Tanta expectativa se había creado en el Bafici por esta película, que todavía no entiendo por qué. La historia de una joven que teme estar embarazada y huye a cobijarse en el hogar de una familia que se está deshaciendo puede dar para componer un universo adolescente y adulto rico en posibilidades y matices. Pero Porterfield prefiere dejar correr la grabación en los momentos de ocio, de traslado, es decir, en las acciones que deberían ser elipsis en cualquier relato convencional.
Oí decir que su maestría está en ir de lo periférico a lo central. Es cierto que va rodeando al personaje central de situaciones que no permiten que compongamos un estado de situación hasta bien promediado el metraje. Es cierto que las conclusiones que vamos sacando (porque son obvias, no porque nos las sugieran) se verán reafirmadas a través de las líneas de diálogo.
¿Qué me queda de este filme? Que lo fundamental me lo dan los parlamentos, mientras que la imagen es totalmente accesoria. Es posible que sea una manera particular y original de brindarnos una narración novedosa. Pero mientras esperas aquellas líneas del diálogo te aburres como una ostra y ni siquiera puedes perderte en la contemplación de una escena compuesta con genialidad o un movimiento de cámara que compense tanta espera.
La música country que Porterfield incluye en la diégesis es de lo mejor que tiene el filme. Lo demás está tan escamoteado que no logra atraparte y, mucho menos, seducirte. Es una pena, porque tenía actores para hacerlo.
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