06 abril 2015

Paisajes protagónicos: Del arcón de los recuerdos

Liliana Sáez


Del inventario de imágenes cinematográficas que cada uno guarda en su memoria se puede construir el imaginario de cada persona. En el mío, existe desde hace muchos años el recuerdo inquietante de un fondo de mar turbulento, cuyo movimiento interior se corresponde con la sensualidad que transmite una joven estirada a pleno sol sobre una roca, mientras su mano agita el fantasma interior de ese mar aparentemente tranquilo en una isla perdida del Pacífico. Castaway(Nicholas Roeg, 1987) está inspirada en la experiencia de la británica Lucy Irvine en la isla de Tuin, donde llegó junto a Gerald para sobrevivir durante un año con medios primitivos. Él era un hombre maduro ganado por la desidia y perdido en la promesa de construir un (nunca construido) refugio, mientras que la joven Lucy se internaba en las aguas cálidas y se estiraba en la arena, prescindiendo totalmente de la compañía masculina, en una simbiosis con el paisaje que despertaba los celos de su compañero.
Como el paisaje requiere de planos generales, la cámara se los ofrece a manos llenas. La isla de Castaway en su magnífica extensión tiene la arena blanca y el mar tan azul que se confunde con el cielo. Allí las personas son apenas unos puntos que se trasladan hacia la especie de hogar que han improvisado. Pero cuando la cámara se acerca, Lucy se integra al paisaje, en esa comunión con el mar o la jungla, mientras Gerald va consumiéndose en su empeño de intentar sembrar artificialmente unas semillas traídas desde la ciudad. La naturaleza impone su salvajismo, a través de las tormentas, las pestes y la sequía. Allí es donde sucumbe Gerald, a quien trata como un enemigo. En cambio, encuentra en Lucy a una verdadera aliada, alguien que late al mismo ritmo de su ciclo natural.

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