24 noviembre 2014

My Name is Salt. Farida Pacha. Suiza, India, 2013

Liliana Sáez


Este documental de Farida Pacha remite al venezolano Araya, de Margot Benacerraf. Como ella, el documentalista indio instala la cámara en el desierto para retratar el trabajo que realiza una pequeña comunidad, cuyo producto disfruta una gran población mundial, sin conocer los entresijos de su laboriosa obtención.
La cámara, instalada en una parcela de los 5000 kilómetros cuadrados de Rann de Kutch, porción que le corresponde a la familia de Sanabhai, registra la vida de este hombre, que con su padre, su esposa, una hija adolescente y un hijo pequeño se instalan, como lo hacen miles de familias cada año durante ocho meses, en ese desierto donde reposan dramáticamente dos barcas en espera para hacerse a la mar.
Las imágenes nos muestran la llegada de la familia al lugar con sus escasas pertenencias: dos catres, alguna silla y algunas bolsas con utensilios y ropaje. El sol cae inclemente sobre la tierra resquebrajada. Veremos el trabajoso proceso de instalación, primero, y luego el del, literalmente, arduo trabajo que han llegado a realizar. La cámara explora cada esfuerzo, desde la instalación de la energía eléctrica hasta la obtención del agua en un lugar tan desolado. Todo, con una precariedad que cobra protagonismo en el film. Con las manos horadan la tierra para instalar, a varios metros de profundidad, el motor que oiremos “latir” incansablemente durante todo el tiempo; con los pies apisonan, paso a paso, la tierra de cada uno de los piletones del kilómetro cuadrado que les toca explotar; con el ingenio crean soluciones casi imposibles para nuestra cultura hiper-tecnificada.
Los hechos que se van sucediendo están registrados con gran austeridad, pero con imágenes que por momentos alcanzan cotas poéticas, como los primeros planos de las manos resecas, los rostros curtidos por el sol o los pies que se desplazan por la arena mojada, como si se tratara de una danza tribal. El ritmo marcado por el motor instalado y esos pasos, que a un mismo compás van desplazándose palmo a palmo por uno de los piletones, le otorgan al film una cadencia musical.
La descripción de la vida de estas gentes, con sus infatigables horas de trabajo y sus escasos pero necesarios momentos de ocio, es retratada a través de una cámara observadora que no comenta, que se detiene en la descripción del laborioso trabajo, pero también acompaña en los momentos de ocio y de descanso. El padre anciano que amorosamente masajea las manos del hijo, la joven que se acicala para festejar su día de recreación, los momentos dedicados a la meditación, el niño desvelado cuyo rostro ilumina una luna brillante… y siempre, el incansable ritmo de la máquina que va controlando los segundos de cada día.

14 noviembre 2014

Vojta Lavicka: Nahoru a dolu / Vojta Lavicka: Ups and Downs . Helena Třeštíková. República Checa, 2013

Liliana Sáez


Durante dieciséis años, Helena Třeštíková registró imágenes de la vida cotidiana de Vojta Lavicka, un músico romaní, que además es periodista y activista social. Su momento de gloria lo vivió mientras formó parte de la banda Gipsy.cz, aunque su interés tiene más que ver con la situación de los gitanos en la República Checa, donde son discriminados. Su vida ha transcurrido con altibajos, a través de dos matrimonios y la lucha contra el vicio del juego.
La banda sonora se apoya en la narración del propio Lavicka, que sostiene que cada vez que se le ofrece una buena oportunidad algo lo echa a perder. Pasarán varios minutos para enterarnos que no sólo la sociedad lo margina, sino que su debilidad lo hace caer una y otra vez en un vicio que no logra superar.

11 noviembre 2014

Cendres / Ashes. Idrissa Guiro, Mélanie Pavy. Francia, Senegal, 2014.

Liliana Sáez


Akiko nacida en Francia, de madre japonesa y padre francés, vuelve al Japón de sus ancestros, donde se reencuentra con su familia con motivo de la muerte de su madre, Kyoko.
La aventura de Kyoko como actriz secundaria de la Nouvelle Vague ha quedado registrada en fotografías, restos de celuloide y unos cuadernos que encuentra su hija cuando debe ir a vaciar el apartamento que su madre tiene en París. La lectura la llevará a reparar los lazos rotos desde su adolescencia y le permitirá, junto al calor familiar y a los ritos ancestrales de Japón, reencontrarse con su madre.
Idrissa Guiro y Mélanie Pavy irrumpen con su cámara en el doloroso proceso que lleva a cabo Akiko para desprenderse de las cosas materiales de su madre y para sanar las heridas de su desarraigo. Filmada en blanco- negro y a color, acompañamos a Akiko, como representante de una generación que se abisma al espanto de otra, la que sufrió la explosión de Hiroshima. En un encuentro con las mujeres de la familia, Akiko rescata a su madre joven, una rebelde que se enamoró de un productor francés y lo siguió a la Ciudad Luz para encontrarse inmortalizada por primerísimos primeros planos en blanco y negro o planos americanos a color. Estamos ante dos generaciones y dos culturas, atravesadas por el Japón devastado de la Segunda Guerra Mundial y la Francia rebelde de mayo de 1968.

10 noviembre 2014

Nebel / Fog. Nicole Vögele. Suiza, Alemania, 2014

Liliana Sáez



Imágenes y sonidos buscan en el documental de Nicole Vögele que el espectador componga una especie de puzle, donde los objetos, animales y personas juegan a las escondidas tras la densa niebla que cubre el paisaje. El tren, tan cinematográfico, irrumpe frente a nosotros sin que casi lo veamos. Las vías están trazadas en un camino borroso que las deja perderse en un horizonte desdibujado.
Estamos ante una propuesta onírica que despliega sus imágenes indefinidas y los ruidos del ambiente. Las figuras aparecen y desaparecen en un entorno nevado, donde el viento suena fuertemente. Nuestras retinas sufren el paso del negro al blanco brillante, que se queda en la pantalla por largos minutos sin ofrecer más que sonidos, cuya fuente deberemos adivinar.

06 octubre 2014

The Inmigrant, James Gray, EUA, 2014

Liliana Sáez



El cine de James Gray posee una serie de constantes, que suelen ubicar a los personajes en un mundo marginal,  al que llegan empujados por la necesidad y donde suelen sufrir la típica hostilidad que se le brinda al forastero. En ese entorno, suelen darse historias melodramáticas, donde el amor parece empujar a sus víctimas a la desesperación. Ante el dilema de elegir entre el camino del bien y del mal, sus personajes suelen estar modelados con rasgos humanos, donde la elección moral siempre está presente, aunque no para exponerlos a un juicio por parte del espectador. Así, en Cuestión de sangre (Little Odessa, 1994), un asesino retorna a su ciudad natal, un pueblo de inmigrantes rusos, donde deberá enfrentarse a una serie de recuerdos agobiantes.  La otra cara del crimen (The Yards, 2000) cuenta la historia de un ladrón que sale de la cárcel y regresa a buscar un trabajo digno, sin darse cuenta de que irá cayendo cada vez más profundamente en la senda de la que quería escapar. En La noche es nuestra (We Own The Night, 2007), un encargado de un club nocturno se debate entre las presiones de la mafia rusa y la policía para subsistir. En cambio, en Two Lovers, un hombre debe elegir entre el amor sereno de su novia y la pasión tortuosa que le ofrece otra mujer.
En El sueño de Ellis, Ewa (Marion Cottillard), una joven polaca cristiana, llega a los Estados Unidos y en migraciones ve cómo su hermana tuberculosa es apartada de la fila, mientras que a ella se le impide el desembarco por su comportamiento inmoral durante el viaje. La suerte le pone en el camino a Bruno (Joaquin Phoenix), un rufián que maneja a un grupo de prostitutas, quien la ayudará a instalarse en esa tierra prometida. La historia se complica un poco más cuando aparecen los celos de las demás mujeres frente al comportamiento inocente de Ewa y al amor que va naciendo en Bruno por esta mujer. No faltará el tercero en discordia, un actor de teatro que le promete a Ewa irse juntos, poniéndola en el difícil dilema de elegir entre su felicidad o la recuperación de su hermana.

12 septiembre 2014

Benjamin Abrahão: De los confines del Líbano al espinoso Sertão

Liliana Sáez


Huyendo de la convocatoria para luchar en la Primera Guerra Mundial, Benjamin Abrahão Botto llegó a Recife, en Brasil, donde se dedicó a la venta ambulante, ofreciendo telas y, más tarde, harina, azúcar y carne proveniente del Sertão[1]… El Sertão se apropió de sus sueños de montañés y supo que algún día lo visitaría. Compró dos burros y un caballo y se dirigió hacia Juazeiro do Norte, un pueblo invadido por los peregrinos que visitaban al Padre Cícero.
Cícero Romão Batista, también conocido como Padim Ciço, era un sacerdote de gran influencia en la región nordestina brasilera. Propietario de grandes extensiones de tierra, su acción influyó en los aspectos sociales, políticos y religiosos de la zona, a través de su principal asistente, el doctor Floro Bartolomeu. Su autoridad se hizo sentir en la región hasta poco después de la Revolución de 1930.
El fascinante inmigrante libanés pronto pasó a integrar la “corte” del Padre Cícero, convirtiéndose en su secretario. Fue testigo de la historia regional, desde el paso de la Columna de Prestes, que buscaba derrocar el gobierno de Artur Bernardes, hasta la llegada al poder del general Getulio Vargas.

Dios y el Diablo en la tierra del Sol y "La estética de la violencia", de Glauber Rocha



Liliana Sáez

La amplia geografía del sertão, en el nordeste de Brasil, fue el escenario elegido por el máximo exponente del cine brasilero, Glauber Rocha, para componer su obra más famosa: Deus e o Diabo na Terra do Sol (1964) y su secuela: O Dragão da Maldade contra o Santo Guerreiro (1969).
Para comprender el auge –y el fin- del cangaço debemos referirnos a una serie de circunstancias que hacen a la historia de los personajes involucrados. Muchos han querido hacer un paralelismo entre el western norteamericano y el cine de cangaceiros brasilero. En ambos casos se trata de regiones inhóspitas, donde la civilización intenta hacerse un espacio, con la llegada de los pioneros que buscan establecerse y adueñarse de la mayor porción de tierras, el acompañamiento de religiosos y santones que pretenden llevar la fe al bárbaro para civilizarlo, la creación de ejércitos personales como necesidad de protección, la brecha inmensa e injusta que se instala entre los ganaderos y los campesinos… Todo esto en una época en que se daban las migraciones internas en busca de trabajo, la construcción del ferrocarril para llegar a los lugares más distantes, la industrialización del país que llevaba a la instalación de un estado moderno…
Sin embargo, el fenómeno del cangaço es singular, exclusivo del Sertão y del Agreste. Ambas regiones se caracterizan por sus extensas áreas áridas. El nordeste brasilero posee un relieve irregular que se extiende en sus casi 800 mil kilómetros de superficie total, con ciudades importantes como Salvador de Bahía, Fortaleza y Recife. Para la época a la que nos estamos refiriendo, apenas eran avanzadas de civilización, donde los terratenientes impusieron la agricultura invasiva y el pastoreo del ganado, lo cual fue cambiando el paisaje que transitaban los cangaceiros del siglo veinte. Esa zona también es denominada “caatinga”, un lugar donde la naturaleza se vuelve esquiva al hombre, permitiendo la presencia de fuertes desigualdades sociales.

08 septiembre 2014

Cangaceiros: bandidos rurales

Liliana Sáez

Si bien la presencia del cangaço en el nordeste de Brasil data de 1830-1840, fue un grupo de cangaceiros el que hizo famoso el fenómeno de bandidismo rural entre 1890 y 1940, época que se extiende entre la instauración de la Primera República y el Estado Novo. Cangaceiros como Antônio Silvino, Sinhô Pereira, Ângelo Roque, Jararaca, Lampião y Corisco eran bandidos nómades que asolaron la región, enfrentándose al poder económico, representado por unos pocos hacendados y terratenientes que para enriquecerse no miraban las necesidades de los campesinos, pertenecientes a un pueblo empobrecido y explotado.
Hay que decir que la geografía era inhóspita, con vegetación xerófila, grandes extensiones de tierra con escasas fuentes de agua y un clima extremo que iba desde los 7 grados por las noches a los 45 del mediodía. En ese espacio árido se extendían el Agreste y el Sertão, por donde se desplazaban estos grupos, compuestos de cangaceiros y sus mujeres (sin niños, porque podían delatarlos), sin lugar fijo para establecerse, con la finalidad de despistar a los ejércitos particulares de los “señores feudales” del sector.
Los cangaceiros formaban un bando alrededor de un líder, que a partir de la jefatura de Lampião se había organizado según ciertas normas rígidas que los protegió como grupo, obteniendo escasas derrotas. Cada uno de ellos tenía su pareja y practicaba la monogamia. Si alguno moría, su escolta se hacía cargo de la “viuda”. Los niños  eran entregados a la Iglesia o a alguna institución de bien público para que los criara… Estos hombres y mujeres vestían de manera particular.

17 julio 2014

Jersey Boys, Clint Eastwood. EUA, 2014

Liliana Sáez



Debo anticipar que Clint Eastwood no es santo de mi devoción. Pero no me pierdo una película de su autoría. Lo sigo desde los westerns de Sergio Leone, los policiales de Harry el Sucio y Magnum, y he visto toda su obra como director. Tengo mis preferidas, que no son tantas como reconocen sus fanáticos. Bird (1988) y Cazador blanco, corazón negro (1990), Mystic River (2003) y J. Edgar (2011) están entre mis dilectas. Los puentes de Madison (1995) y Unforgiven (1992), entre las que me sublevan. Las demás las he ido incorporando como curiosidades de un director que se merece un dossier, porque cada película lo va definiendo. Jersey Boyspelea por incluirse entre las primeras.
Es cierto que estamos ante un autor consagrado por la crítica. Un hombre que se rehace en cada película que filma. Un veterano que cada vez domina más la técnica. Un anciano que tiene toda la vitalidad de un joven y la experiencia de un sabio. Pero también estamos ante un hombre que siempre ha vivido en el país más poderoso del mundo, que arrastra desde sus inicios una misoginia que no logra superar y que, en sus intentos por ser políticamente correcto, deja en evidencia las costuras de su ideología más conservadora.
En Jersey Boys, Clint Eastwood adapta el musical de Broadway, que narra la historia de The Four Seasons, la banda pop nacida en Nueva Jersey de gran éxito en los años sesenta. Y lo hace con frescura, como corresponde a un hombre que se revitaliza filmando.  Eastwood venía oscureciendo su cine con historias trágicas y sin salida. Estábamos hundiéndonos con él en el enojo por el inevitable paso de los años, pero con su última película nos entrega un hálito de alegría, a través de la historia de un grupo de chicos ítaloamericanos que deben buscar su medio de vida, tratando de no caer en las trampas que les tiende la mafia. La mafia está omnipresente en el barrio, entre los jóvenes y en su trayectoria. Es un mal necesario del que no pueden desprenderse, porque en sus vidas no hay segundas oportunidades. Pero la música todo lo puede, la música puede ser la salvación… o el desastre.


14 julio 2014

Violette, Martin Provost. Francia, 2013

Liliana Sáez


Durante sus 65 años, Violette Leduc recorrió su país, desde la norteña Arras hasta Faucon, en la Costa Azul, al sur de Francia. Durante ese trayecto, del cual partió perseguida por los fantasmas que la acosaban (su bastardía, una madre expulsiva y la imagen poco agraciada que le devolvía el espejo…), pasó por las miserias de la posguerra, donde contrabandeaba alimentos, hasta que motivada por sus “descubridores” comenzó a escribir y su vida cambiaría para siempre.
Martin Provost ya había llevado luz hacia la oscura existencia de Seraphine, la pintora de Senlis y su multicolor obra en un filme de profunda belleza que, en su momento, nos deslumbró. Violette no tiene el poderío visual de su antecesora, pero nos descubre una vez más la tormentosa existencia de una escritora casi desconocida. Estructurada en seis capítulos, según los nombres de quienes fueron transformando su existencia (entre otros, Maurice Sachs, Jean Genet, Albert Camus o Jacques Guérin), la historia se centra en la etapa en que Violette Leduc conoció a Simone De Beauvoir. Gracias a la insistencia y mecenazgo de Simone, Violette tuvo el impulso de escribir y pudo publicar una obra desprejuiciada, en la época en que el feminismo daba su lucha de la mano de la intelectualidad de izquierda, en la Francia de finales de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta.