Con el pretexto de una investigación histórica de estudiantes de comunicación social sobre el diario chileno El Mercurio, dirigido a través de su historia por varias generaciones de dueños llamados Agustín Edwards, Ignacio Agüero compone un documental con material de archivo y entrevistas a directivos del periódico, que supone un valiente documento sobre el papel de la prensa durante la dictadura en el país cordillerano.
El dueño de El Mercurio posee una cadena de tres periódicos nacionales y veinte regionales. Agustín Edwards Eastman es el quinto Agustín de una dinastía familiar propietaria del diario desde el año 1900, en que fue fundado. El actual Agustín ocupa su cargo desde 1956, época de oscuras dictaduras en la América del Sur.
Chile es un país largo y angosto, recostado sobre la Cordillera de los Andes y bañado por el Pacífico en toda su extensión. Si bien su ubicación geográfica lo mantiene aislado de otros países de la región, ocupa en el mapa un lugar tan estratégico que fue allí donde se abastecieron los aviones británicos durante la Guerra de Malvinas. Chile ha vivido una de las épocas más soñadas por la juventud de los setenta, cuando llegó al poder Salvador Allende, y una de las dictaduras más terribles que coartó todo tipo de actividad política, secuestró, desapareció y asesinó a sus enemigos políticos e instaló un reino del terror bajo el mando de uno de los más impronunciables generales: Augusto Pinochet.
La llegada de Allende al gobierno suscitó cierta incomodidad entre las clases altas y los círculos de derecha. Bajo el pretexto de que Chile sería una puerta de entrada para el comunismo en el continente, Agustín Edwards Eastman acudió a Rockefeller para pedir la intervención norteamericana. Casi nada, unas pocas líneas de un párrafo sirven para colocar a este Agustín del diario en su justa ubicación dentro de la historia más aterradora de Chile. Bien, la película de Agüero no sólo afirma esto, sino que lo prueba con imágenes, noticias y una serie de entrevistas a personajes que ocuparon cargos importantes en el diario y que, bajo la tentadora intención de pasar a la posteridad, se prestaron a que los jóvenes estudiantes los filmaran, para quedar patentados como los ideólogos del golpe de Estado, los cómplices de una dictadura indefendible y como los seres que cualquier chileno no quisiera tener entre sus familiares.
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