22 mayo 2017

The Wedding Ring (Rahmotou Keïta)

Liliana Sáez



No hubo ni una mención para The Wedding Ring en la premiación de Bafici 2017. La nigeriana Rahmatou Keïta estuvo en Buenos Aires para presentar el estreno latinoamericano de su película. Ante el público, la directora expresó que con su pequeña película sólo pretendía invitarnos a su casa. Al abrirnos la puerta, nos mostraría cómo se declara el amor en una pareja por medio de la negación; cuáles son los rituales necesarios antes de casarse; cuáles son las costumbres de la familia, donde los hombres rezan y trabajan en el telar y el campo, mientras las mujeres acarrean el agua, cuidan a los animales domésticos y realizan las tareas de la casa. Ese universo femenino es el centro más atractivo del filme de Keïta. La complicidad de las mujeres no es típica solo de Occidente. Aquí las mujeres se acompañan, se indagan una a la otra, se ayudan en los quehaceres, se cuentan intimidades y sueños que esperan que se hagan realidad.

La aldea familiar a la que llega Tiyaa (Magaajyia Silberfeld), proveniente de París, donde estudia, es una comunidad de casas que van entre el ocre y el color ladrillo. Sus espacios son cálidos y confortables, sus costumbres difieren de las occidentales, pero se parecen en la intención. La amiga, la prima, la mujer que pide asilo, la que pretende que le escaren el rostro para seguir con la tradición familiar, oponiéndose a las leyes que lo prohíben… El tejido de la manta nupcial, la recolección de la leche donde se bañará el anillo de bodas, la intempestiva visita al chamán… todos, frescos de la vida en Níger (no Nigeria, dice Keïta, ya que en esa diferencia está el país libre del país colonizado), con unos jóvenes enamorados y una chica ilusionada que tiene toda la complicidad de las mujeres de la casa para que pueda ser la novia más bonita del lugar. Momentos como el de la precaria ducha, el abanicado durante la siesta, el paciente peinado de su melena, la hermosa filigrana de henna que dibuja la tía sobre la piel… 

La cámara no es protagonista, solo asiste a los rituales que se desarrollan sin prisa ante nosotros,  sumados al despliegue que se realiza en la casa de la novia. Imágenes que quedan en la retina: la fila de jóvenes con cántaros que se desplazan en diagonal junto al mar de un lado, y el desierto del otro; el hombre que teje en el telar la capa de la novia; los hombres con lienzos azules y blancos, que se inclinan ante la puesta del sol a orar… Una obra pequeña, sensible, hermosa. Una especie de viaje por Níger, en días de calor, cuando los quehaceres de una casa se despliegan sin prisas y sin pausas para coronar a una novia con el velo de su boda. Antes del final, un iris cierra sobre el plano de un músico que toca una corneta para avisar que la fiesta da comienzo.


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