12 febrero 2009

No te olvides de despertarme...


Difícil creerlo, de veras, pero todavía me siento de treinta y vivo con esta idea, muy criticado, claro está, por mis amigos, por mi familia, por mis admiradores. Antonin Artaud perdió todos los dientes el año antes de su muerte, pero estaba convencido de que le saldrían de nuevo. Yo estoy convencido de que soy inmortal. Probablemente, mis últimas palabras sean: “no te olvides despertarme a las ocho en punto porque tengo que perfeccionar un solo de trompeta”.
Julio Cortázar






¿Hay algo más cinematográfico que un vampiro? Sí, un tren, por ejemplo, pero no importa. Desde el Nosferatu de Murnau, un vampiro es cine, por donde lo mires.

Hace 25 años que Julio Cortázar dejó de escribir. Mi homenaje a ese fabulador como pocos, será a través de un cuento, que forma parte de la colección de narraciones La otra orilla. Escrito en 1937, "El hijo del vampiro" tiene la frescura de la juventud del autor y su pureza de novato. Todavía no conocía el autoexilio. Todavía no conocía la fama. Todavía no había escrito Rayuela ni sus famosos libros de cuentos.
Que lo disfruten…

LS


EL HIJO DEL VAMPIRO

Probablemente todos los fantasmas sabían que Duggu Van era un vampiro. No le tenían miedo pero le dejaban paso cuando él salía de su tumba a la hora precisa de medianoche y entraba al antiguo castillo en procura de su alimento favorito.
El rostro de Duggu Van no era agradable. La mucha sangre bebida desde su muerte aparente —en el año 1060, a manos de un niño, nuevo David armado de una honda-puñal— había infiltrado en su opaca piel la coloración blanda de las maderas que han estado mucho tiempo debajo del agua. Lo único vivo, en esa cara, eran los ojos. Ojos fijos en la figura de Lady Vanda, dormida como un bebé en el lecho que no conocía más que su liviano cuerpo.
Duggu Van caminaba sin hacer ruido. La mezcla de vida y muerte que informaba su corazón se resolvía en cualidades inhumanas. Vestido de azul oscuro, acompañado siempre por un silencioso séquito de perfumes rancios, el vampiro paseaba por las galerías del castillo buscando vivos depósitos de sangre. La industria frigorífica lo hubiera indignado. Lady Vanda, dormida, con una mano ante los ojos como en una premonición de peligro, semejaba un bibelot repentinamente tibio. Y también un césped propicio, o una cariátide.
Loable costumbre en Duggu Van era la de no pensar nunca antes de la acción. En la estancia y junto al lecho, desnudando con levísima carcomida mano el cuerpo de la rítmica escultura, la sed de sangre principió a ceder.
Que los vampiros se enamoren es cosa que en la leyenda permanece oculta. Si él lo hubiese meditado, su condición tradicional lo habría detenido quizá al borde del amor, limitándolo a la sangre higiénica y vital. Mas Lady Vanda no era para él una mera víctima destinada a una serie de colaciones. La belleza irrumpía de su figura ausente, batallando, en el justo medio del espacio que separaba ambos cuerpos, con el hambre.
Sin tiempo de sentirse perplejo ingresó Duggu Van al amor con voracidad estrepitosa. El atroz despertar de Lady Vanda se retrasó en un segundo a sus posibilidades de defensa. Y el falso sueño del desmayo hubo de entregarla, blanca luz en la noche, al amante.
Cierto que, de madrugada y antes de marcharse, el vampiro no pudo con su vocación e hizo una pequeña sangría en el hombro de la desvanecida castellana. Más tarde, al pensar en aquello, Duggu Van sostuvo para sí que las sangrías resultaban muy recomendables para los desmayados. Como en todos los seres, su pensamiento era menos noble que el acto simple.


En el castillo hubo congreso de médicos y peritajes poco agradables y sesiones conjuratorias y anatemas, y además una enfermera inglesa que se llamaba Miss Wilkinson y bebía ginebra con una naturalidad emocionante. Lady Vanda estuvo largo tiempo entre la vida y la muerte (sic). La hipótesis de una pesadilla demasiado verista quedó abatida ante determinadas comprobaciones oculares; y, además, cuando transcurrió un lapso razonable, la dama tuvo la certeza de que estaba encinta.
Puertas cerradas con Yale habían detenido las tentativas de Duggu Van. El vampiro tenía que alimentarse de niños, de ovejas, hasta de —¡horror!— cerdos. Pero toda la sangre le parecía agua al lado de aquella de Lady Vanda. Una simple asociación, de la cual no lo libraba su carácter de vampiro, exaltaba en su recuerdo el sabor de la sangre donde había nadado, goloso, el pez de su lengua.
Inflexible su tumba en el pasaje diurno, érale preciso aguardar el canto del gallo para botar, desencajado, loco de hambre. No había vuelto a ver a Lady Vanda, pero sus pasos lo llevaban una y otra vez a la galería terminada en la redonda burla amarilla de la Yale. Duggu Van estaba sensiblemente desmejorado.
Pensaba a veces —horizontal y húmedo en su nicho de piedra— que quizá Lady Vanda fuera a tener un hijo de él. El amor recrudecía entonces más que el hambre. Soñaba su fiebre con violaciones de cerrojos, secuestros, con la erección de una nueva tumba matrimonial de amplia capacidad. El paludismo se ensañaba en él ahora.
El hijo crecía, pausado, en Lady Vanda. Una tarde oyó Miss Wilkinson gritar a su señora. La encontró pálida, desolada. Se tocaba el vientre cubierto de raso, decía:
—Es como su padre, como su padre.


Duggu Van, a punto de morir la muerte de los vampiros (cosa que lo aterraba con razones comprensibles), tenía aún la débil esperanza de que su hijo, poseedor acaso de sus mismas cualidades de sagacidad y destreza, se ingeniara para traerle algún día a su madre.
Lady Vanda estaba día a día más blanca, más aérea. Los médicos maldecían, los tónicos cejaban. Y ella, repitiendo siempre:
—Es como su padre, como su padre.
Miss Wilkinson llegó a la conclusión de que el pequeño vampiro estaba desangrando a la madre con la más refinada de las crueldades.
Cuando los médicos se enteraron hablóse de un aborto harto justificable; pero Lady Vanda se negó, volviendo la cabeza como un osito de felpa, acariciando con la diestra su vientre de raso.
—Es como su padre —dijo—. Como su padre.
El hijo de Duggu Van crecía rápidamente. No sólo ocupaba la cavidad que la naturaleza le concediera sino que invadía el resto del cuerpo de Lady Vanda. Lady Vanda apenas podía hablar ya, no le quedaba sangre; si alguna tenía estaba en el cuerpo de su hijo.
Y cuando vino el día fijado por los recuerdos para el alumbramiento, los médicos se dijeron que aquél iba a ser un alumbramiento extraño. En número de cuatro rodearon el lecho de la parturienta, aguardando que fuese la medianoche del trigésimo día del noveno mes del atentado de Duggu Van.
Miss Wilkinson, en la galería, vio acercarse una sombra. No gritó porque estaba segura de que con ello no ganaría nada. Cierto que el rostro de Duggu Van no era para provocar sonrisas. El color terroso de su cara se había transformado en un relieve uniforme y cárdeno. En vez de ojos, dos grandes interrogaciones llorosas se balanceaban debajo del cabello apelmazado.
—Es absolutamente mío —dijo el vampiro con el lenguaje caprichoso de su secta— y nadie puede interpolarse entre su esencia y mi cariño.
Hablaba del hijo; Miss Wilkinson se calmó.
Los médicos, reunidos en un ángulo del lecho, trataban de demostrarse unos a otros que no tenían miedo. Empezaban a admitir cambios en el cuerpo de Lady Vanda. Su piel se había puesto repentinamente oscura, sus piernas se llenaban de relieves musculares, el vientre se aplanaba suavemente y, con una naturalidad que parecía casi familiar, su sexo se transformaba en el contrario. El rostro no era ya el de Lady Vanda. Las manos no eran ya las de Lady Vanda. Los médicos tenían un miedo atroz.
Entonces, cuando dieron las doce, el cuerpo de quien había sido Lady Vanda y era ahora su hijo se enderezó dulcemente en el lecho y tendió los brazos hacia la puerta abierta.
Duggu Van entró en el salón, pasó ante los médicos sin verlos, y ciñó las manos de su hijo.
Los dos, mirándose como si se conocieran desde siempre, salieron por la ventana. El lecho ligeramente arrugado, y los médicos balbuceando cosas en torno a él, contemplando sobre las mesas los instrumentos del oficio, la balanza para pesar al recién nacido, y Miss Wilkinson en la puerta, retorciéndose las manos y preguntando, preguntando, preguntando.

02 febrero 2009

Sólo un sueño, de Sam Mendes


ENFRENTADOS A UN ESPEJO
Marcela Barbaro

Para la sociedad norteamericana, los años cincuenta no fueron de los más alentadores: la paranoia por la Guerra Fría, el modelo patriarcal autoritario sobre el hogar, la caza de brujas hacia los rojos, la irrupción de la TV, filtrando modelos de familia políticamente correctos, y el sistema en manos de Eisenhower, tratando de sostener el american dream.

A partir de ese contexto, surge la novela de Richard Yates publicada en 1961, que da cuenta de cómo todo ese malestar social provoca una crisis matrimonial y replanteos individuales en el seno de una familia tipo de clase media.

Basándose en la novela, el director británico Sam Mendes (Belleza Americana, Camino a la perdición, etc.) realiza una muy buena transposición a la pantalla grande, interpretada por la dupla de Titanic: Leonardo Di Caprio y Kate Winslet.

El joven matrimonio Wheeler (Di Caprio y Winslet) tienen dos hijos y viven en los suburbios de Connecticut. Estaban llenos de sueños. Pero los años pasaron. Él trabaja en una empresa donde su padre pasó veinte años y nadie lo recuerda. Ella es una actriz frustrada, que lidia con su rol de madre y ama de casa. Le pesa sentirse diferente. A él lo corroe el mandato paterno, teme transformarse en alguien que pase inadvertido. Ambos, se hallan inmersos en la rutina y presos de un sistema lleno de hipocresías (como sus vecinos) y conservadurismo, que los llevará a una profunda crisis.

El film tiene reminiscencias de los melodramas comprometidos de Douglas Sirk y de Nicholas Ray. Bajo esos modelos narrativos, Mendes retoma el discurso crítico y dramático de Belleza Americana, pero lo intensifica. Logra generar un clima claustrofóbico, dramático y agobiante, donde las miradas, los silencios y los espacios vacíos cobran un rol trascendental. A esto se suma el trabajo de Di Caprio y Winslet, que están como nunca.

Mendes traslada en boca de sus personajes el vacío desesperanzado, el valor que se necesita para llevar la vida que uno desee sin ser fagocitado por el sistema, el precio del libre albedrío y la fragilidad de los sueños.

Pero, también pone el acento y su mirada sobre rol de la mujer, en la represión subliminal del género y cómo ese malestar silencioso se transforma en una suerte de ritual. Una situación que recuerda al personaje de Julianne Moore en Las Horas (2002).

Revolutionary Road es como espejo atemporal sobre una sociedad que insiste en verse linda, al igual en que en los cincuenta.

18 enero 2009

El balance anual

Liliana Sáez

Pasó la aplanadora de los últimos días de diciembre y recién ahora puedo realizar el balance que toca cada fin de año. Si para algo sirve eso de celebrar la nochevieja una despedida y el primero de enero un recibimiento, es para poder poner sobre la mesa los resultados de todo el año.

2008 venía bien, en lo personal y en lo profesional. Kinephilos, con su ritmo unas veces más regular que otras, siguió actualizándose. Aula Crítica ofreció cursos que se llevaron a cabo exitosamente e inauguró el Máster en Crítica Cinematográfica que ya cumplió el primer tramo de cursada, con resultados que llenaron plenamente nuestras expectativas.

Haber sumado al proyecto a Isabel, a Paula y a Marcela ha sido para Sergio y para mí contar con un capital de profesionalismo que abre un camino que promete ser venturoso, por estar haciendo lo que nos gusta y poder compartirlo con otros que aman el cine tanto como nosotros. Agradezco la confianza que pusieron en nosotros Arantxa, Manu, José Luis, Javier y Sandra, porque nos están permitiendo crecer junto a ellos por aquello de que "enseñando también se aprende". Y a Paola le agradecemos la paciencia con que ha trabajado cada uno de los textos que subimos al campus para que sean legibles y estén normalizados.

Para completar el año académico, brindamos dos cursos (uno en la Escuela de verano y otro en la de otoño) de la Asociación Espiral, Educación y Tecnología, donde dictamos "El cineclub en la escuela" a 19 y 32 alumnos, respectivamente. Gracias Bea Marín por la oportunidad y por el apoyo que nos diste para que fuera un éxito.

Seguro que me olvidaré de citar varios de los tesoros que se incorporaron a la videoteca, pero quiero mencionar el cine de dos autores que respeto, cuyas películas constatan mi elección profesional, pues disfruto y sufro con ellas como si las viera por primera vez:

El pack John Cassavetes y sus A woman under influence (1974) y The killing of a chinese bookie (1976) y Opening Night (1977), más un documental sobre el autor. Gracias, Isabel.







El pack Alejandro Jodorowsky y La corbata (1957), Fando y Lis (1968), El topo (1970), La montaña sagrada (1973), La constelación (1980) y Santa Sangre (1989). Gracias, Hugo.

También ocupan un gran tramo de los estantes las nueve pelis de cine colombiano (que no es distribuido en Latinoamérica, cosa que sucede con todo el cine de la región, que sólo puede verse en festivales, y si ganan algún premio): La historia del baúl rosado (Libia Gómez, 2003), Soñar no cuesta nada (Rodrigo Triana, 2006), Los niños invisibles (Lisandro Duque, 2001), Soplo de vida (Luis Ospina, 1999), La vendedora de rosas (Víctor Gaviria, 1998), Confesión a Laura (Jaime Osorio, 1991), Bolívar soy yo (Jorge Alí Triana, 2000), Un tigre de papel (Luis Ospina, 2007) y El Bogotazo (documental para la televisión que contextualiza un tema que recorre muchos de los argumentos de las películas citadas). Gracias, Daniel y Nubia.

Y finalmente, celebro la edición en dvd de esa joyita que es Crónica de un niño solo (1965), la opera prima de Leonardo Favio.

La biblioteca destinada a Andrés Caicedo también se vio enriquecida por lo último que se ha publicado sobre este multifacético personaje caleño (gracias Luis, Daniel, Piedad, Pala y Elvira). Y los textos de cine enriquecieron y actualizaron la biblioteca que comparto con Aula Crítica (gracias Virginia, Sergio, Isabel, Paola). Merece un post aparte hablar de ellos.

Sobre el cine visto en 2008, si nos limitamos a las entradas del blog, debo reconocer que peca de una pobreza franciscana. En un foro de Aula Crítica hice el siguiente balance y los porqué pueden leerse en los enlaces:

Para mí, la gran alegría de 2008 ha sido:
Aniceto, de Leonardo Favio (Argentina).

Me sorprendieron:
Luz silenciosa (Carlos Reygadas, México) y Ploy (Pen-ek Ratanang, Tailandia)

Me encantó porque me embaucó inteligentemente:
Un tigre de papel (Luis Ospina, Colombia)

Me conmovió porque toca fibras muy sensibles:
Decile a Mario que no vuelva (Mario Handler, Uruguay)

Me decepcionaron:
Antes que el diablo sepa que has muerto (Sidney Lumet, EEUU)
En la ciudad de Sylvia (José Luis Guerín,España: podría haber sido un corto perfecto), aunque me subyugó su instalación "Nosotros, los otros" en el CCCB de Barcelona
Shara (Naomí Kawase, Japón), por la expectativa que sembraron los textos de las revistas especializadas. Hoy me pregunto si a un director argentino le hubieran respetado el uso de esos recorridos con cámara en mano por interminables recovecos y la indefinición de algunos personajes.
Elegy (Isabel Coixet, España) me pareció una historia más, contada de manera correcta, pero sin la profundidad que he visto en otro film de esta directora.
¿Estaré insensible?

Bien, todo esto es para decir que hoy comienza el año para mí, y dejo atrás, como si fuera una nebulosa pesadillesca, las casi tres semanas que le robo a este año, en la esperanza de que sea tan bueno como el que pasó, que siga contando con la gente que quiero y respeto no sólo como amigos, sino como colegas.

Vaya también un saludo bloggero a todos los amigos que hice a través de este medio, a muchos de los cuales conocí en 2008 y ya forman parte de esta comunidad querida y querible que viene creciendo, al menos en mi caso, desde hace tres años.


07 enero 2009

En mi cumple, un regalo para ti

En su tercer cumpleaños, kinephilos te regala Ten minutes older,  de Herz Frank (1978). Se trata del corto documental que sirvió de inspiración para que 24 años después se filmara con el mismo nombre la obra colectiva, que reúne los trabajos de Chen Kaige, Werner Herzog, Jim Jarmusch, Aki Kaurismaki, Spike Lee, Wim Wenders, Bernardo Bertolucci, Claire Denis, Mike Figgis, Jean-Luc Godard, Jiri Menzel, Michael Radford, Volker Schlöndorff, István Szabó... y Alumbramiento, de Víctor Erice, que ya hemos comentado.
Espero que lo disfruten.

LS






24 diciembre 2008

¡Feliz 2009!




Como cada fin de año, acudo a Eduardo Galeano para que me preste sus letras que tanto interpretan mi sentir. Del Libro de los abrazos tomé este texto, que dedico a cada uno de los colaboradores y lectores de kinephilos, sin los cuales nada de esto tendría sentido.

Que cada uno de ustedes sea esa chispa mágica que contagia a los que los rodean. Que cada uno tenga de quién recibir esa otra chispa que les da un motivo para seguir adelante.

¡Feliz 2009!

Liliana Sáez




El mundo

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.

—El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.





11 diciembre 2008

Desde El arrecife de Donovan para el mundo

Es de agradecer (y alentar) cada edición que publica Shangri-La, que en su último número de Derivas y ficciones aparte nos ofrece "Memoria/s de Auschwitz".

No puedo comentarla ahora, porque me esperan sus 386 páginas para internarme en ellas con verdadera fruición. Sólo reproduzco su Editorial, para que se contagien de este entusiasmo que me ha invadido y quiero compartir. Pero, antes, vayan felicitaciones a todo el equipo por ese segundo año que están cumpliendo.

LS



EL ARRECIFE DE DONOVAN

El lugar desde el cual se fragua esta publicación no es precisamente la embarcación que lleva el nombre de una lejana tierra y que navega en busca de horizontes perdidos. En realidad, como si de un remozado, aireado y soleado laboratorio del Dr. Frankenstein se tratara, ese espacio desde el que conspiramos y buscamos las fórmulas que creemos más adecuadas para confeccionar la ruta de dicha nave y, por lo tanto de cada número de la revista, es un punto lejano en los mapas que aparece y desaparece de ellos, donde la luz es en Technicolor, y en el que, como en todo territorio mítico y no exento de embrujo, llámese Shanghai, Yoknapatawa o Shangri-La, todas las historias todavía pueden suceder.

Durante la travesía del presente número cumpliremos dos años de existencia. Ha sido un periodo de tiempo en el que hemos puesto las bases y creado las señas de identidad de una publicación que busca, lentamente y sin pausa, (re)construir un espacio y una línea de actuación que, creemos, sigue sin cubrirse por otras publicaciones, bien impresas, bien electrónicas, que parecen empeñadas en reproducir los mismos esquemas y, en algunos casos, las mismas disputas de siempre, naturalmente, acopladas a las nuevas circunstancias y variantes actuales.

Desde El arrecife de Donovan conducimos Shangri-La por los márgenes y bordeando la periferia, pero sin sacralizar ésta ni descartando otros discursos, supuestamente, menos radicales. Si algo, desde un primer momento, tuvimos claro, ue crear una publicación plural donde diversas formas de leer y ver la palabra y la imagen tuvieran un lugar de encuentro en sus textos, y alejarnos de un exceso de formalismo y de la liviandad y frivolidad que, en unos u otros, dentro y fuera de la red, abunda. No nos interesaba, ni nos interesa, una publicación sujeta a la actualidad y la tiranía que ésta impone; no nos seduce el crítico que se convierte en un profesional de su oficio que, en muchos casos, se asemeja a un funcionario escribiente que con desidia rellena un formulario; no queremos acabar repitiendo la misma crítica una y otra vez, o caer en el batiburrillo que a algunas publicaciones caracteriza y donde todo vale.

Queremos ser un punto de encuentro, sin proponernos sentar cátedra en nada, abierto a todos aquellos que reconozcan e identifiquen el rastro y los surcos que nuestro viaje, sin ruido ni alharacas, va dejando. Para todos los que se decidan a dejar sus huellas junto a las nuestras, que deseen cartografiar con nosotros una emblemática topografía invisible, seguimos oteando posibilidades desde este arrecife.

Inauguramos El arrecife de Donovan, una sección que aparecerá de vez en cuando.

También comenzaremos una nueva dinámica y estructura de publicación que iréis descubriendo y que esperamos sea de vuestro agrado.

Como siempre, y como hasta ahora hemos venido haciendo, al inicio de cada nueva travesía: la descarga en pdf del número anterior. Este es el principal objetivo a cumplir cada cuatro meses.

Por fin, el anunciado número 22 de Banda Aparte. Revista de cine – Formas
de ver.

Y también, el segundo número de la colección Encuadres.

En las Texturas encontrareis, entre otros, a David Lynch, Brian de Palma, Woody Allen, Anna Seghers, Juan Benet, Truman Capote, Ian McEwan, Joe Wright, John McGahern...

Memoria/s de Auschwitz hemos titulado la Carpeta correspondiente donde combinaremos por primera vez en un monográfico el cine, la literatura y el cómic.

Deseamos que disfrutéis este número tanto o más como nosotros lo hacemos elaborándolo.


29 noviembre 2008

Gris de ausencia: murió Ulises Dumont


Tiempo de revancha es de esas películas valientes que se hacen bajo una dictadura, para denunciar lo que sucede detrás de un aparente orden: secuestros, tortura, asesinatos... La vi lejos de mi país. Logró mi admiración por el valor de su director y guionista, Adolfo Aristarain, que a través de dos personajes, Pedro (Federico Luppi) y Bruno (Ulises Dumont) simulaban un accidente que desencadenaba el resto de los hechos que la película entraña y que no voy a contar, porque hay que verla (aunque ya tenga casi 30 años, hay que conseguirla y verla).

Todo esto viene a cuento de que Ulises Dumont ha muerto hoy, cuando el cielo se viene abajo en una calurosa y tormentosa Buenos Aires.

No se ha ido. Quedan las películas, que seguirán mostrando a ese ser camaleónico que iba trasmutando su cara y su físico para representar a tantos personajes, como el Bruno de Tiempo de revancha"o el Larsen de La parte del león, o El Gato Funes de Últimos días de la víctima", todas de Aristarain. También interpretó personajes más oscuros, como el de Los enemigos o El censor, ambas de Eduardo Calcagno.

No son las únicas, Ulises Dumont tiene una larga filmografía y en este momento hay seis películas en las que actuó que están en la etapa de posproducción.

Hombre de cine y de teatro (¿cómo no recordar Yepeto?), fue un actor valiente que le prestó su piel a personajes que hacían un reclamo desesperado y una crítica feroz a un sistema que iba destruyendo al país.

Pudo decir lo que pocos se animaban, escudado en los personajes que con compromiso representó. Por eso, hoy se lo recuerda con un intenso cariño. Más que eso, con ternura.

LS

24 noviembre 2008

Glosario de cine

Marcela Barbaro ha redactado un Glosario de cine que iré publicando en el blog de Aula Crítica, con una intención que ella misma define así: "lejos de emular el rigor académico y lingüístico del diccionario de la Real Academia Española, ni de intentar parecerse a un ensayo epistemológico de los términos usados en el cine, es la de armar un glosario de la A hasta la Z que nos acerque a interiorizarnos en la historia y la gramática audiovisual que el cine mismo decidió inventar".

Sabemos que los lectores de kinephilos agradecerán esta iniciativa, por lo que he colocado en el índice un enlace que los conducirá hasta allí.

No me queda más que agradecerle este aporte tan valioso a la colega, compañera y amiga que es Marcela.

LS


A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z

La imagen es de Alfabeto, creado por Abba Richman.

03 octubre 2008

Mejor que el diablo no lo sepa

Liliana Sáez


Como nos tiene acostumbrados Sidney Lumet, su última película entraña en su historia una fuerte crítica a la sociedad (en este caso más concretamente a la familia) norteamericana. Es lo que me llevó a esperar el momento justo para ver, disfrutar y admirar Antes que el diablo sepa que has muerto. Debo confesarles que me decepcionó. No encontré al maestro allí, sino grandiosas actuaciones que engañosamente envuelven a unos pobres personajes obligados a representar una historia oscura y retorcida.

Me predispuso muy bien la idea del golpe casi perfecto, que si es dado por dos fracasados, no puede sino terminar muy mal. El éxito (y sus dificultades para alcanzarlo) es el tema predilecto de los norteamericanos, venga arropado por la prenda que sea. La descripción de los personajes es demasiado ingenua, cargada de tintas en los vicios del hermano mayor, en la mediocridad del menor, en la felicidad de los padres, en la estupidez de sus mujeres. No hay grises, todo es negro o blanco…

La estructura de la película intenta ser novedosa en su fragmentación y en las idas y vueltas temporales que permiten armar el mecanismo de la acción a la manera de un rompecabezas. Sin embargo, en esa composición no sumamos mayor información que si se nos hubiera contado de manera lineal, por lo que el artilugio aparece como eso mismo, como un efectismo vacío más que como un juego inteligente servido en bandeja al espectador.

Y luego los tics de la televisión, que no son poca cosa en un hombre que ha firmado obras magníficas, contestatarias, brutales, de las que defiendo entre sus mejores: Equus, Network y Tarde de perros. Cada segmento que dedica a cada uno de los personajes de Antes que el diablo sepa que has muerto con su historia retrospectiva frente al hecho que los conecta pareciera un “previously…” de cualquier serie. Y ni hablemos de las descripciones de las locaciones que contienen a los personajes, no pueden dejar de recordarme a las telenovelas latinoamericanas, que para hablarnos de la familia pudiente del niño de la casa nos muestra un edificio de un barrio carísimo, para luego instalarnos en el living de su casa y seguirlo en sus acciones (pero ahora sí, con el añadido de información que pertenece a una familia rica). ¿Qué decir del automóvil del padre que sigue los pasos de los hijos? Son cuatro o cinco paradas, con el auto negro que estaciona unos metros más atrás, como en los viejísimos policiales donde lo obvio no era tan obvio, pero vistos hoy causan cierta gracia (cuando alguien escapa, ¿no controla si lo siguen? ¿estos personajes no conocen el auto de su padre?).

Me pregunto yo: ¿la felicidad de los padres puede llevar a la desgracia a los hijos?, ¿eso que llaman instinto maternal no es un amor que encuentra su paralelismo en un sentimiento semejante al que siente un padre por su hijo?, ¿es necesario que alguien a quien se le ocurre un plan descabellado deba ser impotente, drogadicto y estafador para que cuadre con la maquinación de una idea con pocas luces?, ¿hace falta que para ser un fracasado la mujer deba decirle al marido que es un inútil, que la hija lo gritonee porque no cumple con lo prometido, que el hermano lo "ningunee"?, ¿es necesario que para demostrar que todo está podrido se llegue al extremo de traicionar al hermano, conquistando a su esposa, como para no dejar un resquicio de salvación a los personajes en juego?

Yo vi muchas películas en una. Y una película que no me alcanzó a resultar una.