realizado a través de las comparativas entre: Abbas y Rossellini; Harry Gruyaert y Antonioni; Mark Power y Kieslowsky; Patrick Zachmann y el cine de Shangai de los años treinta; Gueorgui Pinkhassov y Tarkovski; Antoine d’Agata y su propio film Aka Ana; Pilles Peress y Alain Resnais; Alec Soth y Wim Wenders; Bruce Tilden y el cine negro americano; Donovan Wyle y Alan Clarke.

La agencia Magnum Photos fue creada en 1947 por reporteros de guerra de la talla de Robert Capa, David Seymur o Henri Cartier-Bresson, configurándose como un referente del fotoperiodismo hasta nuestros años. Tal vez por esto, resulta paradójica a simple vista esa herencia cinematográfica que caracteriza la obra fotográfica exhibida en el CCCB. Si el fotógrafo cede ante la esencia de la puesta en escena y la formación del cuadro del cine, destruye los pilares básicos de este tipo de fotografía que podríamos denominar documental, puesto que anula su instantaneidad, objetividad y unicidad. Los fotógrafos participantes de la exposición se someten al reconocimiento e incluso al hallazgo de imágenes que les pertenecen y que crearon bajo influencia de unas referencias cinematográficas asimiladas unas veces de forma consciente y otras no tanto. En unas ocasiones se les reconoce esa instantaneidad, esa forma de manejar el objetivo de forma casi innata. Pero todo no es tan simple, a veces, subconscientemente, en esa toma de la imagen que responde a las leyes de la fotografía o a una rigurosa determinación personal, resurge la influencia de unas imágenes primigenias que un día se observaron y causaron gran impacto, permaneciendo ocultas en el interior de cada uno.

Patrick Zachmann observó que su trabajo de veinte años en China estaba influenciado inconscientemente por el cine de Shangai de los años 30, que contribuyó a crear su propio imaginario visual. Gueorgui Pinkhassov encontró en Andrei Tarkovski una figura fundamental. Lo acompañó durante los rodajes de El espejo (1975) y Stalker (1979) y tomó instantáneas de todo, también del padre de Andrei, Arseni. Bruce Tilden muestra la influencia del cine negro americano en algunos de sus retratos urbanos basados en la tradición de la street photography, sin reparar en artificios.

Y así, hasta completar las 10 miradas distintas que forman una exposición estructurada minuciosamente y de la forma más dinámica posible. Cada bloque es, como cada mirada, algo distinto, una novedad para los sentidos. El visitante dispone -como debe ser- de la información estrictamente necesaria, sin excesos que lo saturen, con la información visual y escrita necesaria para vivir una experiencia enriquecedora.


*En La Marquesa de O (Eric Rohmer, 1976) hay una clara recreación de La pesadilla (Fussli, ca. 1782); en La Ricotta (1963) y El Decamerón (1971) de Passolini, del Descendimiento (Rosso Fiorentino, 1521) y El juicio Universal (Giotto, 1304-1306) respectivamente; en Alatriste (Agustín Díaz-Yanes, 2006), de La rendición de Breda (Diego Velázquez 1635).

01 mayo 2008

De la vida en un festival de cine

A PROPÓSITO DEL 10º BAFICI - Buenos Aires, Argentina
Raúl Bellomusto


No es lo mismo “ir al cine” que asistir a un Festival. Definitivamente. Quiero decir, no es lo mismo elegir una película del circuito comercial e ir a verla, discutirla en el café con amigos, pareja o entenados que asistir durante una semana o dos a varias salas, bajo otras circunstancias, en condiciones de movimiento permanente contra el tiempo, visionando hasta cinco obras por día y otros etcéteras. Asistir a un Festival de Cine tiene, como todo, sus pros y sus contras. Pero es de minimizar a las segundas a sabiendas de que las cosas a favor son más y más placenteras.

Un Festival de Cine es el gozo cinéfilo en una expresión maximizada (sino “en su máxima”, al menos “en su maximizada expresión”). Es un modelo a pequeña escala de toda una vida de cinefilia: amor por las pelis, incertidumbre ante un corpus desconocido, tiempo limitado para elegir y para ver (la peor de las restricciones) entre cientos de películas con la posibilidad de espectar apenas dos a tres decenas. Una hermosa locura después de todo.

Y la vida real pasa a convertirse en algo maravilloso, donde todo está bien aún cuando nos toque ver pelis malas. Levantarse temprano y al rato estar sentado en una sala de cine es un placer indescriptible. Arrancar el día y terminarlo entre películas es deseable para cualquier mortal y mucho más para un cinéfilo. Irse a dormir, agotado por el ardor de la jornada y levantarse temprano y al rato estar en una sala de cine es un placer indescriptible. Como irse a dormir, agotado por el ardor de la jornada y levantarse temprano y al rato estar en una sala de cine.

Y hacemos colas sin protestar. Y las volvemos a hacer. Inventamos las leyes y las trampas. Nos ajustamos a las mismas o las violamos, pero siempre, siempre, al servicio de las películas. Vaya un ejemplo a modo de muestra: se me dieron varias ocasiones en las que una película terminaba y allí nomás, con cinco minutos de diferencia, comenzaba otra de mi elección. Las proyecciones se efectuaban en el segundo nivel de la cadena de cines de un centro comercial. La organización del Festival pretendía lo siguiente: vea usted su primera película, pongamos por caso, en la Sala 12. Luego, salga del área de cines y descienda a la planta baja del mall. Suba de nuevo, hagan que corten su ticket en el primer nivel, llegue al segundo y por fin ingrese a ver la segunda película en la Sala 11 (sí, justo al lado de la anterior). Por esta operación se le demandarán unos quince minutos, no más. Eso sí: perderá diez de la segunda obra. O no, ni se preocupe, porque no se permite el ingreso a las salas con la función comenzada… Pero, ¿acaso esta gente no piensa en que existimos los enajenados que somos capaces de ver dos películas sin solución de continuidad? En fin. Recurso cinéfilo al respecto (esta nota también es un servicio, no vayan a creer): salir de la Sala 12, ir a los sanitarios ubicados en la misma planta y dentro del área de salas, cortar uno mismo el ticket, volver por el pasillo a la Sala 11, medio pase en la mano, y al grito de “¡¡estaba en el baño, estaba en el baño!!”, entrar, sentarse y disfrutar. Sin culpa alguna, claro está.

Los Festivales también nos acercan la posibilidad de charlar con los realizadores, asistir a mesas redondas, leer nuevas publicaciones auspiciadas desde el propio evento, asistir a algunas funciones con amigos (aunque, no sé bien por qué, se imponen casi como un rito individual), etc. Eso sí, son tantas las películas y es el tiempo un bien tan escaso – al menos esa es la percepción – que difícilmente haya varias “programaciones personales” siquiera similares. Esto opera como en esos sitios de Internet donde se pueden personalizar ciertos seteos para obtener así, por ejemplo, el link “My Festival”. Cada uno anda por el BAFICI con su “my festival” a cuestas y todos creemos estar en el mismo lugar. Es tener cientos, miles de festivales dentro de un solo Festival.

En definitiva, los festivales son oasis cinéfilos imposibles de resistir. Claro que también están los problemas de organización, los malos públicos y las malas películas. Pero ya dijimos que de eso, al menos en esta nota, no se iba a hablar.

Abril 2008

24 abril 2008

Juan Gelman, premio Cervantes


FUGAS
Juan Gelman

La velocidad de la palabra no es
la velocidad de la sangre y no sé
quién traiciona a quién. ¿Cómo
se encima el horizonte
a la palabra cuándo, a su
cortejo de esperas que todo cambiarán?
La noche cae y se consuela,
pero caer no es un consuelo para mí.
Estoy parado en el espanto
mientras cantan los rostros del día y
no sé quién miente, ellos o yo. Al fondo pasa
el animal que huye
a gran velocidad.



Nota:
La foto de los campos quemados en la provincia de Buenos Aires está tomada de Página 12.

05 abril 2008

Ospina y su Tigre de papel

Liliana Sáez



Desde kinephilos queremos felicitar a Luis Ospina, por el Premio Especial del Jurado que se le ha otorgado a su film Un tigre de papel en el 20º Rencontres Cinemas d'Amerique Latine, llevado a cabo en Toulouse (Francia).

El texto firmado por Ousmane Ilbo (periodista, productor, director, autor, distribuidor – Niamey, Nigeria); Nathalie Roncier (Festival de Amiens - France) y Magile van Reeth(Periodista – Lyon, France) dice lo siguiente:

“Dentro de la excelente selección documental de esta 20ª edición, son numerosas las que fusionan la realidad y la ficción, como para ilustrar el desorden aportado por la omnipresencia de los medios audiovisuales, en los cuales todas las informaciones son puestas sobre el mismo plano. ¿A quién creer? ¿A la realidad íntima de aquel que ha vivido los hechos? ¿O al trabajo austero de las historias?

SIGNIS, la Asociación Católica Mundial para la Comunicación, debe subrayar la importancia ética de los medios. Sobre todo aquellos en los cuales la fuerza de la imagen arriesga nublar nuestra percepción de la realidad. Es por eso que hemos decidido otorgar un Premio Especial del Jurado al filme de Luis Ospina, Un tigre de papel.

Bajo una forma original y rica, el trabajo del documental da cuenta, con humor y malicia, de la muerte de las utopías del siglo XX, y denuncia la manipulación actual de las imágenes por profesionales de los medios poco escrupulosos del respeto y de la ética”.

Dice Ospina en su libro "Palabras al viento. Mis sobras completas", sobre la idea original de Un tigre de papel (Bogotá, Aguilar, 2007):

"En 1996 los artistas Lucas Ospina, Francois Bucher y Bernardo Ortiz descubrieron un artista: Pedro Manrique Figueroa, precursor del collage en Colombia. De ese entonces se han hecho varias exposiciones de su obra en Colombia y en el exterior. Al tener conocimiento de este artista apócrifo, pensé que sería un buen pretexto para hacer un falso documental sobre los años sesenta y setenta con el fin de indagar sobre las relaciones que existen entre el arte y la política, entre la realidad y la mentira, entre el documental y la ficción".

Este film, así como otros trabajos de Luis Ospina, podrán verse en la 10ª edición del BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente), que comienza el próximo martes 8 de abril. Este cineasta, además, estará en Buenos Aires como jurado de la Selección Oficial Internacional.

Nuevamente, Luis Ospina, nuestras felicitaciones.

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Quien quiera acercarse a la obra de este autor, lo invitamos a visitar el Canal de Luis Ospina en YouTube, donde ha subido fragmentos de sus films.


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PELÍCULAS DE LUIS OSPINA EN EL BAFICI:


Miércoles Abril 9
18:00 - UN TIGRE DE PAPEL (114 min)
Abasto Shopping (Sala 11)
Av. Corrientes 3247

Jueves Abril 13
19:15 - LA DESAZÓN SUPREMA: RETRATO INCESANTE DE FERNANDO VALLEJO (90 min)
Abasto Shopping (Sala 7)
Av. Corrientes 3247

Sábado Abril 12
13:00 - LA DESAZÓN SUPREMA: RETRATO INCESANTE DE FERNANDO VALLEJO (90 min)
Abasto Shopping (Sala 7)
Av. Corrientes 3247

Domingo Abril 13
16:30 – AGARRANDO PUEBLO (28 min.) codirigida por Carlos Mayolo
MALBA

Miércoles Abril 16
17:00 – LA DESAZÓN SUPREMA: RETRATO INCESANTE DE FERNANDO VALLEJO (90 min)
Centro Cultural Rojas
Av. Corrientes 2038

Sábado Abril 19
13:30 - UN TIGRE DE PAPEL (114 min)
Alianza Francesa
Av. Córdoba 946

27 marzo 2008

El mundo de Hayao Miyazaki

Carlos Sanz González (*)


Hayao Miyazaki es uno de los directores de animación más importantes de Japón y del mundo. Sus películas son hitos dentro del anime y le han permitido ganar premios tan inalcanzables para otros artistas como el Oso de Oro de Berlín o el Oscar. Intentaremos explicar el porqué de este éxito, adentrándonos en su técnica y en su personalísimo estilo.



El cine japonés y la Segunda Guerra Mundial

Para hablar de cine japonés hay que tener en cuenta a los grandes maestros clásicos: Akira Kurosawa, Yasujiro Ozu, Kenji Mizoguchi, y continuar por los genios actuales, tanto en imagen real (Takeshi Kitano, Takashi Miike o Kinji Fukasaku) como en animación (Katsuhiro Otomo, Satoshi Kon o Mamoru Oshii).
La apertura del cine nipón a Occidente se produjo en 1951, cuando el maestro Kurosawa rodó Rashomon. Esta cinta fue proyectada en el Festival de Venecia, donde fue galardonada con el León de Oro, y en el mismo año también ganó el Oscar a Mejor Película Extranjera. Esta fecha supone un punto y a parte dentro de la cinematografía japonesa, especialmente porque se produjo pocos años después de la Segunda Guerra Mundial, hecho que afectó especialmente al país y a su producción cinematográfica. A partir de aquí, Occidente comenzó a descubrir la cinematografía nipona, ayudado sobre todo por los teóricos de la Nouvelle Vague francesa y en especial por Godard, que elevó a Kurosawa y a Mizoguchi a la categoría de autores.
El 2 de septiembre de 1945 es la fecha de la rendición de los japoneses tras el lanzamiento de las dos bombas nucleares de los Estados Unidos en Hiroshima y Nagasaki. Muchos artistas nipones ven en este día un cambio radical dentro de su sociedad y por lo tanto dentro de su producción artística: a partir de aquí se intentaron asemejar a las democracias europeas, rechazando cualquier aspecto histórico anterior. El pueblo japonés renegó de su pasado, todo lo anterior a la guerra fue considerado en conexión con el totalitarismo y el nacionalismo radical, y condenado como algo negativo que había que erradicar.
Tras la Segunda Guerra Mundial aparecieron dos grandes corrientes dentro del cine japonés: una que pretende mostrar la historia del país y que se ejemplifica perfectamente con los dramas históricos de Kurosawa (que llega a adaptar obras del mismísimo Shakespeare a un ambiente japonés) o las historias cotidianas de Ozu; otra rama busca todo lo contrario: ve en Japón la decadencia y la falta de valores democráticos que ellos encuentran en Europa. Así artistas como Otomo en su obra maestra Akira (1988) critica la jerarquización cada vez más radical de su país y lo que esto provoca en las capas más bajas de la sociedad: el autodestrucción.

El joven Miyazaki

Con este ambiente de crispación y renegando del pasado de su país se crió Hayao Miyazaki. Nacido el 5 de febrero de 1941 en Tokio, procedente de una familia dedicada a fabricar los timones de cola de los famosos cazas Zero durante la Segunda Guerra Mundial, pronto se impregnó de ese sentimiento de “europeización” del país nipón.
En sus primeros años comenzó a dibujar principalmente motivos relacionados con la aviación, desde máquinas reales hasta artefactos imaginarios, claramente influenciado por la empresa familiar en la que pasaba la mayor parte del tiempo. Aquí comenzó una tarea que ha seguido practicando durante el resto de su vida: dibujar elementos reales y tomarlos como bocetos que, unidos a su enorme imaginación, se convertían en máquinas inimaginables.
En 1963 se gradúa en la Universidad de Gakushuin en Ciencias Políticas y Economía, aunque pronto se da cuenta (afortunadamente) de que ese no es el futuro que realmente desea. Y lo hace rápidamente: a finales de ese mismo año ya estaba trabajando de intercalador para la Toei Animation, el puesto más bajo de cualquier animador: se encarga de realizar los dibujos intermedios entre las animaciones principales, algo muy monótono y costoso pero imprescindible. Aquí es donde conoce a Isao Takahata, otro de los grandes maestros de la animación japonesa y con el que fundará el Studio Ghibli, algo de lo que hablaré más adelante.
A principios de los años 70, los dos amigos se trasladaron al estudio A-Pro y de ahí a Zuiyo Pictures. Allí Miyazaki recibe su primer encargo: viajar a Suiza para crear los diseños y organizar la producción de una serie llamada Heidi: La Niña de los Alpes, dirigida por su inseparable compañero Takahata. Dos años después viaja a la Argentina y a Italia, esta vez para preparar Tres mil millas en busca de mamá, mayormente conocida como Marco, de nuevo bajo la dirección de Takahata. El final de esta década estuvo marcada por la dirección de otra serie de culto, donde alcanza la autoría total: Conan, el Niño del Futuro, producida por Nippon Animation y con la colaboración de su gran amigo y posterior director de Ghibli, Yoshifumi Kondo, como animador jefe. En esta década también realiza su primer largometraje como director: Lupin III: El Castillo de Cagliostro (1979), que cosechó un enorme éxito.

La autoría del maestro

Tras el gran recibimiento que tuvo su ópera prima tanto de crítica como de público (el mismísimo Steven Spielberg confesó que la escena inicial de la cinta es una de las mejores persecuciones policíacas de la Historia del Cine), todos los proyectos del director se cuentan por éxitos.
Con su siguiente largometraje, Nausicaä del Valle del Viento (1984), basado en un manga previo del propio Miyazaki, demuestra su genialidad al hacerse cargo de todos los apartados del film, con su amigo Takahata como productor. También es su primera película en que trabajó junto al compositor Joe Hisaishi, habitual en sus largos, a partir de entonces, y de otros directores japoneses, como Kitano. Para algunos (entre los que me incluyo) es su obra más personal, la que mejor recoge los sentimientos del director respecto al mundo en el que vivimos: sabe exponer perfectamente los problemas de contaminación que genera el hombre y la destrucción de la naturaleza por la acción antrópica.
Sin embargo, pese a que la película está principalmente basada en el manga de Miyazaki, existen numerosas diferencias entre ellos. Se podría decir que el largometraje está principalmente inspirado en los dos primeros tomos del manga (que en total consta de seis tomos), por lo que el final resulta muy forzado y quedan numerosos elementos de la historia en el aire. Esto es por que en 1984, cuando Miyazaki decidió dirigir la película, sólo había realizado los dos primeros tomos, y por lo tanto tuvo que crear un final que no se ajusta con el del sexto tomo del manga, el cual concluyó en 1994.
Este fue un problema muy importante de la producción de la película, puesto que el final no era el que Miyazaki había pensado en un principio. Se ha llegado a decir que la conclusión que el director había ideado era más parecida al final que se da en La Princesa Mononoke, donde no hay vencedores ni vencidos y donde la moraleja final varía según cómo lo interprete cada espectador. Analizando el final que se da en el sexto tomo del manga, donde el pueblo del Valle del Viento con Nausicaä a la cabeza, tienen que volver a empezar de cero y, aunque debido a todo el daño que le han hecho al planeta antes se encuentran con todas las ciudades destruidas y sin apenas alimento, muestra un carácter muy optimista con la última frase que dice la princesa Nausicaä a su pueblo: “Vamos a caminar juntos, por muy duro que sea el camino... tenemos que vivir”.
Con esta última frase, se puede adivinar que Miyazaki pretende mostrar al lector que siempre hay una segunda oportunidad y que por mucho daño que el ser humano haya hecho a otros hombres o a la propia naturaleza, debemos aprender de nuestros errores para no cometerlos más. Esta moraleja final es muy similar el final de La Princesa Mononoke, donde el Espíritu del Bosque desaparece y “hace desaparecer” cualquier resto de acción antrópica, consiguiendo que la naturaleza reine. Sin embargo no muestra una desolación total: el ser humano sigue vivo para volver a empezar su vida partiendo del respeto al hombre y a la naturaleza que le rodea, dándole esa segunda oportunidad.
En Nausicaä ya podemos adivinar algunas de las constantes que mantendrá Miyazaki durante el resto de su filmografía: aparatos voladores originalísimos, entre lo mecánico y lo orgánico; la destrucción de la naturaleza por parte del hombre, sobre todo por las guerras entre las distintas naciones; una protagonista femenina decidida y muy madura para su edad; y su especial inclinación por los cerdos, que utiliza para representar a personajes que no están felices consigo mismos o que han hecho daño a otra persona.

El Studio Ghibli

Nausicaä supone un punto y aparte, tanto en la vida personal de su director como en su producción cinematográfica. Gracias al enorme éxito que obtuvo, fundó junto a su inseparable compañero Takahata el afamado Studio Ghibli. El nombre proviene de los aviones de exploración italianos durante la Segunda Guerra Mundial, que utilizaban el término para referirse al viento caliente que sopla desde el Sahara. La teoría de usar este nombre para su estudio era que ellos formaban el nuevo viento que “soplaba” en el panorama del anime japonés.
La empresa surge por el mismo motivo por el que se fundaron otras productoras como la United Artists, Dreamworks o Pixar: que los dos socios fundadores consigan total libertad para trabajar en sus proyectos, sin tener que depender (relativamente) del presupuesto y sobre todo sin obedecer a los productores que censuraban su trabajo. Después de las experiencias anteriores que habían vivido los dos directores, donde no pudieron explotar su obras como hubieran querido, no se plantearon otra opción.
Sin embargo, Miyazaki ha sido uno de los pocos afortunados en cuanto a que los productores influyeran en su trabajo. En su primer largo, Lupin III: El Castillo de Cagliostro, hay que tener en cuenta que era su ópera prima, que trataba sobre un personaje creado por otro artista, y que el presupuesto era muy limitado. Aunque adaptó algunas cosas a su propio método y pudo imprimir en la cinta su personal estilo, no es todo lo “miyazakiesco” que le hubiera gustado. Con Nausicaä tenemos un ejemplo distinto: ya era un director cuanto menos respetado, el manga previo en el que se basaba fue muy bien recibido por la crítica y el público, y el productor era Takahata. Ésta fue una de las condiciones que puso para realizar la adaptación, aparte de que le dieran total libertad para trabajar.
Por esto, volviendo a lo anterior, Miyazaki fue un director realmente afortunado, porque ya en su segundo largo pudo trabajar como quiso, sin restricciones y con un presupuesto bastante generoso para realizar el proyecto. Partiendo de esto me viene una pregunta a la cabeza: ¿sería el estilo de Miyazaki tan personal si hubiera estado más restringido por presiones externas? Desde luego es capital que tras su segunda película pudiera trabajar al ritmo que él mismo se marcara, que pudiera innovar en técnicas de animación y que se arriesgara (y pusiera en juego el futuro del estudio) al apenas utilizar la animación digital para los trabajos más costosos y que abaratarían la producción. Así pudo desarrollar cada vez más su personal estilo, buscando historias con mensajes muy profundos y actuales, con complejos personajes que encajaran perfectamente en el entramado de sus historias, y con unas moralejas finales que hacen recapacitar al espectador de lo que realmente está ocurriendo en el mundo contemporáneo.
Siguiendo con la historia de Ghibli, aquí ha realizado el resto de sus películas, que son: Laputa: El Castillo en el Cielo (1986), Mi Vecino Totoro (que forma un díptico junto con La Tumba de las Luciérnagas de Isao Takahata, 1988), Nicky, la Aprendiz de Bruja (1989), Porco Rosso (1992), La Princesa Mononoke (1997), El Viaje de Chihiro (2001) y El Castillo Ambulante (2004).

El díptico de la naturaleza

Tras el éxito de Porco Rosso a principios de los 90 (ayudado sobre todo por las ventas del merchandising), el estudio ya estaba preparado para realizar una gran obra: La Princesa Mononoke. Sin embargo Miyazaki pensaba en otro proyecto que tenía en mente: Caterpillar Boro, que trataba de un insecto que revoloteaba por los árboles de una gran ciudad y el director prefería crear una historia a partir de ese insecto. Sin embargo, Toshio Suzuki (presidente de Ghibli y gran amigo de los socios fundadores) le convenció de que hiciera mejor La Princesa Mononoke, ya que era el mejor momento para afrontar un gran reto y poder emplear a todos los animadores del estudio, que aunque eran relativamente jóvenes, tenían suficiente experiencia como para trabajar en esa empresa.
Miyazaki aceptó, y utilizó unos bocetos que había realizado en 1980 sobre la historia original de La Princesa Mononoke. Muchas cosas fueron modificadas, como la aparición del demonio con cara de lince, aunque otras se mantuvieron, como el nombre de la protagonista, San, que también aparece en la película aunque pocos la llamen así. Los cambios que llevó a cabo Miyazaki sobre el plan original se basaban principalmente en que la historia que creó tenía ya 16 años, por lo que algunas de las ideas que defendía y que mostraba ya no tenían cabida en el mundo de 1997.
Tanto Suzuki como Miyazaki decidieron que lo mejor para que el proyecto saliera adelante sería cambiar la idea original de la princesa y crear un personaje totalmente nuevo. Así el director recurrió de nuevo a un manga suyo anterior, concretamente a Shuna no Tabi (Shuna’s journey, 1983), una obra más parecida a la historia de Nausicaä aunque contiene elementos que la asocian directamente con La Princesa Mononoke: el alce rojo de Ashitaka, su exilio a Occidente (en el caso del manga, viaja para encontrar pepitas de oro) o el monje que se encuentra por el camino, muy similar al Jikobo de La Princesa Mononoke.
El resultado es un drama histórico, aunque sin utilizar datos reales de pueblos ni de una época concreta. Este es un género muy peculiar en Japón. La temática de estas películas siempre se ha querido asemejar con Los Siete Samuráis de Akira Kurosawa (1954), y siempre ha quedado a la sombra de la obra maestra del director japonés. Muchas han sido las películas que, consciente o inconscientemente, han intentado imitar el film de Kurosawa, intentando transmitir sus mismas sensaciones, algo muy difícil de alcanzar.
Sin embargo Miyazaki no pretendía crear una película que se pareciera a la de Kurosawa. La mayoría de las producciones posteriores que tocaban este tema sólo mostraban samuráis y campesinos, pero Miyazaki pretendía extender más su campo de acción con otro tipo de personajes, como príncipes de tribus casi extinguidas (Ashitaka), personas de clases sociales bajas que fabricaban hierro, o animales de leyendas que vivían en las profundidades del bosque (Moro, Okkoto, etc.). Su intención era utilizar minorías antes que samuráis como protagonistas, que centrarían más la historia en torno a sí mismos.
Miyazaki tenía dos temas centrales cuando comenzó la idea original: una era que quería realizar una película que transcurriera en Japón (recordemos que de todas las que había hecho, sólo Mi Vecino Totoro se podría desarrollar en Japón), y otro tema era el filicidio (aunque en la versión original no se toque tanto, cabe recordar que en la idea original de 1980 la princesa Mononoke era entregada por su padre a un espíritu maligno). Aparte de estos dos grandes temas, le interesaba la vida de los trabajadores del hierro, sobre todo durante la Era Muromachi (1392-1573), una etapa donde las mujeres tenían más libertad, donde la rígida estructura de clases de samurai, granjeros y artesanos estaba a punto de ser establecida y que supuso el tiempo anterior a que Japón, como lo conocemos actualmente, fuera formado. Miyazaki escogió esta era porque durante ella la relación entre los japoneses y la naturaleza cambió enormemente.
El director ve similitudes entre la Era Muromachi y la época actual, que está atravesando varios cambios y confusiones. Con ello intenta crear una historia que se genera en el pasado, pero que tiene unas connotaciones muy presentes, dando al espectador unas imágenes bellísimas sobre grandes ciudades productoras de hierro y frondosos bosques, pero con un significado intrínseco. En esta era también se hacían leyendas sobre Espíritus del Bosque y gigantes que vivían en las grandes arboladas y que eran muy temidos por los humanos, un aspecto que también adoptó Miyazaki para su historia.
Por todo esto es por lo que muchos especialistas han acertado al relacionar directamente el segundo largo del director, Nausicaä del Valle del Viento con La Princesa Mononoke: principalmente porque ambas tratan por encima de todo el tema de la acción antrópica sobre la naturaleza, y cómo anteponemos nuestros intereses personales a los del medio que nos rodea.

Miyazaki en la actualidad

“Me di cuenta de que había anunciado demasiado pronto mi retirada del cine”, confiesa Hayao Miyazaki. “Cuando trabajaba en La Princesa Mononoke creí de verdad que iba a abandonar. Estaba cada vez más débil y no sabía qué hacer. Como el trabajo del director exige en primer lugar talento y no fuerza física, luché para acabar la película, especialmente porque la estabilidad financiera de la productora dependía del estreno del film. Cuando se dio a conocer mi retiro, la noticia se extendió como un reguero de pólvora. Aunque La Princesa Mononoke no estaba terminada, ni mucho menos, los periodistas siempre empezaban la entrevista preguntando si tenía planeada la siguiente película. Mi vida personal cobró más importancia que la película y con ello se cuestionó el futuro de Ghibli. Un día estaba un poco alterado y contesté que La Princesa Mononoke sería mi última película. Hasta me convencí a mí mismo de que había terminado mi carrera. Invertí todas mis energías en la batalla final, incrementando mis expectativas y exigiendo cada vez más a mis colaboradores. Ya estaban bajo una presión enorme y mi actitud dejó agotados a los empleados de Ghibli. Muchos sufrieron crisis nerviosas. Yo seguía convaleciente y aún sentía el peso de muchos años de trabajo, pero afortunadamente todos estos sacrificios no fueron en vano. La Princesa Mononoke consiguió un éxito mucho mayor de lo que hubiéramos podido soñar”.
Afortunadamente para todos los amantes del cine en general y del anime en particular nos encontramos con un artista adicto al trabajo, por lo que su “retiro” no duró mucho. En 2001 nos sorprendió con otra obra maestra llamada El Viaje de Chihiro que logró el Oso de Oro en Berlín y el Oscar a Mejor Largometraje de Animación. Ésta tiene un tono más ligero que Mononoke, por lo que el ritmo de producción no fue tan estresante y los animadores no se encontraban tan presionados por terminar el trabajo.
En 2004 estrenó su última película hasta la fecha: El Castillo Ambulante, basada en la novela de Diana Wynne Jones, con John Lasseter (presidente de Pixar) como productor ejecutivo. La película trata sobre todo el tema de la guerra, pero se desarrolla en un mundo de magos y brujas, dejando a un lado sus consecuencias en la naturaleza.
Actualmente Miyazaki está ultimando su próxima película: Gake no ue no Ponyo (Ponyo al borde del precipicio). La historia trata sobre Ponyo, la princesa de los peces de colores, que desea convertirse en humana. Intentando cumplir su deseo, se encontrará con Sosuke, un niño de 5 años. La música correrá a cargo del compositor habitual de Miyazaki: Joe Hisaishi, por lo que se puede esperar una película al más puro estilo de Ghibli. El largometraje se estrenará en Japón este verano, así que su distribución por tierras europeas tardará al menos un año (El Castillo Ambulante llegó a España dos años después de su estreno en Japón).


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(*) Carlos Sanz González es el autor del blog Karulosu Factory y también publica en CinefreníA.

24 marzo 2008

24 de marzo... "Ellos"

Héctor Germán Oesterheld fue uno de los 30.000 desaparecidos de la última dictadura argentina, inaugurada el nefasto 24 de marzo de 1976.

Entre 1957 y 1959 publicó El eternauta, con dibujos de Solano López.

Allí define a los "Ellos", premonitorios personajes de ciencia-ficción, que se materializaron en los años más tristes y dolorosos de nuestra historia.


Hacer clic en la imagen para poder ver y leer este fragmento.

20 marzo 2008

Cinema Paradiso

Marcela Barbaro



El cine como una ventana abierta al mundo
así lo entendía Bazin
y los pobladores de Sicilia asomados a su marco:
los analfabetos deslumbrados, el olor irremediable de los pescadores,
los vivos de siempre, los trabajadores incansables,
el onanismo adolescente, la censura pacata de un cura, el loco de la plaza
el contorno de Fellini en la butaca, las mujeres liberando su sexo.

El cine
para Alfredo un oficio que lo hizo padre,
para Totó un hogar donde fue engendrado.

Un estigma precioso e imborrable sobre la infancia.
Un viaje hacia el Paraíso,
donde todo es posible
donde se enseña a mirar: lo no visto, lo oculto
lo desconocido, lo inimaginable y lo propio.

Las imágenes fugaces se atrapan dentro de un frasco
para revivirlas siempre.

El cine que inaugura los ojos con lo bello
se mezcla con las huellas tibias de la guerra
el aire hecho ruinas
las soledades como fantasmas,
miserias y esperanzas tras el polvo.

La ceguera como paradoja
el luto de la pantalla y los recuerdos
Alfredo imagina cada uno de los aromas de la sala,
acompaña con sus labios el silbido del celuloide,
es parte de la fatiga de un viejo proyector
y de las quejas insolentes de las butacas,
un sabio legado reservado en su corazón
que atravesará con un puñado de besos el alma de su niño.

El cine entra a Cinema Paradiso
se acomoda y observa su vida
llora, se ríe y se piensa.