31 diciembre 2016
¡¡¡Feliz 2017!!!
Para mis amigos repartidos por el planeta y los que comparten este territorio en el fin del mundo, vaya esta brújula de Vegvisir. Los celtas la utilizaban para guiarse en jornadas de mal tiempo y poca visibilidad... como los tiempos que corren.
10 diciembre 2016
Mar del Plata 2016
Liliana Sáez
Mar del Plata vive la pretemporada de verano en noviembre, cuando la ciudad recibe a cineastas, público nacional e internacional, películas y eventos que forman parte, cada año, del único festival categoría A de América Latina. Por diez días, del 18 al 27 de noviembre, las pantallas de siete complejos formados por salas de cine, centros culturales ¡y la playa!, ofrecieron más de cuatrocientas películas y cerca de noventa actividades relacionadas con el cine en el 31º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
El Festival fue creado durante el gobierno del presidente Juan Domingo Perón en 1954. Desde entonces, ha sufrido todo tipo de embates, sobre todo, durante las épocas de la dictadura, en que directamente su actividad fue nula. Por eso celebramos cada edición, que desde el advenimiento de la democracia, ha permitido mantener un perfil en franco crecimiento y calidad, un ámbito de encuentro entre profesionales del mundo audiovisual, la circulación tanto de obras históricas como de estrenos y la creación de nuevos públicos.
La apertura del Festival ofreció la proyección de Neruda, el retrato del poeta chileno durante una etapa de su vida, cuando proscrito el comunismo, es destituido como senador. Al esconderse para salvar la vida, debe enfrentarse a las vicisitudes de su militancia política y la práctica de la escritura (es entonces cuando crea Canto General), confluyendo la acción en un policial, donde el protagonista es perseguido por el oficial Peluchonneau.
La Competencia Oficial (Internacional, Latinoamericana, Argentina y Work in Progress) ofreció un total de 36 largometrajes, 20 cortos y 17 obras en proyecto. Panorama es la sección que ofrece lo mejor que se ha visto internacionalmente durante el último año, donde encontramos películas de directores consagrados, así como nuevos talentos.
La Competencia Internacional tuvo como jurados a la realizadora Lorena Muñoz (Gilda: no me arrepiento de este amor) y los críticos Sylvie Pierre (fue parte de Cahiers du Cinéma y engranaje fundamental de la revista Trafic, creada por Serge Daney), Jean-Pierre Rehm (docente y crítico en Cahiers du Cinéma y en Trafic) y Jonathan Rosenbaum (por años crítico de cine en Chicago Reader y autor de varios libros, entre ellos, el paradigmático Movie Mutations, coescrito con Adrian Martin).
12 noviembre 2016
Zaneta (Cesta ven), de Petr Václav
Liliana Sáez
Es parte de la historia, también, la persecución de los gitanos durante la Segunda Guerra Mundial, donde eran recluidos en campos de concentración y exterminados masivamente. Bajo el comunismo, intentaron integrarlos a la sociedad, ofreciéndoles trabajo y educación, pero desconociendo su cultura de trabajo más artesanal y de tribu nómade, por lo que de alguna manera, también sufrieron una discriminación por sometimiento a reglas que para ellos no eran justas.
Con el neoliberalismo, las fábricas donde trabajaban dejaron de funcionar y pasaron a integrar el paisaje marginal de la ciudad. Entre barriales, aguas servidas, construcciones decadentes, esta etnia malvive tratando de integrarse a una sociedad que la rechaza sistemáticamente.
Zaneta trata ese tema, a través de la historia de una pareja, padres de una niña y tutores de una adolescente, que no sólo luchan para mantenerse unidos, sino también para sobrevivir en un ambiente hostil que les reclama periódicamente asistir a las oficinas sociales, donde deben dar cuenta de su actividad, del origen de sus escasas pertenencias, de su estado de salud, con normas rígidas, que en su condición cultural les cuesta seguir. Como son discriminados de todos los sitios (de las fábricas por no tener una formación educativa, de los ambientes festivos por no ser blancos, de las viviendas por no poder pagar…), de alguna manera son empujados a buscar medios alternativos y no muy legales para sobrevivir.
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08 octubre 2016
El ciudadano ilustre, de Mariano Cohn y Gastón Duprat
Liliana Sáez
Luego incursionaron en el cable, específicamente en MuchMusic, con Cupido, un programa diario y en vivo, donde dos participantes que buscaban pareja conversaban durante media hora sin verse, para luego, si había afinidad, encontrarse frente a frente. Cupido rozaba lo bizarro, sin dejar de ser provocativo y divertido.
Un lustro después de que los argentinos, cansados de ver pasar por el sillón presidencial a cinco presidentes en una semana, reclamaran “¡Que se vayan todos (los políticos)!”, este dúo realizó Yo Presidente. Un documental basado en entrevistas a siete mandatarios en su ámbito cotidiano. Los realizadores no dudaron en dejar la cámara encendida más allá de lo pactado y en la edición desecharon lo políticamente correcto para mostrar, a modo de comentario, donde una imagen lo dice todo, la clase política que los argentinos supieron conseguir.
En 2009, realizaron El artista, una ficción irreverente sobre el arte y su mercado. Un enfermero de un geriátrico muestra como suyas las obras de uno de los pacientes. El talento del anciano le atrae fama y mercaderes (curadores, artistas, críticos y demás intelectuales) que, en sus líneas de diálogo develarán la vacuidad de sus discursos.
El ADN televisivo de la la sociedad creativa que formaron les permite realizar un cine que atrapa grandes audiencias sin ser “comerciales”. Porque la irreverencia y la crítica directa a la sociedad argentina están presentes en todo su cine. Gran salto significó El hombre de al lado, la historia de un intelectual que vive en la burbuja que supone una obra de arte como es la Casa Curutchet en La Plata y un vecino que decide abrir una ventana para obtener un poco más de luz, sin tener en cuenta que está afectando una destacada obra arquitectónica. Las diferencias sociales, las distintas necesidades de uno y del otro, la convivencia vecinal, el discurso intelectual y el vouyerismo, entre otros temas, van condimentando una historia que va volviéndose oscura.
El ciudadano ilustre, el último largometraje de Cohn-Duprat, bebe de todas estas fuentes. Un escritor autoexiliado (Oscar Martínez), premiado con un Nobel de Literatura, aburrido de la fama desecha todo tipo de invitaciones para aceptar solo una, la de su pueblo natal, en la Argentina profunda. Salas, un pueblo del interior, que nada tiene que envidiarle al Pueblo Blanco al que le canta Joan Manuel Serrat, lo recibe para declararlo ciudadano ilustre. Después de vivir en una sociedad altamente desarrollada, llega a un pequeño aeropuerto y se desplaza en un taxi que no llega a destino. Las carencias no son solo materiales. Sin embargo, todo el pueblo se reúne para recibir al conciudadano famoso. Trasladado en el camión de los bomberos y mostrado como trofeo junto a la Reina de Belleza local, el escritor se ve sumido en un mundo que primero le provoca una falsa timidez para luego condescender hacia la mirada piadosa de unas gentes que va descubriendo limitadas.
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10 septiembre 2016
Florence Foster Jenkins, de Stephen Frears
Liliana Sáez
A finales de los 80, el nombre de Stephen Frears estaba entre los de mis directores predilectos. No había una de sus películas que me perdiera y le seguía los pasos con gran avidez. Había visto The Hit (La venganza, 1984) en un videoclub de vanguardia. Esa historia gangsteril, con John Hurt, Terence Stamp y Tim Roth en un paisaje desértico, me abrió las puertas para disfrutar uno de sus puntos altos, como fue My Beautiful Laundrette (Mi hermosa lavandería, 1985), con Daniel Day-Lewis en el papel de un hooligan que ve trastocados sus valores cuando se reencuentra con un compañero paquistaní. Luego seguí sus historias de personajes marginados, por su pobreza o por su sexualidad, como los de Sammy y Rosie, en Sammy and Rosie Get Laid (Sammy y Rosie se la montan/Sammy y Rosie van a la cama, 1987), o los de Kenneth Hallywell y el dramaturgo Joe Orton, en Prick Up your Ears (Ábrete de orejas, 1987). Dangerous Liaisons (Amistades peligrosas, 1988), una adaptación de la obra de Chordelos de Laclos, con sus amoríos perversos y sus conductas cínicas, fue otro éxito internacional, y ya parecía que nada lo detendría. Pero no fue así, luego Frears se encontró en un espacio cómodo, realizando obras menores que no estaban a la altura del director de oficio que es, y se fue perdiendo en los pasillos de la brillantez autoral.
Como volviendo a un antiguo amor, asistí a ver Florence. Encontré una obra correcta, con una historia amable sobre un personaje muy particular y con una técnica cuidada que, en al menos dos momentos, ofrece el brillo que esperaba.
El teatro es una constante en la obra de Stephen Frears, y aquí no es una excepción. El guion de Nicholas Martin permite destacar la capacidad actoral de tres intérpretes principales: Meryl Streep personifica a Florence Foster Jenkins, una mujer que ha crecido en una familia adinerada y ha enviudado de un sifilítico que, además del mal, le ha dejado una herencia que le permite darse sus gustos musicales; St Clair Bayfield (Hugh Grant), el joven esposo, actor de teatro mediocre, la acompaña para celebrar su sueño dorado; y Cosme McMoon (Simon Helberg), un talentoso pianista que, ante la envergadura del contrato, deja de lado sus ambiciones artísticas para convertirse en un nuevo cómplice que celebre las notas destempladas de la diva. Acompaña un reparto que avala la patética cruzada del trío, pero es en éste donde descansa la solidez del guion. De esa corte de personajes comprados para fungir de público ávido del talento de Florence, vuelve a surgir el nombre de Stephen Frears. Si bien no es el tema central de la cinta, las distorsiones de un relato apacible no solo las da la desafinada protagonista, sino también aquellos personajes más primitivos y, por ello, más humanizados y solidarios ante la derrota, la vergüenza o el dolor de un semejante.
09 julio 2016
Morirse de la risa. Los inicios del cine cómico
Liliana Sáez
Hacia finales del siglo diecinueve, en Francia, los hermanos Lumière no confiaban en la popularidad de su invento, el cinematógrafo. Lo consideraban una curiosidad científica y como tal la explotaron. Pronto fue inevitable la búsqueda de novedades al registro repetitivo de escenas cotidianas. Sin quererlo, con sus pequeños cortos iban inaugurando algunos esbozos de lo que sería el lenguaje cinematográfico. La llegada del tren a la estación de la Ciotat (1895) presenta la profundidad de campo (el objeto de la mirada –el tren- se muestra primero en plano general y luego en primer plano) y el plano secuencia (la composición del cuadro se ve alterado por el movimiento del tren y de los pasajeros en el andén, a pesar de ser una cámara fija la que los registra). O el primer travelling conocido, realizado por uno de los operadores de los Lumière, Eugène Promio, al filmar Venecia desde una góndola (1896). Pero con El regador regado (1895), el primer gag (efecto cómico) del cine, los hermanos franceses no tenían idea de que habían inventado el cine de ficción y que le estaban dando cauce a un género, el cómico. Aquella primera broma filmada arrancó risas entre los espectadores y fue tan exitosa que abrió una vertiente narrativa y económica que no sospechaban.
En esos primeros años, los cortos de uno o dos minutos de duración predominaban en los programas que se le ofrecían al espectador, frecuente visitante de ferias y circos. Eran historias inspiradas en la imaginería popular, en los ambientes circenses, en los espectáculos de vodevil o en postales graciosas. Se limitaban a un par de gags visuales, muy parecidos a los de las tiras cómicas que se publicaban en la prensa. La diversión que provocaban en los espectadores surgía de una relación inesperada entre los personajes y los incidentes que vivían. Los actores provenían del music hall y solían reproducir, frente a la cámara, las situaciones que representaban en el teatro.
Es el inicio del burlesco, caracterizado por el absurdo, las situaciones violentas, donde lo físico tiene más importancia que lo moral o lo psicológico. Género basado en el gag, breve improvisación cómica que sorprende al espectador, porque rompe con la linealidad de la trama, sorprendiéndolo por lo inesperado. En la estructura de las series cinematográficas de los primeros años, el esquema dramático es un simple pretexto, lo fundamental es la serie de gags que no obedecen a la coherencia del relato literario, sino que funcionan como versos de un poema.
15 mayo 2016
Oleg y las raras artes, de Andrés Duque
Liliana Sáez
El Hermitage ha quedado plasmado para el cine en los inolvidables planos secuencias subjetivos de El arca rusa (Russkiy kovcheg), de Alesandr Sokurov. La referencia es obligada, aunque esta vez por oposición. Dos de sus pasillos y la sala donde se encuentra el piano dorado de Nicolás II están presentes en la cámara fija del director venezolano Andrés Duque, actualmente instalado en Barcelona, responsable de situar en un espacio cuasi natural a Oleg Karavaychuk, el único pianista que tiene permiso para ejecutar el famoso piano del museo.
Una imagen en plano general, totalmente simétrica, de un pasillo dedicado a la música, nos muestra al maestro ruso de 88 años como una delgada figura anacrónica, con su rubia melena beatle, sus amplios pantalones de botamanga ancha, un suéter larguísimo y una boina acomodada de lado. Su voz narra la incomprensión que le genera la ausencia del presidente Putin al aniversario del museo, para pasar a contar que fue artista predilecto de Stalin o narrar el horror que le causó ver que su música fuera utilizada en una película rusa que narraba el fin de la familia zarista. A lo largo del filme sus dichos oscilarán, contradictoriamente, entre la admiración por el histórico presidente ruso y la realeza.
Sus frases nos descolocan, como cuando dice que le gusta visitar el cementerio, porque se enamora de las imágenes de las jóvenes de la nobleza que han muerto prematuramente. Sin embargo, la película cobra vuelo, literalmente, cuando sus manos se posan en el teclado del antiguo y elegante piano decorado con frescos, cuyas patas doradas subrayan el barroquismo de su arte. Allí, Karavaychuk deja de ser ese personaje excéntrico que se nos ha mostrado para constituirse en dos manos avejentadas, toscas y sucias, que le arrancan sonidos al instrumento musical, como si fueran aves de rapiña, regalándonos una música brutal pero encantadora, que nos envuelve en la belleza de la violencia rítmica. En primer plano fijo, vemos las manos que suben y bajan para posarse sobre el teclado, por momentos con la fuerza de un puño, golpeando el teclado, o con la punta de los dedos toca las teclas que le obedecen al artista, regalándonos una armonía extraña, sobrenatural, mágica, que como él dice, conjuga consonancia con disonancia, hasta llevarnos al ritmo jazzístico que desprecia. Asistimos, embobados, a una especie de revelación sonora. Y Oleg lo sabe, porque dice que nunca antes hubo una música como la suya. Y nunca antes, ese piano brindó los acordes que terminamos de escuchar.
Sus frases nos descolocan, como cuando dice que le gusta visitar el cementerio, porque se enamora de las imágenes de las jóvenes de la nobleza que han muerto prematuramente. Sin embargo, la película cobra vuelo, literalmente, cuando sus manos se posan en el teclado del antiguo y elegante piano decorado con frescos, cuyas patas doradas subrayan el barroquismo de su arte. Allí, Karavaychuk deja de ser ese personaje excéntrico que se nos ha mostrado para constituirse en dos manos avejentadas, toscas y sucias, que le arrancan sonidos al instrumento musical, como si fueran aves de rapiña, regalándonos una música brutal pero encantadora, que nos envuelve en la belleza de la violencia rítmica. En primer plano fijo, vemos las manos que suben y bajan para posarse sobre el teclado, por momentos con la fuerza de un puño, golpeando el teclado, o con la punta de los dedos toca las teclas que le obedecen al artista, regalándonos una armonía extraña, sobrenatural, mágica, que como él dice, conjuga consonancia con disonancia, hasta llevarnos al ritmo jazzístico que desprecia. Asistimos, embobados, a una especie de revelación sonora. Y Oleg lo sabe, porque dice que nunca antes hubo una música como la suya. Y nunca antes, ese piano brindó los acordes que terminamos de escuchar.
La última Navidad de Julius
Liliana Sáez
Julio Barriga es poeta en Tarija, un pueblo de calles de tierra, en Bolivia. Recibe a su interlocutor en una casa derruida, con baño compartido y una pileta en el patio para asearse. Su hogar se limita a una habitación con las paredes cubiertas de estantes, donde reposa la excesivamente ordenada biblioteca del escritor. La cama deshecha, además de lugar de descanso, es el espacio de trabajo del poeta, donde semidesnudo lee sus anotaciones.
Quizá con menos metraje, este documental hubiera crecido en énfasis y profundidad. Pero se queda en la repetitiva ceremonia de lectura, un soliloquio casi interminable, poblado de frases ocurrentes, como podrían ocurrírsele a un poeta bohemio en cualquier parte de la tierra.
Si ese documental hubiera sido el corto que creemos sumaría a la obra que obtuvo una Mención Especial en Bafici 2016, lo único de lo que no podría prescindir es de un sensible homenaje, una poesía entre sarcástica y humorística, pero cargada de honda admiración hacia Amy Winehouse, a quien ha descubierto con la noticia de su fallecimiento: “Ya cerca de la muerte he visto la luz… y es Amy”. La describe como una mujer de “patética belleza y siniestra ternura”. De ella dice: “Hay momentos en que pasa a ser la luz de mi oscuridad”. Una oscuridad que tiene que ver más con la muerte: “nos redime sacrificándose a sí misma”. Y concluye: “Si la vida es insoportable, el suicidio es un deber”. A modo de travesura, por haber encontrado ese juego de palabras que no es políticamente correcto, define a Amy con una generalidad: “Las únicas chicas buenas son las malas”.
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Todo comenzó por el fin, de Luis Ospina
Liliana Sáez
Programada en la Sección Cinefilias, Todo comenzó por el fin, del director colombiano Luis Ospina, no dejó indiferente a nadie. En ella, Ospina logra el más personal de sus documentales. Si bien la primera intención era la de contar la historia del Grupo de Cali, apoyándose en sus dos compañeros que tentaron fatalmente a la muerte: Andrés Caicedo (de quien hemos escrito en reiteradas oportunidades) y Andrés Mayolo (director de cine y televisión, además de docente), todo se replantea cuando a Ospina se le detecta un cáncer durante el rodaje. Este hecho cambia el eje del filme y, ahora sí, es un sobreviviente literal en la historia del Grupo de Cali.
En una extensísima película que no decae ni por un momento, utiliza material de sus otras obras y recoge las opiniones del resto del equipo que trabajó junto a ellos en los rodajes. Se trata de una generación que no ha buscado la descendencia, eternos adolescentes que disfrutan de estar juntos y hacer travesuras. Pero esas travesuras tienen un trasfondo culturalmente sólido, que ofrece una obra contundente. Cómo se conocieron, quiénes eran Andrés Caicedo y Carlos Mayolo, cómo era esa comunidad que habitaba Ciudad Solar, qué significó el suicidio de Andrés, cómo repercutió en ellos la muerte de Mayolo, en qué lugar de la historia se ubicaron en el pasado y en cuál se encuentran hoy…
Ospina ha madurado y su película es sobrecogedora. Habla, desde el corazón, de su vida, en la que sus amigos y colegas son entrañables hermanos que aún lo acompañan y mantienen vivo ese espíritu que los sobrevolaba en aquellos años 70 y 80. Si tuviéramos que quedarnos con una escena, creemos que elegiríamos la de Mayolo dirigiendo la orquesta. Es sensible, divertida y puede resumir el espíritu de unos seres elegidos y de la época que les tocó vivir.
Programada en la Sección Cinefilias, Todo comenzó por el fin, del director colombiano Luis Ospina, no dejó indiferente a nadie. En ella, Ospina logra el más personal de sus documentales. Si bien la primera intención era la de contar la historia del Grupo de Cali, apoyándose en sus dos compañeros que tentaron fatalmente a la muerte: Andrés Caicedo (de quien hemos escrito en reiteradas oportunidades) y Andrés Mayolo (director de cine y televisión, además de docente), todo se replantea cuando a Ospina se le detecta un cáncer durante el rodaje. Este hecho cambia el eje del filme y, ahora sí, es un sobreviviente literal en la historia del Grupo de Cali.
En una extensísima película que no decae ni por un momento, utiliza material de sus otras obras y recoge las opiniones del resto del equipo que trabajó junto a ellos en los rodajes. Se trata de una generación que no ha buscado la descendencia, eternos adolescentes que disfrutan de estar juntos y hacer travesuras. Pero esas travesuras tienen un trasfondo culturalmente sólido, que ofrece una obra contundente. Cómo se conocieron, quiénes eran Andrés Caicedo y Carlos Mayolo, cómo era esa comunidad que habitaba Ciudad Solar, qué significó el suicidio de Andrés, cómo repercutió en ellos la muerte de Mayolo, en qué lugar de la historia se ubicaron en el pasado y en cuál se encuentran hoy…
Ospina ha madurado y su película es sobrecogedora. Habla, desde el corazón, de su vida, en la que sus amigos y colegas son entrañables hermanos que aún lo acompañan y mantienen vivo ese espíritu que los sobrevolaba en aquellos años 70 y 80. Si tuviéramos que quedarnos con una escena, creemos que elegiríamos la de Mayolo dirigiendo la orquesta. Es sensible, divertida y puede resumir el espíritu de unos seres elegidos y de la época que les tocó vivir.
Extracto de la crónica de Bafici 2016.
14 mayo 2016
La larga noche de Francisco Sanctis, de de Andrea Testa y Francisco Márquez
Liliana Sáez
La larga noche de Francisco Sanctis, de Andrea Testa y Francisco Márquez, obtuvo premios a la Mejor Película en la Competencia Oficial Internacional y a Mejor Actor (Diego Velázquez), así como el reconocimiento de los Premios Signis y Feisal en Bafici 2016.
Buenos Aires en los setenta, años de la feroz dictadura militar, es el escenario donde Francisco Sanctis es enfrentado a un verdadero dilema que lo pone en la situación de poder salvar dos vidas arriesgando la suya o, por el contrario, resguardarse en su núcleo hogareño y permitir que una pareja desconocida sea secuestrada, torturada y desaparecida por su ideología política.
La atmósfera de los interiores, donde Francisco vive junto a su esposa e hijos es oscura y opresiva. Una pálida luz ilumina los espacios donde late la vida de la familia: la cocina y el cuarto de los niños. Pero los exteriores son más intimidantes. Las calles solitarias, los encuentros fortuitos, los diálogos casuales que cobran nueva dimensión luego de que Francisco haya recibido la misión indeseada, forman un artilugio en el que el espectador ve cómo el protagonista se mueve, como si estuviera en una jaula de observación, donde se midieran los niveles de adrenalina, a la manera de un cobayo revisado por un entomólogo. En pocas escenas se van cerrando las posibilidades de que el personaje encuentre la salida más fácil.
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