14 febrero 2016

Andrés Caicedo murió para nacer

Liliana Sáez

Niñoviejo, joveninfante, 
amante incondicional del cine, 
explorador de todos sus senderos. 
Ángel caleño de mirada miope, 
frases tartamudas y torpeza lewisiana. 
Ser infecto de pasión cinéfila 
y fervor en la escritura, 
se te recuerda en cada acto 
y vives en cada hecho.

LS



Van a hacer cuarenta años que Andrés Caicedo encontró la muerte que había buscado en más de una oportunidad. Tenía 25 años y su suicidio “coincidió” con la publicación de su primera novela, ¡Que viva la música!, una fotografía de la juventud de Cali (Colombia) durante los años setenta, donde, como en otros territorios, la música y la estimulación de los sentidos eran moneda corriente. Los temores adolescentes en cuanto a la aceptación del otro, la búsqueda de escapatoria del mundo de  los mayores, el debate entre la música importada y la autóctona… todo ello se esconde detrás de las vivencias de su heroína “rubia, rubísima”, con el cabello como el de Lilian Gish y las piernas “muy blancas, pero no de ese blanco plebeyo feo”, que leía El Capital y bailaba salsa.
Me acerqué al personaje y al escritor a partir de una película: Andrés Caicedo. Unos pocos buenos amigos, el documental realizado por Luis Ospina, que se ha convertido en homenaje al entrañable amigo y radiografía de una generación: el Grupo de Cali. Se trata de un “docudrama”, como su autor lo define, de doce capítulos, que recopila testimonios y documentos sobre la vida del amigo ido, y no digo “ausente”. Las frases de Caicedo conducen el hilo del documental, llevándonos de la mano por su breve existencia, pero inmersos en la gran obra que construyó en su vida. Así nos enteramos que confiaba en sus buenos amigos (Que nadie sepa tu nombre/ y que nadie amparo te dé. / Si dejas obra,/ muere tranquilo, /confiando en unos pocos/ buenos amigos); que para él, vivir más de 25 años era una insensatez; que era miope, torpe, tartamudo y se le dificultaba establecer relaciones personales…

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