15 abril 2018

Easy Street, cien años después

Liliana Sáez



Después de décadas, casi diría un siglo, manteniéndose vigente en pantalla, el cine de Charles Chaplin va comenzando a tener cierto olor a naftalina. El simpático personaje es un vagabundo de gestos refinados, aunque cuando lo cree necesario despliega una fuerza brutal para doblegar a quien esté cometiendo alguna injusticia. Su cine, ambientado en la primera posguerra mostraba los estragos sociales que ésta había cometido, alcanzando su punto más álgido en la crisis de 1929. Sus películas lo muestran entre sobrevivientes paupérrimos, en situaciones muy tristes, donde siempre hay una joven ingenua y un bravucón que con su fuerza o su presencia brutal domina al resto.
Su filmografía es harto conocida y los efectos logrados por su personaje muy familiares. No es ese el tema que nos ocupa, sino cómo vemos hoy algunas de las historias que Chaplin contaba hace un siglo atrás. Ha sido considerado un adelantado a su época por su genialidad tanto interpretativa como cinematográfica. La gesticulación y los movimientos graciosos que lograba arrancarle a su cuerpo fueron la base de su humor, que se balanceaba entre la ironía y la ingenuidad. Hoy, si quisiera mantener el éxito logrado, el tratamiento de sus personajes quizá pasaría por el filtro de su autocensura.
Me gustaría centrarme en Easy Street, una película filmada en 1917, para la cual construyó una calle en forma de T, con el fin de narrar la historia de un vecindario que se negaba a ser protegido (en verdad, reprimido) por la policía del lugar. Si bien toda su filmografía tiene suficiente volumen para detenerse y extenderse en consideraciones y análisis, es en este cortometraje donde conviven algunas líneas que nos llevan a reflexionar.

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