El triángulo amoroso entre el pintor francés Pierre-Auguste Renoir (Michel Bouquet) en los últimos días de su vida, de su hijo, el cineasta Jean Renoir (Vincent Rottiers), y Dédée, la modelo del pintor, la joven liberada Andrée Heuchling (Christa Théret), es el eje sobre el cual se desarrolla Renoir, el film de Gilles Bourdos.
La acción transcurre entre 1915 y 1919 en la Costa Azul, con un anciano gruñón que lucha contra las dolencias con que lo va acercando la muerte; un hijo pródigo, que llega de la guerra herido y una joven de piel muy blanca, melena pelirroja y ojos marrones que los embelesa a ambos.
El conflicto, tratado sutilmente, a través de las miradas y escasas líneas de diálogo, es sólo un pretexto para demorar al espectador en una serie de encuadres bellísimos que se despliegan siempre a tono con la obra del pintor impresionista. Bourdos no apura la acción, por el contrario, la narración es lenta, quizá demasiado, para compartir un periodo de abulia y monotonía en la vida de un viejo que aún sigue sorprendiéndose ante la belleza de una joven mujer y que sufre la deformación de sus huesos sin que ello le impida seguir pintando con pasión.
Renoir elige permanecer en un punto de cierre y apertura en las historias de sus personajes. Si bien guarda sus mejores planos para la casa paterna, para los paisajes que se encuadran tras las ventanas, todos inspiradores de los famosos cuadros del pintor, la llegada del hijo y la permanencia de la modelo abrirán otra línea narrativa que tendrá que ver con los prolegómenos de una sociedad que irá más allá del lazo marital, pues Dédée, bajo el seudónimo de Catherine Hessling, será la colaboradora de Jean en sus primeros pasos cinematográficos.
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