23 junio 2009

El espectador imaginario - Junio 2009

Hemos editado un nuevo número de la revista de Aula Crítica, el correspondiente al mes de junio.



50 años de la Nouvelle Vague (segunda parte) por Isabel González


Investigamos

Al final de la escapada, por Arantxa Acosta

París nos pertenece, por Manu Argüelles

Jules y Jim, por Javier Moral

Vivir su vida, por Paula Segovia

La carrièrre de Suzanne, por Marcela Barbaro


Letras de cine

El principio del fin. Tendencias y efectivos del novísimo cine japonés, por Manu Argüelles


Culto a la TV

Dos metros bajo tierra, por Arantxa Acosta


Cine de autor

Michael Winterbottom, por Manu Argüelles


Prensa especializada

European Film Treasures, por Liliana Sáez


Festivales y premios

Cannes, por Javier Moral


Críticas

Génova, por Manu Argüelles

Good, por Arantxa Acosta

La belle personne, por Manu Argüelles

La caja de Pandora, por Arantxa Acosta

Los mundos de Coraline, por Javier Moral

Los testigos, por Manu Argüelles

Mad detective, por Javier Moral

Man on wire, por Javier Moral

Still walking (Caminando), por Manu Argüelles


Dossier

Terminator Salvation, por Arantxa Acosta




07 junio 2009

El diablo también sabe filmar

Les presento a Pablo Castriota, quien inaugura su presencia en este espacio con una película que ha rescatado de los archivos “dvdianos” e internaúticos. Se trata de un film, ya leerán, muy particular. A mí, personalmente, me trae recuerdos de la Cinemateca venezolana, donde programé esta película en varias ocasiones, ya que en el archivo de esa institución existía (y espero que aún siga existiendo) una copia en perfecto estado. Así que festejo esta presencia de Pablo aquí, primero, porque llegan aires nuevos a kinephilos; segundo, porque se detiene a observar Häxan, la brujería a través de los tiempos, una película que es una verdadera rareza; y tercero, porque me ha llevado durante su lectura a la sala íntima de aquella querida Cinemateca en el Museo de Bellas Artes, que no era como hoy se cree un ámbito para intelectuales burgueses, sino que era un espacio abierto para niños, jóvenes y adultos con un abanico de propuestas que abarcaba todo un universo de gustos y posibilidades (cerca de 30 películas agrupadas en unos 10 ciclos, proyectadas en 90 funciones por mes no es tan marginal como se ha pretendido hacer creer) . Espero que disfruten este aporte. ¡Bienvenido, Pablo! LS


EL DIABLO TAMBIÉN SABE FILMAR - SOBRE HÄXAN, LA BRUJERÍA A TRAVÉS DE LOS TIEMPOS (1922)

Pablo Castriota




Ver Häxan - La brujería a través de los tiempos" (1922) genera una sensación probablemente similar a la de presenciar la revelación de un documento encontrado en una cripta o una catacumba. Mientras muchos críticos actuales interpretan como gestos transgresores u osados la cruza de los "difusos límites entre el cine de ficción y el documental" en muchos cineastas festivaleros contemporáneos, esta rareza de casi 90 años de existencia hace explícita la presencia de su director apenas comenzada la película, anticipándose en muchas décadas a gestos presuntamente "modernos" o poner bajo cuestionamiento el llamado Modelo de Representación Institucional. Häxan... es un docu-ficción mudo de origen sueco firmado por Benjamin Christensen, director del que desconozco el resto de su filmografía. Esta película está dividida en siete capítulos. La introducción, a modo didáctico e informativo, le permite al director trazar, mediante ilustraciones y textos de las más diversas épocas y orígenes, un recorrido por las supersticiones y mitos en torno al origen del Universo, la hechicería y, el tema principal de la película, la figura de las brujas. Pero cuando todo parecía tratarse de una especie de lección de Historia en formato documental, llega el segundo capítulo, y con él se pasa al punto más atractivo y de dominio central en todo el film: la puesta en escena grotesca de esas supersticiones a cargo del realizador, que aborda la paranoia y persecución a las que se sometieron a infinidad de personas bajo la acusación de cometer actos de brujería, las prácticas y tormentos que la Inquisición ejerció sobre estos acusados y, por sobre todas las cosas, un tratamiento sumamente humorístico de algunas de estas cuestiones, no privadas de un tono algo anticlerical y que confieren a la película la condición de simpático fetiche blasfemo ideal para cinéfilos herejes.

En la primera secuencia dramatizada vemos a una bruja en pleno preparativo de sus pócimas; dos asistentes le traen la mano amputada de un ladrón muerto en la horca envuelta en ramas; la hechicera procede a preparar una infusión curativa agregándole un dedo de la mano del muerto cuando, en el medio de la noche, recibe la visita de una mujer que viene a pedirle alguna "poción" para atraer el apetito sexual de un "devoto hombre de la Iglesia". Mientras la hechicera cede a su pedido comentándole de qué están hechas sus "recetas", la mujer fantasea con los efectos que este brebaje pudiera llegar a tener sobre el objeto de su deseo. Fundido mediante, vemos a un obeso monje que devora su cena como un cerdo, mientras la mujer le vuelca secretamente la poción sobre su bebida. El rechoncho monje bebe el líquido, y rápidamente vemos como su rostro expresa el efecto favorable que la bebida ha surtido en él. No satisfecha con esto, la mujer intensifica aún más su fantasía cuando la bruja le ofrece una poción de efecto aún mas poderoso que el anterior. Volvemos a la escena de la fantasía, donde esta vez el monje no se limita solo a miraditas de picardía sino que, directamente, emprende la persecución de la mujer por el medio de un bosque. Estas representaciones satíricas son coherentes en su forma, dado que el director apela al fabuloso poder expresivo del cine mudo en la gestualidad exacerbada de sus actores, en la graciosa literalidad burlona de los intertítulos y en el uso irónico de la música clásica, borrando cualquier posible rastro de impostación o rigor histórico en el tratamiento de los hechos.

Luego de una divertida alusión a las múltiples representaciones del Diablo y sus manifestaciones, en donde el mismo director encarna la figura de un promiscuo Satanás a cuyos brazos se rinde una "embrujada" sonámbula desnuda, pasamos al tercer capítulo en donde la película focaliza en el rol de los Inquisidores y la feroz persecución que se ejerció sobre toda aquella persona sospechada de perpetrar hechizos contra los demás. El criterio de acusación se basaba prácticamente en el aspecto del acusado, y dada la fama de viejas decrépitas que desde siempre se le otorgaron a las brujas, las que mayor riesgo corrían de caer bajo la siniestra acción de los Inquisidores y el prejuicio de la gente eran las ancianas que mendigaban en las puertas de las casas de los burgueses. Es lo que le sucede a la pobre María, la Tejedora, quien no tiene mejor suerte que la de caer a pedir pan en la casa de un enfermo a quien el dictamen de un ridículo ritual hecho con plomo lo diagnostica como "hechizado". Anna, la sufrida mujer del enfermo, influenciada por el diagnóstico del curandero y los prejuicios de su época, hace caer el peso de la acusación sobre María, a quien toman como prisionera y llevan ante los Inquisidores para ser sometida a toda clase de torturas. Ante el cruel trato recibido, la anciana comienza una falsa "confesión" en la que, ante los exhortos interrogadores presentes, describe toda una serie de ritos satánicos de los que ella habría formado parte. Esto da pie a que el director represente estas secuencias, que se encuentran entre lo mejor de toda la película: vuelos sobre escoba, diablos soplando cuernos y golpeando timbales, pisoteos y escupitajos sobre crucifijos, bebés sin bautizar arrojados a un caldero hirviendo y, lo mejor, la orgía en la que las mujeres participantes besan el trasero de los demonios. El peso de la acusación se vuelve contra Anna y su familia, quienes, según el falso testimonio de María, la Tejedora, formaban parte de esos rituales. Hay una frase que aparece poco después en la película y que resume perfectamente el grado de peligro que llevaban consigo los prejuicios sociales de la época:

Durante la época de brujería era peligroso ser vieja y fea, pero tampoco era seguro ser joven y guapa.

Anna es capturada en su hogar junto a su madre y sirvienta por los Inquisidores y sometida a los mismos sufrimientos que María, la Tejedora. El hermano John, uno de los más jóvenes y piadosos integrantes de la Inquisición, se siente tentado ante la presencia de la atractiva Anna, y le pide a uno de sus "hermanos" que lo castigue porque sus sentimientos son pecaminosos. El hermano, siempre bien predispuesto para limpiar culpas ajenas, toma el azote y flagela a John, a quien suponen "hechizado" por acción de la joven Anna; el hermano debe firmar, a instancias de sus duras autoridades, una acusación de "bruja" contra la joven. Como si esto fuera poco, los Inquisidores no dudan en ejercer prácticas de extorsión contra los acusados, como por ejemplo, prometerles la liberación en secreto si les revelan cómo generar truenos con agua. Cuando la persona acusada, víctima de la desesperación, cede ante este capricho de sus jueces, deciden inventar algo al respecto, atribuyéndose a sí mismos falsas cualidades hechiceras. La acusada es sorprendida "in fraganti" por alguna autoridad en el medio de su "confesión" y así se ratifica su destino inmediato de arder en la hoguera. Si bien este es el tramo más melodramático del relato, Benjamin Christensen no puede evitar el humor en la ridícula temerosidad que le adjudica a los inquisidores, sobre todo en aquella escena donde el hermano John presencia escondido la trampa que le tienden a la joven Anna para que les enseñe algunos trucos de brujería bajo la promesa de ser liberada. Al verla romper en llanto, John trata de convencer al severo Padre Henrik de que una verdadera bruja no podría llorar, a lo que recibe como respuesta:

"¡Muchacho estúpido! ¿No sabes que las brujas se untan en secreto con saliva, para que creamos que son lágrimas?"

La película sigue con una descripción detallada de las prácticas de la Inquisición, exhibiendo ilustraciones de "interrogatorios" así como también mostrando auténticos instrumentos de tortura y explicando su funcionamiento con actores. Alcanza conque la mano del torturador simule el movimiento de activación de cada mecanismo para que nos podamos imaginar el resto. Christensen llega al punto de probar el "retuerce-pulgares" en una de sus actrices, según lo que dicen los intertítulos, por "insistencia" de la misma actriz. A esto le sigue una divertida secuencia de posesiones demoníacas en un convento, donde una beata, la hermana Cecilia, es tentada por el diablo para cometer un acto de herejía en pleno altar. Las hermanas descubren la "confabulación", pero a esa altura el maligno ya tomó posesión absoluta de su influjo y todas se entregan a una frenética danza de la que la espantada hermana superiora rehúye ocultando su cabeza bajo una tarima como un ñandú.

En el séptimo y último capítulo, el director se sitúa en la actualidad (1922, dado el año de realización de esta película) para efectuar un análisis de las equivalencias entre las viejas supersticiones con las de nuestro tiempo. Para ello se vale de una exhibición de "freaks" cuyas deformidades hubieran derivado en una cruel persecución siglos atrás, mientras que hoy, estas ancianas jorobadas y tuertas deben recibir ayuda de los comedores públicos. El grado de honestidad que Christensen exhibe con los espectadores a través de los intertítulos permite dar una idea del compromiso que el realizador tuvo a la hora de abordar el tema, que sin anular su potencial cómico le permiten reflexionar sobre la linealidad del pensamiento humano y su dudosa evolución a la hora de lidiar con las supersticiones. El director muestra a la anciana actriz que interpretó a María, la Tejedora, diciéndole que ella cree en el Diablo y que éste se le ha aparecido varias noches sentado sobre su cama. Si bien Christensen es respetuoso con el testimonio de su actriz, también muestra lo endeble que resultan estas creencias al dotar la observación de una mirada objetiva (si tal cosa fuera posible), exhibiendo el pequeño cuaderno de oraciones que mantienen a la anciana a salvo de la mala influencia de Satanás. Que el director presente a sus actores en el plano real de las cosas y fuera del rol que venían desempeñando con sus personajes constituye un insólito (para la época) acto de explicitación de la condición representativa del cine, cuando no muchos se atrevían a violentar ese pacto con el espectador. Christensen prosigue advirtiéndole al espectador que una misma actriz se encargará de personificar a diferentes mujeres de la "actualidad", víctimas de diferentes signos de histeria de los que el director se sirve para trazar un interesante paralelo con las posesiones demoníacas de antaño. Así es como resulta sencillo equiparar a los sonámbulos o a los cleptómanos con aquellos extraños poseídos que salían por la noche al encuentro con el Diablo, para luego no recordar nada al despertar. Una paciente muestra insensibilidad física ante los contactos de un médico que examina su espalda, y el director recurre a un montaje paralelo en el que, en la Edad Media, los Inquisidores le hacían creer a los prisioneros que habían estado torturando por la espalda al acusado y que éste ni siquiera había sentido dolor alguno cuando, en realidad, no se había producido ningún contacto físico entre el instrumento de tortura y el cuerpo de la víctima. Esta supuesta "inmunidad" era lo que le confería a la persona su supuesto "status" de bruja, por lo cual la acusación de los inquisidores quedaba fortalecida ante la incredulidad del acusado. El diagnóstico del médico para con la paciente resulta ser de "histérica", y recomienda a la madre que su hija permanezca internada en la clínica. Hay una línea de texto brillante que pone de manifiesto el humor ácido de su director al abordar este paralelismo entre brujería e histeria y su sistema de equivalencias:

"¡Pobre brujita histérica! En la Edad Media hubieras tenido problemas con la Iglesia. Actualmente los tendrías con la ley".

Häxan está bastante lejos de ser una película misógina; que la totalidad de las acusaciones de brujería hayan recaído sobre mujeres, y que las víctimas de estas supuestas posesiones también las hayan incluido en su mayoría a ellas sólo habla de un desprecio al sexo femenino ejercido por el dominio imperante de la lógica masculina volcado en la figura de las autoridades políticas y religiosas a lo largo de los siglos. Dado que las víctimas excluyentes de estas persecuciones han sido mujeres, resulta sensato que el director ejemplifique desde la actualidad (bueno, desde principios del siglo XX), los signos de histeria manifestados en la sociedad corporizados en la figura femenina.

Una buena manera de acercarse a Häxan, película de limitadísima difusión en nuestro país, sería por medio de la mula electrónica. Existe dando vueltas una versión rippeada de la edición en DVD lanzada por Criterion, el mejor sello de ediciones en DVD del mundo. Si bien los efectos de la compresión se hacen visibles en el rojo monocromático que domina toda la imagen, la copia está en un punto aceptable, pero que seguramente difiere en mucho, muchísimo, de la original lanzada por Criterion. Los subtítulos en español pueden conseguirse fácilmente en www.subtitles-divx.net. La película también puede descargarse de manera gratuita en http://www.archive.org, dentro de la categoría Moving Images - Movies. Para quienes puedan desembolsar un dinero, contar con una edición original de Criterion siempre es preciable para cualquier coleccionista: según la descripción que se hace en el sitio web de la editora (www.criterion.com), la edición consiste en dos versiones de la película: la primera es la original y la segunda es una versión reducida a 76 minutos, que incluye la narración del poeta beatnik William Burroughs, con banda de sonido de Jean Luc Ponty. También incluye una presentación a cargo del director, Benjamin Christensen, con motivo del re-estreno del film en 1941, escenas eliminadas, un recorrido fotográfico por las fuentes históricas de información de las que se sirvió el realizador para su investigación, y como es costumbre en esta editora, un transfer digital con colores restaurados traslucido en el infernal rojo monocromático que impregnan estas películas, que seguramente debe formar parte de la colección privada del mismísimo Satanás. La edición, como todas las de Criterion, no cuenta con subtítulos en español, por lo que tendrán que valerse de sus conocimientos de inglés para interpretar la traducción de los intertítulos que se encuentran en su idioma original, el sueco, y que según informa la editora, también debieron ser agregados dada la desaparición de los originales.

22 mayo 2009

El espectador imaginario - Mayo 2009

Hemos editado un nuevo número de la revista de Aula Crítica, el correspondiente al mes de mayo.



SUMARIO

50 años de la Nouvelle Vague
Los cuatrocientos golpes, por Manu Argüelles
Hiroshima mon amour, por Arantxa Acosta
Banda aparte, por Javier Moral
Ascensor para el cadalso, por Liliana Sáez

Críticas
Belle toujours, por Liliana Sáez
Control, por Manu Argüelles
Crepúsculo, por Manu Argüelles
Déjame entrar, por Arantxa Acosta
El vuelo del globo rojo, por Paula Segovia
La duquesa, por Arantxa Acosta
Ponyo en el acantilado, por Javier Moral
Rudo y cursi, por Arantxa Acosta

Cinerama
  • Festivales:
XI Festival de Derechos Humanos, por Marcela Barbaro
  • Libros:
Cien años de cine japonés, por Marcela Barbaro
Imágenes del cuerpo, por Manu Argüelles
La pantalla global, por Liliana Sáez
... y hay un libro de visitas por si nos quieres dejar un comentario. Será bienvenido.

21 abril 2009

El espectador imaginario - Abril 2009

Cuando hace unos años les conté mi sueño, ya nos habíamos planteado desde Aula Crítica poder editar una revista en la que los estudiantes fueran los protagonistas. Ha llegado el momento tan esperado, así que les presento el número cero de El espectador imaginario, un paso que nos llena de orgullo y que quiero compartir con todos aquellos que me acompañan en esta travesía por la blogósfera.
Espero que les guste y sigan los pasos de nuestro crecimiento.

Liliana Sáez



CRITICAR ES ASOMBRARSE... Y COMPARTIR*



"La crítica es el arte de amar. Es el fruto de una pasión que no se deja devorar por sí misma, sino que aspira al control de una vigilante lucidez. Consiste en una búsqueda incansable de armonía en el interior del dúo pasión/lucidez. Si uno de esos dos términos predomina sobre el otro, la crítica pierde gran parte de su valor", dice Jean Douchet en "El arte de amar", un artículo publicado en Cahiers du Cinéma, en diciembre de 1961. La mención de esta revista no es casual, ya que se ha constituido desde su aparición en hito fundacional de la crítica cinematográfica moderna.

Pero más allá de esa definición, hay otro motivo que exige la presencia de la crítica frente a la obra fílmica. También lo dice Douchet: "Y es que el arte necesita a la crítica de una forma vital. Sin ella no puede existir (...). La verdadera crítica inventa una obra, como lo haríamos con un tesoro: capta, mantiene y prolonga su vitalidad. Descubre, por un incesante cuestionamiento, el valor de los artistas y del arte. Pertenece indisolublemente al terreno de la creación y, al ser ella misma un arte, se convierte en creadora".

Con ese espíritu nace El espectador imaginario. Creemos que el crítico no nace, se hace. Y a esa tarea nos dedicamos en Aula Crítica. El crítico es un iniciado, alguien que posee conocimientos para poder interpretar y valorar un filme. Alguien que puede servir de nexo entre la propuesta de un autor y la lectura de un espectador. Alguien que puede descubrir en una obra aquellos instantes de poesía que hacen al filme inolvidable.

Docentes y estudiantes de Aula Crítica nos estrenamos con El espectador imaginario en un proyecto común, que busca instalar la reflexión sobre el cine en un panorama que se explica a través del cine masivo, las obras de autor, el cine independiente o las cinematografías periféricas. En ese contexto tan heterogéneo, le proponemos al lector servir de guía, de provocador de conciencia, de desestabilizador de patrones establecidos, de descubridor de nuevos paradigmas...

Los invitamos a compartir este viaje por la realidad cinematográfica que nos toca vivir.










SUMARIO (ABRIL 2009)



El cine ante los nuevos retos del siglo XXI

Efectos especiales y animación por ordenador, por Javier Moral

Tecnología digital en el cine, por Manu Argüelles

Descubriendo las posibilidades del IMAX, por Arantxa Acosta


81 Edición de los Oscars

Una reseña aventurada, por Manu Argüelles

Y las estrellas volvieron a brillar, por Arantxa Acosta


Críticas

El intercambio/El sustituto, por Isabel González

La clase, por Manu Argüelles

La ola, por Arantxa Acosta

Paranoid Park, por Arantxa Acosta

Slumdog Millionaire, por Javier Moral

Vicky Cristina Barcelona, por Marcela Barbaro


... y hay un libro de visitas por si nos quieres dejar un comentario. Será bienvenido.



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* Texto editorial del número cero de El espectador imaginario, abril 2009.

07 abril 2009

Andrés Caicedo no es un blogger

Liliana Sáez


Me resisto a ver a Andrés Caicedo desprovisto de las vestiduras con que gentilmente lo arroparon sus buenos y verdaderos amigos Luis Ospina y Sandro Romero Rey. Me resisto a que le corten el pelo, a que lo consideren un precursor del movimiento blogger o de la comunicación entre internautas. Me resisto a creer que Andrés fue un depresivo suicida antes que todo lo que realmente fue...

El pasado 30 de marzo, el Bafici organizó una mesa redonda felizmente multitudinaria, donde Luis Ospina habló de su película Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos y Alberto Fuguet de su libro: Mi cuerpo es una celda, un montaje de textos que muestran a un Caicedo más atormentado, si se quiere, más aggiornado para el gusto de los jóvenes cinéfilos. Este libro es el "rosebud" de Andrés, dijo Ospina. Pues sí, yo creo que este libro está sirviendo para derribar fronteras, para liberar a Caicedo de su Calicalabozo.

Ahora bien, como ya sabemos qué significa "rosebud", veamos qué más hay en la obra de Andrés. Profundicemos en su corta y obsesiva trayectoria, que no es únicamente cinéfila. Andrés Caicedo, antes que cinéfilo es escritor (de cuentos, de una novela, de teatro y hasta de guiones para cine). Luego, sí, Andrés es un cinesifilítico, ser infecto de una pasión que no se limita a consumir cine.

Lo he dicho varias veces, creo que puedo decirlo una más... Andrés experimentó el cine en todas sus facetas: como espectador, persiguiendo con sus amigos, como bien contaba Luis Ospina, una película desde una sala de estreno hasta otra más marginal, para ver cuantas veces fuera necesario un film que le hubiera llamado la atención (no había reproductores de vídeo, así que había que buscar la manera de retener aquellos planos que lo obsesionaban); como crítico, con la creación de la revista Ojo al cine, así como con las colaboraciones en otras publicaciones. Su obra crítica ha sido recopilada por sus buenos amigos en un libro, Ojo al cine, que además presenta los textos que compartía con los cineclubistas los sábados a la mañana. Esa es otra faceta, la del distribuidor, que obsesivamente proyectaba las películas antes de su pena de muerte, cuando finalizaban los derechos de autor y había que destruir la copia. Como guionista, ya lo dijimos y hasta se contaron anécdotas de su viaje a Los Ángeles para contactar a Roger Corman y mostrarle sus guiones. O como realizador con la abortada Angelita y Miguel Angel, que por desacuerdos con Carlos Mayolo sólo pudo ver la luz fragmentariamente en el documental de Ospina. O como docente, ya que fue formando un público en el (su) gusto por el cine.

¿Cómo asomar la idea de que Andrés sea un blogger? Por favor...

Sobre la red cinéfila que estableció con la gente de Perú, España, Venezuela... hay que contradecir lo que se dijo en la mesa redonda. No fue precursor de esa red, fue integrante de ella; tampoco fue un caso aislado, todos estos países tenían una generación cinéfila que bebía de la nouvelle vague y que permitió que se promoviera el primer verdadero encuentro de cine latinoamericano en Mérida, en 1968.Existían revistas de cine, verdaderos iniciados en cine que se fueron convirtiendo en especialistas. Existía Hablemos de cine en Perú; Tiempo de cine en la Argentina; Cine al día en Venezuela y Ojo al cine en Cali. Andrés fue un hombre de su época, sí se inmoló en pasión cinéfila, pero no lo convirtamos en mártir. No lo fue. Fue un verdadero apasionado de cine y creía que vivir más de 25 años era una insensatez, quizá por aquello que contó Luis Ospina, que Andrés tenía dificultad para vivir: para hablar, para cruzar una calle, con su torpeza lewisiana, su miopía, su tartamudez, que sólo le permitían realizarse a través de la incontinente escritura y la oscuridad de la sala de cine. O como dijo Carlos Mayolo, que Andrés se suicidó para morir con las ideas vigentes...

¿Cómo sería Andrés hoy? No sé, no importa. De la manera más tonta cruzó las fronteras, una pena que no lo haya hecho con toda la producción publicada por sus amigos desde hace tantos años. Andrés se puede leer hoy porque ya es un clásico, pero no lo es por un libro que se está traduciendo en varios idiomas. Lo es por su obra propia y por el amor con que sus amigos resguardaron sus textos. Para muestra, basta ver el documental pirata que Ospina mostró en el Bafici, donde con su cámara grabó, en un intento por retener al amigo ido, el programa de televisión donde un Andrés con frases entrecortadas por la tartamudez habla de una de sus pasiones, quizá la que más le quemaba, el cine.

Para muchos, Rosebud es la clave de Citizen Kane. Para otros, entre quienes me incluyo, es solo un pretexto para desarrollar un discurso cinematográfico riquísimo. Si Mi cuerpo es mi celda es el Rosebud de Andrés Caicedo, me quedo con lo que me develaron sus amigos a través de la publicación de los textos que escribió: su novela, sus obras de teatro, sus obras inconclusas, sus críticas, sus cartas... Todo lo demás es "cortarle el pelo" a Andrés, que no tiene otra significación que la que tenía para los jóvenes de los 70: "cercenarle las ideas".
Mi conocimiento de causa (lecturas y visionados):

Revista Ojo al cine, números 1, 2 y 5, Cali, 1974-1976.
Luis Ospina: Andrés Caicedo, unos pocos buenos amigos, 1986 (vídeo).
Andrés Caicedo: Que viva la música, Bogotá, Plaza & Janés, 1985.
Andrés Caicedo: Destinitos fatales, Bogotá, La oveja negra, 1988.
Andrés Caicedo: Angelitos empantanados o Historias para jovencitos, Bogotá, Norma, 1995.
Andrés Caicedo: El atravesado, Bogotá, Norma, 2000.
Andrés Caicedo: Noche sin fortuna, Bogotá, Norma, 2008.
Andrés Caicedo (seleccionado y anotado por Luis Ospina y Sandro Romero Rey): Ojo al cine, Bogotá, Norma, 1999.
Andrés Caicedo: El cuento de mi vida. Memorias inéditas, Bogotá, Norma, 2007.
Andrés Caicedo, María Elvira Bonilla Otoya: El libro negro de Andrés Caicedo. La huella de un lector voraz, Bogotá, Norma, 2008.
Luis Ospina: Andrés Caicedo. Cartas de un cinéfilo 1971-1973 y 1974-1976, Cinemateca Distrital, Bogotá, 2007.
Sandro Romero Rey: Andrés Caicedo o la muerte sin sosiego, Bogotá, Norma, 2007.
Luis Ospina: Palabras al viento. Mis sobras completas, Bogotá, Aguilar, 2007.
Juan Duchesne-Winter: Equilibrio encimita del infierno. Andrés Caicedo y la utopía del trance, Cali, Archivos del Índice, 2007
Alberto Fuguet: Mi cuerpo es una celda. Una autobiografía, Bogotá, Norma, 2009.

28 marzo 2009

Caicedo por Ospina en el Bafici

Amigos, es la oportunidad de descubrir a Andrés Caicedo, mi ángel caleño. Aquel con el que los he torturado en varios de mis posts; aquel que guía los pasos de mis sueños y me ayuda a cumplirlos. Si están en Buenos Aires, el Bafici proyecta Unos pocos buenos amigos la película de Luis Ospina que me lo descubrió. Ya les he hablado de Luis... les he hablado de Andrés... Ojalá les pique la curiosidad y compartan conmigo esa pasión.
LS



"Hay deudas, hay mandatos. Unos pocos buenos amigos no es narrada por Luis Ospina ni es confesional y, sin embargo, termina siendo tanto de Luis como de su gran amigo Andrés Caicedo y, cómo no, de Cali. Porque Caicedo, el mártir de los cinéfilos, el joven escritor suicida de pelo largo, el crítico de Ojo al Cine, perfectamente podría no existir en la blogósfera pop si no fuera por Ospina. Él se encargó de que Caicedo no se perdiera. Él tomó el riesgo de que Caicedo pudiera opacarlo, quizás sintiendo que a veces en la vida, uno de los roles que pueden tocar es simplemente el de ser amigo de alguien que lo necesita. Unos pocos buenos amigos es la biografía oral y visual de un fantasma. De alguien que ya no está y que está en todas partes. Que ha tocado a todos esos caleños conscientes de que la cumbre de sus existencias ya pasó. Unos pocos buenos amigos funda y le da voz e imagen a Caicedo, sí, pero acaso es al mismo tiempo la cinta más personal de Ospina. Hay amistades y pérdidas que marcan y este film modesto es la prueba, es la marca, y nos hace sentir un poco tristes al captar que no todo el mundo tiene la suerte de tener un amigo como Luis Ospina".
Alberto Fuguet



Andrés Caicedo: cine, drogas, salsa y rock & roll
Charla de Luis Ospina y Alberto Fuguet
Marzo 30 19h
Proyecciones  de “Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos” (1986) de Luis Ospina
Sábado, marzo 28 – 20:15h – Hoyts Abasto Sala 7
Domingo, marzo 29 – 10:15h – Hoyts Abasto Sala 1
Domingo, marzo 29 – 20:45h – Hoyts Abasto Sala1
Martes, marzo 31 – 12:30 – Hoyts Abasto Sala1
Domingo, abril 5 – 14:00 – Malba

21 marzo 2009

Gran Torino

Comparto con los lectores de kinephilos este texto de Dante Bertini. Creo que hace una muy buena lectura del film que motiva el artículo, así como lo que representa Clint Eastwood para el cine y la sociedad.
Aunque tenga algunas diferencias con lo aquí expuesto, creo que es lo más sensato que he leído sobre este film. Por eso le pedí a Dante (editor del muy recomendado blog Cacho de pan) permiso para publicarlo aquí.
Gracias, Dante. Que los demás lo disfruten.
LS



AND SO ARE YOU, CLINT EASTWOOD
Dante Bertini



Los viejos son molestos. Caminan lentamente, hablan mucho o demasiado poco, necesitan cuidados médicos constantes y suelen dar consejos que nadie les ha pedido. Clint Eastwood tiene casi ochenta (80) años, y como Sidney Lumet, otro octogenario director de cine estadounidense, ha decidido ser molesto hasta el final, hasta el momento mismo de lanzar un último suspiro.
Gran Torino es una película rara. Se la podría definir como un cuento moral para niños descarriados, un documental sobre la vida social urbana en este tiempo de globalizaciones y éxodos, una brillante comedia con tintes dramáticos o, last but not least, lo que realmente acaba siendo: una tragedia clásica ambientada en estos días nuestros, condenados a ser los últimos de una civilización, de una cultura. Con absoluto desparpajo, con la seguridad que le proporciona una carrera larguísima, rebosante de títulos exitosos, y una vida por demás plena, con toda seguridad envidiable, este anciano de espléndida presencia nos muestra uno de sus costados más oscuros, encarnando, y nunca mejor dicho, a un viudo reciente, culposo y gruñón veterano de la guerra de Corea, melancólico superviviente de esa raza de machos auténticos, tan heroicos como despreciables, a la que pertenecieron tipos como John Wayne, Humprey Bogarth o Ernest Hemingway. Para que la referencia sea más directa, practicamente insalvable, el personaje se apellida Kowalski, igual que el recio protagonista masculino de Un tranvía llamado deseo, inmortalizado con el gesto agrio y la camiseta entallada de un Marlon Brando previo a la hinchazón física y el desmadre espiritual. Con toques de humor grueso, hilarante, casi chaplinesco, y escenas dramáticas realmente conmovedoras, todo calza bien en esta historia de factura clásica con explícita moraleja y casi total ausencia de moralina. Si hasta Jamie Kullum, exacerbado, exacerbante zapateador de teclas, parece ajustarse a formas más tradicionales cuando interpreta el tema central de la película, escrito, como toda la banda sonora, por el propio director, su hijo Kyle y Michael Stevens. Llenándolo todo, dentro y fuera de la pantalla, con su personalidad deslumbrante, Clint Eastwood, convertido en el gran mito masculino americano, poseedor de perra, escopeta, porche y Gran Torino, se recorta con claridad de símbolo sobre un paisaje desvastado. Única estrella reconocible en un filme poblado por seres anónimos, de razas, coloraciones y costumbres diferentes, este último llanero solitario anuncia, resignada aunque no pasivamente, el inminente final de su especie. Muy cercano como personaje terminal al resistente solitario de Soy Leyenda, Kowalski Eastwood prefiere, elige, abandonar el rifle, la confrontación directa, y, pagando al mismo tiempo antiguas, ocultas, dolorosas deudas, transmite a un imprevisible heredero su particular manera de ser y de estar, su pragmática forma de interpretar la vida.

07 marzo 2009

Diez años sin Stanley Kubrick

El steadycam de El resplandor, el uso de la luz natural en Barry Lyndon, la cámara arrojada al aire en La naranja mecánica o la manipulación en laboratorio del material fílmico de 2001, una odisea del espacio son sólo anécdotas en la carrera de uno de los más grandes cineastas que ha dado la historia del cine: Stanley Kubrick.

Un pasado nada despreciable: El beso del asesino, El atraco perfecto, Dr Strangelove..., Lolita o Senderos de gloria borran de un plumazo todo lo que él mismo criticaba de Espartaco.

Hace 10 años que ya no está. Su obra permanece intacta, ofreciendo interpretaciones y sorpresas a quienes se asoman a su cine por primera vez, así como certezas (y también sorpresas) para quienes la vuelven a ver.

La vida era muy distinta cuando uno sólo esperaba la próxima de Kubrick...

Se le extraña, maestro, pero se le agradece la rica filmografía que nos ha dejado.

LS

12 febrero 2009

No te olvides de despertarme...


Difícil creerlo, de veras, pero todavía me siento de treinta y vivo con esta idea, muy criticado, claro está, por mis amigos, por mi familia, por mis admiradores. Antonin Artaud perdió todos los dientes el año antes de su muerte, pero estaba convencido de que le saldrían de nuevo. Yo estoy convencido de que soy inmortal. Probablemente, mis últimas palabras sean: “no te olvides despertarme a las ocho en punto porque tengo que perfeccionar un solo de trompeta”.
Julio Cortázar






¿Hay algo más cinematográfico que un vampiro? Sí, un tren, por ejemplo, pero no importa. Desde el Nosferatu de Murnau, un vampiro es cine, por donde lo mires.

Hace 25 años que Julio Cortázar dejó de escribir. Mi homenaje a ese fabulador como pocos, será a través de un cuento, que forma parte de la colección de narraciones La otra orilla. Escrito en 1937, "El hijo del vampiro" tiene la frescura de la juventud del autor y su pureza de novato. Todavía no conocía el autoexilio. Todavía no conocía la fama. Todavía no había escrito Rayuela ni sus famosos libros de cuentos.
Que lo disfruten…

LS


EL HIJO DEL VAMPIRO

Probablemente todos los fantasmas sabían que Duggu Van era un vampiro. No le tenían miedo pero le dejaban paso cuando él salía de su tumba a la hora precisa de medianoche y entraba al antiguo castillo en procura de su alimento favorito.
El rostro de Duggu Van no era agradable. La mucha sangre bebida desde su muerte aparente —en el año 1060, a manos de un niño, nuevo David armado de una honda-puñal— había infiltrado en su opaca piel la coloración blanda de las maderas que han estado mucho tiempo debajo del agua. Lo único vivo, en esa cara, eran los ojos. Ojos fijos en la figura de Lady Vanda, dormida como un bebé en el lecho que no conocía más que su liviano cuerpo.
Duggu Van caminaba sin hacer ruido. La mezcla de vida y muerte que informaba su corazón se resolvía en cualidades inhumanas. Vestido de azul oscuro, acompañado siempre por un silencioso séquito de perfumes rancios, el vampiro paseaba por las galerías del castillo buscando vivos depósitos de sangre. La industria frigorífica lo hubiera indignado. Lady Vanda, dormida, con una mano ante los ojos como en una premonición de peligro, semejaba un bibelot repentinamente tibio. Y también un césped propicio, o una cariátide.
Loable costumbre en Duggu Van era la de no pensar nunca antes de la acción. En la estancia y junto al lecho, desnudando con levísima carcomida mano el cuerpo de la rítmica escultura, la sed de sangre principió a ceder.
Que los vampiros se enamoren es cosa que en la leyenda permanece oculta. Si él lo hubiese meditado, su condición tradicional lo habría detenido quizá al borde del amor, limitándolo a la sangre higiénica y vital. Mas Lady Vanda no era para él una mera víctima destinada a una serie de colaciones. La belleza irrumpía de su figura ausente, batallando, en el justo medio del espacio que separaba ambos cuerpos, con el hambre.
Sin tiempo de sentirse perplejo ingresó Duggu Van al amor con voracidad estrepitosa. El atroz despertar de Lady Vanda se retrasó en un segundo a sus posibilidades de defensa. Y el falso sueño del desmayo hubo de entregarla, blanca luz en la noche, al amante.
Cierto que, de madrugada y antes de marcharse, el vampiro no pudo con su vocación e hizo una pequeña sangría en el hombro de la desvanecida castellana. Más tarde, al pensar en aquello, Duggu Van sostuvo para sí que las sangrías resultaban muy recomendables para los desmayados. Como en todos los seres, su pensamiento era menos noble que el acto simple.


En el castillo hubo congreso de médicos y peritajes poco agradables y sesiones conjuratorias y anatemas, y además una enfermera inglesa que se llamaba Miss Wilkinson y bebía ginebra con una naturalidad emocionante. Lady Vanda estuvo largo tiempo entre la vida y la muerte (sic). La hipótesis de una pesadilla demasiado verista quedó abatida ante determinadas comprobaciones oculares; y, además, cuando transcurrió un lapso razonable, la dama tuvo la certeza de que estaba encinta.
Puertas cerradas con Yale habían detenido las tentativas de Duggu Van. El vampiro tenía que alimentarse de niños, de ovejas, hasta de —¡horror!— cerdos. Pero toda la sangre le parecía agua al lado de aquella de Lady Vanda. Una simple asociación, de la cual no lo libraba su carácter de vampiro, exaltaba en su recuerdo el sabor de la sangre donde había nadado, goloso, el pez de su lengua.
Inflexible su tumba en el pasaje diurno, érale preciso aguardar el canto del gallo para botar, desencajado, loco de hambre. No había vuelto a ver a Lady Vanda, pero sus pasos lo llevaban una y otra vez a la galería terminada en la redonda burla amarilla de la Yale. Duggu Van estaba sensiblemente desmejorado.
Pensaba a veces —horizontal y húmedo en su nicho de piedra— que quizá Lady Vanda fuera a tener un hijo de él. El amor recrudecía entonces más que el hambre. Soñaba su fiebre con violaciones de cerrojos, secuestros, con la erección de una nueva tumba matrimonial de amplia capacidad. El paludismo se ensañaba en él ahora.
El hijo crecía, pausado, en Lady Vanda. Una tarde oyó Miss Wilkinson gritar a su señora. La encontró pálida, desolada. Se tocaba el vientre cubierto de raso, decía:
—Es como su padre, como su padre.


Duggu Van, a punto de morir la muerte de los vampiros (cosa que lo aterraba con razones comprensibles), tenía aún la débil esperanza de que su hijo, poseedor acaso de sus mismas cualidades de sagacidad y destreza, se ingeniara para traerle algún día a su madre.
Lady Vanda estaba día a día más blanca, más aérea. Los médicos maldecían, los tónicos cejaban. Y ella, repitiendo siempre:
—Es como su padre, como su padre.
Miss Wilkinson llegó a la conclusión de que el pequeño vampiro estaba desangrando a la madre con la más refinada de las crueldades.
Cuando los médicos se enteraron hablóse de un aborto harto justificable; pero Lady Vanda se negó, volviendo la cabeza como un osito de felpa, acariciando con la diestra su vientre de raso.
—Es como su padre —dijo—. Como su padre.
El hijo de Duggu Van crecía rápidamente. No sólo ocupaba la cavidad que la naturaleza le concediera sino que invadía el resto del cuerpo de Lady Vanda. Lady Vanda apenas podía hablar ya, no le quedaba sangre; si alguna tenía estaba en el cuerpo de su hijo.
Y cuando vino el día fijado por los recuerdos para el alumbramiento, los médicos se dijeron que aquél iba a ser un alumbramiento extraño. En número de cuatro rodearon el lecho de la parturienta, aguardando que fuese la medianoche del trigésimo día del noveno mes del atentado de Duggu Van.
Miss Wilkinson, en la galería, vio acercarse una sombra. No gritó porque estaba segura de que con ello no ganaría nada. Cierto que el rostro de Duggu Van no era para provocar sonrisas. El color terroso de su cara se había transformado en un relieve uniforme y cárdeno. En vez de ojos, dos grandes interrogaciones llorosas se balanceaban debajo del cabello apelmazado.
—Es absolutamente mío —dijo el vampiro con el lenguaje caprichoso de su secta— y nadie puede interpolarse entre su esencia y mi cariño.
Hablaba del hijo; Miss Wilkinson se calmó.
Los médicos, reunidos en un ángulo del lecho, trataban de demostrarse unos a otros que no tenían miedo. Empezaban a admitir cambios en el cuerpo de Lady Vanda. Su piel se había puesto repentinamente oscura, sus piernas se llenaban de relieves musculares, el vientre se aplanaba suavemente y, con una naturalidad que parecía casi familiar, su sexo se transformaba en el contrario. El rostro no era ya el de Lady Vanda. Las manos no eran ya las de Lady Vanda. Los médicos tenían un miedo atroz.
Entonces, cuando dieron las doce, el cuerpo de quien había sido Lady Vanda y era ahora su hijo se enderezó dulcemente en el lecho y tendió los brazos hacia la puerta abierta.
Duggu Van entró en el salón, pasó ante los médicos sin verlos, y ciñó las manos de su hijo.
Los dos, mirándose como si se conocieran desde siempre, salieron por la ventana. El lecho ligeramente arrugado, y los médicos balbuceando cosas en torno a él, contemplando sobre las mesas los instrumentos del oficio, la balanza para pesar al recién nacido, y Miss Wilkinson en la puerta, retorciéndose las manos y preguntando, preguntando, preguntando.

02 febrero 2009

Sólo un sueño, de Sam Mendes


ENFRENTADOS A UN ESPEJO
Marcela Barbaro

Para la sociedad norteamericana, los años cincuenta no fueron de los más alentadores: la paranoia por la Guerra Fría, el modelo patriarcal autoritario sobre el hogar, la caza de brujas hacia los rojos, la irrupción de la TV, filtrando modelos de familia políticamente correctos, y el sistema en manos de Eisenhower, tratando de sostener el american dream.

A partir de ese contexto, surge la novela de Richard Yates publicada en 1961, que da cuenta de cómo todo ese malestar social provoca una crisis matrimonial y replanteos individuales en el seno de una familia tipo de clase media.

Basándose en la novela, el director británico Sam Mendes (Belleza Americana, Camino a la perdición, etc.) realiza una muy buena transposición a la pantalla grande, interpretada por la dupla de Titanic: Leonardo Di Caprio y Kate Winslet.

El joven matrimonio Wheeler (Di Caprio y Winslet) tienen dos hijos y viven en los suburbios de Connecticut. Estaban llenos de sueños. Pero los años pasaron. Él trabaja en una empresa donde su padre pasó veinte años y nadie lo recuerda. Ella es una actriz frustrada, que lidia con su rol de madre y ama de casa. Le pesa sentirse diferente. A él lo corroe el mandato paterno, teme transformarse en alguien que pase inadvertido. Ambos, se hallan inmersos en la rutina y presos de un sistema lleno de hipocresías (como sus vecinos) y conservadurismo, que los llevará a una profunda crisis.

El film tiene reminiscencias de los melodramas comprometidos de Douglas Sirk y de Nicholas Ray. Bajo esos modelos narrativos, Mendes retoma el discurso crítico y dramático de Belleza Americana, pero lo intensifica. Logra generar un clima claustrofóbico, dramático y agobiante, donde las miradas, los silencios y los espacios vacíos cobran un rol trascendental. A esto se suma el trabajo de Di Caprio y Winslet, que están como nunca.

Mendes traslada en boca de sus personajes el vacío desesperanzado, el valor que se necesita para llevar la vida que uno desee sin ser fagocitado por el sistema, el precio del libre albedrío y la fragilidad de los sueños.

Pero, también pone el acento y su mirada sobre rol de la mujer, en la represión subliminal del género y cómo ese malestar silencioso se transforma en una suerte de ritual. Una situación que recuerda al personaje de Julianne Moore en Las Horas (2002).

Revolutionary Road es como espejo atemporal sobre una sociedad que insiste en verse linda, al igual en que en los cincuenta.