12 agosto 2011

Adiós, Francisco Solano López

Hoy amaneció gris. Día triste, como los que dibujaste en El Eternauta. Hasta cayó granizo...

Desde mi ventana veo una mole de cemento que dibujaste para inmortalizar la obra de Oesterheld, ese otro nombre que se proyecta siempre unido al tuyo.






Queda una sensación de abandono. Ninguno de los dos estará ahora para contarnos El Eternauta.

Pero también un pequeño consuelo. Nadie podrá darle otra cara, otro cuerpo ni otro entorno como el que le regalaste.






08 junio 2011

Adiós Jorge Semprún


"Sólo quisiera el olvido, nada más. Me parece injusto, casi indecente, haber sobrevivido los dieciocho meses de Buchenwald sin siquiera un minuto de angustia, sin siquiera una pesadilla, impulsado por una curiosidad siempre renovada, sostenido por unas ganas de vivir insaciables -cualesquiera que fueran, por lo demás, la certidumbre de la muerte, su experiencia cotidiana, su vivencia innombrable y valiosa-, para acabar encontrándome a mí mismo, ahora, de vuelta de todo eso, pero preso a veces del desasosiego más primigenio, más insensato, alimentado como está por la vida misma, por la serenidad y las alegrías de la vida, en igual medida que por el recuerdo de la muerte".

Leer a Jorge Semprún me ayudó a comprender muchas cosas, entre ellas, que una vez que sabemos de la existencia del horror, ya nunca las imágenes de nuestra vida serán límpidas; también, que el desarraigo es algo que no tiene remedio. Aunque suene triste, entenderlo hace más fácil el camino.

Hoy este escritor y guionista se ha ido, pero quedan sus guiones, especialmente, los que inspiraron Z, de Costa-Gavras y La guerre est fini, de Alain Resnais. Y ese libro al que acudo cada vez que busco respuestas: La escritura o la vida.

LS


05 abril 2011

Dos años de El Espectador Imaginario




DOS AÑOS JUNTOS*

Hace dos años, cuando nos propusimos la creación de EL ESPECTADOR IMAGINARIO, pensábamos en un espacio de práctica para nuestros estudiantes. Hoy es eso, pero mucho más. La revista nació gracias al compromiso de los primeros alumnos del Máster en Crítica Cinematográfica, que aún nos acompañan y se han convertido en verdaderos profesionales de la crítica, y al impulso de AULA CRÍTICA, una institución que entre docentes y directivos le ha prestado el debido apoyo y ha permitido establecer, hacer crecer y mejorar mes a mes la plataforma donde se apoya la revista.

Es una rara combinación de conocimiento, eficiencia y talento la que nos hace sentir hoy orgullosos de celebrar el segundo año de esto que comenzó como un proyecto y hoy es una maravillosa realidad. La impecable edición, la sobria y elegante diagramación, la profundidad de los textos, el apasionamiento de nuestros escritores y la alegría de trabajar en grupo hacen posible este crecimiento.

En este último año hemos cuadruplicado las visitas mensuales, hemos publicado más de 300 críticas, más de cien monografías temáticas, cerca de 80 reseñas. Hemos participado y cubierto varias ediciones de distintos festivales: Festival Internacional de Cine de San Sebastián, Los Angeles Film Festival, Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, BAFF (Festival de Cine Asiático de Barcelona), BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente), Festival Internacional de Cinema Negre de Manresa, Cinema Jove Film Festival, Certamen de cortos Sexpresan, Sitges Film Festival, CutOutFest, Festival Internacional de Cine de Guadalajara, Festival de Cine Gay y Lésbico de Barcelona, entre otros.

Lo que empezó con tres secciones ha ido creciendo en diversidad de propuestas. Pensamos seguir ofreciendo nuevos espacios, como los más recientes de Fuera de Cuadro, Reencuentros o Dossier. Cada año se suman nuevos críticos formados por AULA CRITICA, así que habrá espacio para todos.

En estos dos años ya es posible identificar a quienes escriben en EL ESPECTADOR IMAGINARIO. Sus gustos cinematográficos han quedado a la vista. Para celebrar este segundo aniversario nos hemos propuesto mostrar algunas filias que quizá demuestren nuestras debilidades, pero la idea es acercarnos al lector que tan fielmente nos sigue, para tratar de establecer con él un diálogo más estrecho.

La crítica se ha convertido en una actividad que ocupa varias horas diarias de nuestras vidas. Sabemos que no publicamos en vano. Las cifras hablan por sí solas. La emoción con que vemos cada nuevo número, la alegría con que recibimos los comentarios, a favor o en contra, eso no importa, y la ansiedad por ir preparando el número futuro, a veces nos juegan malas pasadas con el calendario. Pero no podemos negar que es un placer, que disfrutamos inmensamente con lo que hacemos. Esperamos que algo de ese entusiasmo les llegue.


*Editorial de EL ESPECTADOR IMAGINARIO en su segundo aniversario

02 abril 2011

EEI octubre 2010 / abril 2011



Mis últimos aportes de los últimos meses a El Espectador Imaginario.

En octubre de 2010 nos planteamos hablar de los actores secundarios. De aquellos que con pocas películas se han vuelto inolvidables. Yo elegí a John Cazale. El hombre de los silencios.

Me llevé una decepción con El baile de la Victoria (Fernando Trueba, 2009)y una sorpresa agradable con Rembrandt's J'accuse (Peter Greenaway, 2008)

En noviembre de 2010 le dedicamos un espacio a una de las cinematografías más importantes, la italiana. Mi aporte fue Italia a vuelo de pájaro e inauguramos una nueva sección, "Reencuentros", para hablar de aquellas películas inolvidables. Así que le dediqué mi homenaje a La prima Angélica (Carlos Saura, 1973).

En el número doble de Diciembre 2010-Enero 2011 participé con dos críticas: Copia conforme / Copia certificada (Abbas Kiarostami, 2010) y Sin retorno (Miguel Cohan, 2010). Y reseñé un libro: Cine y peronismo. El estado en escena, de Clara Kriger.

En el número de febrero pude escribir sobre una película que, a pesar de algunas flaquezas, me gustó muchísimo: La mirada invisible (Diego Lerman, 2010).

Y en el segundo aniversario que se cumple en este abril de 2011, cubrí el Primer Festival Internacional de Cine Político (FICIP 2011).

04 marzo 2011

Andrés Caicedo murió para nacer hace 33 años




Texto inédito de Andrés Caicedo, joven escritor caleño, que se suicidó ¿coincidentemente? con la aparición de su primera novela "Que viva la música". Agradecemos a Alfonso Bonilla Aragón por publicarlo y a Luis Ospina por compartirlo:

10 febrero 2011

Juan Rulfo: El ojo del escritor




"Sentí el retrato de mi madre guardado en la bolsa de la camisa, calentándome el corazón, como si ella también sudara. Era un retrato viejo, carcomido en los bordes; pero fue el único que conocí de ella. Me lo había encontrado en el armario de la cocina, dentro de una cazuela llena de yerbas: hojas de toronjil, flores de Castilla, ramas de ruda. Desde entonces lo guardé. Era el único. Mi madre siempre fue enemiga de retratarse. Decía que los retratos eran cosa de brujería. Y así parecía ser.; porque el suyo estaba lleno de agujeros como de aguja, y en dirección del corazón tenía uno muy grande, donde bien podía caber el dedo del corazón".

Juan Rulfo: Pedro Páramo




"Aún no podemos saber si las fotografías de Juan Rulfo (1917-1986) pasarán a formar parte de la historia de la fotografía mexicana del mismo modo que sus cuentos y novela son parte ya de la literatura que México ha dado al mundo, pero quizá la selección de imágenes en este libro —en una colección que lo coloca al lado de artistas, fotógrafos y arquitectos mexicanos— pueda ofrecernos una respuesta.
Las fotografías de Rulfo son un conjunto de obra mucho más extenso que su literatura que, como es bien sabido, descansa en los dos libros publicados durante su vida: la novela Pedro Páramo y el volumen de cuentos El Llano en llamas. Existen alrededor de 7 000 negativos, aunque el número de temas sin duda es más reducido, ya que muchas secuencias fotográficas corresponden a un mismo momento. A modo de comparación, Robert Frank tomó cerca de 28 000 fotografías entre 1955 y1958, mientras preparaba su libro The Americans, aunque quizás el caso de Frank sea un ejemplo extremo. Guillermo Kahlo (1870-1941), de quien se conservan unas 4 500 fotografías, es considerado un autor prolífico dada la precariedad de su equipo y la enorme inversión de tiempo que requería entonces la fotografía (placas, en lugar de los modernos rollos de película). Rulfo tenía una cámara más moderna. Adquirió su primera Rolleiflex a finales de los años treinta y utilizó ese tipo de cámara durante unos veinticinco años. Puede haber existido un mayor número de negativos, pero ya el número mencionado constituye una obra formidable.
Guillermo Kahlo, quien se especializara en fotografía arquitectónica, es un caso comparable y un antecedente interesante para Rulfo. Aproximadamente la mitad de las fotografías de Rulfo son también de edificaciones. Kahlo hacia 1904, Hugo Brehme a principios de los años veinte y Rulfo probablemente en los cincuenta, tomaron fotografías similares de la pirámide de Cholula desde la cubierta de la Capilla Real, entre múltiples cúpulas. El predominio de temas arquitectónicos en las fotografías de Juan Rulfo sugiere un propósito o un proyecto. Su conocimiento de las construcciones y su historia era considerable, por lo que sus fotografías arquitectónicas no son neutrales, a diferencia de las de Kahlo, que manifiestan un espíritu formal clásico. Por el contrario, la visión de Rulfo sobre los edificios es expresiva: sentía una atracción por las continuidades y los efectos del tiempo y el deterioro".

Víctor Jiménez, Juan Rulfo, letras e imágenes, México, Editorial RM, 2002









21 enero 2011

Mapa de los sonidos de Tokio

Liliana Sáez




Isabel Coixet dirige la cámara como si fuera su propia mirada, mirada femenina que recorre los vericuetos de los espacios y las superficies de los cuerpos. Entre un mercado mugriento y la paz de un cementerio, Ryu desanda sus pasos para alternarlos con otros ocultos, más silenciosos y nada inocentes. La asesina a sueldo que esconde entre sus ropas no puede con la ternura del hombre que ha de matar.

El trabajo de cercenar un cuerpo de pescado gigante, el baño con limón para eliminar los rastros del trasnoche laboral y el silencio compartido por un compañero anónimo/narrador que registra sus sonidos, los sonidos de Ryu, los sonidos de su entorno, los de Tokio, para tratar de asirla, de definirla, de aprehenderla en infinitas sesiones imposibles.

Y el vendedor de vinos, atravesado por una pena mayúscula y condenatoria, que le reviste de una mirada dulce y unos modos enternecedores.

La ciudad protagonista de estas vidas sin rumbo futuro, condenadas de antemano, se muestra desde el aire, como si fuera un plano lumínico, viscoso, húmedo, que atrapa seres como si fueran moscas. Planos cenitales sobre Tokio, seguimiento de pasos perdidos entre seres anónimos que responden automáticamente a órdenes como el permiso para besarse o desatar su ira.

La comunión de Ryu con el hombre que la graba en restaurantes empobrecidos y sucios. La cercanía de algo que podría llamarse amor en un hotel de paso y dos cuerpos que se fusionan en diferente sintonía.

Y el desenlace inevitable, anunciado desde casi el comienzo, en una equívoca fusión de situaciones, que no hace sino armar mejor el mecanismo que utiliza Coixet para contarnos una historia, un drama (una tragedia) de amor imposible.

No sé qué tiene el cine de Coixet, pero me sensibiliza hasta la médula. La suavidad con que va contando la historia, basarla en silencios, como ya ha hecho con sus películas anteriores, los personajes indefinidos pero queribles, todo suma... aunque la historia sea simple y haya sido mil veces contada. Aquí no importa, porque es otra, una hermosa otra película.

10 enero 2011

Adiós, María Elena Walsh



Iniciamos el año con una despedida, la de la juglaresa para niños (y no tan niños), María Elena Walsh. Nos deja una cantidad inmensa y maravillosa de canciones. Mi preferida: El reino del revés, con connotaciones políticas incluidas.
LS




EL REINO DEL REVÉS

Me dijeron que en el Reino del Revés
nada el pájaro y vuela el pez,
que los gatos no hacen miau y dicen yes
porque estudian mucho inglés.
Vamos a ver cómo es
el Reino del Revés.

Me dijeron que en el Reino del Revés
nadie baila con los pies,
que un ladrón es vigilante y otro es juez
y que dos y dos son tres.

Me dijeron que en el Reino del Revés
cabe un oso en una nuez,
que usan barbas y bigotes los bebés
y que un año dura un mes.

Me dijeron que en el Reino del Revés
hay un perro pequinés,
que se cae para arriba y una vez...
no pudo bajar después.

Me dijeron que en el Reino del Revés
un señor llamado Andrés
tiene 1530 chimpancés,
que si miras no los ves.

Me dijeron que en el Reino del Revés
una araña y un ciempiés
van montados al palacio del Marqués
en caballos de ajedrez.

Vamos a ver cómo es
el Reino del Revés.


07 enero 2011

Kinephilos cumple cinco años


El cine sigue marcando mis horas, mis sueños, mis desvelos. Kinephilos ha sido fiel compañero que ha abierto sus páginas a los amigos. Hoy la atención se ha derivado a El espectador imaginario, especie de evolución de este blog y concreción de otra esperanza, la de la escuela (Aula Crítica).

No quiero cerrarlo, porque aquí está el esfuerzo de muchos amigos, los comentarios de gente que tuve muy cerca, algunos pensamientos que desencadenaron ciertas películas... pero, sobre todo, está la libertad de escribir desde el ser humano y no desde la profesión. Así que espero poderle permitir latir, unas veces con mayor pasión que otras, por mucho tiempo.

27 diciembre 2010

Black Christmas

Dos maravillosos y oscuros cuentos de Navidad para estas fiestas


Por Pablo Castriota


Sobre Escondidos en Brujas (2008), de Martin McDonagh y Promesas del Este (2007), de David Cronenberg.


Quiero empezar diciendo que no me agrada demasiado la Navidad y que, de hecho, siempre tuve un cierto rechazo –por no decir temor- hacia la incidencia anímica que esta época del año puede generar sobre una abrumadora cantidad de gente y, por supuesto, también sobre mi propia persona. Me refiero a que resulta prácticamente imposible desentenderse de la Navidad aun cuando uno no sea un digno embajador del tan mentado “espíritu navideño” y menos que menos me resulta posible evitar los balances mentales sobre los propios kilómetros recorridos. Circunstancia que nos obliga a compartir la mesa con quienes no sentimos la necesidad de hacerlo y de desearle lo mejor a quienes pudimos estar deseándoles lo contrario durante la etapa previa del año, está claro que el fenómeno de la Navidad excede ampliamente las creencias sobre las que se erige (al igual que el matrimonio por Iglesia, la Navidad es una tradición católica que muchos parecieran celebrar desligados de su mayor, menor o nula práctica de dicha religión). En ese sentido la Navidad es como la política: es ella la que viene hacia uno, y no al revés. Pero el cine viene demostrando que, al menos como evento social y cultural, la Navidad puede servir de marco adecuado para las más oscuras actividades que pudiera emprender el ser humano, adornándolas con su enorme influencia espiritual, amén de las acciones individuales en juego. En ese sentido, no hay escenas cinematográficas navideñas que disfrute más que aquellas en donde el sentimiento de los personajes para con ella resulte incómodo, confuso o ambiguo, pero con un gran dejo de optimismo como sabor final. No pienso lo mismo, en cambio, de aquellas películas que utilizan a la Navidad como excusa perfecta para remarcar innecesariamente la desolación o las miserias de sus personajes. Entre las primeras puedo citar a Un Gran Chico (About A Boy, 2002), que contiene una maravillosa escena donde Hugh Grant comparte las fiestas con la familia del chico con el que entabló una entrañable amistad, rodeándose de gente que no forma parte de su entorno y presenciando el peor intercambio de regalos posible. También incluiría muchas escenas de Un Santa No Tan Santo (Bad Santa, 2003), con el Papá Noel mas alcohólico, merquero y putañero posible (Billy Bob Thornton). Y ni que hablar del gran final de Cigarros (Smoke, 1995), con el inolvidable relato de Auggie (Harvey Keitel) a su amigo Paul (William Hurt), cortesía de un emocionante cuento de Paul Auster. Ambas son muestras que tienden a desmitificar el carácter sagrado de la Navidad y la convierten en una emocionante experiencia colectiva donde se reivindican las imperfecciones que pudieran mantener unidos a sus integrantes. Entre las segundas, tómese de referencia cualquier película británica (puede ser de Inglaterra, Irlanda o Escocia, para el caso sería lo mismo) donde sus protagonistas –seguramente niños- convivan con el más miserable de los contextos (económicos, sociales, familiares). A esas prefiero no rememorarlas citando ejemplos innecesarios, pero si les interesan busquen, que los hay de sobra.


Tanto Escondidos en Brujas como Promesas del Este tienen en común que sus historias transcurren durante la Navidad, aun cuando a primera vista este detalle no pareciera ir demasiado de la mano o tener mucho que ver con lo que nos cuentan. Por suerte en el cine la primera impresión no es la que cuenta y así es como ambas películas no resultan gratuitas en sus elecciones y encuentran en la Navidad el marco ideal para el desarrollo de sus relatos y, sobre todo, para las elecciones individuales de sus personajes.

Las similitudes temáticas y formales entre estas dos películas, entonces, son muchas (ambas transcurren en el mundo del crimen, ambas involucran la redención en sus temáticas, en las dos está presente el choque de culturas y los códigos que las definen), pero es esta contextualización navideña la que me resulta más significativa a la hora de querer hacer entablar un diálogo entre ellas.


Escondidos en Brujas cuenta la historia de Ken (Brendan Gleeson) y Ray (Colin Farrel), dos criminales irlandeses que deben permanecer dos semanas en la mencionada ciudad de Bélgica por orden expresa de su jefe (Ralph Fiennes), luego de que Ray cometiera un brutal asesinato que le produjo serias consecuencias psicológicas. La exigencia de su jefe es que ambos permanezcan alojados en su hotel a la espera de nuevas instrucciones. Este tiempo de espera y las características medievales de la ciudad resultarán exasperantes para Ray, necesitado de emociones fuertes a cada instante, mientras Ken se encontrará maravillado con la riqueza cultural e histórica que ofrece el sitio (“detesto la historia, siempre trata sobre el pasado”, sostendrá Ray sin ningún tipo de inocencia en sus afirmaciones y de manera despectiva ante una de las tantas lecturas de la guía turística que le recitará un entusiasmado Ken frente a una catedral).


La Navidad se acerca y si bien los personajes no tienen tiempo para detenerse sobre este detalle, los interrogantes que ambos se plantean en torno a sus elecciones tienen mucho que ver con los que se podría formular cualquier persona que se sienta afectada por esta fecha tan proclive a los balances personales sobre los rumbos tomados y aquellos por tomar. Ray carga con una culpa enorme sobre su conciencia y el curso de los acontecimientos en la película tendrá mucho que ver con la actitud que este personaje asumirá para lidiar con las responsabilidades propias. La película ejerce una particular visión sobre la idea de la redención y sobre los posibles caminos para expiar culpas del pasado. Es notable el modo en que Escondidos en Brujas se ve enfrentada tantas veces a la posibilidad de hacer explícito el dilema moral de su protagonista, posibilidad que evade inteligente y osadamente, rozando constantemente el lugar común pero sin adentrarse nunca en él (la escena donde Ken y Ray contemplan las pinturas de El Bosco, las referencias al día del Juicio Final y el Purgatorio, el embarazo de la dueña del hotel donde se alojan, el propio crimen cometido por Ray). El realizador Martin McDonagh encuentra en la Navidad y en su carácter evocador del nacimiento de Cristo un marco ideal para poner en escena las incertidumbres de dos personajes que se debaten entre tomar un nuevo camino a fin de limpiar la mugre dejada atrás o poner un punto final a lo que consideran que ya se encuentra completamente arruinado. Resulta estimulante, entonces, que la película apueste más por lo primero que por lo segundo (independientemente del desenlace), teniendo en cuenta la clase de personajes con los que estamos lidiando –y la enorme cantidad de hermosas inmoralidades que ambos parecen estar dispuestos a cometer con total impunidad. El modus operandi de los personajes compensa cualquier atisbo de moralina que la trama pareciera estar sugiriendo a cada instante, y el clímax alcanzado por la película se encuentra entre los mejores finales que nos haya dejado el cine de esta primera década a punto de concluir en el nuevo milenio. Los “códigos éticos” de cada personaje (particularmente los de aquel encarnado por Ralph Fiennes) adquieren ribetes casi surrealistas, de los que la película pareciera reírse descaradamente (y nosotros, con ella), dando pie a algunas escenas inolvidables (como por ejemplo la escena donde Ken, Ray y un frustrado actor enano, entre putas y líneas de merca, especulan sobre una teoría basada en una eventual guerra mundial entre enanos blancos y negros). Creo que no había visto una combinación tan lograda entre el pathos tan transitado en muchas películas de criminales -desde las de Jean-Pierre Melville hasta las de Martin Scorsese o Michael Mann- y la comicidad más absurda. La escena de Tiempos Violentos (Pulp Fiction, 1994) donde John Travolta y Samuel L. Jackson salen milagrosamente ilesos de los disparos de un tirador en un departamento resume bastante bien el espíritu que sobrevuela constantemente en esta maravilla llamada Escondidos en Brujas.

Los elementos de interés que sostienen a la película son muchos: personajes muy bien definidos psicológicamente, actores solventes –parcial logro de Colin Farrel, cuyos tics y modos de hacer mover los ojos pueden resultar algo insufribles al principio, para luego ir ofreciendo mucha más solidez en su interpretación-, una ciudad que oficia de marco más que decorativo de las circunstancias –está claro que se podría haber optado por alguna ciudad europea mas glamorosa y atractiva a costa de diluir el compromiso humano hacia el relato y los protagonistas- y un trabajo de dirección de esos que transmiten seguridad por los elementos con los que se contaba y una enorme confianza y entusiasmo por la historia que se tenía entre manos.


En
Promesas del Este (Eastern Promises, 2007), el gran realizador canadiense David Cronenberg vuelve a conformar un combo irresistible con el gran Viggo Mortensen luego de la excelente Una Historia Violenta (A History of Violence, 2005). El segundo actor en repetir papel protagónico en una película del canadiense (el primero había sido Jeremy Irons) se pone en la piel –tatuada- de Nikolai, un chofer al servicio de la mafia rusa en Londres, en un personaje irresistiblemente siniestro cuyas primeras intervenciones en pantalla involucran una inolvidable amenaza de muerte con los dedos de la mano (cuyo destinatario será el padre racista de la protagonista, interpretado ni más ni menos que por el realizador polaco Jerzy Skolimowski) y un muy publicitado apagado de cigarrillo sobre la lengua. Nikolai es un personaje de doble moral impregnada en la piel, una constante en el cine de Cronenberg, donde la carne siempre es portadora simbólica de la descomposición mental. La historia involucra a Anna (Naomi Watts), una enfermera que durante una noche de trabajo en el hospital recibe el cuerpo agonizante de una joven prostituta rusa embarazada cuyo bebé logra sobrevivir en sus manos. Junto al cadáver de la joven, Anna encuentra un diario intimo en el que se revela una peligrosa conexión que la prostituta habría mantenido con el hijo de un capo mafia ruso (el siempre insoportable Vincent Cassel y el siempre eficiente Armin Mueller-Stahl, respectivamente). A partir de allí Anna comienza una serie de arriesgadas incursiones en el bajo mundo londinense donde Nikolai desempeñará un papel crucial a la altura de la perturbadora galería de roles masculinos que pueblan la filmografía de Cronenberg.

El cineasta canadiense, trabajando nuevamente sobre un muy interesante guion ajeno, alcanza niveles de poesía violenta que se encuentran entre lo mejor de su obra (la escena del combate cuerpo a cuerpo en el sauna está entre los muestrarios cinematográficos mas físicos y potentes de los últimos tiempos, una secuencia repleta de sadismo, sudor y virilidad que se contagian inmediatamente al espectador). Y en Promesas del Este la Navidad también hace su juego; al utilizarla como marco de referencia de otra historia violenta, Cronenberg logra convertir lo que podría haber sido un final conformista y moralizante en un nuevo horizonte que expande las posibilidades de su cine, apostando por una escena de supervivencia de un recién nacido bajo la nieve en lo que alguien podría haber intuido como una resolución insólita para una trayectoria repleta de morbidez. Entre tanta inmundicia y filo de navajas cortando cuellos, el espíritu navideño parece tan poderoso como para alcanzar al mismísimo David Cronenberg, quien no descree del altruismo entre seres humanos, aunque eso implique ensuciarse un poco primero.