06 mayo 2018

Inferninho (Guto Parente y Pedro Diógenes, Brasil, 2018)

Liliana Sáez



Presentada en el Bafici como emparentada al cine de Fassbinder, la película de Parente y Diógenes tiene más coincidencias con el cine de Arturo Ripstein. Los mismos ambientes opresivos, los personajes marginales y bizarros, el tono del melodrama… La barra del bar donde se acoda la dueña del lugar, Deusimar, y la presencia seductora del marinero Jarbas, que la seduce, ocupan el centro de la narración. Alrededor pululan unos seres que forman parte de una tribu más cercana al circo que al bar. Son personajes esbozados, con sus propios problemas que apenas podemos soslayar. La ausencia de clientes y la condena al desalojo empujan a Deusimar a tomar una decisión que cambiará la vida de todos sus integrantes. La única locación es el interior del bar, con sus luces agónicas y los colores fuertes desteñidos, que parecen querer representar un ambiente claustrofóbico del cual no hay salida. El único respiro viene dado por una excursión de Deusimar en un mundo, literalmente, de postales turísticas, mientras en su ausencia se gesta una posible solución al imperativo de bandas mafiosas. Inferninho no es otra cosa que eso, un pequeño Infierno, con seres desahuciados que quieren llegar al Cielo. Es un guion endeble, que se limita a mostrar la comunidad que habita el bar más que las situaciones que los unen y dividen. Es una película menor. 

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