Liliana Sáez
La más inventiva de las películas de esta Competencia, también tiene como protagonista a un grupo de chicos que han quedado huérfanos y se conocen en el crematorio donde los cuerpos de sus padres han sido reducidos a cenizas, coincidiendo en un sentimiento que no es especialmente de tristeza. A través de la narración de Hikaro (interpretado por Keita Ninomiya, quien obtuvo en esta edición el premio a Mejor Actor), vamos conociendo la historia de los chicos. Apelando a la hiperactividad virtual de los adolescentes, la puesta en escena, representada como un juego de Nintendo, adquiere una dimensión vertiginosa de gran colorido e imaginación.
Podría haber sido una de las favoritas si no se hubiera extendido tanto en su metraje. Compuesta como un collage de imágenes multimedia, relata la vida triste de cada uno de los chicos cuando sus padres vivían. Y justifica, con cierta acidez humorística, la libertad que han alcanzado los cuatro huérfanos que, entre divertimento y divertimento, se les ha ocurrido crear una banda de rock que, inesperadamente, adquiere gran popularidad. Una comedia agridulce, narrada a través del ordenador, del smartphone o del metálico sonido computarizado. Nagahisa logra un relato conmovedor sobre la niñez, apelando a un registro altamente desopilante que lo inhabilita de drama y sensiblería.
12 mayo 2019
11 mayo 2019
Monos (Alejandro Landes, Argentina, Colombia, Holanda, Alemania, Uruguay, Dinamarca, Suecia, Suiza, Estados Unidos, 2019)
Liliana Sáez
En esta multiproducción, el protagonismo es colectivo. Un grupo de adolescentes, dirigidos por un enano adulto, forman parte de un grupo paramilitar en medio de la montaña. Con un despliegue visual espectacular, tanto por la geografía colombiana como por el registro de la cámara, nos sentimos inmersos en una montaña entre las nubes, donde este grupo de mercenarios es entrenado, quedando a cargo de la custodia de una vaca, que servirá de manutención, y de un rehén. La vida de la vaca no dura nada en ese entorno, por lo que deberán huir para evitar el castigo prometido. Pretexto de sobra para explotar otro paisaje tropical, la selva. Los personajes presentados al comienzo con nombres rudos, no son honrados por estos actores que no calzan la violencia para la que han sido diseñados. Al fin y al cabo, estamos ante una historia de chicos, irresponsables como toda juventud rebelde, que lleva a cabo acciones incomprensibles, en una especie de metáfora de los hechos sucedidos en Colombia en tiempos recientes.
En el aspecto formal, aplaudimos la libertad de la cámara, la función sobrecogedora y por momentos festiva de la música de Mica Levi -quien obtuvo el premio a Mejor Música Original-, pero quedamos inconformes con los actores que no alcanzan verosimilitud en sus actos, con excepción de la rehén, que carga a cabalidad sobre sus espaldas la responsabilidad de su representación. Pero no nos vamos muy tristes de la sala, hemos viajado por uno de los paisajes más espectaculares de nuestro planeta, de la mano de un director de fotografía que se convierte en el protagonista más artero del filme, Jasper Wolf.
En esta multiproducción, el protagonismo es colectivo. Un grupo de adolescentes, dirigidos por un enano adulto, forman parte de un grupo paramilitar en medio de la montaña. Con un despliegue visual espectacular, tanto por la geografía colombiana como por el registro de la cámara, nos sentimos inmersos en una montaña entre las nubes, donde este grupo de mercenarios es entrenado, quedando a cargo de la custodia de una vaca, que servirá de manutención, y de un rehén. La vida de la vaca no dura nada en ese entorno, por lo que deberán huir para evitar el castigo prometido. Pretexto de sobra para explotar otro paisaje tropical, la selva. Los personajes presentados al comienzo con nombres rudos, no son honrados por estos actores que no calzan la violencia para la que han sido diseñados. Al fin y al cabo, estamos ante una historia de chicos, irresponsables como toda juventud rebelde, que lleva a cabo acciones incomprensibles, en una especie de metáfora de los hechos sucedidos en Colombia en tiempos recientes.
En el aspecto formal, aplaudimos la libertad de la cámara, la función sobrecogedora y por momentos festiva de la música de Mica Levi -quien obtuvo el premio a Mejor Música Original-, pero quedamos inconformes con los actores que no alcanzan verosimilitud en sus actos, con excepción de la rehén, que carga a cabalidad sobre sus espaldas la responsabilidad de su representación. Pero no nos vamos muy tristes de la sala, hemos viajado por uno de los paisajes más espectaculares de nuestro planeta, de la mano de un director de fotografía que se convierte en el protagonista más artero del filme, Jasper Wolf.
Los tiburones (Lucía Garibaldi, Uruguay, 2019)
Liliana Sáez
En un balneario uruguayo, Rosina cree haber visto un tiburón. En la paz del lugar se pasa el verano y la necesidad de que los turistas no se enteren de lo que ella afirma. La vida del pueblo, de su familia y del trabajo que realiza un grupo de hombres (entre los que se encuentra el padre de la chica y el joven que la atrae) pasan por detrás, como telón de fondo de la curiosidad de la joven, animada por el más chico del grupo. Las escenas transcurren en espacios abiertos, como la playa o las calles y el interior de la camioneta del padre, donde se trasladan los trabajadores.
De toda la propuesta, rescatamos la energía de Romina Betancurt, con su mirada lánguida por momentos y acuciante en otros, con su voz gruesa y sus movimientos seguros. Es la más convincente del grupo actoral y la que lleva la batuta de la historia. Una pena que en el encuentro con la directora, esta haya dudado al responder las preguntas que se le hacían, hubiera necesitado que Romina la secundara, seguro hubiera defendido mejor el filme que su autora, que se llevó el Premio Especial del Jurado.
En un balneario uruguayo, Rosina cree haber visto un tiburón. En la paz del lugar se pasa el verano y la necesidad de que los turistas no se enteren de lo que ella afirma. La vida del pueblo, de su familia y del trabajo que realiza un grupo de hombres (entre los que se encuentra el padre de la chica y el joven que la atrae) pasan por detrás, como telón de fondo de la curiosidad de la joven, animada por el más chico del grupo. Las escenas transcurren en espacios abiertos, como la playa o las calles y el interior de la camioneta del padre, donde se trasladan los trabajadores.
De toda la propuesta, rescatamos la energía de Romina Betancurt, con su mirada lánguida por momentos y acuciante en otros, con su voz gruesa y sus movimientos seguros. Es la más convincente del grupo actoral y la que lleva la batuta de la historia. Una pena que en el encuentro con la directora, esta haya dudado al responder las preguntas que se le hacían, hubiera necesitado que Romina la secundara, seguro hubiera defendido mejor el filme que su autora, que se llevó el Premio Especial del Jurado.
10 mayo 2019
Ojos negros (Marta Lallana & Ivet Castello, España, 2019)
Liliana Sáez
Una adolescente, hija de padres separados que se la disputan, viaja a una localidad rural donde viven su abuela y su tía. La vida moderna ha quedado atrás y el nuevo refugio de la chica se dirime entre una abuela enferma, una tía de carácter agrio dedicada a la anciana y una amiga eventual que gana durante los primeros días de su estadía en el pueblo. La protagonista tampoco se destaca por su expresividad, pero aquí, es un logro.
Ella observa y nosotros, a través de su mirada, vamos entendiendo el entorno, las relaciones entre los familiares y amigos, el papel de sus padres, las deudas que se cobran la tía y la madre… Hay un universo familiar que se deja delinear a través de la mirada de la chica.
Es una obra menor, pero contiene en su narración un manejo del transcurso del tiempo que atrae, unos personajes que esconden secretos, paisajes tan áridos como los habitantes de la región. Hay un universo para encantar al espectador, pero falta algo en su mecanismo (creemos que en parte es responsable el desenlace), nos quedamos con las ganas de saber algo más, de que no termine así como así, sino que ese transcurrir entre gente ajena y en espacios agrestes le haya servido de algo a la niña.
Una adolescente, hija de padres separados que se la disputan, viaja a una localidad rural donde viven su abuela y su tía. La vida moderna ha quedado atrás y el nuevo refugio de la chica se dirime entre una abuela enferma, una tía de carácter agrio dedicada a la anciana y una amiga eventual que gana durante los primeros días de su estadía en el pueblo. La protagonista tampoco se destaca por su expresividad, pero aquí, es un logro.
Ella observa y nosotros, a través de su mirada, vamos entendiendo el entorno, las relaciones entre los familiares y amigos, el papel de sus padres, las deudas que se cobran la tía y la madre… Hay un universo familiar que se deja delinear a través de la mirada de la chica.
Es una obra menor, pero contiene en su narración un manejo del transcurso del tiempo que atrae, unos personajes que esconden secretos, paisajes tan áridos como los habitantes de la región. Hay un universo para encantar al espectador, pero falta algo en su mecanismo (creemos que en parte es responsable el desenlace), nos quedamos con las ganas de saber algo más, de que no termine así como así, sino que ese transcurrir entre gente ajena y en espacios agrestes le haya servido de algo a la niña.
09 mayo 2019
Noemí Gold (Dan Rubinstein, EUA, Argentina, 2019)
Liliana Sáez
En visita a Buenos Aires, Dan Rubinstein ideó una historia para su personaje. Una chica que, rodeada de una amiga incondicional y un primo (un instagramer interpretado por el propio director) que visita a la familia, busca la manera de interrumpir su embarazo. Buenos Aires visto por ojos estadounidenses, el Bajo, el Tigre, las calles y las plazas porteñas… Todo es motivo de una selfie para el primo, mientras Noemí divaga sobre cómo concretar su decisión.
La historia está narrada por largos paseos del trío en espacios abiertos, momentos de silencio entre las chicas, la visita a una abuela anciana y sorda en locaciones interiores y oscuras… Largos planos regodeándose con el entorno y con una máscara de inexpresividad de la protagonista. Hay mayor carisma en el chico que todo lo fotografía, embelesado por una ciudad que le es ajena. Encontramos mayor afinidad en la amiga que intenta ponerle alegría a la situación. Noemí no transmite nada. Indecisión, preocupación, reflexión… no son conductas que le atañen (aunque deberían) a la actriz principal. Su entorno y sus coprotagonistas le dan más al filme que ella misma. Es lógico que no haya recibido algún premio, su banalidad no está a la altura del Bafici.
En visita a Buenos Aires, Dan Rubinstein ideó una historia para su personaje. Una chica que, rodeada de una amiga incondicional y un primo (un instagramer interpretado por el propio director) que visita a la familia, busca la manera de interrumpir su embarazo. Buenos Aires visto por ojos estadounidenses, el Bajo, el Tigre, las calles y las plazas porteñas… Todo es motivo de una selfie para el primo, mientras Noemí divaga sobre cómo concretar su decisión.
La historia está narrada por largos paseos del trío en espacios abiertos, momentos de silencio entre las chicas, la visita a una abuela anciana y sorda en locaciones interiores y oscuras… Largos planos regodeándose con el entorno y con una máscara de inexpresividad de la protagonista. Hay mayor carisma en el chico que todo lo fotografía, embelesado por una ciudad que le es ajena. Encontramos mayor afinidad en la amiga que intenta ponerle alegría a la situación. Noemí no transmite nada. Indecisión, preocupación, reflexión… no son conductas que le atañen (aunque deberían) a la actriz principal. Su entorno y sus coprotagonistas le dan más al filme que ella misma. Es lógico que no haya recibido algún premio, su banalidad no está a la altura del Bafici.
08 mayo 2019
Spice It Up (Lev Lewis, Yonah Lewis & Calvin Thomas, Canadá, 2018)
Liliana Sáez
Un camino lleno de obstáculos es el que recorre una estudiante de cine para concluir su primera película. Los consejos de quienes le hacen notar sus errores están llenos de frases trilladas típicas de guionistas, directores, docentes y periodistas que se atreven a señalar una receta básica aplicable a cualquier filme. La joven recorre calles y oficinas, casas y camas de amigos a los que les hace ver una y otra vez la película inconclusa. Por momentos, la metadiégesis cobra mayor interés que la historia que la introduce. Trata de un grupo de amigas adolescentes que la pasan muy bien entre sí. Al reprobar el último año del colegio secundario, deciden ingresar en las fuerzas armadas.
En el filme que elabora René, la estudiante que está grabando las imágenes de su tesis, las vemos yendo de compras, compartiendo tiempos muertos, conversando y mostrándose muy unidas. Los planos generales las abarca como personaje colectivo, son luminosos y con gran movimiento dentro del cuadro, plasmando su frescura. “Falta una protagonista central”, le dice uno de los consejeros; “falta un punto de quiebre”… la cineasta insiste en que su personaje sea colectivo, aunque a pesar de que se lo proponga, llegará a cumplir con el requerimiento del profesor. Pero, mientras tanto, la búsqueda es ociosa, interminable. Esperamos que alguien le ilumine el camino para que a esta joven directora se le ocurra un final sugestivo. Final que no podrá ser, porque las cosas han cambiado, ha pasado el tiempo y ella y las chicas ya no son las mismas. La realidad le pasa por encima a René, cuando decide convocar a sus protagonistas para terminar su pequeña ópera prima.
Aunque siempre nos atrape la dinámica del cine dentro del cine, Spice It Up tiene tantos tiempos muertos que, finalmente, aburre. Más bien parece que estamos ante un verdadero ejercicio estudiantil que debe pasar por más de una revisión para alcanzar cotas propias de un festival internacional.
Un camino lleno de obstáculos es el que recorre una estudiante de cine para concluir su primera película. Los consejos de quienes le hacen notar sus errores están llenos de frases trilladas típicas de guionistas, directores, docentes y periodistas que se atreven a señalar una receta básica aplicable a cualquier filme. La joven recorre calles y oficinas, casas y camas de amigos a los que les hace ver una y otra vez la película inconclusa. Por momentos, la metadiégesis cobra mayor interés que la historia que la introduce. Trata de un grupo de amigas adolescentes que la pasan muy bien entre sí. Al reprobar el último año del colegio secundario, deciden ingresar en las fuerzas armadas.
En el filme que elabora René, la estudiante que está grabando las imágenes de su tesis, las vemos yendo de compras, compartiendo tiempos muertos, conversando y mostrándose muy unidas. Los planos generales las abarca como personaje colectivo, son luminosos y con gran movimiento dentro del cuadro, plasmando su frescura. “Falta una protagonista central”, le dice uno de los consejeros; “falta un punto de quiebre”… la cineasta insiste en que su personaje sea colectivo, aunque a pesar de que se lo proponga, llegará a cumplir con el requerimiento del profesor. Pero, mientras tanto, la búsqueda es ociosa, interminable. Esperamos que alguien le ilumine el camino para que a esta joven directora se le ocurra un final sugestivo. Final que no podrá ser, porque las cosas han cambiado, ha pasado el tiempo y ella y las chicas ya no son las mismas. La realidad le pasa por encima a René, cuando decide convocar a sus protagonistas para terminar su pequeña ópera prima.
Aunque siempre nos atrape la dinámica del cine dentro del cine, Spice It Up tiene tantos tiempos muertos que, finalmente, aburre. Más bien parece que estamos ante un verdadero ejercicio estudiantil que debe pasar por más de una revisión para alcanzar cotas propias de un festival internacional.
Diez años de El Espectador Imaginario (libro)
Liliana Sáez
AULA CRÍTICA, Escuela virtual de Crítica Cinematográfica, nació en 2006, gracias al impulso de un grupo de críticos, que deseábamos compartir nuestros conocimientos y reflexiones sobre el cine, ofreciendo cursos de análisis fílmico, historia y teoría del cine, así como talleres de escritura, edición y programación. En 2008, inicia el Máster en Crítica Cinematográfica, con una duración de tres trimestres y práctica de escritura profesional en la revista digital, EL ESPECTADOR IMAGINARIO, creada en 2009, a instancias de docentes y alumnos de distintos países.
La Editorial de Aula Crítica dio sus primeros pasos en 2015, cuando publicó La poesía del gesto. Diálogo entre cine y poesía, de una de nuestras docentes, Marcela Barbaro. Hoy es la vía, a través de la cual ofrecemos este nuevo libro que resume, en alrededor de cien páginas, 10 años de trabajo y los 100 números de EL ESPECTADOR IMAGINARIO.
07 mayo 2019
Aniara (Pella Kågerman & Hugo Lilja, Suecia, 2018)
Liliana Sáez
Basada en el poema épico del Nobel Harry Martinson (1956), su historia transcurre en una nave espacial que transporta colonos a Marte, ya que la Tierra se ha vuelto inhóspita para sus habitantes. Durante los primeros años de navegación, los tripulantes encuentran refugio espiritual en MR, una máquina que proyecta imágenes tranquilizadoras de un planeta habitable, de seres queridos que están lejos, hasta que, en un momento proyecta la destrucción de la Tierra, luego de lo cual queda inutilizada. Al morir MR, muere el resguardo espiritual de los pasajeros, dejándolos a cargo de una sociedad que irá buscando refugio en otros espacios muy parecidos a los que han llevado a la Tierra a sucumbir.
Si bien es una de las propuestas más valiosas de la Competencia Internacional, no logró ningún reconocimiento. Esta historia de pasajeros eternos, mal organizados en una nave que se convertirá en un cementerio, está ambientada en un clima que desciende desde los espacios luminosos de la maravillosa nave, que tiene previstas todas las necesidades de sus pasajeros, hasta los oclusivos y deprimentes del final, cuando ya se han inutilizado los aparatos de bienestar y se desarrollan los vicios típicos de una sociedad enferma. Esta mirada distópica se apoya en el poder de algunos detentan sobre otros, en las creencias como salvadoras impotentes, para condenar a los pasajeros, que van alterando su personalidad en función del entorno en que les ha tocado esperar… esperar hasta que les llegue la muerte. Luminosa presentación de las posibilidades de la ciencia y lapidaria conclusión sobre las esperanzas de la supervivencia humana.
06 mayo 2019
Music and Apocalypse (Max Linz, Alemania, 2019)
Liliana Sáez
Un grupo de profesores espera la visita de las autoridades para defender ante ellas la labor llevada a cabo por el Instituto donde trabajan, algo que llaman “el sacudón” y que tiene que ver con la defensa de su trabajo a través de la realidad virtual. Ocasión que es aprovechada por los estudiantes para realizar sus propios reclamos, abortando la posibilidad de lucimiento de las investigaciones que serán desplegadas, virtualmente y con fallas, ante los directivos. Es una crítica a un universo cerrado, donde sus integrantes se sabotean unos a otros en defensa de debates inútiles que no logran aportar mucho fuera de su recinto.
Espacios minimalistas, personajes desencantados, intereses económicos y diálogos voraces dan un tono muy particular a esta sátira minimalista, musical y controversial sobre el papel que ocupa la Academia, tan mercantilizada para obtener recursos, que deja de lado lo que debería ocuparla y preocuparla: la ciencia al servicio de la humanidad. Un tema tan áspero solo es posible suavizarlo con lo inesperado, como es la introducción de cuadros musicales para darle un cariz poético y subversivo.
No hubo siquiera sonrisas en la sala, solo una larga impaciencia por entender de qué iban esos académicos en un paisaje futurista y pop, con un globo terráqueo de goma que no cumplía mayor función que estar presente para recordarnos, nada más ni nada menos, que la vida del planeta está en peligro y que quienes se están ocupando, están más preocupados por subsistir en sus cargos que en investigar científicamente una solución para el problema global.
No hubo siquiera sonrisas en la sala, solo una larga impaciencia por entender de qué iban esos académicos en un paisaje futurista y pop, con un globo terráqueo de goma que no cumplía mayor función que estar presente para recordarnos, nada más ni nada menos, que la vida del planeta está en peligro y que quienes se están ocupando, están más preocupados por subsistir en sus cargos que en investigar científicamente una solución para el problema global.
03 mayo 2019
Liliana Sáez y Marcela Barbaro
Como cada otoño, Bafici (Festival de Cine Independiente) inauguró la 21° edición en el Anfiteatro de Parque Centenario, con la proyección de la película argentina Claudia(Sebastián de Caro, 2019), de la que se ocupa Alexandra Vázquez. Con cambio de sede, en un barrio más alejado de la zona neurálgica de Buenos Aires, con salas más pequeñas, de menor calidad y con menos funciones a las que nos tenían acostumbrados, se abrieron más espacios (algunos no convencionales) de proyección.
El balance tan acotado obedece a la situación económica del país, donde la inflación se ha disparado, pero también a una política institucional, donde prevaleció el espectáculo en lugar del encuentro íntimo entre el espectador y el filme, de la reflexión a través de ensayos y conferencias, como en otros años. Ese desnivel de calidad pudo también comprobarse en la ausencia del filminuto que abría cada proyección. Este año un personaje disfrazado de búho (aunque más bien parecía una piñata) daba la bienvenida, en una realización audiovisual paupérrima. El festival se abrió al público, ofreciendo actividades recreativas gratuitas en una maratón que incluía talleres de maquillaje, de peluquería, de baile, de escenografía, de vestuario, de origami, de historietas, etcétera. Hubo música, proyecciones al aire libre en un cubo gigante durante el día, con la consecuente falta de nitidez en las pantallas. Por segundo año consecutivo no hubo Diario del Festival y fue el primero en que Bafici no editó ningún libro.
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