20 noviembre 2013

Bella Addormentata, Marco Bellocchio. Italia, 2012.

Liliana Sáez



Encontrarse con una película de Marco Bellocchio siempre es una invitación grata, porque el veterano director italiano pone sobre la pantalla historias que develan una línea de pensamiento propio con el cual es saludable confrontar. Siempre elige temas sensibles para proponer a sus espectadores. Bella Addormentata no es una excepción.
Esta vez se aleja de la operística trágica de Vincere (2009), la historia del ascenso político de Mussolini, y se familiariza con la puesta en escena oscura y austera de La sonrisa de mi madre / La hora de la religión (2002), el relato de un pintor ateo que de pronto se ve sorprendido por la beatificación de su madre.
El tema de la religión también está presente en Bella Addormentata, así como su mirada cínica sobre esta y otras cuestiones. La religión, la política y la salud rondan el tema central del film: la libertad de conciencia. La propuesta viene de la mano de un hecho real: el caso de muerte digna para Eluana Englaro, una joven mujer italiana que permaneció largos años en estado vegetativo y que sirvió para abrir el debate sobre la eutanasia en Italia.
Como es de esperar, varios intereses se movilizaron en torno a este hecho. La política, la religión y la ética científica tuvieron su aporte para el debate, que se desplegó por varios días, mientras el padre de la joven decidía su desconexión del respirador artificial. Bellocchio narra su mirada sobre el caso a través de varias líneas narrativas. La de un senador de Forza Italia –ese partido que surgió luego del Mani Puliti, encabezado por Silvio Berlusconi- que debe votar solidariamente con su bloque en contra de la eutanasia, aunque no comparta tal decisión. Su hija, ávidamente religiosa, se congrega a orar por la vida de Eluana y en una de esas ocasiones conoce a dos hermanos, uno de ellos un psicótico al que enervan estas reuniones piadosas. Una actriz madura que mantiene a su bella hija conectada a un respirador, mientras duda de su fe. Y un médico empeñado en salvar a una suicida.


15 noviembre 2013

Éxodos involuntarios. Un puente entre América (Argentina) y Europa (España)

Liliana Sáez


huesos que fuego a tanto amor han dado
exilados del sur sin casa o número
ahora desueñan tanto sueño roto
una fatiga les distrae el alma
Juan Gelman, Fragmento de Nota XXII

Permítanme realizar un texto muy personal sobre estos éxodos involuntarios, un camino que tiene un tramo autobiográfico, y que es lo que me ha seducido para participar en la sección dedicada este mes a las crisis que azotan, directa o indirectamente, a nuestros países.
Provengo de una región que casi se cae del mapa, en un Sur frío durante agosto y muy cálido en enero. Con grandes extensiones de tierra, en su mayor parte deshabitadas, dispuestas a albergar a “todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”, como reza el Preámbulo de la Constitución Nacional. Una frase que de estudiante debía repetir como una letanía imposible, ya que pasé gran parte de esa etapa de mi vida bajo dictaduras militares que impedían el curso de las libertades civiles que predicaba la Carta Magna.

En un principio fue el Verbo
Y un día llegó el primer llanto del Indio;
en la mañana del descubrimiento,
saltando de la proa de la carabela,
y del cielo de la raza en derrota
cayó al volcán la primera estrella.
Andrés Eloy Blanco, fragmento de El río de las siete estrellas
Imagino grandes poblaciones que desembarcan. Sí, imagino gentes que bajan de los barcos, frente a las costas que ofrece el Atlántico en la desembocadura del Río de la Plata. Hombres cansados de navegar en busca del Dorado y que vienen con una Biblia bajo el brazo a evangelizar a los salvajes. Me pregunto si huirían de alguna crisis económica y me respondo que más bien huían de una situación personal donde el viaje a lo desconocido (las Indias) suponía la redención de una vida marcada quizá en muchos casos por el delito.


16 octubre 2013

Wakolda / El médico alemán. Lucía Puenzo. Argentina, 2013.

Liliana Sáez


La Patagonia se extiende al sur de la Argentina, inconmensurablemente, cubierta por desiertos, montañas y lagos. Hacia el Oeste, se levanta la cordillera de los Andes, una mole pétrea que la separa de Chile, con altas cumbres cubiertas de nieves perennes. Una gran cantidad de lagos ha obligado a construir caminos que los bordean y que ofrecen un espectáculo que maravilla los ojos de los visitantes, con un paisaje que no tiene nada que envidiarle a los Alpes suizos.
La montaña es un testigo enhiesto, monumental, que ha ido modelando los caracteres de los pobladores, encerrándolos en el ensimismamiento, endureciéndoles la mirada y dotándolos de una desconfianza casi visceral. El frío es el estado natural de la región  y los fuertes vientos azotan sin clemencia el lugar. Parecía que ese paisaje agreste del sur argentino era exclusivo de otro realizador, Carlos Sorín, que ha  plasmado sus historias en films como La película del rey (1985), Historias mínimas (2002), Bombón, el perro (2004)…
La mirada de  Lucía Puenzo en Wakolda es muy diferente a la simpatía que demuestra Sorín por los pobladores de la Patagonia. Para Puenzo, detrás de la belleza y la imponencia de la montaña respira una comunidad cerrada, que trabaja en las sombras y, bajo una apariencia afable, en realidad sostiene una ideología perversa. En ambos casos, el paisaje acompaña con su aridez y belleza, pero en el film que nos ocupa, su inmensidad conlleva una sensación de misterio subterráneo, latente, inquietante…
Este es el tercer largometraje de Lucía Puenzo, una escritora que ha filmado algunas de sus novelas. Proviene de una familia de cineastas, en la que su padre, el prestigioso Luis Puenzo (La historia oficial, 1986) produce el film y su hermano, Nicolás, es el responsable de la fotografía.
Ambientada en los años sesenta, narra la historia de una familia, integrada por la pareja de Eva (Natalia Oreiro) y Enzo (Diego Peretti) y sus tres hijos. Regresan al pueblo donde Eva pasó su infancia, a rescatar y poner en funcionamiento una hostería familiar. En el camino se encuentran con un misterioso médico alemán, con quien mantendrán contacto durante los próximos días.


07 octubre 2013

Operación Masacre, película restaurada

Liliana Sáez



Durante la Revolución Libertadora, llamada popularmente Fusiladora (1955-1958), la Argentina era silenciada a través de un decreto que impedía mencionar cualquier referencia al presidente depuesto, Juan Domingo Perón. El golpe de estado militar llevó a cabo un desempeño que ha quedado simbolizado con uno de los hechos más sangrientos de la historia del país sudamericano: los fusilamientos de junio de 1956.

En plena dictadura, comenzó a aparecer publicada por capítulos, en la revista Mayoría, la denuncia de los hechos de José León Suárez, el 9 de junio de 1956, cuando un grupo de resistentes peronistas fue detenido y ajusticiado en el basural del popular barrio bonaerense.

Cada semana había una entrega documentada sobre ese fatídico día que el gobierno intentaba, sin lograrlo, ocultar. Los textos, encuadrados en lo que luego se conocería como ficción periodística, iban firmados por Rodolfo Walsh, basándose en los testimonios de los  sobrevivientes. Más tarde, esos escritos pasarían a formar un libro: Operación Masacre, que fue valientemente publicado en 1957.

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03 octubre 2013

La obra de Leonardo Favio se exhibe en Madrid

Liliana Sáez




Durante el mes de septiembre se exhibió en el cine Doré, de Madrid, una retrospectiva del gran autor cinematográfico argentino, más conocido como cantante en el resto del mundo, Leonardo Favio.

La muestra comprendió las tres películas fundamentales de su filmografía, la trilogía en blanco y negro, que ofrece un universo estilístico riquísimo: Crónica de un niño solo (1965), Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo comenzó la tristeza y unas pocas cosas más…  (1966) y El dependiente (1969), inspiradas por la transición que se da entre el Neorrealismo y la Nouvelle Vague y rodadas en ambientes provincianos. También formó parte de la exhibición su obra en color: Juan Moreira(1972), sobre la figura de un gaucho rebelde contestatario del poder; Nazareno Cruz y el Lobo(1974), una fábula fantástica del campo argentino sobre la luna llena y la transformación del Lobizón y con el espíritu de la época, en un mensaje donde predominan el amor y la libertad;Soñar, soñar (1974), interpretada por dos personajes muy populares, el boxeador Carlos Monzón y el cantante Gianfranco Pagliaro, era considerada por Favio su película favorita; Gatica, el Mono (1989), la historia de la triste vida del boxeador Lucho Gatica, que alcanza la fama con tanta rapidez como la pobreza y el olvido; y Aniceto (2008), su última película yremake de su segunda obra, donde Favio se desprende del clasicismo para contar con puesta teatral y a través de la danza una historia de amor claustrofóbica, que se desenvuelve con una violencia escondida tras cierta sensación de quietud en la narración.



01 octubre 2013

Yazujiro Ozu. La negación del artificio

Liliana Sáez



El cine japonés irrumpió en Occidente en 1951, cuando Rashomon (1950) obtuvo el León de Oro de la Mostra de Venecia, y la dupla Akira Kurosawa/Toshiro Mifune siguió conquistando preseas, entre ellas la del Oscar a Mejor Película Extranjera, lo que permitió la apertura de los mercados cinematográficos occidentales para el cine oriental. Sin embargo, para Yasujiro Ozu, considerado hoy otro maestro japonés, la entrada en las pantallas de este lado del mundo se haría esperar. Los festivales más renombrados nunca recibieron sus filmes, por ser considerados como “demasiado japoneses” para poder deslumbrar las pupilas occidentales. A pesar de ello, algunos círculos de cinéfilos, sobre todo en Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania, lo conocían; en cambio, los franceses accedieron a su cine en 1978, cuando se proyectó Cuentos de Tokio (Tokio Monogatari, 1953) por la televisión.

Japón sufrió una humillación histórica durante la Segunda Guerra Mundial, a partir del bombardeo atómico a Nagasaki e Hiroshima, que llevó a la rendición del ejército imperial y a la posterior ocupación de la isla por parte de las tropas norteamericanas, lo que le significó al país la debacle económica, y a sus habitantes, uno de los traumas más difíciles de sobrellevar. Esta situación precipitó un quiebre en los valores tradicionales que soportaban las estructuras sociales y políticas. El cine de Yasujiro Ozu se ocupó de registrar historias donde queda en evidencia esa resignificación de los valores sociales tradicionales, en los que el respeto por los ancianos y la lealtad habían sido hasta entonces los que sostenían a la institución familiar.

Los japoneses habían sido dilectos espectadores de dramas históricos (jidai-geki), generalmente ambientados en la época feudal, pero por las condiciones históricas recientes habían dejado de interesar, inclinándose más hacia las películas que mostraban situaciones de la vida contemporánea (gendai-jeki), o de historias que tenían como protagonistas a personajes de las clases humildes (shomin-geki). De estas últimas se nutrió el cine de Ozu, así como también de un género que se convirtió en un producto exclusivo de la posguerra, como fueron las kachusha-mono (películas de madres y esposas). 

Yasujiro Ozu nació en Tokio, en 1903. De una familia de extracción popular, fue enviado a estudiar a Matsuzaka, donde asiste sorprendido a la proyección callejera de las primeras películas que ven sus ojos. Desde entonces, ya sabe que su vida la dedicará al cine. Prepara su ingreso en la Universidad y busca trabajo en los Estudios Shochiku, donde es contratado, primero, como ayudante de operador, y luego como asistente del director de comedias Todamoto Okubo, un gran admirador del cine norteamericano.

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14 septiembre 2013

Renoir, Gilles Bourdos. Francia, 2012.

Liliana Sáez



El triángulo amoroso entre el pintor francés Pierre-Auguste Renoir (Michel Bouquet) en los últimos días de su vida, de su hijo, el cineasta Jean Renoir (Vincent Rottiers), y Dédée, la modelo del pintor, la joven liberada Andrée Heuchling (Christa Théret), es el eje sobre el cual se desarrolla Renoir, el film de Gilles Bourdos.
La acción transcurre entre 1915 y 1919 en la Costa Azul, con un anciano gruñón que lucha contra las dolencias con que lo va acercando la muerte; un hijo pródigo, que llega de la guerra herido y una joven de piel muy blanca, melena pelirroja y ojos marrones que los embelesa a ambos.
El conflicto, tratado sutilmente, a través de las miradas y escasas líneas de diálogo, es sólo un pretexto para demorar al espectador en una serie de encuadres bellísimos que se despliegan siempre a tono con la obra del pintor impresionista. Bourdos no apura la acción, por el contrario, la narración es lenta, quizá demasiado, para compartir un periodo de abulia y monotonía en la vida de un viejo que aún sigue sorprendiéndose ante la belleza de una joven mujer y que sufre la deformación de sus huesos sin que ello le impida seguir pintando con pasión.
Renoir elige permanecer en un punto de cierre y apertura en las historias de sus personajes. Si bien guarda sus mejores planos para la casa paterna, para los paisajes que se encuadran tras las ventanas, todos inspiradores de los famosos cuadros del pintor, la llegada del hijo y la permanencia de la modelo abrirán otra línea narrativa que tendrá que ver con los prolegómenos de una sociedad que irá más allá del lazo marital, pues Dédée, bajo el seudónimo de Catherine Hessling, será la colaboradora de Jean en sus primeros pasos cinematográficos.

02 septiembre 2013

Jobs. Joshua Michael Stern. EUA, 2013.

Liliana Sáez

Jobs clausuró el Sundance Film Festival, donde generó algunas reacciones adversas. El film de Joshua Michael Stern se apoya en el guion de Matt Whiteley y está interpretado por Ashton Kutcher, quien sostuvo haberse sentido intimidado por la estatura creativa del personaje.
“Jobs”, como apellido y como significado, tiene esa doble carga semántica de identificar a uno de los visionarios más revolucionarios de la informática, así como la incontinencia laboral que lo caracterizaba y que lo ha llevado al hall de la fama de la tecnología. Jobs no se conformó solo con eso. Pretendió ser un pionero y un artista. Ese es el plus con que ha conseguido reclutar a sus seguidores, a sus fans más fieles. “Crear” también tiene una doble significación en el universo de Jobs: innovar desde lo técnico y alcanzar la perfección de una obra de arte.
La historia de Jobs se limita a cubrir veinte años en la vida de este personaje que le cambió las virtudes al ordenador personal e innovó la tecnología de tal manera que permitió el fácil acceso a un mundo que parecía infranqueable para cualquier ser humano que no se considerara “nerd”. En 1976, Steve deja la Universidad y  no sabe qué hacer de su vida… Un viaje lisérgico junto a sus compañeros, retratado con una cámara que lo va cercando en círculos, será la bisagra que le permitirá pasar a un nivel superior, que se concretará luego de una visita a Xerox en Palo Alto, donde ve la oportunidad de iniciar su propio proyecto de vida. Con la creación de un taller en el garaje de su casa y un equipo humano integrado por sus amigos, iniciará una empresa que aún hoy está a la vanguardia de la informática. Cierra la historia su retorno triunfal a Apple en 1996, luego de haber sido despedido de su propia empresa por el directorio de la compañía. Un flashforward que pronto se olvida da inicio al film, donde vemos reflejado en la pantalla de un ipod el rostro maduro de Jobs durante la presentación del nuevo producto.

01 junio 2013

Busby Berkeley: Luz, cámara, música… ¡¡¡acción!!!

Liliana Sáez

La aparición del sonido en el cine supuso cambios sustanciales para el negocio cinematográfico norteamericano. Por una parte, el trauma sufrido por algunos actores cuya voz no se correspondía con el tipo de personajes que interpretaban. Por otra, la inmovilidad a la que se debió condenar a la cámara para evitar el registro de los ruidos que esta hiciera. Con el cine silente, Hollywood llegaba a todos los confines de la tierra con sus producciones. Con el cine sonoro veía un problema casi insalvable para llegar al público de otros idiomas. Pero nada es imposible para el gigante del Norte, que encontró la manera de seguir atiborrando las pantallas internacionales con sus producciones.
En ese plan se concentraron los estudios de Hollywood, que con años de experiencia debían buscar una identificación propia. Para ello, contrataron a sus directores, artistas y técnicos exclusivos y se dedicaron a establecer un estilo creativo en función de determinados temas. Es así como nacen los géneros cinematográficos. Cada estudio era el responsable (el director hasta entonces era solo un empleado fácilmente reemplazable) de la producción de los filmes que señalarían su marca. A partir de entonces, el cine que realizaban se catalogó como western, cine negro, comedias…
Por eso, hablar del musical en el cine nos lleva a los años treinta y al cine norteamericano. Esa década, especialmente, fue signada por dos estilos claramente identificables que podrían resumirse en dos nombres, el de la dupla Fred Astaire & Ginger Rogers y el de Busby Berkeley. Me gustaría detenerme en este último, porque si bien la pareja de bailarines reclama un espacio propio, el del coreógrafo merece nuestra atención porque sus producciones no se limitan a ser danzas filmadas, sino que el cine, su dispositivo, interviene como uno de los protagonistas de sus creaciones.

20 mayo 2013

Tchoupitoulas. Bill Ross y Turner Ross. EUA, 2012.

Liliana Sáez


Tchoupitoulas es el nombre indígena con que se ha denominado una calle de Nueva Orleans que corre paralela al río Misisipi. Históricamente, estuvo dedicada al comercio fluvial, por lo que abundan grandes depósitos que desde hace un tiempo se han ido convirtiendo en locales comerciales más pequeños: restaurantes, discotecas y pubs, donde habita una fauna variopinta. La calle, de noche, se viste de fiesta, se ilumina en tonos rojizos y ofrece un paisaje poblado de gentes de todo tipo en un clima de algarabía al comienzo de la noche para convertirse en otro diferente por la madrugada, cuando irrumpe el personal de limpieza que le dará una lavada de cara a la calle, en el intento de borrar las huellas del desmadre nocturno.
Tres hermanos (dos adolescentes y uno un poco más chico) junto a su perro deambulan a lo largo de la calle, a la espera del próximo ferry que deberá sacarlos de ese mundo que se transforma a altas horas de la noche en un lugar frenético, pletórico de luces y música, donde compiten el hip hop con el jazz, las drag-queens con las strippers… Intenta ser un viaje iniciático (los muchachos pasan su primera noche fuera de casa), con diálogos en un tono existencialista por parte del más pequeño de la familia, donde los jóvenes quedan asombrados ante el universo de luces, colores y sonidos que se despliega ante ellos. Cierra con la incursión a un barco abandonado, mudo testigo de una época mejor, que cierne sobre el espectador momentos de suave suspenso.
Un filme que comienza con un ritmo narcótico pero que al promediar se va poniendo más interesante, al entrar en calor los espectadores a la vez que los jóvenes, con un mundo que se muestra como un universo caleidoscópico maravilloso. En esa cualidad de múltiples juegos de luces y colores es que se pierden los directores para estilizar un espacio que de otra manera parecería más burdo.
Desigual en su ritmo, Tchoupitoulas se muestra como un viaje que de iniciático tiene poco. La omniprescente voz de William, el más pequeño de los tres hermanos, por momentos se vuelve insoportable. No hubiera estado mal haberle dado algunos espacios al silencio para poder llevarnos algo más que una experiencia de seis horas por demás avasalladora de los sentidos –y no en el mejor de los aspectos- condensadas en solo ochenta minutos.
(Publicada originalmente en El Espectador Imaginario)